Otros no corrieron la misma suerte y fueron apresados antes de que pudieran reunir las pesetas suficientes como para sacar un billete de tren o de barco que les permitiera zarpar rumbo a lejanas tierras donde el fascismo fuera una corriente política sin poder.
Entre estos últimos se encontraba un cèlebre zaguero riojano que durante los años 20 defendió la elástica madrileña con valentía y pundonor, siendo el mejor baluarte para dejar la porterìa de Zamora a cero, jugasen contra el Barcelona, el Atleti o cualquier rival que se les pusiera en frente.
El Fakir abandonó Logroño a la edad de 20 años para hacerse un hueco en el futbol profesional, sin saber que el equipo que le iba acoger poco màs de cien años después iba a ser el màs laureado del mundo. Llegò sin conocer la ciudad y cuando regresò a Logroño ya era una leyenda del madridismo, desafortunadamente eso no le sirvió para eludir la cárcel.
Suyo fue el brazalete de capitán del Madrid, cuya camiseta defendió en dos etapas hasta 1931. Suyo es el honor de ser el primer riojano en acudir a unos Juegos Olímpicos (los de París en 1924). Suyo era el apodo de 'El Fakir', como la fama de galante, conquistador, guapo, culto y gran conversador. Suyo fue el horror que vivió en la Guerra Civil, que lo puso en blanco sobre negro en un impactante libro titulado 'Las Sacas'. Y suya una muerte en Nueva York en 2002 sin apenas eco en España.
Patricio Pedro Escobal, para todos Perico, nació en Logroño el 24 de agosto de 1903. Al Madrid llegó con 18 años desde el Colegio del Pilar y formó parte de la defensa que durante años se colocaba delante de Ricardo Zamora. El deporte no hizo que abandonara sus estudios de Ingeniería industrial, algo que agradecería en el futuro en el exilio estadounidense. Defensa duro y contundente, la Guerra Civil le alejaría para siempre de España.
Patricio Escobal con el Madrid.
En su obra narra lo que allí vivió. Cuatro días después del alzamiento, un coche de la policía secreta fue a buscarle a la finca propiedad de la familia de su mujer, María Teresa Castroviejo, con la que se había casado el 7 de enero de 1935 en la Iglesia Concatedral de Santa María de Logroño. Les dijeron que no era grave, que le esperaran incluso para comer. Sin embargo, en el Gobierno Civil se encontró con una gravísima acusación: además de ser miembro de Izquierda Republicana (afiliado 961), lo que admitió, se le acusaba de haber viajado a Madrid para organizar la resistencia y de esconder armas y explosivos. Horas después estaba detenido y lleno de rabia por un paseo esposado por el centro de su ciudad en el que vio caras de satisfacción por verle apresado.
Su Expediente de Responsabilidades Políticas fue incoado en el verano de 1937 ('Lejos del Frente', Carlos Gil Andrés) y en él se reconoce que no tuvo cargos políticos ni sindicales, pero se recalca su ideología de izquierdas, su vinculación con grupos masónicos, una intensa actividad a la hora de propagar ideas izquierdistas y una agresión física al diputado Albarellos, de Acción Riojano, grupo integrado en la CEDA. En base a ello quedó detenido "por considerarle contrario a nuestro Glorioso Movimiento Nacional y enemigo de los fines que persigue". En otra parte del expediente se expone su pasividad ante la quema de conventos en Logroño del 14 de marzo de 1936, algo que él negó.
Portada del libro 'Las Sacas'.
A lo largo de las páginas de su libro, Escobal va contando entradas de presos, su traslado a la cárcel llamada La Industrial para que el frontón sea utilizado como hospital de guerra (en el que estuvo ingresado Camilo José Cela, que huyo de la zona republicana, se unió a los rebeldes en Irún y fue herido en Los Monegros por una granada), compañeros fusilados (algunos de ellos incluso cercanos a los círculos de la derecha), palizas, torturas...
Las condiciones de Escobal mejoraron ligeramente cuando en noviembre de 1936 fue trasladado a la Prisión Provincial, pero en enero de 1937 estaba seguro de que iba a morir cuando oyó su nombre para un traslado al Beti-Jai. Su salud era cada vez peor y sus huesos sufrían la llamada 'enfermedad de Pott', una tuberculosis que ataca a la columna vertebral. En junio fue traslado al Hospital Provincial, una zona destinada para los agonizantes.
Y entonces llegó el 'milagro'. El general italiano Gastone Gambara, el enviado por Mussolini para dirigir las tropas de ayuda a Franco, eligió, por casualidad, como residencia en Logroño una casa propiedad de la familia de la mujer del exinternacional español. El oficial italiano conoció así el caso, movió sus hilos y logró que las autoridades españoles conmutaran la pena de cárcel por un confinamiento en Pedernales, en la costa vizcaína. Allí, en una cama de ruedas, pasó lo que quedaba de Guerra Civil. En marzo de 1940, a través de la embajada italiana, consiguió la documentación para exiliarse en La Habana. El barco partió en Bilbao hizo escala en Bilbao, donde fue presentado a Nicolás Franco, hermano del dictador, como un minusválido a causa de la barbarie roja. Cuentan que a Gambara le causó admiración la respuesta de Escobal a Millán Astray, íntimo de Franco y fundador de la legión, cuando fue a ver a Escobal con la idea de sacarle de la cárcel si renegaba de sus ideas. La respuesta fue tajante de un hombre que se sabía muerto en vida: "Me cago en Franco y en usted".
Se acabó instalando en Nueva York, donde la muerte, a pesar de sus maltrechos huesos, le respetó hasta que se presentó en su apartamento de Manhattan cuando tenía 99 años. Escribió las memorias del horror, primer en inglés ('Death Row', Fila de muerte) y luego en castellano ('Las Sacas'). Y se acordó miles de veces de su Madrid, de las giras por América, del fútbol, de aquel gol suyo salvador en Copa en 1922 a falta de 10 minutos ante el Arenas de Guecho que llevó la eliminatoria de cuartos al tercer desempate, en el que pasó el Madrid tras cinco partidos...
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