El luctuoso suceso acaecido en la cordillera marroquí del Atlas me ha conmovido sobre todo al conocer que una de las víctimas aguantó seis días a cuatrocientos metros de profundidad sin apenas comida ni agua, con temperaturas bajísimas y con una obscuridad absoluta.
Sólo de imaginarme tamaña odisea se me ponen los pelos de punta, ¿cómo fueron aquellas horas en las que Virues se debatía entre la vida y la muerte junto a un compañero fallecido y con el único apoyo de su otro acompañante?
¿Qué se dirían el uno al otro para superar el miedo, la frustración, el hambre, el frío y la sed a 400 metros de profundidad sin saber cuando llegarían a rescatarles?
Estas y muchas otras preguntas se me agolpan en la mollera mientras observo las imágenes de la escarpada y angosta cueva de donde fueron rescatados.
Me indigna el saber que se podría haber salvado la vida de Gustavo Virues si las autoridades marroquíes hubieran dejado actuar a los servicios de rescate españoles, incluso si hubieran trasladado rápidamente al herido a un hospital en vez de dejarle empapado y helado en medio de la inmensidad de la montaña.
España tenía previsto el envío de ayuda desde el viernes, cuando fueron localizados los alpinistas. Pero la entrada del avión de la policía nacional con siete agentes no fue autorizada hasta cuatro días más tarde, demasiado tiempo cuando se trata de una emergencia de semejante calado.
Cuando Virues fue rescatado estaba en un estado de salud lamentable y su compañero Jose Antonio Martínez ya había fallecido, al parecer llevaba varios días muertos.
Unos años antes, en una sierra malacitana había participado en el rescate de unos alpinistas atrapados en una cueva, uno de los rescatados aseguró que Jose Antoio salvo su vida al darle su abrigo y así calentarle hasta que pudo salir de la cueva.
Desgraciadamente en esta ocasión Jose Antonio era el que necesitaba ser rescatado y no llegó nadie a tiempo para sacarle de las maléficas garras de la cueva donde se encontraba atrapado y donde perdió la vida.
Su vida era casi imposible de salvarse, pero la de Virues hubiera sido muy sencillo, pues aguantó como un jabato los seis días que permaneció en la cueva junto a Jose Antonio y junto a Bolívar, con un espíritu de supervivencia digno de alabar, encomiable, todo pundonor.
Ahora no hay nada que hacer, tan sólo esperar a que se depuren responsabilidades por la muerte de un alpinista que fácilmente se hubiera podido evitar si las autoridades marroquíes hubieran sido un poco menos orgullosos y un poco más comprensivos con el dolor de la familia, compañeros y amigos de los alpinistas.
Pensaron que podían sacarles de la cueva con sus escasos medios materiales, obviando la realidad, los medios con los que contaban los equipos de rescate españoles eran mucho mejores. Pero el orgullo y la prepotencia de ser ellos quienes rescatasen a los alpinistas condujo a la muerte a Juan Antonio y a Gustavo.
Un cero para las autoridades marroquíes y otro cero para el ministro Margallo y para Jorge Fernández Díaz por ser cobardes y no inculpar a las autoridades del país vecino por no haber dejado actuar a los equipos de rescate españoles.
Argumentan que era competencia de Marruecos por ser un suceso acaecido en suelo marroquí, pero de todos es sabido que cuando hay una emergencia se debe actuar con todos los medios materiales y personales con los que se cuenten, sea de la nacionalidad que sea.
De manera que al igual que cuando se quema el monte en España, helicópteros de otros países ayudan en la extinción del incendio, en este caso bien deberían haber dejado a los equipos de rescate actuar desde el primer momento y máxime cuando procedían del país de las víctimas.
El sentido común debe actuar en estos casos, ese del que tanto alardea Marianico el Corto y que tan poco demuestran tener sus ministros.
En fin, otra desgracia más que con un poco de inteligencia y coordinación se podría haber evitado.
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