jueves, 2 de julio de 2015

La masacre de Charleston( novelada por mí)

La tragedia de Charleston ha conmovido al planeta entero, hasta la fecha se habían sucedido diversos sucesos de índole racista de menor repercusión por tratarse de una sola víctima en la mayoría de los casos. Desde que los Ku Kux Klan cometieran el atentado terrorista de Oklahoma en los años ochenta no había sucedido un asesinato masivo contra la comunidad negra con tantas víctimas.

Hubo otras masacres racistas como los asesinatos en el Mc Donalds de San Diego en California, con 21 víctimas mortales pero fue un ataque contra latinos, principalmente mexicanos. El asesino, James Hubberty murió acribillado a tiros por un policía, pero ya hablaré de ese caso en unas semanas, pues no quiero saturar al lector con tantos relatos violentos.

La historia que voy a contar ahora es casi en su totalidad verídica, solamente algunos hechos son invención mía. Al final del relato explicaré que fue inventado. Espero que les parezca interesante.

                                   La masacre de Charleston:

A Dylann Roof le tocó su turno y tenía muy claro quiénes iban a ser sus víctimas. Lo que no sabía aún era  si dirigirse a los villares donde se reunía la pandilla de Ward, un muchacho que le había menospreciado en un sinfín de ocasiones o si dirigirse a una iglesia metodista que históricamente había sido utilizada por la comunidad negra de la ciudad y se había convertido en un emblema y en un referente de los afroamericanos.

Tenía más sentido actuar en la iglesia, pues de esta manera su ejecución tendría un trasfondo político-social muy superior al que adquiriría una matanza en unos villares. Esto último podría entenderse como un ajuste de cuentas y no como un crimen racial.
Sin embargo la idea de pegarle cuatro tiros al payaso de Ward era una idea muy tentadora y suculenta. Finalmente llegó a la conclusión de que podía realizar dos matanzas. La distancia equidistante entre ambos lugares era de menos de un kilómetro. Si salía rápido de la iglesia le daría tiempo a perpetrar una segunda matanza en los villares del Pub Reynolds.

La idea de actuar en Charleston en vez de en Columbus(su lugar de residencia) obedecía a dos causas. Primero a que sería más fácil pasar desapercibido refugiándose en una ciudad a dos horas de distancia del lugar de los hechos.

Y en segundo lugar que en Charleston había vivido muchos años y era el lugar donde se había comenzado a fraguar su odio contra la comunidad afroamericana. Este motivo fue el principal que le llevó a decantarse por Charleston, pues existían otras poblaciones más cercanas en donde a buen seguro habría menos policía y sería más sencillo abandonar el lugar sin ser aprendido.
En la iglesia metodista había hecho la comunión, antes había sido bautizado y posteriormente confirmado, muchas horas escuchando homilías y compartiendo pupitres con feligreses de color que fueron alimentando su odio racial. No le gustaba de los negros su prepotencia, su vanidad y su holgazanería. Rasgos distintivos de los humanos que según la mente trastornada de Dylann eran muy frecuentes en las personas de color que había conocido.

Para perpetrar su crimen debía adjudicarse un vehículo, como por aquel entonces no contaba con ninguno comenzó a leer la página de los periódicos en los que se ofertaban vehículos de ocasión a buen precio. Tras varios días de intensa búsqueda Dylann encontró un Sedán que se ofrecía a buen precio y finalmente se decantó por adquirirlo. No era el coche de sus sueños ni mucho menos pero era de lo mejorcito que podía comprar dado sus escasos ahorros.
Así que con un auto y con un par de semiautomáticas lo único que le faltaba era comprar una gran cantidad de munición, rezar mucho a dios para que le acompañase en su cruzada racial y actuar con contundencia y aplomo.
Debía actuar el domingo, pues era el día de la semana en el que más gente se acercaría a la iglesia y el que menos policía habría en las calles. Por otro lado su familia y amigos no tendrían por qué sospechar de él, les contaría que fue a pasar el domingo al río y no levantaría sospecha alguna.
La noche previa a la matanza hizo lo habitual en él, salió a emborracharse con unos compañeros del trabajo y llegó tambaleándose a su mugrienta habitación sita en la cuadra cuatro de Sunset Avenue. Allí compartía casa con dos estudiantes austriacos y con un coreano que le recordaba a Woo, su compañero de fechorías.
Su odio racial era únicamente contra los negros pues con los latinos y con los asiáticos nunca había tenido problemas, incluso contaba con algunas amistades. De hecho su camello era un chicano oriundo de Guanajuato que le pasaba buena hierba a buen precio. Un tío enrollado que siempre estaba dispuesto a pasarle unos cuantos gramos.
Esa noche de sábado llegó un poco más ebrio que de costumbre y no era capaz de meter la llave en la cerradura del portal de su edificio. Pidió ayuda a varias personas que transitaban por la calle pero se apartaron al observar su semblante. Totalmente alcoholizado Dylann parecía un muñeco tambaleándose al son del viento.
Finalmente una persona le abrió la puerta y así fue como accedió al edificio y encaró los 48 peldaños que le separaban de la puerta de su casa. Subir esos escalones no era tarea fácil. Vivir en un edificio antiguo tenía sus consecuencias, a parte de las grietas, las goteras, las ratas y las cucarachas, la carencia de ascensor era una odisea cada vez que llegaba alcoholizado.
Subir esos peldaños era algo similar a lo que debió experimentar Jesucristo cuando le azotaban mientras portaba la cruz a sus espaldas. Esa imagen del altísimo se le reveló en aquellos momentos. Como si padeciere un delirium tremens Dylann se creyó Jesucristo y comenzó a subir los escalones con las manos en su espalda de la misma manera que lo haría si llevase una pesada carga en la parte trasera de su cuerpo.
La imagen penosa del pobre infeliz se hizo más patética si cabe cuando se apagó la luz y se tropezó con uno de los escalones dándose un rodillazo que le dejó noqueado por unos cuantos minutos. Cuando pudo sobreponerse al intenso dolor de su rodilla derecha se erguió y continuó su penosa ascensión de la misma manera en que lo estaba haciendo antes de su histriónica caída.
Los vecinos hubieran sentido lástima de haberle visto en aquel momento, pero eran las cuatro de la madrugada y pese a los ruidos que Dylann hacía nadie se asomó al rellano.
Cuando por fin llegó a la puerta de su casa se acordó de los serios inconvenientes que le habían surgido a la hora de abrir la puerta del portal. Ahora no serían menos los que surgirían con la segunda y última puerta que debería atravesar antes de caer rendido en su vieja cama.
Dylann volvió a sacar su manojo de llaves y tardó unos minutos en recordar cuál era la llave que abría esa puerta. Cuando atinó a meter la llave correcta en la cerradura de la puerta esta no se abría ni girando a la izquierda ni girando a la derecha. No sabía si estaba corriendo el cerrojo o descorriéndolo.
Unos minutos más tarde se dio por vencido al comprender que no iba a ser capaz de abrir la puerta. El cansancio era tal que cayó derrengado al suelo y trató de dormir en aquel sucio y polvoriento rellano, pero el frío de aquella noche se le metía por todas partes y le resultaba imposible conciliar el sueño. Para colmo de males el polvo acumulado en el felpudo le dio náuseas y comenzó a vomitar hasta tal punto que echó la bilis. La gran vomitona le manchó la boca y la camisa.
Dylann se levantó y tras limpiarse la boca y la frente con sus manos comenzó a patear la puerta y a darle golpes con sus puños para que alguno de sus compañeros le permitiera entrar.
Al cabo de cinco minutos salió Jurgen sobresaltado por los ruidos y le dejó entrar no sin antes advertirle que hablaría con el propietario del inmueble para que no le rescindiera el contrato.
-Dejaste la puerta y el felpudo impregnados de vómito, quiero que limpies esto ahora mismo-fueron las últimas palabras de Jurgen antes de que Dylann le diera la espalda y comenzase a andar por el pasillo que conducía a su habitáculo.
Dylann hizo caso omiso de las palabras del joven austriaco y llegó hasta su cuarto arrastrando los pies como buenamente pudo. Una vez dentro de su cuarto se quitó los zapatos y cuando comenzaba a desabrocharse los botones de su camisa empapada en vómito sintió tanto cansancio que se metió en la cama con todo y camisa y durmió de un tirón hasta las doce de la mañana.
Se despertó sobresaltado por el ruido de la música que escuchaba Jurgen en la cocina. A buen seguro se estaría vengando por haberle despertado a las cuatro de la mañana. Pero eso no era una venganza sino una bendita forma de despertarle para recordarle que había llegado su día y que debía prepararse para poner rumbo a Charleston.
Se dio una ducha para quitarse la pestilencia que emanaba de su ropa y las gotas de agua le desprendieron del apestoso olor entremezclado de alcohol, tabaco y vómito. Tras salir de la ducha se puso sus mejores pantalones, una camia nueva, sus botas marrones y esperó el momento en que no hubiera nadie en el pasillo de la casa para salir con la mochila en donde llevaba las municiones y las armas.

Metió todo en el maletero del sedán y puso rumbo a Charleston, pero antes de salir de su ciudad paró en un Wendys para comprar un combo y una botella de litro y medio de agua que se bebió de un par de tragos. Tenía tanta sed después de todo el licor que ingirió la noche anterior que la botella no le duró más que un minuto.
Antes de las tres del mediodía llegó  a su destino, aparcó su auto en la misma calle donde se encontraba la iglesia y se acercó a ella para ver el horario de las misas dominicales. Allí contempló que la siguiente sería a las cinco de la tarde. Así pues contaba con poco menos de dos horas para darse un paseo por las cercanías y visualizar lo que debería ser una ejecución rápida y sencilla.
Era un momento para reflexionar, Dylann había visto a Jesucristo la noche anterior mientras ascendía las escaleras de su edificio pero curiosamente no lo entendía como un mensaje de paz ni como un llamado a que se retractase de la macabra intención de realizar la matanza.
No, más bien sentía que era todo lo contrario. Aquella visión agónica parecía pedirle que actuara con convicción, aplomo y valentía, y que fuera lo que dios quisiera. Si moría en combate ejecutando su plan no sería algo humillante sino todo lo contrario. En el club siempre habían enfatizado y ensalzado la idea heroica de morir matando. Sólo los cobardes se suicidan o se echan para atrás en el último momento.
Mientras pensaba en todos los encontronazos y malentendidos que había tenido con los miembros de la iglesia y con la pandilla de Ward caminaba hacia un parque donde de joven solía acudir a montar en bicicleta y hacer skate.
Aquella tarde estaba atiborrado de padres y niños pero tuvo suerte y encontró un banco a la sombra de un abedul. Allí permaneció por espacio de una hora, pensativo y taciturno escuchaba la música de Eminem en su dispositivo móvil.
Con la mirada en un punto imaginario escuchaba las letras del rapero con devoción.
Un niño que jugaba al baloncesto en una canasta cercana erró su lanzamiento y el balón fue a parar hasta el banco donde se encontraba Dylann quien ni corto ni perezoso lanzó el esférico fuera del parque molesto por haberle salpicado. La noche anterior había llovido abundantemente y en aquel parque se habían formado grandes charcos, en uno de ellos fue a botar la pelota antes de impactar en el rostro de Dylann que no se lo tomó nada bien.
El padre del niño le reprochó su actitud y le pidió que saliera del parque y recogiera el balón de su hijo.
Dylann observó las manecillas de su reloj y entendió que había llegado el momento de retornar a su vehículo para recoger sus fusiles y la munición suficiente como para formar ríos de sangre.
Se acercó al balón y en vez de lanzarlo hacia el parque optó por meterle un puntapié en dirección hacia un edificio de ocho plantas. El balón cayó en la azotea antes de perderse de vista. Dylann continuó su recorrido ajeno a los reproches e insultos de los dueños del balón.
Una ven en su auto cargó sus dos fusiles  y se puso el resto de balas en los bolsillos de sus pantalones y de su camisa. Como no le cabían todas las balas decidió colocarse a modo de collar el resto de munición. Se miró a un pequeño espejo para cerciorarse de que el cuello de la camisa evitaba que se vieran las balas. Luego se atusó el cabello, rezó un padre nuestro y recorrió los escasos cien metros que separaban su vehículo de la entrada principal de la iglesia metodista que le vio crecer.
Faltaban unos pocos minutos para que diera comienzo la misa vespertina. Dylann se sentó en uno de los bancos traseros de la iglesia y aguardó tranquilo a que el padre diera comienzo a la ceremonia religiosa.
Se mostraba sereno por fuera pero en su interior parecía fraguarse un terremoto de magnitud descomunal. Su corazón parecía un volcán a punto de estallar y de comenzar a verter cenizas y lava por los pasillos de la iglesia. Tal vez la lava que se imaginaba Dylann en aquel momento era la sangre que iba a desprenderse de los inocentes feligreses que iban a tener la desgracia de encontrarse con él.

En esos minutos de espera la parroquia se iba llenando poco a poco de personas de diferentes edades. Lo que más le llamaba la atención era el escaso número de personas blancas, cuando era joven la proporción de blancos era mayor. Eso le hizo sentirse bien. No le sería difícil escoger sus víctimas, pues prácticamente todos los allí presentes le parecían personas idóneas para ser disparadas a quemarropa.
Una señora de avanzada edad se sentó junto a él y le dio las buenas tardes. Dylann contestó cortésmente a la señora, junto a ella se sentaron una señora más joven y un niño de cinco años quienes parecían ser la hija y el nieto de la anciana.
Un minuto más tarde apareció el cura caminando a paso ligero desde el lateral derecho y tras subir los tres escalones que separaban el púlpito de los asientos se acercó al micrófono y comenzó la ceremonia.
Dylann aguantó estoicamente toda la homilía del padre, se levantaba de su asiento y se sentaba cuando tocaba hacerlo como el resto de asistente al acto.
Luego le dio la mano a sus compañeras de banca e incluso se volteó para estrechar su mano derecha con los sentados atrás suya.
Cuando llego el momento de comulgar Dylann suspiró profundamente y le dijo a la anciana que no se acercara al púlpito y que abandonara la iglesia porque algo muy malo iba a suceder.
Al instante sacó sus dos fusiles de la mochila que tenía en el suelo y se colocó en el pasillo central para comenzar a disparar a las personas que tenía delante súya.
Efectuó un sinfín de disparos con su escopeta predilecta hasta que esta se quedó sin cartuchos. Rápidamente pasó a utilizar la otra y comenzó a disparar a quienes estaban sentados en el otro lateral de la parroquia.
Era tal el estupor de los allí congregados que nadie se atrevió a echarse encima del agresor. Los que estaban detrás de él aprovecharon para huir despavoridos de la iglesia. Los que estaban delante trataban de esconderse detrás de los bancos. Unos pocos consiguieron salvar sus vidas saliendo por la puerta del lateral izquierdo y otro grupo hizo lo propio al encerrarse en la sacristía.
Cuando se le acabaron las balas del segundo fusil abandonó la iglesia por dónde había entrado cuarenta minutos antes y amenazando a las pocas personas que se encontraban en la calle con su escopeta se acercó hasta su coche.
Lo abrió tan rápido como pudo y aceleró para llegar cuanto antes al pub Reynolds dónde debía acabar con la vida de los afroamericanos que estuvieran allí.
Estacionó su vehículo en doble fila y cargó sus dos metralletas de nuevo. Luego se bajó del coche y sin echarle llave entró en el pub dónde se encontraban una veintena de personas bebiendo cerveza y jugando al villar.
Abrió fuego contra los de raza negra tal y cómo había hecho en la iglesia, descartando a los pocos caucásicos que se encontraban en el lugar.
Cuando se le acabaron las balas trató de salir huyendo del bar, pero uno de los camareros que se había escondido tras la barra del bar le lanzó una botella a la cabeza y le dio de lleno.
Dylann se quedó paralizado un instante semi aturdido y sin saber qué hacer con ese sujeto. Hizo un ademan de dispararle y el joven se cubrió de nuevo bajo la barra. En ese momento Dylann aprovechó para poner pies en polvorosa y recorrer los escasos metros que le separaban de su vehículo. Una de las metralletas la había dejado tirada en el bar y la otra estuvo a punto de dejarla en la calle pero finalmente decidió subirla al auto. Le podía ser útil para defenderse de los policías en caso de que se originase una persecución. Dios no lo quiera pensó Dylann mientras encendía el motor de su viejo sedán y salía zumbando rumbo al periférico para tomar la autopista en dirección norte.
No había recorrido ni tres cientos metros cuando comenzó a escuchar las sirenas de las ambulancias y de las patrullas de policía rompiendo la tranquilidad habitual de un domingo por la tarde en la apacible Charleston.
Dichos vehículos se dirigían hacia el pub Reynolds, pues el aviso a la policía no se había hecho esperar. El mismo camarero que acertó a darle en la cabeza a Dylann fue quien alertó a la policía de lo sucedido.
En los alrededores de la iglesia la policía ya había tomado declaración a varios testigos que dieron una descripción del asesino e incluso pudieron tomar los datos de la matrícula.
Cuando el mayor encargado de la brigada anti homicidios dio la orden de cortar las salidas de la ciudad ya era demasiado tarde, pues el asesino se encontraba en la autopista rumbo a Columbus.
Nada más llegar a su casa se encerró en su habitación y se curó la herida que el botellazo había causado en su cabeza. Tenía una pequeña brecha de la que había manado un poco de sangre. Dylann había conducida buena parte del viaje de regreso con su mano izquierda tapándose la herida. Ya en su cuarto se tranquilizó al ver que había dejado de sangrar y que no era nada de qué preocuparse.
Enchufó su televisor y comenzó a escuchar las noticias acerca de la matanza de Charleston.
Sentía que ya había hecho lo que tenía que hacer. Ahora venía un periodo de su vida en el que apenas había pensado con detenimiento. Creía que era tan improbable escapar de Charleston sin ser apresado que ahora que lo había logrado no tenía ni la más mínima idea sobre lo que hacer.
No sabía se abandonar la ciudad, si quedarse en ella pero desprendiéndose de su arma y de su auto, o si quedarse tal cual y dejar que el tiempo pase como si nada hubiera ocurrido.
Muy pronto se disipó una de sus dudas. Una reportera de Cnn informaba sobre el modelo y la matrícula del auto que había empleado el asesino. Luego no quedaba más remedio que salir de su madriguera y prenderle fuego al auto para que no quedase ni rastro de él.
Sentía que debía hacerlo ya, pues la policía de Columbus podía estar buscando el auto o incluso alguien que hubiera visto las noticias podía alertar a las fuerzas del orden. A decir verdad había pocos sedán negros como el suyo en circulación, y menos de un modelo tan antiguo.
Así que Dylann apagó el televisor y salió de nuevo de su cubil dispuesto a comprar una garrafa de gasolina y prenderle fuego a su vehículo en algún descampado a las afueras de la ciudad.
Llevó el vehículo a un lugar marginal y desde allí comenzó andar hasta la gasolinera más cercana para comprar el volátil elemento que hiciera desaparecer una de las muchas pruebas de su atroz delito.
Dylann compró cinco litros de gasolina y unas donas. No había comido nada desde aquel combo a las doce y media de la mañana. Los nervios y el estrés por tantas emociones fuertes vividas en tan pocas horas le habían abierto un feroz apetito.
Dylann se comió las cuatro donas en un santiamén y caminaba asustado portando la garrafa de gasolina en una bolsa gigante del Media Mark.
Tenía miedo de que la policía le parase y le descubriera con esa garrafa. Podía decir que se había quedado sin gasolina pero sería una situación cuanto menos embarazosa, y muy difícil de afrontar.
Por fortuna no se topó con nadie más que con unos cuantos yonkis que caminaban hacia el poblado para comprar su ración diaria de crak. Dylann abrió el vehículo y vertió los cinco litros de combustible sobre los asientos y sobre la tapicería del auto. Acto seguido quemó unas hojas de un periódico que encontró en el suelo y las colocó suavemente en los asientos traseros.
Luego echó a correr unos doscientos metros hasta llegar a la carretera por la que caminó hasta la parada donde abordó el autobús que le llevó a su casa.

Esa noche apenas pudo dormir, al día siguiente, cuando el sol apenas llevaba unos cuatro minutos alumbrando su pequeña habitación Dylann se levantó e hizo su maleta para salir corriendo rumbo al norte. Era consciente que debía salir del país si quería escapar de la policía. La frontera más cercana era con Canadá por lo que se dirigió a la terminal de autobuses y sacó un billete para Boston.
Si conseguía llegar  a Boston estaría a un solo trayecto de llegar a Halifax y así poder respirar un poco más tranquilo en suelo canadiense.
Dylann pudo sacar el billete a Boston sin ningún tipo de problemas, pero cuando apenas quedaba unos minutos para abordar el autobús que le llevaría a su nuevo destino un par de policías vestidos de calle le esposaron y le llevaron a comisaría.
Ese fue su triste final, a día de hoy Dylann aguarda en su celda la decisión que debe adoptar el tribunal de condenarle a  cadena perpetua o de condenarle a pena de muerte aplicándole la famosa inyección letal.
Según indicaron las fuerzas del orden, ocho personas fallecieron dentro del templo metodista donde ocurrieron los hechos, hubo otros nueve heridos graves que salieron del hospital en un par de días. Otras dos revestían una gravedad mayor y fueron trasladadas a otro hospital mayor, donde una de ellas finalmente no pudo recuperarse de las graves heridas y se convirtió en la novena víctima de la iglesia metodista episcopal Emanuel. El senador demócrata Clement Pinckney se encontraba entre las víctimas.
Pinckney, de 41 años, casado y padre de dos hijos, fue electo al Congreso estatal a los 23 años, convirtiéndose en el representante más joven hasta ese momento.
El alcalde fue una de las personalidades que más rápido se pronunció tras la tragedia asegurando que:
"Tener un crimen así en Charleston, donde una persona horrible y llena de odio entre a una iglesia a matar personas que oran uno al lado de otros, es algo incomprensible y no se puede explicar. Vamos a mostrar toda nuestra solidaridad con esa iglesia y toda su familia".
El presidente de la Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Raza Negra (NAACP por sus siglas en inglés), Cornell Williams Brooks, también condenó el atentado.
"No hay peor cobarde que aquel que entra a la casa de Dios y asesina a gente inocente comprometida con el estudio de las escrituras", dijo Brooks.
El ataque se dio dos meses después del tiroteo fatal de un hombre negro y desarmado, Walter Scott, a manos de un policía blanco en la zona de North Charleston, lo que generó grandes protestas y resaltó las tensiones raciales en la zona. El policía está acusado de asesinato y el tiroteo provocó que los legisladores de Carolina del Sur aprobaran una propuesta para ayudar a que todos los agentes en el estado portaran cámaras corporales. El senador fallecido en el tiroteo fue promotor de dicha propuesta.


La Iglesia Africana Metodista Episcopal de Emanuel fue construida en el siglo XIX y es una de las más antiguas de la comunidad negra en el sur de Estados Unidos.
Tras el suceso, grupos de personas negras se agruparon en los alrededores de la iglesia en círculos con las manos cogidas. “Creíamos que los asuntos raciales estaban superados”, dijo uno de ellos a un periodista. La indignación era enorme entre los asistentes al acto pero nadie hablaba de tomarse la justicia por su mano ni tan siquiera de pedir la prohibición de venta de armas.


La tensión se evidenció ese mismo año tras la muerte de Walter Scott, un hombre negro de 50 años que iba desarmado, por el impacto de ocho disparos de un policía blanco. El suceso tuvo lugar en plena luz del día en una zona ajardinada en la parte norte de Charleston. Se conoció tras la difusión de un vídeo de un transeúnte, luego derivó en la imputación del agente y en protestas callejeras de la comunidad negra, que denunció un patrón discriminación racial de la policía.

Las quejas en North Charleston fueron parecidas a las escuchadas en el resto de EE UU. Fue el último estallido de indignación tras los casos de muertes de negros desarmados a manos de la policía, como los registrados anteriormente en Ferguson (Misuri) y Staten Island (Nueva York). En Charleston casi el 70 % de la población del condado es blanca y el 29% es negra, según datos del Censo federal.
 Como buena parte del sur de Estados Unidos, Carolina del Sur tiene una reprobable historia de discriminación racial. El Estado mantuvo la esclavitud de los negros hasta bien entrado el siglo XIX.
Y la población negra sufrió marginalización hasta el fin oficial de la segregación racial hace apenas medio siglo.

En cuanto al bagaje de muertos en el pub Reynolds, siete fueron las víctimas mortales y tres los heridos. La existencia de una cámara en el interior del pub fue vital para que la policía fuera capaz de aprenderle antes de que lograse huir a Canadá.

Fin de la historia.

Como les decía al inicio les voy a contar que es invención mía:
 Dylann actuó por un odio visceral que sentía hacia las personas de otra raza pero no es cierto que pertenezca a un club en el que sus miembros cometan masacres.
Tampoco es cierto que Dylann acudiera a un bar después de salir huyendo de la iglesia para matar a más gente, pues lo que hizo fue huir de la ciudad hasta que fue apresado por la policía en Shelby.
Estos cambios me los he permitido para darle mayor interés a la historia de Dylann. Este nombre parece estar marcado por las tragedias pues en Columbine uno de los dos perversos muchachos que entró en su escuela a matar también se llamaba Dylann.
Espero que no haya un tercer loco que quiera emular a estos dos cafres. Pero lo que realmente espero es que se prohíban las armas en el mundo entero.
En América la gente piensa que la violencia es un problema de educación. Yo les digo que es un problema de armas, pues si pudiéramos adquirir armas de fuego pasaría lo que en América. Quizás pueda influir la educación y la sociedad en pequeña manera, pero lo realmente importante es que nadie pueda adquirir un arma de fuego.
Así los violentos sólo podrán emplear armas blancas y las tragedias nunca se convertirán en masacres con decenas de muertos.


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