lunes, 22 de junio de 2015

La curiosa historia de Betty Lou Oliver.


La historia de Betty Lou no es una historia cualquiera, supervivientes de un incendio en un edificio hay muchos, pero que aparte de sobrevivir a un incendio sobrevivan a una caída de más de trescientos metros dentro de un ascensor averiado no hay nadie que haya vivido para contarlo.
El 28 de Julio de 1945 Betty fue de muy buen humor a trabajar, pues era su último día de trabajo. Su novio regresaba de servir al ejército y tenían planes de llevar a cabo otras actividades laborales. Suponía por tanto su último día como ascensorista, una profesión en desuso por no decir extinta que en los años cuarenta daba de comer a esta joven de 20 años.
Se encontraba realizando su rutinario trabajo cuando una avioneta se estrelló en el piso 79 del Empire State. La mayoría de personas fallecieron al instante o posteriormente a consecuencia de la atroz humareda que generó la colisión. Dos compañeras de Betty lograron llegar hasta el ascensor donde se encontraba la protagonista de esta historia tirada en el suelo a consecuencia de un golpe que había sufrido tras el impacto de la avioneta a escasos metros de donde ella estaba.
Estas mujeres lograron adentrarse en el ascensor junto con Betty sin saber que este había quedado seriamente dañado con la brusca colisión. El ascensor se precipitó en caída libre hasta la última planta del por aquel entonces flamante edificio que ostentaba el título de ser el rascacielos más alto del mundo.
Cuando la policía llegó al lugar no daban crédito a lo que veían sus ojos. Una de las mujeres que se encontraba entre el amasijo de hierros en que se había convertido el ascensor estaba viva, inconsciente pero viva al fin y al cabo. Ni que decir tiene que sus dos acompañantes habían fallecido al instante.
Betty tenía múltiples fracturas en diversas partes de su cuerpo pero sorpredentemente logró recuperarse y unos meses después le dieron el alta médica.
Aquel día sufrió un doble accidente que para cualquiera hubiera supuesto la muerte, ella vivió 54 años más, en concreto hasta noviembre de 1999. Durante todos esos largos años no hubo un sólo día en el que no dejó de preguntarse como diablos pudo zafarse de la muerte aquel caluroso día de verano de 1945.
Por de pronto continua apareciendo en el Guinnes de los Records como la persona sobreviviente a la mayor caída libre dentro de un ascensor. Un record que difícilmente se lo arrebatarán. No porque no haya edificios con más de 79 plantas, sino por el hecho de que sobrevivir a una caída así es muy complicado, rayano lo sobrenatural.
Su record pasó a un segundo plano cuando unos años más tarde se produjo un accidente aéreo en el que una azafata yugoslava sobrevivió a una caída desde un avión a mucho más altura. Pero aún así el doble accidente de Betty en apenas unos minutos pasó a la historia como unos de los sucesos más extraños jamás ocurridos.
A continuación dejo la crónica completa de este accidente que es con creces el más siniestro acaecido en el Empire State. Espero que les guste.
Los atentados del 11 de Septiembre de 2001 fueron los hechos más trágicos de la historia de Estados Unidos. Las imágenes de los aviones estrellándose contra las Torres Gemelas del World Trade Center quedarán siempre en la memoria de todos los que las presenciamos impotentes ese día en la ciudad o a través de la televisión. Sin embargo, no era la primera vez que un avión impactaba contra un rascacielos en Nueva York. Más de medio siglo antes, un avión se había estrellado contra otro símbolo de la ciudad, el Empire State Building.

El 28 de julio de 1945, un bombardero bimotor B-25 Mitchell llamado 'Old John Feather Merchant' despegaba a las 8:55am desde Bedford (Massachusets) con destino el aeropuerto de Newark (Nueva Jersey). El aparato era pilotado por el teniente coronel William Franklin Smith Jr., de 27 años de edad, veterano condecorado con la Cruz de Vuelo Distinguido, la Medalla Aérea y la Cruz de Guerra de Francia, que había regresado hacía un mes de la guerra en Europa donde había participado durante 18 meses en más de 50 misiones en Alemania y Francia; le acompañaban el sargento Christopher Domitrovich de 31 años y el mecánico de aviación Albert Perna de 19 años, que había aprovechado el vuelo para desplazarse hasta Nueva York y acompañar a sus padres tras el fallecimiento de su hermano en el ataque suicida japonés contra el destructor USS Luce. La misión del vuelo era recoger en Nueva York al Comandante de Smith y juntos continuar viaje hasta el nuevo destino de ambos en la Base Aérea del Ejército de Sioux Falls, Dakota del Sur.

A pesar de las malas condiciones climatológicas, Smith decidió volar bajo las reglas de vuelo visual (VFR) confiando en su experiencia. Cuando el avión se aproximaba a la ciudad de Nueva York, pidió permiso a la torre de control del aeropuerto LaGuardia para continuar hasta Newark. Desde LaGuardia le informaron que, a consecuencia de la niebla, la visibilidad era baja, de apenas 3 kilómetros, aconsejándole que no siguieran hasta Newark y que aterrizara en ese mismo aeropuerto. "Roger" contestó Smith, siendo éste el último contacto que mantuvo con la torre de control. Eran las 9:45am. A partir de ese momento se desconocen cuáles fueron las intenciones del piloto.

Se cree que el coronel Smith hizo caso omiso de las recomendaciones que acaban de darle los controladores aéreos y continuó hacia el aeropuerto de Newark. Al acercarse a Manhattan el piloto pudo tomar equivocadamente como referencia algún edificio, puente o río que le hizo pensar que se aproximaba a Newark y bajó el tren de aterrizaje. Cuando el avión llegó a Manhattan volaba a tan sólo unos 150 metros de altura para horror de los neoyorquinos que vieron cómo el aparato enfilaba la Quinta Avenida a muy baja altura. Al darse cuenta de su error, el comandante Smith intentó elevar el avión desesperadamente, pero era demasiado tarde. A las 9:49am, el bombardero B-52 con sus 10 toneladas de peso y una velocidad de 360 kilómetros por hora se estrelló contra la fachada norte del Empire State Building, entre los pisos 78 y 79. El choque provocó una fuerte explosión del combustible del avión junto con el gas del propio edificio, y un gran incendio.

Afortunadamente, era un sábado de verano y en el edificio sólo había unas 1.500 personas de las 15.000 que suele haber en un día normal entre semana. Los tres ocupantes del avión murieron al instante. Diez personas más, 9 de ellas empleados de la Conferencia Nacional de Asistencia Social Católica que se encontraban en la planta 79, murieron también en el acto. Una de las víctimas, Paul Dearing, de 40 años, saltó por una ventana del piso 79, al parecer, intentando escapar de las llamas, siendo su cuerpo encontrado en la repisa de la planta 72 del rascacielos. Otra de las víctimas fue Joseph Fountain que sufrió graves quemaduras muriendo pocos días después en el hospital. En total se contabilizaron 14 víctimas mortales y 26 heridos. Los fallecidos fueron: William Franklin Smith Jr., Christopher Domitrovich, Albert Perna, Paul Dearing, Patricia O'Conner, Mary Lou Taylor, Anne Garlach, Maureen Maguire, Margaret Mullins, Mary Kedzierska, Jeanne Sozzi, John Judge, Lucille Bath y Joseph Fountain.

El avión había producido un agujero en el edificio de 5.5 metros de altura por 6 de anchura y había arrasado todo en el interior de las dos plantas. Uno de los motores de 1.200 kilogramos de peso cayó por el hueco de uno de los ascensores hasta el sótano dejando tras de sí un reguero de combustible ardiendo hasta la planta 75. El otro motor y parte del tren de aterrizaje atravesaron longitudinalmente el edificio, saliendo por la fachada sur del rascacielos y yendo a caer sobre el ático de un escultor en la planta 13 del edificio Waldorf que se encontraba enfrente incendiándolo. Por suerte no hubo víctimas. Restos del fuselaje del avión fueron encontrados en un radio de 4 manzanas.

En el ascensor número 6 se encontraba la ascensorista Betty Lou Oliver, de 20 años de edad, que ese mismo día iba a dejar su trabajo para reunirse con su marido que regresaba de la guerra. Cuando el avión se estrelló, Betty Lou acababa de llegar a la planta 75 saliendo despedida por el pasillo debido a la explosión. Dos mujeres que se encontraban en una oficina de esa misma planta atendieron a Oliver y la ayudaron a montarse en otro ascensor para que llegase al vestíbulo. En el mismo momento que cerraron las puertas del ascensor, éste se precipitó al vacío hasta el sótano. Milagrosamente, Betty Lou Oliver fue rescatada con vida aunque con graves heridas en su columna vertebral y ambas piernas. Tardó ocho meses en recuperarse completamente y se convirtió en la única persona que ha sobrevivido a la caída dentro de un ascensor desde tanta altura, unos 300 metros.

Uno de los testigos del accidente fue Donald Maloney, un joven sanitario de la guardia costera de 17 años que se hallaba cerca del Empire State. Maloney tuvo que acudir rápidamente a una farmacia cercana y convencer al empleado para que le suministrara jeringuillas, morfina y material de primeros auxilios. Luego regresó corriendo al lugar del accidente y fue el primero en asistir a los heridos incluida Betty Lou Oliver.

Los trabajadores que se encontraban en las plantas superiores a las del accidente y unos 60 visitantes que estaban en el observatorio de la planta 86, fueron rescatados ilesos por la escalera de incendios. A pesar de los daños en el edificio, algunas de las oficinas del Empire State volvieron al trabajo como de costumbre el lunes siguiente. El accidente ocasionó daños por valor de $1 millón, pero los obreros consiguieron reparar el edificio en sólo tres meses.
Vídeo
Este accidente en el Empire State Building contribuyó a mejorar el diseño de los rascacielos contra grandes impactos. Los arquitectos del World Trade Center tuvieron en cuenta el accidente del Empire State a la hora del diseño de sus rascacielos, pero desgraciadamente hubo un cúmulo de factores no previstos que produjeron el debilitamiento estructural hasta el punto de su derrumbe, como todos recordamos.

jueves, 18 de junio de 2015

Relato corto: El chantaje a Lucía.

Los tres jóvenes conversaron en la sala durante un buen rato, principalmente hablaban Mario y Sofía, Walter apenas era capaz de formular una frase de más de tres palabras, la tensión y el miedo se palpaban en su semblante. Sofía lo percibió y finalmente le preguntó.
-¿Te pasa algo, tienes mala cara?-le preguntó mientras le tocaba la frente para comprobar si tenía fiebre.
-Pregúntale a Mario, el sabe muy bien lo que me sucede.
Mario se quedó pálido, bebió un nuevo sorbo de limonada y tras posar de nuevo el vaso sobre la mesa miró fijamente a Walter como pidiéndole explicaciones.
-Me pueden decir que pasa, tanto hermetismo me abruma-las palabras de Sofía no hallaron respuesta, sus acompañantes parecían estar jugando una partida de poker sin querer enseñar sus cartas.
-Mario ya se ha enterado de todo, no hace falta que sigas con la peluca-dijo Walter con ganas de acabar con esa situación cuanto antes.
-Te pido que no digas nada a nadie, por favor Mario-le pidió Sofía tras un minuto de zozobra y estupor.
-Cómo le dije a Walter mientras veníamos yo no tengo ningún inconveniente en que sigan juntos, es más hacen muy buena pareja, pero los favores se pagan, y todo en la vida tiene un precio. Unas cosas valen poco, otras valen más, y otras valen mucho. En este caso mi silencio vale mucho, ¿no es cierto?-preguntó mientras miraba de soslayo a sus dos acompañantes.
-Claro que sí Mario, pero hasta donde quieres llegar-contestó Sofía muy molesta por los rodeos en las explicaciones de Mario.
-Dado que Walter no quiere hablar me veo obligado a explicarte lo que habíamos acordado los dos y que ahora…
-No acordamos nada, te dije que subieras a mi casa para hablarlo con Sofía-le impidió que terminara de hablar.
-Para hablar el qué, por favor hablen, me van a volver loca con tantas dudas-exclamó Sofía llevándose las manos a la cabeza.
-Mario quiere acostarse contigo, ese es el precio que debemos pagar por su silencio, para que no diga a nadie que vives conmigo.
-Más que acostarse es echar un tire, de hecho he quedado para cenar en Larcomar con Celeste en hora y media-dijo Mario mientras miraba su reloj.
-¿Cómo puedes ser tan inocente de pensar qué voy a tener sexo contigo, pero tú te has mirado al espejo alguna vez?
-Con descalificaciones absurdas no se va a ninguna parte Sofía. Se trata de evitar que tu enamorado entre en la cárcel. Si no te importa que Walter entre en prisión yo me voy y se acabó el trato.
-Pues ya te puedes ir yendo porque Walter no va a entrar en la cárcel, no me tiene secuestrada, estamos juntos porque nos queremos.
-Muy bien, eso se lo explicas al juez, a ver si él piensa de igual forma-adujo Mario mientras se levantaba del sofá y se dirigía a la salida.
Walter le echó una mirada compasiva a Sofía que ella no supo entender si con ella le pedía que rectificara. Mientras tanto Mario permanecía con su mano derecha en el pomo de la puerta esperando que la pareja rectificara su posición y aceptaran su chantajista acuerdo. Al observar que no volteaban a mirarle decidió abrir la puerta y salir de la casa sin despedirse.
-¿Crees que hice bien?-preguntó Sofía una vez que Mario cerró la puerta.
-No lo sé.
-Creo que debemos aceptar el trato por muy duro que sea para los dos-volvió a decir unos segundos después.
-Como que el trato, eso no es un trato es un chantaje, es prácticamente una violación.
-Si lo consideras como una violación entonces es mejor que vaya a la cárcel y cuando salga retomemos nuestra relación-sostuvo Walter, quien cogió las manos de Sofía con delicadeza en señal de que iba apoyar cualquiera de las decisiones que tomara.
-¿Serás capaz de superar la situación si me acuesto con Mario?
-Claro que lo superaré, yo sé que no te gusta, que sólo lo haces para evitar que vaya a la cárcel. Es como si lo hicieras conmigo, cierras los ojos y me ves a mí.
-No sigas hablando, no digas nada más-Sofía tenía sus manos en la frente mientras Walter la abrazaba con sutileza.
-Dale alcance antes de que llegue a la comisaría-pidió Sofía sin destapar su cara.
-Vuelvo enseguida-Walter le dio un beso en la mejilla y salió corriendo en busca de Mario. Apenas tuvo que correr puesto que Mario se encontraba en las escaleras, sumido en la oscuridad tan sólo acompañado por el humo de su cigarro.
-¡Donde vas!
-Joder Mario, vaya susto me diste, pensé que habías salido del edificio.
-Aquí estaba esperándote a que tomaras la sabia decisión de aceptar mi propuesta.
-Venga vamos para dentro antes que Sofía cambie de opinión.
-Vamos pues-expresó Mario tras arrojar la colilla en las escaleras.
-Eres un guarro, recoge esa colilla.
-Guarrerías es lo que le voy hacer a tu Sofía-adujo mientras se ajustaba los pantalones.
Walter estaba a punto de estallar, sentía ganas de partirle la cara al desgraciado que tenía a su par, pero se contuvo y abrió la puerta para permitir que pasara.
-Ya estamos de vuelta-exclamó con jovialidad Mario atusándose el flequillo.
-Vamos a la habitación-dijo Sofía mientras se dirigía a ella.
-Oye, tú vigila que no entre tu madre al cuarto, no me gustaría toparme con Estrella mientras estoy a punto de eyacular-dijo Mario guiñándole un ojo a Walter.
-Descuida, mi madre está pasando unos días en casa de mi hermano.
Mario entró en la habitación y cerró la puerta. Walter la abrió al instante.
-La puerta se queda abierta-exclamó Walter mostrando su ira.
-Bueno, no tengo inconveniente alguno, si así lo deseas está bien. Yo la cerré para que no tuvieras que oír los gemidos de placer.
-Cierra la boca-le dijo Walter tras empujarle.
Mario ya no habló más, comenzó a desabrocharse los botones de la camisa mientras que Sofía aguardaba sentada en la cama cabizbaja. Walter permaneció de pie en la sala a escasos metros de la habitación, no quería ver nada pero quería estar cerca por si Mario agredía a Sofía.
Unos minutos después la ira de Walter se multiplicó por tres al escuchar los gemidos lascivos que emitía Mario. Quiso entrar a la habitación para poner fin a la aberración que se estaba viviendo allí dentro pero se contuvo finalmente, tan sólo serían unos minutos de sufrimiento que debería aguantar para poder seguir siendo feliz junto a Sofía.
-No pasa nada, no pasa nada-decía para sus adentros mientras se golpeaba el rostro suavemente contra la pared de la sala.
Caminó durante un par de minutos por toda la sala y por el largo pasillo que conducía al resto de habitaciones.
-Si mi madre hubiera estado en casa esto jamás habría pasado-mascullaba entre dientes mientras caminaba por su casa.
De pronto Sofía que hasta el momento había estado callada comenzó a gritar entre sollozos.
- ¡Eso no! ¡Eso no!
-Calla zorra que así termino antes.
Los gritos de Sofía continuaron hasta que finalmente Walter entró en la habitación para socorrer a Sofía que estaba siendo penetrada analmente mientras Mario le tiraba del cabello con fuerza.
-Ya Mario, déjala- exclamó Walter mientras trataba de apartarle de Sofía.
-Ya termino, ya termino-decía Mario sin soltar a Sofía.
En ese instante Walter comenzó a estrangularlo con todas sus fuerzas. Aguantó unos minutos hasta que Mario dejó de poner resistencia, para entonces Sofía había logrado escabullirse de la cama y se metió en la ducha para quitarse los restos de saliva que Mario le había expandido por toda su anatomía.
Walter se apartó de Mario sin saber si estaba vivo o muerto. Mario no daba señales de estar vivo, le tomó el pulso y no encontró sus constantes vitales.
- No puede ser posible-se lamentaba Walter-¿cómo puedo haberlo matado si tan sólo  lo agarré un par de minutos?-se barruntaba.
Al instante salió Sofía del baño llorando. Se abrazó a Walter y le comenzó a besar.
-Creo que Mario está muerto-le dijo Walter.
Sofía apartó la cabeza del cuerpo de Walter y observó el semblante de Mario inexpresivo que parecía anunciar su muerte.
-¿Y ahora qué hacemos?- fue lo único que pudo decir Sofía mientras se secaba las lágrimas vertidas.
-No lo sé, vamos a esperar unos minutos, pero me parece que está muerto.
Pasaron los minutos y después las horas hasta que Walter tomó la decisión de bajar el cuerpo de su víctima a su carro y llevarlo al Rímac.
Esperaron a que fueran las dos de la madrugada para realizar la arriesgada operación de trasladar el muerto al vehículo.
-¿No será mejor arrojarlo a la playa en vez de ir tan lejos hasta el río?
-Prefiero tirarlo en el Rímac porque allí es donde los pandilleros y los narcotraficantes tiran a los muertos. Así la policía sospechará de ellos y no de su círculo de amistades.
-Buena idea-se limitó a decir Sofía.
Cuando llegaron al cauce del río a su paso por el distrito que lleva su nombre Walter descendió del vehículo y sacó el cuerpo de Mario que había sido introducido en un saco de gran tamaño junto a su ropa, su cartera y su celular. Walter comenzó a tirar de él mientras Sofía observaba hacia todos los lados para cerciorarse de que no hubiera nadie en aquel lugar.
Una vez que Walter logró tirar el cadáver al río regresó rápido al auto y se marchó del lugar en un abrir y cerrar de ojos.
Dos días después Celeste se personó en su casa a las siete de la tarde.
-Hola Celeste que sorpresa verte por aquí-Walter la conminó a pasar y a que se sentara en el sofá-¿A qué se debe tu visita?
-Venía a preguntarte si sabías algo de Mario.

-Antes de ayer estuvimos tomándonos una cerveza en mi casa. En torno a las ocho se marchó y ya no volví a saber nada más de él-contestó Walter sin tapujos.

Relato corto: Los atroces dolores estomacales.

No sé si el lector habrá experimentado en alguna ocasión un dolor estomacal tan fuerte que deseare haber quedado inconsciente para dejar de sufrir tamaño dolor.
Eso es lo que me ocurrió una tarde de aquel largo invierno, la tarde agonizaba, el sol se metía por detrás del parque de las siete tetas, trazando en el firmamento pinceladas rojizas y rosadas entremezcladas con otras tonalidades más apagadas, grises y ocres.
Yo descendía de dicho parque, rumbo a mi casa, charlando con amigos del barrio, cuando en el interior de mi vientre comenzaba a fraguarse una feroz batalla de la que yo no podía sospechar ni por asomo.
No sé si sería debido a la ingesta de un alimento en mal estado, o si se debía a no haberme lavado las manos antes de comer, error que cometía en incansables ocasiones.
Lo cierto es que jamás recordaré esos retortijones que me persiguieron durante siete interminables días en los cuales me sentí el ser más desdichado de la faz de la tierra.
Acudí esa misma tarde a urgencias, gracias a que mi madre entendió rápidamente la intensidad de los dolores que me perseguían.
El doctor me dijo que me lavase bien las manos antes de injerir cualquier tipo de alimento, y que tomase durante toda la semana unas pastillas que harían eliminar de mi organismo a la tenia, que crecía en mi interior a consecuencia de mi mala higiene.
Pese a mis reticencias, acudí al colegio a la mañana siguiente, obedecí a mi madre para no causarle más disgustos de los que ya le habían ocasionado los otros dos miembros de la familia.
Pero a las pocas horas de entrar en el aula, la maestra de Sociales no fue tan reacia a mostrar compasión por mi estado como Don Geremías, y me dio permiso para abandonar la escuela y llegar a casa.
Los días pasaban pero los dolores no cesaban, o al menos no de forma definitivamente, me hartaba de comer arroz blanco y sopitas insípidas anhelando sanar de una vez por todas.
-Eres terco e impaciente como tu padre.
-Si supieras los dolores que vengo padeciendo desde el lunes por la tarde, madre, callarías.- Le contesté con voz lastimosa, acompañada de una mirada de niño bueno que nunca ha roto un plato.
Mi madre no sabía si creerme, miraba con detenimiento hacia mí, como sospechando que exageraba los dolores para perderme otro día más de clase.
-Mañana espero que estés mejor, pero que te quede claro, que aunque amanezcas con dolores tienes que ir al colegio, ya has perdido dos días y medio de clases, y debes ir para enterarte de todo lo que han mandado hacer estos días los maestros, y de las tareas que tienes que realizar el fin  de semana.
-Pero madre, si estoy que ni  me tengo en pie, como voy a ir mañana al colegio.
-Debes ir, hijo, debes ir.
-Pero entonces me dejarás ir con el tío Paco a ver al rayo.
-Pero con la condición que no te lleve al fondo donde están los ultras que tiran bengalas.
-Claro madre, veremos el partido desde el lateral, hay no hay peleas ni bengalas.
Así que para cumplir el pacto, me levanté temprano el viernes, hice la mochila, me bebí un vaso de agua con la pastilla matutina y salí corriendo para no llegar tarde.
Un día duro más que acometí con la entereza que corresponde, ansiando que sonara la campana que me diera la alegría de sentir la llegada del fin de semana.
En el recreo Pipo y Pablo comentaban ya la posible alineación del rayo frente al Barcelona, se mascaba el ambiente pre partido en el patio del colegio, eran varios los alumnos que se habían enfundado la camiseta franji roja del rayo, superaban en número a los que llevaban la del Barcelona con el nombre de messi a la espalda.
-Esta tarde van a firmar camisetas en Piti, Baptistao y el Cori en la peña Cota, ¿te vienes?- Me invitaba Federico.
-Claro, a qué hora va a ser eso.-Por fin podría hablar con los jugadores que tantas veces había visto en la tele o en el estadio, pero que desgraciadamente nunca había tenido la suerte de conversar con ellos.
-A las seis de la tarde en Payaso Fofó, pero vamos juntos, te llamo al timbre de tu casa.
Pasé el día como buenamente pude, pero en torno a las cinco de la tarde el ardor estomacal se incrementó en tal medida que sentía ser una odisea el salir de casa.
Los dolores me hacían palidecer, cuando pensé que los pinchazos se iban apagando e iba saliendo de la enfermedad, mis dolencias me hicieron temer que no podría acudir al partido el sábado a las siete de la tarde.
Cruzaba los dedos pidiendo suerte para que los dolores remitiesen y así poder asistir al evento vespertino. Hacía tiempo que había perdido la fe en Dios, por lo que en vez de pedir a la estampita de Santa Rita, a la que mi madre oraba habitualmente, yo no pedía ayuda a ningún ser sobrenatural.
Tan sólo cruzaba los dedos y maldecía mi mala suerte, siempre que había pedido algo a Dios no se me había concedido, me decían que tenía que rezar más y creer más fervientemente, pero ya me cansé de rezar a un Dios de madera, ciego y sordo que permitía vivir en la más absoluta opulencia a estafadores, banqueros y políticos corruptos.
Mientras sembraba de catástrofes naturales a los países y regiones más pobres del planeta, terremotos, tsunamis y lluvias torrenciales que asolaban las casas de los más pobres, llevándose consigo sus coches, sus casas, y en ocasiones sus vidas.
Leía un artículo del periódico digital Público, en internet, a cerca del terremoto en Honduras, donde más de sesenta personas habían perdido la vida y me preguntaba muchas cosas, en ocasiones quería no pensar tanto, ser más insensible al dolor de terceros, pero no podía cambiarme.
Quizás, el haber nacido en un barrio como Vallecas, tan comprometido a través de las asociaciones vecinales, en la lucha contra las injusticias sociales, y tan sensible al dolor de los más vulnerables, me impedía mostrarme ajeno al dolor del pueblo guatemalteco en esos instantes de sufrimiento.
Algunos foreros comentaban que las muertes se debían a que las personas fallecidas no trabajaban lo suficiente, para poder construirse una casa de un material más resistente a los terremotos, de lo que es el adobe.
Otros sostenían, que por la parquedad de los ingresos obtenidos por su trabajo, los fallecidos nunca hubieran podido ahorrar un dinero suficiente como para poder construirse una casa de ladrillos y cemento, ni trabajando 16 horas diarias.
Cuando ocurría una desgracia siempre oía decir a mi profesor de religión, que se debía a algún pecado cometido por los damnificados, pero en este caso del terremoto, o en la de los niños que se mueren de hambre, me costaba imaginarme el pecado que podían haber cometido.
Tal vez, su único pecado estribaba en haber nacido en un núcleo familiar, azotado por la extrema pobreza.
Ojeando más artículos relacionados con el triste suceso, pude leer que  el Estado había destinado cuantiosos recursos económicos, para atender  las repatriaciones de los hondureños fallecidos, al intentar llegar a Estados Unidos, que hubieran sido vitales, de haber sido destinados a subvencionar la construcción de viviendas dignas, en las zonas más deprimidas del país.
A mi corta edad, me costaba entender, como se podía sufragar antes los gastos de los muertos, que los de los vivos, pero desgraciadamente en España no éramos ajenos a la mala gestión de los recursos públicos.
Se destinaban más recursos en mandar contingentes armados para las misiones de la Otan, o en publicidad para ensalzar las gestiones realizadas por el Gobierno, que en fomentar la sanidad y la educación pública.
Por eso y mucho más, en España debíamos pararnos a solucionar nuestros problemas, antes que debatir la mala gestión de otros Estados.
El ponerme en la situación de los familiares de los damnificados por tamaña tragedia, hacia evadirme de mis problemas intestinales, por un momento no era yo la víctima.
Me encontraba sólo en casa a las cinco y veinte minutos, momento en que Federico acompañado de Pipo y Pablo, ataviados los tres con la camiseta franji roja de rayo vallecano, llamaban a mi puerta.
Pese al frio, allí estaban, con una sudadera y la camiseta superpuesta, para que no hubiera lugar a dudas de que los sentimientos por unos colores, estaban por encima de las demás circunstancias, como el frío, el cansancio, la frustración o el dolor.
-Venga baja rápido, que se nos hace tarde.- Gritaba Pipo desde el interfono, ansioso por conocer a sus ídolos.
Me dejé contagiar por las emociones que emanaban de mis compañeros, y sin hacerme de rogar, tomé la camiseta del Rayo que me había regalado mi tío Paco hace dos años, cuando me hizo socio de la peña Planeta Rayista, y salí corriendo rumbo al ascensor.
La elástica comenzaba a quedarme pequeña, pero eso no me importaba, me la seguía poniendo, con el número 6, aquel que llevó siempre Michel, el eterno capitán, el único jugador que había marcado más de 60 goles con el rayo durante más de 15 temporadas, jugando de mediocentro.
Nos acercábamos al estadio de Vallecas, bajando la Avenida de la Albufera, hacia la calle Payaso Fofó, donde radicaba el local de la peña Cota, cuando mis ardores se hicieron de nuevo protagonistas de mi triste situación, afloraron con tal fuerza que me desplomé en el suelo maldiciendo mi suerte ante el asombro de los viandantes presentes.
Algunos se persignaban al oír la serie de improperios que salían de mi boca, otros se cruzaban de acera, y una anciana me regañó por usar palabras dolientes contra la comunidad cristiana.
-No tomes el nombre de Dios en vano hijo, es pecado, Santo Dios Padre Misericordioso, jamás oí tal variedad de improperios e insultos al altísimo en mi larga vida.- Decía la pobre señora, asustada por lo que acababa de escuchar.
Tenía la mala costumbre de maldecir en alto cuando me dejaba embargar por el dolor o la ira, a menudo gritaba improperios que podían herir sensibilidades.
Nada de eso quería causar a nadie, simplemente no era consciente de lo que decía en esos momentos. Por eso pido disculpas a todo aquel que se sintiese atacado por mis desafortunadas palabras.
Si no creo en la existencia de Dios, tampoco puedo creer en que sea aquel el culpable de mis desdichas, pero todo eso únicamente puedo llegar a entenderlo en momentos de sensatez y cordura.
Momentos  entre los cuales no se encontraba aquel en el que yacía en el suelo, con las rodillas en mi pecho, junto a mi cabeza, dando vueltas en la acera, cual croqueta, rebozándome en la porquería de aquel suelo que parecía no haberse limpiado en décadas.
Perplejos, mis amigos no entendían lo que me pasaba, la dantesca imagen que proyectaba mi cuerpo tirado en el suelo, les dejó sin palabras por un instante, hasta que Pablo reaccionó irónicamente.
-Existen otras formas de limpiar las calles, levántate que llegamos tarde.
-Eso es lo único que te preocupa, pues lárgate de aquí, payaso.- Le insulté desde las baldosas.
-Venga, no discutáis, que te pasa, ¿tanto te duele el estómago?- Me decía Pipo, ayudándome a levantar con la inestimable colaboración de Fede.
Pero al instante me desplomé de nuevo como si fuera un saco de patatas que es descargado de un camión al suelo.
En ese momento les dije, muy a mi pesar mío, que me dejaran allí, que disfrutaran del evento, que yo intentaría ir cuando los dolores cesaren.
-Toma Pipo, dile a Piti que me firme la camiseta por detrás, y si puede ser que también me la firmen Leo Baptistao y el Chori Domínguez.
En ese momento me abrí la cazadora, y saqué del interior de mi abrigo la camiseta con el seis a la espalda. Una escena similar a la del soldado caído en combate, que entrega el testamento o un objeto de gran valor sentimental a un soldado superviviente, para que sea entregado a la difunta esposa del soldado agonizante.
Escena trillada en el cine norteamericano, enalteciendo un patriotismo barato, cargado de sentimentalismo imperialista, ese que ensalza batallas por, y para la Democracia, pero que terminan no siendo más que un insulto a la especie humana, a la noción de ser humano.
Contiendas bélicas donde fallecen civiles que sólo luchaban por ser libres, y en las que no hay vencedores, sólo destrucción y muerte.
La escena que yo proyectaba era similar en la escenificación, pero diferente en el contenido. Porque los colores de mi camiseta son defendidos por deportistas que se dejan la piel en el campo defendiendo unos colores, y no por marionetas dirigidas por uno de los Gobiernos que más sangre ha derramado, a lo largo y ancho de los cinco continentes.
Sangre derramada en multitud de batallas, que se pudieron haber evitado, si hubiera imperado el sentido común, en vez del sentido del odio y la furia destructiva, que invade a numerosos dirigentes mundiales.
Lástima que personas tan honestas, cordiales y a menudo caritativas, como son los estadounidenses, estén gobernadas por politicuchos del tres al cuarto, que no dudan la menor ocasión, para enviar a sus tropas a sembrar odio y cosechar muerte.
-Pero tu jugador preferido no era Javi Fuego.- Me preguntó Pipo.
-Sí, pero él no viene, ¿no?.- Dije sentado y apoyado en la pared, como los mendigos que piden limosnas.
-Claro que viene, y también Casado y Andrija Delibasic.
-Pues que me la firmen todos, pero sólo por detrás, que la franja roja no se vea afectada por la tinta.
Tras un momento de dudas, en los que mis amigos intentaron convencerme de que era posible vencer al dolor y recorrer los escasos 500 metros que no separaban del local, decidieron marchar.
Sabían que era muy cabezota, y que nos me podían hacer entrar en razón para acompañarles en el  recorrido de esa breve distancia. Con la imagen de mis amigos perdiéndose en las confluencias de las dos calles terminaron mis posibilidades de asistir con ellos a tal acto.
Intenté en un par de ocasiones levantarme de aquel lugar, apoyándome en la pared. La primera vez logré levantarme por completo, pero cuando pretendí dar el primer paso un punzante dolor me relegó a mi posición anterior.
El segundo intento de abandonar ese fatídico emplazamiento, tuvo lugar tres minutos más tarde. Esa vez, únicamente logré ponerme de rodillas, con ambas manos en mis caderas era difícil, si no imposible, erguirme y echar a caminar, hice el amago en un par de ocasiones pero resultó infructuoso y me di por vencido.
Al cabo de un breve espacio de tiempo quedé dormido en aquellas polvorientas baldosas grises y rojas que conformaban la acera.
Desconozco el lapsus de tiempo en que permanecí durmiendo en aquel inapropiado lugar, lo cierto es que dio tiempo suficiente a que varios desaprensivos me arrojaren las colillas de los cigarrillos, que  todavía humeantes  acababan de fumarse.
También ciertas personas, afligidas por ver a un niño desamparado en la calle, pensando que se trataba de un huérfano, o de un niño de familia desestructurada, depositaron algunas monedas sobre mi maltrecho cuerpo.
Una de estas personas, me imagino que fue la que llamó a la cruz roja, una pareja de jóvenes que portaban el traje de esta solidaria entidad, se acercaron hasta mí, y con mucho cuidado, me despertaron para prestarme asistencia psico-sanitaria.
Asustado, no sabía que responder a aquellos señores, tras un breve espacio de tiempo en el que tan sólo atiné a balbucear, me preguntaron que si necesitaba asistencia médica, y de ser así, que tipo de tratamiento era el que precisaba.

Les dije, tras mirar el reloj y contemplar que ya era muy tarde para ir a Payaso Fofó, que no precisaba asistencia médica, que si no era mucha molestia, limitasen su actuación para conmigo, a llevarme de vuelta a mi domicilio, tan pronto como fuera posible.
Así pues, me pusieron de pie, asiéndome de los sobacos y quitándome el polvo adherido a mi ropa.
-Se te cayeron unas monedas de tus bolsillos.- Me dijo la señora mientras me las entregaba.
Yo encantado, ni que decir tiene que no dije que no fueran mías, pues me venían muy bien para comprarme algunas golosinas que me quitasen la frustración y la desdicha que sentía en aquel momento.
Actuaron de forma rápida y en unos minutos ya me encontraba a escasos metros de mi casa. Me hicieron firmar un escueto formulario en el que se me hacían una serie de preguntas en torno a la asistencia que me habían prestado, si me había parecido correcta su actuación y el trato recibido.
Con más ganas de tirarme en la cama de mi habitación, que en ponerme a evaluar con detalle la asistencia que me había brindado la Cruz Roja, puntué con un diez a todo y me despedí de ellos para adentrarme en el portal y tomar el ascensor.
La siestecita que me eché fue mano de santo para despojarme de mis intensos pinchazos, si bien ahora padecía un ligero dolor en la columna vertebral, a buen seguro, consecuencia de la mala postura en la que permanecí en la calle mientras dormía.

Lo cierto es que no era nada comparado con lo que había padecido minutos antes de caer dormido. El dolor había remitido y volvía a sentir lo que era ser libre después de tanto sufrimiento.

Relato corto: El extraño viaje de Mauricio.

A los pocos días de haber sido abducido por el extraño ovni que emergió de entre las nubes en la presa del lago donde se hallaba pescando Mauricio comenzó a trabajar como guarda jurado en prácticas, la situación en casa se había complicado al quemarse el local donde trabajaba su mujer, por lo que el encontrar trabajo fue un alivio.

Por las mañanas tenía que asistir a unas clases teóricas en las que le formaban,  y por la tarde ya trabajaba, con lo cual estaba muchas horas fuera de casa, el salario no era el mismo que el de sus compañeros que ya habían hecho el curso de formación, pero no se podía quejar, la situación familiar requería que aceptara el trabajo sin pensárselo si quiera dos veces.

Entraba a la una del mediodía y a las tres salía de las clases, tenía una hora para comer y a las cuatro se ponía el traje de la empresa, cogía el móvil y se dedicaba  a dar paseos por las estancias y pasillos de un museo, lugar en el que iba a pasar varios meses trabajando.

Cuando terminó el curso de formación, por lo general dormía hasta el mediodía, algunas veces Macarena ya se había ido a sus clases de terapia para superar su depresión post traumática sufrida tras la violación por los dos seres extraterrestres que invadieron su privacidad cuando se duchaba en su cuarto de baño.
El psiquiatra le estaba dando unas pastillas que le ayudaban a superar el trance, pero el miedo a volverse loca tras el lastimoso incidente con los alienígenas le acechaba a cada instante.
Mauricio pasaba toda la tarde sólo en casa, la relación con su mujer iba empeorando a consecuencia de la falta de convivencia y los problemas que padecían tras sus respectivos encuentros con seres de otros planetas. Cefaleas, migrañas y trastornos de bipolaridad  mermaban su estado anímico.
Cuando Macarena volvía en torno a las ocho pasaban una o dos horas juntos, pero luego Mauricio tenía que irse corriendo porque a las 10 tenía que estar en la otra punta de la ciudad para iniciar su jornada laboral, que no finalizaba hasta las seis o siete de la mañana, según el día.

Siempre le había gustado dormir por la mañana en vez de por la noche, sobre  todo en verano, pero para trabajar no era lo mismo y menos para ese trabajo que era monótono y más aun en aquella situación en la que le tocaba vigilar el museo en absoluta soledad.
 Tenía que pasarse ocho o nueve horas diarias sin hablar con nadie, vagando por las distintas estancias del museo, durante el curso de formación trabajaba con un compañero que le contaba todo el procedimiento de seguridad que debía seguir, pero cuando este curso finalizó le tocó quedarse sólo.



La soledad de la noche le iba haciendo poco a poco mella, se conocía los cuadros de todas las salas mejor que las caras de sus familiares y amigos. La sala de los retratos estaba en el centro del museo, y era el lugar en donde tenía ubicada la mesa y la silla en la que se situaba la mayor parte del tiempo que permanecía entra aquellas paredes.
Se pasaba horas mirando como un pasmarote los cuadros, algunos de ellos le impactaban por la expresividad que tenían, uno en concreto de un mendigo que denotaba tristeza y miseria a partes iguales.

Había otro retrato de una vieja que a Mauricio le daba cierto pavor, era un rostro de una anciana que expresaba una inquietante sonrisa, lejos de mostrar alegría denotaba un cierto desaliento, melancolía y tristeza, que le sumía en un profundo desaliento por lo que  no le gustaba en absoluto contemplarlo.
Para no deprimirse más de lo que ya estaba, se cambiaba de posición constantemente.




Al pasar por una situación así empezó a valorar el grado de sufrimiento que deben haber padecido todas aquellas personas que han sufrido un secuestro, encerradas en un zulo. Aquella sala de museo le recordaba al lugar donde le transportaron los extraños humanoides que emergieron de entre las nubes. Recordar las intensas miradas de los humanoides le producía pavor, raro era el día en que esas misteriosas figuras de orejas puntiagudas no se le venían a la mente produciéndole severos escalofríos.

Los días pasaban sin poder comunicarse con nadie de forma verbal, salvo con Macarena  un ratito en las tardes y con los dos guardas con los que se sustituía.

Eran meses calurosos en los que por la noche apenas refrescaba. En las horas que trabajaba no estaba puesto el aire acondicionado y el calor que se vivía dentro del museo era considerable.

En enero trajeron cuadros de un museo de Santiago de Chile y para reforzar la seguridad contrataron a otro guarda que tenía el mismo horario que Mauricio, por lo que no se le hizo tan duro el trabajo.
Un tipo peculiar con el que hablaba de muchas cosas sobre todo de parasicología, le encantaba el tema de los ovnis y enseguida entablaron una amistad que les ayudó a superar sus problemas.

Decía haber pasado varios meses oyendo ruidos extraños provenientes de una de las estancias del inmueble, al abrir la habitación no encontraba nada que pudiera explicar aquellos sonidos. Otras veces los ruidos se producían en los pasillos, como si alguien estuviera pisando el suelo, paseándose por los viejos pasillos del tanatorio.

Estos ruidos inexplicables eran percibidos por todas las personas que se encontraban dentro del edificio, pero únicamente se apreciaba en las noches, por lo que decidieron llamar a la policía para que hiciera un reconocimiento del lugar y tomara sus conclusiones.

Tras recorrer todas las habitaciones y pasillos del tanatorio, los miembros de la benemérita declararon que si bien se percibían ruidos difíciles de precisar su lugar de procedencia, suponían que serían producidos por algún animal que se encontrara en las proximidades del edificio.

Al considerar que no tenían ninguna relevancia ni ocasionaban ningún peligro para los que trabajaban en el tanatorio, se fueron del mismo sin levantar atestado, dejando con el miedo en el cuerpo a los que allí trabajaban, y con la consideración por parte de la opinión pública de que se trataban de unos farsantes con ganas de llamar la atención de los medios de comunicación.


Le comentó más casos en los que le habían sucedido cosas inexplicables, Mauricio le contó todo lo que había comenzado a experimentar tras el fatal encuentro con los tripulantes de la esférica nave que le apartó del planeta Tierra por un tiempo difícil de cuantificar, quizás unas cuantas horas, tal vez un par de días. El estado de inconsciencia que adquirió le impedía fijar el tiempo que permaneció en la nave y los estudios a los que fue sometido.

Mauricio comenzó a desarrollar una capacidad innata para percibir estímulos, sonidos y visiones que no eran perceptibles para la mayoría de personas.



En una ocasión fue tele transportado en compañía de Juancho de una estancia en el segundo piso hasta la sala principal del museo.
-¿Cómo puede ser que estemos aquí si no hemos bajado las escaleras?-preguntó Mauricio a su compañero sin dar crédito a lo que veía.
-Esto me ocurrió una vez que iba por la carretera en dirección a Tarma, de repente aparecí en la otra vía en sentido contrario,  sin hacer un cambio de sentido me encontraba alejándome de la ciudad en vez de entrando en ella-narró Juancho.
-Por favor deja de estar hablando de estas cosas, ya es demasiado perturbador vivir estas situaciones como para que comiences a narrar semejante historia.
-Esto es obra del maligno, o tal vez se deba a los humanoides que investigaron contigo, estamos en peligro.
Juancho comenzó a delirar antes de que Mauricio decidiera abandonar el museo y dar por zanjada su jornada laboral.
Posteriormente  comenzó a padecer extraños sucesos cuando se hallaba  sólo en su casa, cuando dormía oía ruidos en una pequeña mesa que  se encontraba detrás de su dormitorio, como si alguien se encontrara en él trabajando o pasando las hojas que tenía sobre la mesa, se oía tanto el ruido de folios como el de lapiceros y otros utensilios, así como el movimiento de una silla que parecía desplazarse atropelladamente. Cuando por la mañana se despertaba y subía la persiana se encontraba con que la mesa de su mesa tenía los papeles colocados de una forma muy diferentes a como los había dejado  la noche anterior.

En otra ocasión le ocurrió lo que vulgarmente se conoce como aparición de un visitante de dormitorio, se desveló a media noche y pudo apreciar que enfrente de su cama había una anciana pegada a la pared mirándole atentamente, no le dijo nada, cerró los ojos por miedo y cuando los volvió a abrir ya no estaba, la anciana había desaparecido sin dejarle ningún mensaje y sin dejar constancia de su aparición. Mauricio sospechó que podía tratarse de su difunta madre, tal vez podía estar tratando de despedirse de él, pero su rostro era completamente diferente al que tenía en vida. ¿Tanto podía cambiar el rostro de un difunto en cuestión de tan pocos meses? Pensar en que aquel espectro que  le visitó a altas horas de la madrugada fuera el de su difunta madre le perturbaba sobremanera.

Con más frecuencia lo que le ocurría era que ciertos objetos aparecían colocados en lugares distintos a los que él los había dejado, con las gafas le ocurría a menudo, con el móvil o incluso con el mando a distancia de la televisión. Como si un duende burlón estuviera tratando de hacerle perder el norte.

Por no hablar de movimientos de puertas en días de escaso viento, armarios que aparecían abiertos cuando él los había dejado cerrados, y cuadros que se caían haciendo un gran estruendo. Según los testimonios de unos físicos que investigaron en su morada, lo que ocurría en su casa eran fenómenos poltergeist. Sus hijos Sofía y Germán comenzaron a pensar que su padre estaba enloqueciendo tras el contacto con los alienígenas y que los extraños fenómenos que decía ver y escuchar no eran nada más que invenciones de su subconsciente.


Su mujer también estaba pasando por un mal trago, los humanoides estaban realizando diversos experimentos con su cuerpo, fundamentalmente con su cerebro tratando de conocer la genética y la capacidad cognitiva del ser humano para mejorar la especie y hacerla útil para su especie. Divagaba acerca de las posibles maneras en la que los extraterrestres podrían usarnos para satisfacer sus necesidades básicas y hacer su vida más sencilla, en definitiva sostenía que los humanos pasarían a ser meros esclavos de los extraterrestres en un tiempo no muy lejano de manera irremediable.
-No hay nada que hacer, poseen un conocimiento superior, están mucho más desarrollados que nosotros, su especie evolucionó más rápido, están a años luz de lo que podamos llegar a ser nosotros-exclamaba Macarena tapando su rostro con sus dos manos.
-Desconozco las causas que puedan propiciar tales sucesos pero me niego a pensar que sea como consecuencia de nuestros encuentros con los alienígenas-contestó Mauricio.

A los dos meses de comenzar a padecer extraños sucesos en el Museo Metropolitano Mauricio pidió ser destinado a un nuevo lugar. Un mes más tarde fue destinado al museo Mali. En su nuevo lugar de trabajo los turnos de día eran realizados por dos personas, mientras que por la noche le tocaba  estar sólo porque según la empresa no era necesario tener a otro guardia para vigilar un museo tan pequeño, y más en horas en las que no estaba abierto al público.
Afortunadamente para Mauricio con el cambio de lugar de trabajo dejó de sentir los extraños fenómenos que le perseguían desde varios meses atrás. Sin embargo en su casa los sucesos no remitieron y su mujer volvió a ser visitada por un extraño ser sin rostro que trató de poseerla en cuerpo y alma. Se hallaba sola en casa cuando esto sucedió. Cuando Mauricio llegó a la casa se topó con una dantesca escena que cambió su vida completamente.
El cuerpo sin vida de su mujer yacía en la cama junto a un charco de sangre que empapaba las sábanas antaño blancas.
La inesperada visita se había producido el día que se cumplían tres meses desde que Macarena fuera violada por dos extraños seres venidos de otro planeta. Esta vez la agresión sexual no tuvo lugar en el cuarto de baño sino en su habitación, concretamente en la cama matrimonial que compartía con su marido.
En un primer momento Mauricio fue acusado de asesinato pero al encontrarse extrañas fibras y fluidos ajenos a su organismo fue inculpado. La prueba de adn salvó a Mauricio de una larga condena. Pero su salud mental nunca recobró los estándares mínimos para poder llevar una vida normal en este planeta.
Sentía que era el momento de abandonar el planeta Tierra y regresar al lugar donde los alienígenas habían experimentado con él unos meses atrás.
Trató de recobrar las comunicaciones con aquellos seres venidos de otra Galaxia pero no hubo manera. Mauricio dejó el trabajo y dedicó las 24 horas del día en tratar desesperadamente de reencontrarse con los alienígenas que consideraba que habían matado a su mujer y que tarde o temprano volverían a por él.
No le quedaba la menor duda que quienes contactaron con él eran los mismos seres que atacaron a Macarena. Esbeltos, orejudos, carentes de vello y con diminutas fosas nasales. La descripción que le hizo tantas veces su mujer de aquellos seres era demasiado similar a la que él pudo observar cuando sufrió ese crucial encuentro en la cuarta fase.
Ansiaba comunicarse con ellos, sentía que era cuestión de horas. Malcomía con tal de no perder de vista el horizonte por el que debía vislumbrar el platillo volante que le sacaría de este mundo para así reencontrarse con su mujer y con los seres que tanto interés levantaban en su mente.
Finalmente ese encuentro tuvo lugar. Mauricio fue absorbido por una extraña fuerza que emanaba del platillo volante que había venido a su encuentro.
Unas horas más tarde aterrizó en un extraño planeta carente de vegetación, similar a la Luna, allí unos seres similares a los que observó en su primer viaje astral le colocaron un manto color caoba y le condujeron por un sendero tortuoso hasta una gran edificación. Una vez dentro le hicieron subir a un púlpito y allí realizó una larga disertación dándose a conocer entres sus nuevos congéneres.
Aquello era maravilloso, la muchedumbre que se agolpaba en aquel escenario le ovacionaba a cada instante, no sólo comprendían su idioma sino que sentían pasión por las palabras que salían de su boca. Cuando terminó con su discurso una larga ovación le hizo sentir escalofríos. Nunca antes se sintió tan reconfortado como tras aquella ovación. Ese era su mundo, por primera vez se sintió a gusto consigo mismo y con la gente que le rodeaba. Aquellos misteriosos seres le acogieron de la mejor de las maneras para convertirle en su líder espiritual.