Erdogan es un tirano al que no le tiembla el pulso a la hora
de meter en la cárcel a miles de periodistas por el mero hecho de no ser
simpatizantes de su partido. La separación de poderes en Turquía es casi
inexistente, y para las veces que los jueces consideran que no hay indicios de
delito son separados de la causa y sustituidos por otros magistrados cercanos
al gobierno.
Pero no sólo se persigue a jueces y políticos de la
oposición. También se persigue a banqueros, militares, artistas y cualquier
personaje importante que sea sospechoso de simpatizar con los golpistas.
Cualquier comentario contra su gobierno puede ser motivo
suficiente para ser considerado golpista y ser encarcelado. Con tal clima de
inestabilidad y radicalismo no sorprende que se haya asesinado a un embajador
en un acto público y la noticia no haya tenido gran repercusión.
Tal vez si el embajador fuera de Estados Unidos se hubiera
hablado un poco, pero como era ruso los países de la Unión Europea miran para
otro lado y prefieren no hablar de Turquía.
Si las medidas tan radicales tomadas por Erdogan hubieran
sido tomadas por Maduro ya estarían los tanques de la OTAN bombardeando
Caracas. Pero como las ha tomado un presidente amigo y colaborador de la U.E en
la guerra contra Basad Al Asad no pasa nada. Se le permite que continúe con los
arrestos y con las penas de muerte.
Ya sabemos que los líderes europeos apoyan los golpes de
Estado siempre que sean dados por militares o políticos de derechas, como
ocurrió en Ucrania. Cuando los golpes de Estado se producen contra líderes de
derechas la consigna es muy diferente. Impedir que el golpe se consume. Contra
un tirano como Erdogan los líderes europeos no se mojan.
Ese doble rasero, esa mezquindad y esa falsa moral hacen que
Merkel, Rajoy y Hollande no puedan ser considerados trigo limpio. Si tuvieran
valores y principios hubieran apoyado el golpe de Estado en Turquía tal y como
apoyaron el golpe contra Viktor Yanukovich.
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