Se cumplen 40 años de la matanza de la calle
Atocha. Los asesinos cumplieron menos de quince años de cárcel, alguno de ellos
porque se fugaron tras obtener permisos de fin de semana y otros porque se les
puso en libertad antes de tiempo.
Fue el caso más sonado de violencia post
franquista, pero no el único. El asesinato de los sindicalistas de Vitoria o el
de los sindicalistas de la CNT de la discoteca Scala en Barcelona fueron también
muy sonados.
El gobierno de Adolfo Suarez no fue capaz de frenar
la ola de violencia policial que se vivió en España durante su mandato. Buena
parte de culpa la tuvo el ministro de Interior de turno. Martín Villa, quién al
igual que Adolfo Suarez había ocupado puestos de relevancia durante la
dictadura franquista.
Los encargados de poner orden, estabilidad y de
expulsar a los policías y políticos corruptos del franquismo no lo hicieron. No
hubo depuración ni en la policía ni, ni en el gobierno ni en el ejército.
Y a consecuencia de ello se produjeron multitud de
asesinatos de estudiantes, sindicalistas y profesionales de izquierdas a manos
de policías franquistas que no estaban de acuerdo con que la democracia acabara
con los principios fundamentales del franquismo.
Suarez fue incapaz de expulsar a los terroristas de
estado que poblaban la policía de aquel entonces. Se rodeó de malas personas y
se lavó las manos en los episodios bochornosos que se iban produciendo.
Para evitar la escalada de violencia legalizó el
partido comunista. Poca cosa cuando lo que tenía que haber hecho es expulsar a
los policías y políticos que mantuvieran posturas franquistas.
En definitiva no fue un presidente valiente y sin
embargo se le reconoce como el padre de la transición.
Cuando la mayoría de los españoles no vemos con
buenos ojos lo que se hizo en aquellos años es porque creemos que Suarez,
Martín Villa, Fraga Iribarne y los demás franquistas que lideraron la
transición no debieron haber tenido peso político.
No se puede liderar un proceso de cambio cuando los
principales actores del cambio mantienen a los altos cargos que gobernaban
durante el régimen que supuestamente se pretende cambiar.
Es como si Podemos gana las elecciones y pone de
presidenta de gobierno a Dolores de Cospedal y de ministra del interior a
Cristina Cifuentes. Ni las feministas estarían contentas.
Con cambios así mejor que no haya cambios y que se
mantenga el régimen anterior hasta que haya una revolución social que permita
un cambio en condiciones.
A continuación dejo la información que he obtenido
de diversas fuentes entorno a la masacre en el despacho de abogados de la calle
Atocha.
Madrid. 24 de enero de 1977. En un despacho de
abogados se registran cinco muertos y
cuatro heridos muy graves. Son las diez
y media de la noche en la calle Atocha número 55. Ha ocurrido un atentado
contra uno de los primeros bufetes de abogados laboralistas de la Transición.
Los autores, un comando de extrema derecha. Los
fallecidos son Luis Javier Benavides, Francisco Javier Sauquillo y Enrique
Valdecira, el estudiante Serafín Holgado y el administrativo Ángel Rodríguez
Leal. Los heridos, todos graves y con importantes secuelas posteriores, Miguel
Sarabia, Alejandro Ruiz, Luis Ramos y Dolores González.
Emilio González describe a Público la
cara de ira de aquellos asesinos, capturados en marzo de 1977. Los autores
materiales, José Fernández Cerrá, Carlos García Juliá, Leocadio Jiménez
Caravaca, Francisco Albadalejo Corredera, secretario del Sindicato Vertical del
Transporte Privado de Madrid y Fernando Lerdo de Tejada.
Dolores González no superaba los treinta y cinco
años cuando trabajaba como funcionario
de prisiones en la cárcel de Carabanchel.
Allí vivió episodios históricos. Algunos terribles
como la matanza del preso anarquista Agustín Rueda por parte de funcionarios
fascistas. Otros anecdóticos, como la elaboración de la ficha de ingreso a los
autores materiales de la matanza de Atocha, de la que se cumplen cuarenta años.
“Los asesinos de Atocha llegaron a Carabanchel con las caras idas. Todos
dijeron que eran de Falange Española y que tenían estudios medios. Eran unos
hijos de papá”, detalla en la entrevista.
Las cárceles de la Transición
González narra a Público las
múltiples “subidas de tono” en plena prisión por parte de sus compañeros.
Incluso llegó a redactar una carta al Director General de la cárcel por el
tratamiento abusivo de aquellos funcionarios.
“Esta Dirección ha dado muestras públicas de
confraternización con los implicados de extrema derecha; ha negado cambios de guardias a un funcionario
que manifestó su disconformidad con que un preso cantara el cara al sol,
acompañado de otros funcionarios; ha permitido que tuvieran cargos de confianza
algunos de los implicados en la matanza de Atocha (…)”. La carta, con fecha del
14 de marzo de 1978, reflejaba el ambiente de aquellas cárceles de la
Transición. González pertenecía a la Unión de Funcionarios Demócratas que, en
aquella etapa, parecían estar mal vistos.
Los cinco detenidos de Atocha fueron otro de los
retratos que Emilio nunca olvidará cuando fueron trasladados a celdas de
aislamiento. González recuerda la prepotencia de aquellos presos que se
enfrentarían a largos años de cárcel.
“Ellos creían que estaban
salvando España y parecían no sentirse culpables”, aclara el exfuncionario. En un módulo
prácticamente abandonado, los autores materiales de Atocha se encontraban
arropados por el sector “más franquista” de Carabanchel.
“Les llevaban revistas, mantas, libros. Todo
parecía poco para hacerlos sentir arropados en medio de aquel infierno. Para
los funcionarios franquistas que allí quedaban, los autores de Atocha eran casi
héroes”.
Isabel Martínez Reverte hace una radiografía de los
asesinos en la investigación La
Matanza de Atocha (La esfera de los libros,
2016), junto al autor Jorge M. Reverte. “Eran hijos de militares, de familias de ultraderecha, nostálgicos
del franquismo y admiradores de Blas Piñar, líder de Fuerza Nueva”.
Isabel no deja atrás un detalle. La mariscada anual
con la que los asesinos celebraban el atentado de Atocha cada año. “Fue tal el
convencimiento de aquellas acciones que durante años los autores de la matanza
estuvieron comiendo mariscada para celebrar aquel fatídico 24 de enero”.
¿Pero que se conocía, en aquel
entonces, de aquellos asesinos? Martínez Reverte señala que los jóvenes
exaltados se reunían en la cafetería Denver o el Nilo. “Típica de los años
setenta con mesas de formica y sillas de escay”, describe Isabel.
Los futuros asesinos escuchan a diario análisis
patrióticos de lo que estaba sucediendo en España. “Hablaban del futuro esperado
por un gobierno débil y traidor de Adolfo Suárez”, destaca la investigadora.
El otro espacio de encuentros era la
Hermandad de los Marineros Voluntarios, presidida por el militar Milans del
Bosch. Isabel recuerda en el libro que “allí escuchan decir que vuelven los
perdedores de la Guerra Civil, los asesinos. Dicen que van a legalizar incluso
al Partido Comunista. Llegará el caos, hay que luchar por salvar España”.
Este ingente caldo de cultivo provocaría el
múltiple asesinato de los abogados de Atocha y secuelas irreparables para los
supervivientes. “Yo trabajaba en un colegio y me
acuerdo de la manifestación multitudinaria, del silencio sepulcral.
Así
ocurriría el 9 de abril de 1977. El escenario de miedo quedaría interiorizado
para todos los militantes y los abogados que no pudieron salvar a los suyos.
“Toda la gente del edificio les decían que corrieran aquella noche. Podía haber
ocurrido una verdadera noche de cuchillos largos. Había muchísimo temor”.
La sentencia para los culpables de
la matanza no llegaría hasta el 29 de febrero de 1980, tras larguísimos meses
de instrucción. La actual Fundación Abogados de Atocha recuerda que la herencia
del viejo régimen franquista seguía estando aún en activo. “El juez instructor
Gómez Chaparro, que provenía del Tribunal de Orden Público, concedió un permiso
a uno de los implicados, Lerdo de Tejada, circunstancia
que éste aprovechó para huir.
Tras esta fuga, el asunto pasa al juez
Barcala, titular del Juzgado Central número 3 y las cosas se suceden con mayor
normalidad y rapidez”. Las voces de exaltados entristecían aún más el ambiente.
Gritaban “cerdos” a los abogados asesinados.
La pena máxima de cárcel se aplica
a José
Fernández Cerrá y a Carlos García Juliá. Treinta
años de reclusión mayor por cada uno de los cinco asesinatos consumados. Veinte
años de reclusión menor por cada uno de los asesinatos frustrados. Nueve años
de prisión mayor por tenencia ilícita de armas.
Francisco Albaladejo Corredera es condenado a doce años de cárcel por
tenencia ilícita de armas e inductor del crimen. Leocadio Jiménez Caravaca es condenado a doce años por aprovisionamiento
de armas y a veinte de prisión menor por la complicidad en cinco delitos de
asesinato y cuatro delitos de asesinato en grado de frustración.
Uno de los supervivientes, el
abogado Alejandro Ruiz Huerta, narra en su libro La memoria incómoda que
nunca pidieron la pena de muerte para aquellos asesinos. “Si la pena de muerte
no se hubiera abolido, tampoco la habríamos pedido porque somos contrarios a ese
castigo atroz”.
Así quedaría reflejado por todos
los abogados en las conclusión del juicio. “Los muertos, eran contrarios a un
derecho penal regresivo y retrógrado”.
Isabel Reverte señala el grave
“shock emocional” que tuvieron para siempre los supervivientes de la matanza de
Atocha. Nunca
superaron la dura muerte de sus amigos íntimos, de sus parejas, de sus
compañeros.
Alejandro tenía 30 años aquel 24
de enero. Es el único superviviente. En el fatídico atentado fue herido de una
pierna. Hoy es profesor de la Cátedra de Derecho Constitucional en Córdoba y
presidente de honor de la Fundación Abogados de Atocha.
Dolores González Ruiz falleció en enero de 2015. Tenía 31 años el día de los atentados en el despacho donde le arrebataron la vida a su marido Francisco Javier Sauquillo. Una bala le atravesaría la mandíbula durante el atentado. Se sometería a numerosas intervenciones a lo largo de toda su vida.
Luis Ramos Pardo tenía 37 años el
24 de enero de 1977. Fue uno de los primeros en salir para pedir ayuda. Isabel
M. Reverte afirma que “Luis
estuvo novecientos días recuperándose de las heridas en el abdomen y de la
hepatitis que padeció como consecuencia de las transfusiones recibidas”.
Participaría cada año en los
homenajes a sus compañeros. Murió en el año 2005.
Miguel Sarabia era el mayor de
todos los supervivientes. Tenia 49 años cuando ocurrió el atentado y su memoria nítida recordaba
cada uno de los episodios de aquella noche. Sus compañeros lo
recuerdan como una persona muy comprometida con su trabajo. Muy apreciado en el
colegio de los Escolapios, donde dio clase. Murió en el año 2007.
Los asesinos
buscaban a Joaquín Navarro Fernández, de CCOO, que aquella noche tenía una
reunión con un numeroso grupo de trabajadores en el citado despacho laboralista.
Cuando creyeron
llegado su momento, a las 22.45, los tres hombres agazapados descendieron y
tocaron el timbre. Salió a abrir uno de los jóvenes abogados, Javier Benavides
Orgaz.
Rápidamente penetraron en el piso dos de los pistoleros: uno empuñaba una Browning 9 mm Parabellum, y el más joven una Star de 9 mm, modelo Super. Empujaron a Benavides hacia el interior, hasta uno de los salones, donde se encontraban otros abogados.
Rápidamente penetraron en el piso dos de los pistoleros: uno empuñaba una Browning 9 mm Parabellum, y el más joven una Star de 9 mm, modelo Super. Empujaron a Benavides hacia el interior, hasta uno de los salones, donde se encontraban otros abogados.
"Todos al
rincón, las manitas bien arriba", dijo el pistolero de más edad. El
abogado Valdevira, que estaba fumando, pidió permiso para apagar el cigarrillo,
que atornilló en el cenicero antes de incorporarse al grupo con las manos en
alto. Mientras tanto, el otro pistolero recorría las habitaciones; comprobaba
que no había más gente en el piso, arrancaba los teléfonos que encontraba y
destruía archivos.
Había nueve personas amenazadas, ocho abogados y un auxiliar de despacho, en el salón. Muy juntas. El hombre de la Browning preguntó: "¿Dónde está Navarro?"; "¿Navarro? No sabemos quién es", le respondieron. "Seguro que está aquí", insistió. "Pues búscalo", le contestó con valentía, y cierta exasperación, Francisco Javier Sauquillo, uno de los abogados.
De repente se desencadenó el infierno. Sin que nadie pudiera preverlo empezaron a ladrar las pistolas. La ceremonia de la matanza fue rápida e implacable. Los tiros sonaban secos, espaciados, uno detrás de otro, pero tantos que al principio se creyó que se estaban utilizando metralletas.
Había nueve personas amenazadas, ocho abogados y un auxiliar de despacho, en el salón. Muy juntas. El hombre de la Browning preguntó: "¿Dónde está Navarro?"; "¿Navarro? No sabemos quién es", le respondieron. "Seguro que está aquí", insistió. "Pues búscalo", le contestó con valentía, y cierta exasperación, Francisco Javier Sauquillo, uno de los abogados.
De repente se desencadenó el infierno. Sin que nadie pudiera preverlo empezaron a ladrar las pistolas. La ceremonia de la matanza fue rápida e implacable. Los tiros sonaban secos, espaciados, uno detrás de otro, pero tantos que al principio se creyó que se estaban utilizando metralletas.
El fuego cruzado pilló de espaldas a la
mayoría del grupo. El proyectil que mató a Sauquillo le entró, por detrás, en
la base del cráneo, mientras estaba de pie; el que acabó con Javier Benavides
le entró por la espalda y salió por el pecho.
El auxiliar
Ángel Rodríguez Leal, que también resultó muerto, recibió un tiro en el centro
de la nuca –con salida estrellada, lo que le provocó la rotura de la nariz–.
Enrique
Valdevira recibió tres impactos: uno en la rodilla derecha, otro en la nariz y
un tercero que le entró por detrás y le rompió el corazón.
Serafín Holgado recibió dos balazos: uno en el
muslo izquierdo y otro en la cabeza, que le entró por la parte posterior. Los
asesinos disparaban a algo más de medio metro de distancia. De aquel intenso
tiroteo –disparaban serena, fríamente; de forma metódica, como si lo tuvieran
ensayado– escaparon gravemente heridos otros cuatro.
Alejandro Ruiz Huerta, uno de los supervivientes de la matanza, tiene la impresión de que todo fue muy rápido. Cuando entraron estaba sentado en un banco, de espaldas a la puerta. Vio en las caras de sus compañeros que algo extraño pasaba. Le obligaron a ponerse de pie. Cayó al suelo por un impacto de bala que le alcanzó el pecho. Sobre su cuerpo se derrumbó Enrique Valdevira. El proyectil que le dio se desvió al chocar con un bolígrafo de acero que llevaba prendido en la camisa, lo que le salvó la vida.
La esposa de Javier Sauquillo, María Dolores González Ruiz, de treinta años, se tumbó en uno de los bancos y se tapó el cuerpo con una trenka cuando empezaron los tiros. No recibió ningún impacto hasta el final. Pudo apreciar la frialdad con que disparaba el hombre de la Browning. Luego un tiro le entró en la boca.
El tercero de los supervivientes, Miguer Sarabia Gil, vio a Valdevira apagar el cigarrillo en los últimos momentos de su vida. Al desatarse la lluvia de disparos trató de huir por una puerta que tenía tras de sí y que daba a un pasillo.
Alejandro Ruiz Huerta, uno de los supervivientes de la matanza, tiene la impresión de que todo fue muy rápido. Cuando entraron estaba sentado en un banco, de espaldas a la puerta. Vio en las caras de sus compañeros que algo extraño pasaba. Le obligaron a ponerse de pie. Cayó al suelo por un impacto de bala que le alcanzó el pecho. Sobre su cuerpo se derrumbó Enrique Valdevira. El proyectil que le dio se desvió al chocar con un bolígrafo de acero que llevaba prendido en la camisa, lo que le salvó la vida.
La esposa de Javier Sauquillo, María Dolores González Ruiz, de treinta años, se tumbó en uno de los bancos y se tapó el cuerpo con una trenka cuando empezaron los tiros. No recibió ningún impacto hasta el final. Pudo apreciar la frialdad con que disparaba el hombre de la Browning. Luego un tiro le entró en la boca.
El tercero de los supervivientes, Miguer Sarabia Gil, vio a Valdevira apagar el cigarrillo en los últimos momentos de su vida. Al desatarse la lluvia de disparos trató de huir por una puerta que tenía tras de sí y que daba a un pasillo.
Giró sobre sí mismo para escapar, pero recibió
un impacto en el vientre. Se dobló, y permaneció agachado con las manos
apretadas para contener la hemorragia.
El cuarto, Luis
Ramos Pardo, sintió un balazo en un brazo y se dejó caer como muerto al suelo.
Eso le salvó la vida. Al darse cuenta de que se habían ido trató de levantarse,
pero entonces se dio cuenta de que no podía porque también estaba herido en las
piernas. Vio a Sarabia telefonear: hablaba con su mujer para darle cuenta del
horror de lo que había pasado. Acto seguido, éste se dirigió a la ventana a
pedir auxilio.
Los vecinos avisaron a la policía. En pocos minutos la calle se llenó de coches con luces de destello y ambulancias. Los primeros que entraron en el despacho se encontraron una escena espantosa: sangre por todas partes y cuerpos destrozados. Tres de las víctimas habían muerto en el acto; otras dos fallecieron poco después. Los heridos fueron transportados a centros médicos.
La noticia de la matanza de Atocha cayó como un mazazo. Era un periodo de sangre en la transición política, pero a pesar del goteo de muertes nadie estaba preparado para la enormidad de esta acción, que conmocionó a la clase política y a todo el país.
Los vecinos avisaron a la policía. En pocos minutos la calle se llenó de coches con luces de destello y ambulancias. Los primeros que entraron en el despacho se encontraron una escena espantosa: sangre por todas partes y cuerpos destrozados. Tres de las víctimas habían muerto en el acto; otras dos fallecieron poco después. Los heridos fueron transportados a centros médicos.
La noticia de la matanza de Atocha cayó como un mazazo. Era un periodo de sangre en la transición política, pero a pesar del goteo de muertes nadie estaba preparado para la enormidad de esta acción, que conmocionó a la clase política y a todo el país.
Era un salvaje y
brutal atentado. Numerosos dirigentes y miembros significados del sindicato
CCOO y del PCE dejaban sus casas, ante la posibilidad de que se tratara de una
cadena de acciones violentas.
La tensión subió al límite. Nadie estaba seguro de qué podía pasar en las horas siguientes. No obstante, los cuadros del PCE lograron reaccionar con serenidad e impedir que se multiplicase la violencia.
La tensión subió al límite. Nadie estaba seguro de qué podía pasar en las horas siguientes. No obstante, los cuadros del PCE lograron reaccionar con serenidad e impedir que se multiplicase la violencia.
Eso le habría
hecho el juego a los terroristas. Las horas siguientes fueron claves para la
reforma política. Las negociaciones con el Gobierno acordaron un entierro
multitudinario pero sereno en el que no tuvieran lugar nuevos incidentes. Fue
una lección de grandes hombres que se hicieron en pocas horas con una situación
explosiva.
Paralelamente se puso en marcha una operación policial, encomendada a los agentes más profesionales y alejados de connivencia con grupos ultraderechistas. Al frente estaba Francisco de Asís Pastor, que tiempo después sería jefe superior de la policía de Madrid. Pastor relacionó desde el principio la muerte de los abogados laboralistas con la huelga de transporte.
Los criminales buscaban a Joaquín Navarro, que era el "enemigo número uno" del decadente sindicato vertical. Por eso los agentes empezaron sus investigaciones en torno a éste. Pasaron dos meses de continuas vigilancias y esperas. Contaban con una pista significativa: "Uno de los asesinos tenía los ojos azules, como Paul Newman". Fue algo en lo que coincidieron los supervivientes.
Los policías buscaban en el bar Denver, en la esquina de San Bernardino –cerca de la sede del sindicato, que estaba en Cristino Martos, 4–, y en otros locales de la zona a un asesino con los ojos de Paul Newman. Hasta que lo encontraron.
Paralelamente se puso en marcha una operación policial, encomendada a los agentes más profesionales y alejados de connivencia con grupos ultraderechistas. Al frente estaba Francisco de Asís Pastor, que tiempo después sería jefe superior de la policía de Madrid. Pastor relacionó desde el principio la muerte de los abogados laboralistas con la huelga de transporte.
Los criminales buscaban a Joaquín Navarro, que era el "enemigo número uno" del decadente sindicato vertical. Por eso los agentes empezaron sus investigaciones en torno a éste. Pasaron dos meses de continuas vigilancias y esperas. Contaban con una pista significativa: "Uno de los asesinos tenía los ojos azules, como Paul Newman". Fue algo en lo que coincidieron los supervivientes.
Los policías buscaban en el bar Denver, en la esquina de San Bernardino –cerca de la sede del sindicato, que estaba en Cristino Martos, 4–, y en otros locales de la zona a un asesino con los ojos de Paul Newman. Hasta que lo encontraron.
Un día apareció
José Fernández Cerrá –31 años, vendedor, separado– con un maletín; al abrirlo
dejó ver un ejemplar de la revista "ultra" Fuerza Nueva. Los agentes
se fijaron en sus ojos, que eran como los de Newman.
No le detuvieron enseguida, sino que le siguieron hasta localizar a sus compinches, Carlos García Juliá y Fernando Lerdo de Tejada y a su novia, Gloria Herguedas.
No le detuvieron enseguida, sino que le siguieron hasta localizar a sus compinches, Carlos García Juliá y Fernando Lerdo de Tejada y a su novia, Gloria Herguedas.
Luego cayeron
Leocadio Jiménez Caravaca, y el presunto instigador, Francisco Albaladejo
Corredera, secretario del Sindicato Provincial de Transportes.
Había multitud
de indicios que hacía pensar que el plan fue orquestado por policías de la
brigada político social, pero desgraciadamente el juez cerró el caso e impidió
a la acusación seguir mostrando pruebas que incriminaban a numerosos policías
simpatizantes de fuerza nueva que tenían vínculos con el sindicato Provincial
de Transportes.
Ya antes del comienzo de la vista, a Fernando Lerdo de Tejada, sobrino de una secretaria de Blas Piñar (fundador de Fuerza Nueva), le concedió el juez instructor un permiso de fin de semana.
El reo
desmintiendo la semántica de su primer apellido no se reincorporó a la cárcel
de Ciudad Real aquel 17 de abril de 1979 y, hasta hoy, permanece perdido en la
noche de los tiempos. La huida fue fácil: primero se escondió en La Manga,
donde su hermano Luis tenía un negocio.
Después partió hacia Francia en coche. Se sabe
que en Perpignan le proporcionaron dinero, documentación falsa y un billete
hacia Sudamérica.
Presumiblemente, pasó varios años residiendo
en Chile y, en la actualidad, fuentes cercanas a la familia lo sitúan en
Brasil. Hoy podría haber regresado a España. Su delito prescribió en febrero de
1997.
Cerdá cumplió quince años de prisión cuando se
fugó tras recibir un permiso penitenciario. Huyó a Bolivia y ahora cumple
condena por tráfico de drogas en la capital boliviana.
Los demás condenados fueron puestos en libertad
cuando apenas habían cumplido un cuarto de la condena impuesta.
Este es un caso de mala praxis judicial, dar
permiso a presos peligrosos cuando no han cumplido ni un cuarto de su condena
es un disparate. Otorgarles la libertad condicional una aberración.
¿Qué hubiera pasado si los abogados asesinados
hubieran sido afiliados al psoe o al pp?
A buen seguro los asesinos hubieran recibido pena
de muerte. Pena que por aquel entonces aún estaba vigente.
Pero ya sabemos que algunas vidas valen más que
otras. Al menos para los jueces fascistas de 1977.
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