La tragedia de
Charleston ha conmovido al planeta entero, hasta la fecha se habían sucedido
diversos sucesos de índole racista de menor repercusión por tratarse de una
sola víctima en la mayoría de los casos. Desde que los Ku Kux Klan cometieran
el atentado terrorista de Oklahoma en los años ochenta no había sucedido un
asesinato masivo contra la comunidad negra con tantas víctimas.
Hubo otras masacres
racistas como los asesinatos en el Mc Donalds de San Diego en California, con
21 víctimas mortales pero fue un ataque contra latinos, principalmente
mexicanos. El asesino, James Hubberty murió acribillado a tiros por un policía,
pero ya hablaré de ese caso en unas semanas, pues no quiero saturar al lector
con tantos relatos violentos.
La historia que voy
a contar ahora es casi en su totalidad verídica, solamente algunos hechos son
invención mía. Al final del relato explicaré que fue inventado. Espero que les
parezca interesante.
La
masacre de Charleston:
A Dylann Roof le
tocó su turno y tenía muy claro quiénes iban a ser sus víctimas. Lo que no
sabía aún era si dirigirse a los
villares donde se reunía la pandilla de Ward, un muchacho que le había
menospreciado en un sinfín de ocasiones o si dirigirse a una iglesia metodista
que históricamente había sido utilizada por la comunidad negra de la ciudad y
se había convertido en un emblema y en un referente de los afroamericanos.
Tenía más sentido
actuar en la iglesia, pues de esta manera su ejecución tendría un trasfondo
político-social muy superior al que adquiriría una matanza en unos villares.
Esto último podría entenderse como un ajuste de cuentas y no como un crimen
racial.
Sin embargo la idea
de pegarle cuatro tiros al payaso de Ward era una idea muy tentadora y
suculenta. Finalmente llegó a la conclusión de que podía realizar dos matanzas.
La distancia equidistante entre ambos lugares era de menos de un kilómetro. Si
salía rápido de la iglesia le daría tiempo a perpetrar una segunda matanza en
los villares del Pub Reynolds.
La idea de actuar
en Charleston en vez de en Columbus(su lugar de residencia) obedecía a dos
causas. Primero a que sería más fácil pasar desapercibido refugiándose en una
ciudad a dos horas de distancia del lugar de los hechos.
Y en segundo lugar
que en Charleston había vivido muchos años y era el lugar donde se había
comenzado a fraguar su odio contra la comunidad afroamericana. Este motivo fue
el principal que le llevó a decantarse por Charleston, pues existían otras
poblaciones más cercanas en donde a buen seguro habría menos policía y sería
más sencillo abandonar el lugar sin ser aprendido.
En la iglesia
metodista había hecho la comunión, antes había sido bautizado y posteriormente
confirmado, muchas horas escuchando homilías y compartiendo pupitres con
feligreses de color que fueron alimentando su odio racial. No le gustaba de los
negros su prepotencia, su vanidad y su holgazanería. Rasgos distintivos de los
humanos que según la mente trastornada de Dylann eran muy frecuentes en las
personas de color que había conocido.
Para perpetrar su
crimen debía adjudicarse un vehículo, como por aquel entonces no contaba con
ninguno comenzó a leer la página de los periódicos en los que se ofertaban
vehículos de ocasión a buen precio. Tras varios días de intensa búsqueda Dylann
encontró un Sedán que se ofrecía a buen precio y finalmente se decantó por
adquirirlo. No era el coche de sus sueños ni mucho menos pero era de lo
mejorcito que podía comprar dado sus escasos ahorros.
Así que con un auto
y con un par de semiautomáticas lo único que le faltaba era comprar una gran
cantidad de munición, rezar mucho a dios para que le acompañase en su cruzada
racial y actuar con contundencia y aplomo.
Debía actuar el
domingo, pues era el día de la semana en el que más gente se acercaría a la
iglesia y el que menos policía habría en las calles. Por otro lado su familia y
amigos no tendrían por qué sospechar de él, les contaría que fue a pasar el
domingo al río y no levantaría sospecha alguna.
La noche previa a
la matanza hizo lo habitual en él, salió a emborracharse con unos compañeros
del trabajo y llegó tambaleándose a su mugrienta habitación sita en la cuadra
cuatro de Sunset Avenue. Allí compartía casa con dos estudiantes austriacos y
con un coreano que le recordaba a Woo, su compañero de fechorías.
Su odio racial era
únicamente contra los negros pues con los latinos y con los asiáticos nunca
había tenido problemas, incluso contaba con algunas amistades. De hecho su
camello era un chicano oriundo de Guanajuato que le pasaba buena hierba a buen
precio. Un tío enrollado que siempre estaba dispuesto a pasarle unos cuantos
gramos.
Esa noche de sábado
llegó un poco más ebrio que de costumbre y no era capaz de meter la llave en la
cerradura del portal de su edificio. Pidió ayuda a varias personas que transitaban
por la calle pero se apartaron al observar su semblante. Totalmente
alcoholizado Dylann parecía un muñeco tambaleándose al son del viento.
Finalmente una
persona le abrió la puerta y así fue como accedió al edificio y encaró los 48
peldaños que le separaban de la puerta de su casa. Subir esos escalones no era
tarea fácil. Vivir en un edificio antiguo tenía sus consecuencias, a parte de
las grietas, las goteras, las ratas y las cucarachas, la carencia de ascensor
era una odisea cada vez que llegaba alcoholizado.
Subir esos peldaños
era algo similar a lo que debió experimentar Jesucristo cuando le azotaban
mientras portaba la cruz a sus espaldas. Esa imagen del altísimo se le reveló
en aquellos momentos. Como si padeciere un delirium tremens Dylann se creyó
Jesucristo y comenzó a subir los escalones con las manos en su espalda de la
misma manera que lo haría si llevase una pesada carga en la parte trasera de su
cuerpo.
La imagen penosa
del pobre infeliz se hizo más patética si cabe cuando se apagó la luz y se
tropezó con uno de los escalones dándose un rodillazo que le dejó noqueado por
unos cuantos minutos. Cuando pudo sobreponerse al intenso dolor de su rodilla
derecha se erguió y continuó su penosa ascensión de la misma manera en que lo
estaba haciendo antes de su histriónica caída.
Los vecinos
hubieran sentido lástima de haberle visto en aquel momento, pero eran las
cuatro de la madrugada y pese a los ruidos que Dylann hacía nadie se asomó al
rellano.
Cuando por fin
llegó a la puerta de su casa se acordó de los serios inconvenientes que le
habían surgido a la hora de abrir la puerta del portal. Ahora no serían menos
los que surgirían con la segunda y última puerta que debería atravesar antes de
caer rendido en su vieja cama.
Dylann volvió a
sacar su manojo de llaves y tardó unos minutos en recordar cuál era la llave
que abría esa puerta. Cuando atinó a meter la llave correcta en la cerradura de
la puerta esta no se abría ni girando a la izquierda ni girando a la derecha.
No sabía si estaba corriendo el cerrojo o descorriéndolo.
Unos minutos más
tarde se dio por vencido al comprender que no iba a ser capaz de abrir la puerta.
El cansancio era tal que cayó derrengado al suelo y trató de dormir en aquel
sucio y polvoriento rellano, pero el frío de aquella noche se le metía por
todas partes y le resultaba imposible conciliar el sueño. Para colmo de males
el polvo acumulado en el felpudo le dio náuseas y comenzó a vomitar hasta tal
punto que echó la bilis. La gran vomitona le manchó la boca y la camisa.
Dylann se levantó y
tras limpiarse la boca y la frente con sus manos comenzó a patear la puerta y a
darle golpes con sus puños para que alguno de sus compañeros le permitiera
entrar.
Al cabo de cinco
minutos salió Jurgen sobresaltado por los ruidos y le dejó entrar no sin antes
advertirle que hablaría con el propietario del inmueble para que no le
rescindiera el contrato.
-Dejaste la puerta
y el felpudo impregnados de vómito, quiero que limpies esto ahora mismo-fueron
las últimas palabras de Jurgen antes de que Dylann le diera la espalda y
comenzase a andar por el pasillo que conducía a su habitáculo.
Dylann hizo caso
omiso de las palabras del joven austriaco y llegó hasta su cuarto arrastrando
los pies como buenamente pudo. Una vez dentro de su cuarto se quitó los zapatos
y cuando comenzaba a desabrocharse los botones de su camisa empapada en vómito sintió
tanto cansancio que se metió en la cama con todo y camisa y durmió de un tirón
hasta las doce de la mañana.
Se despertó
sobresaltado por el ruido de la música que escuchaba Jurgen en la cocina. A
buen seguro se estaría vengando por haberle despertado a las cuatro de la
mañana. Pero eso no era una venganza sino una bendita forma de despertarle para
recordarle que había llegado su día y que debía prepararse para poner rumbo a
Charleston.
Se dio una ducha
para quitarse la pestilencia que emanaba de su ropa y las gotas de agua le
desprendieron del apestoso olor entremezclado de alcohol, tabaco y vómito. Tras
salir de la ducha se puso sus mejores pantalones, una camia nueva, sus botas
marrones y esperó el momento en que no hubiera nadie en el pasillo de la casa
para salir con la mochila en donde llevaba las municiones y las armas.
Metió todo en el
maletero del sedán y puso rumbo a Charleston, pero antes de salir de su ciudad
paró en un Wendys para comprar un combo y una botella de litro y medio de agua
que se bebió de un par de tragos. Tenía tanta sed después de todo el licor que
ingirió la noche anterior que la botella no le duró más que un minuto.
Antes de las tres
del mediodía llegó a su destino, aparcó
su auto en la misma calle donde se encontraba la iglesia y se acercó a ella
para ver el horario de las misas dominicales. Allí contempló que la siguiente
sería a las cinco de la tarde. Así pues contaba con poco menos de dos horas
para darse un paseo por las cercanías y visualizar lo que debería ser una
ejecución rápida y sencilla.
Era un momento para
reflexionar, Dylann había visto a Jesucristo la noche anterior mientras
ascendía las escaleras de su edificio pero curiosamente no lo entendía como un
mensaje de paz ni como un llamado a que se retractase de la macabra intención
de realizar la matanza.
No, más bien sentía
que era todo lo contrario. Aquella visión agónica parecía pedirle que actuara
con convicción, aplomo y valentía, y que fuera lo que dios quisiera. Si moría
en combate ejecutando su plan no sería algo humillante sino todo lo contrario.
En el club siempre habían enfatizado y ensalzado la idea heroica de morir
matando. Sólo los cobardes se suicidan o se echan para atrás en el último
momento.
Mientras pensaba en
todos los encontronazos y malentendidos que había tenido con los miembros de la
iglesia y con la pandilla de Ward caminaba hacia un parque donde de joven solía
acudir a montar en bicicleta y hacer skate.
Aquella tarde
estaba atiborrado de padres y niños pero tuvo suerte y encontró un banco a la
sombra de un abedul. Allí permaneció por espacio de una hora, pensativo y
taciturno escuchaba la música de Eminem en su dispositivo móvil.
Con la mirada en un
punto imaginario escuchaba las letras del rapero con devoción.
Un niño que jugaba
al baloncesto en una canasta cercana erró su lanzamiento y el balón fue a parar
hasta el banco donde se encontraba Dylann quien ni corto ni perezoso lanzó el
esférico fuera del parque molesto por haberle salpicado. La noche anterior
había llovido abundantemente y en aquel parque se habían formado grandes
charcos, en uno de ellos fue a botar la pelota antes de impactar en el rostro
de Dylann que no se lo tomó nada bien.
El padre del niño
le reprochó su actitud y le pidió que saliera del parque y recogiera el balón
de su hijo.
Dylann observó las
manecillas de su reloj y entendió que había llegado el momento de retornar a su
vehículo para recoger sus fusiles y la munición suficiente como para formar
ríos de sangre.
Se acercó al balón
y en vez de lanzarlo hacia el parque optó por meterle un puntapié en dirección
hacia un edificio de ocho plantas. El balón cayó en la azotea antes de perderse
de vista. Dylann continuó su recorrido ajeno a los reproches e insultos de los
dueños del balón.
Una ven en su auto
cargó sus dos fusiles y se puso el resto
de balas en los bolsillos de sus pantalones y de su camisa. Como no le cabían
todas las balas decidió colocarse a modo de collar el resto de munición. Se
miró a un pequeño espejo para cerciorarse de que el cuello de la camisa evitaba
que se vieran las balas. Luego se atusó el cabello, rezó un padre nuestro y
recorrió los escasos cien metros que separaban su vehículo de la entrada
principal de la iglesia metodista que le vio crecer.
Faltaban unos pocos
minutos para que diera comienzo la misa vespertina. Dylann se sentó en uno de
los bancos traseros de la iglesia y aguardó tranquilo a que el padre diera
comienzo a la ceremonia religiosa.
Se mostraba sereno
por fuera pero en su interior parecía fraguarse un terremoto de magnitud
descomunal. Su corazón parecía un volcán a punto de estallar y de comenzar a
verter cenizas y lava por los pasillos de la iglesia. Tal vez la lava que se
imaginaba Dylann en aquel momento era la sangre que iba a desprenderse de los
inocentes feligreses que iban a tener la desgracia de encontrarse con él.
En esos minutos de
espera la parroquia se iba llenando poco a poco de personas de diferentes
edades. Lo que más le llamaba la atención era el escaso número de personas
blancas, cuando era joven la proporción de blancos era mayor. Eso le hizo
sentirse bien. No le sería difícil escoger sus víctimas, pues prácticamente
todos los allí presentes le parecían personas idóneas para ser disparadas a
quemarropa.
Una señora de
avanzada edad se sentó junto a él y le dio las buenas tardes. Dylann contestó
cortésmente a la señora, junto a ella se sentaron una señora más joven y un
niño de cinco años quienes parecían ser la hija y el nieto de la anciana.
Un minuto más tarde
apareció el cura caminando a paso ligero desde el lateral derecho y tras subir
los tres escalones que separaban el púlpito de los asientos se acercó al
micrófono y comenzó la ceremonia.
Dylann aguantó
estoicamente toda la homilía del padre, se levantaba de su asiento y se sentaba
cuando tocaba hacerlo como el resto de asistente al acto.
Luego le dio la
mano a sus compañeras de banca e incluso se volteó para estrechar su mano
derecha con los sentados atrás suya.
Cuando llego el
momento de comulgar Dylann suspiró profundamente y le dijo a la anciana que no
se acercara al púlpito y que abandonara la iglesia porque algo muy malo iba a
suceder.
Al instante sacó
sus dos fusiles de la mochila que tenía en el suelo y se colocó en el pasillo
central para comenzar a disparar a las personas que tenía delante súya.
Efectuó un sinfín
de disparos con su escopeta predilecta hasta que esta se quedó sin cartuchos.
Rápidamente pasó a utilizar la otra y comenzó a disparar a quienes estaban
sentados en el otro lateral de la parroquia.
Era tal el estupor
de los allí congregados que nadie se atrevió a echarse encima del agresor. Los
que estaban detrás de él aprovecharon para huir despavoridos de la iglesia. Los
que estaban delante trataban de esconderse detrás de los bancos. Unos pocos
consiguieron salvar sus vidas saliendo por la puerta del lateral izquierdo y otro
grupo hizo lo propio al encerrarse en la sacristía.
Cuando se le
acabaron las balas del segundo fusil abandonó la iglesia por dónde había
entrado cuarenta minutos antes y amenazando a las pocas personas que se
encontraban en la calle con su escopeta se acercó hasta su coche.
Lo abrió tan rápido
como pudo y aceleró para llegar cuanto antes al pub Reynolds dónde debía acabar
con la vida de los afroamericanos que estuvieran allí.
Estacionó su
vehículo en doble fila y cargó sus dos metralletas de nuevo. Luego se bajó del
coche y sin echarle llave entró en el pub dónde se encontraban una veintena de
personas bebiendo cerveza y jugando al villar.
Abrió fuego contra
los de raza negra tal y cómo había hecho en la iglesia, descartando a los pocos
caucásicos que se encontraban en el lugar.
Cuando se le
acabaron las balas trató de salir huyendo del bar, pero uno de los camareros
que se había escondido tras la barra del bar le lanzó una botella a la cabeza y
le dio de lleno.
Dylann se quedó
paralizado un instante semi aturdido y sin saber qué hacer con ese sujeto. Hizo
un ademan de dispararle y el joven se cubrió de nuevo bajo la barra. En ese
momento Dylann aprovechó para poner pies en polvorosa y recorrer los escasos
metros que le separaban de su vehículo. Una de las metralletas la había dejado
tirada en el bar y la otra estuvo a punto de dejarla en la calle pero
finalmente decidió subirla al auto. Le podía ser útil para defenderse de los
policías en caso de que se originase una persecución. Dios no lo quiera pensó
Dylann mientras encendía el motor de su viejo sedán y salía zumbando rumbo al
periférico para tomar la autopista en dirección norte.
No había recorrido
ni tres cientos metros cuando comenzó a escuchar las sirenas de las ambulancias
y de las patrullas de policía rompiendo la tranquilidad habitual de un domingo
por la tarde en la apacible Charleston.
Dichos vehículos se
dirigían hacia el pub Reynolds, pues el aviso a la policía no se había hecho
esperar. El mismo camarero que acertó a darle en la cabeza a Dylann fue quien
alertó a la policía de lo sucedido.
En los alrededores
de la iglesia la policía ya había tomado declaración a varios testigos que
dieron una descripción del asesino e incluso pudieron tomar los datos de la
matrícula.
Cuando el mayor
encargado de la brigada anti homicidios dio la orden de cortar las salidas de
la ciudad ya era demasiado tarde, pues el asesino se encontraba en la autopista
rumbo a Columbus.
Nada más llegar a
su casa se encerró en su habitación y se curó la herida que el botellazo había
causado en su cabeza. Tenía una pequeña brecha de la que había manado un poco
de sangre. Dylann había conducida buena parte del viaje de regreso con su mano
izquierda tapándose la herida. Ya en su cuarto se tranquilizó al ver que había
dejado de sangrar y que no era nada de qué preocuparse.
Enchufó su
televisor y comenzó a escuchar las noticias acerca de la matanza de Charleston.
Sentía que ya había
hecho lo que tenía que hacer. Ahora venía un periodo de su vida en el que
apenas había pensado con detenimiento. Creía que era tan improbable escapar de
Charleston sin ser apresado que ahora que lo había logrado no tenía ni la más
mínima idea sobre lo que hacer.
No sabía se
abandonar la ciudad, si quedarse en ella pero desprendiéndose de su arma y de
su auto, o si quedarse tal cual y dejar que el tiempo pase como si nada hubiera
ocurrido.
Muy pronto se
disipó una de sus dudas. Una reportera de Cnn informaba sobre el modelo y la
matrícula del auto que había empleado el asesino. Luego no quedaba más remedio
que salir de su madriguera y prenderle fuego al auto para que no quedase ni
rastro de él.
Sentía que debía
hacerlo ya, pues la policía de Columbus podía estar buscando el auto o incluso
alguien que hubiera visto las noticias podía alertar a las fuerzas del orden. A
decir verdad había pocos sedán negros como el suyo en circulación, y menos de
un modelo tan antiguo.
Así que Dylann
apagó el televisor y salió de nuevo de su cubil dispuesto a comprar una garrafa
de gasolina y prenderle fuego a su vehículo en algún descampado a las afueras
de la ciudad.
Llevó el vehículo a
un lugar marginal y desde allí comenzó andar hasta la gasolinera más cercana
para comprar el volátil elemento que hiciera desaparecer una de las muchas
pruebas de su atroz delito.
Dylann compró cinco
litros de gasolina y unas donas. No había comido nada desde aquel combo a las
doce y media de la mañana. Los nervios y el estrés por tantas emociones fuertes
vividas en tan pocas horas le habían abierto un feroz apetito.
Dylann se comió las
cuatro donas en un santiamén y caminaba asustado portando la garrafa de
gasolina en una bolsa gigante del Media Mark.
Tenía miedo de que
la policía le parase y le descubriera con esa garrafa. Podía decir que se había
quedado sin gasolina pero sería una situación cuanto menos embarazosa, y muy
difícil de afrontar.
Por fortuna no se
topó con nadie más que con unos cuantos yonkis que caminaban hacia el poblado
para comprar su ración diaria de crak. Dylann abrió el vehículo y vertió los
cinco litros de combustible sobre los asientos y sobre la tapicería del auto.
Acto seguido quemó unas hojas de un periódico que encontró en el suelo y las
colocó suavemente en los asientos traseros.
Luego echó a correr
unos doscientos metros hasta llegar a la carretera por la que caminó hasta la
parada donde abordó el autobús que le llevó a su casa.
Esa noche apenas
pudo dormir, al día siguiente, cuando el sol apenas llevaba unos cuatro minutos
alumbrando su pequeña habitación Dylann se levantó e hizo su maleta para salir
corriendo rumbo al norte. Era consciente que debía salir del país si quería
escapar de la policía. La frontera más cercana era con Canadá por lo que se
dirigió a la terminal de autobuses y sacó un billete para Boston.
Si conseguía
llegar a Boston estaría a un solo
trayecto de llegar a Halifax y así poder respirar un poco más tranquilo en
suelo canadiense.
Dylann pudo sacar
el billete a Boston sin ningún tipo de problemas, pero cuando apenas quedaba
unos minutos para abordar el autobús que le llevaría a su nuevo destino un par
de policías vestidos de calle le esposaron y le llevaron a comisaría.
Ese fue su triste
final, a día de hoy Dylann aguarda en su celda la decisión que debe adoptar el
tribunal de condenarle a cadena perpetua
o de condenarle a pena de muerte aplicándole la famosa inyección letal.
Según indicaron las
fuerzas del orden, ocho personas fallecieron dentro del templo metodista donde
ocurrieron los hechos, hubo otros nueve heridos graves que salieron del
hospital en un par de días. Otras dos revestían una gravedad mayor y fueron
trasladadas a otro hospital mayor, donde una de ellas finalmente no pudo
recuperarse de las graves heridas y se convirtió en la novena víctima de la
iglesia metodista episcopal Emanuel. El senador demócrata Clement Pinckney se encontraba entre las víctimas.
Pinckney, de 41 años,
casado y padre de dos hijos, fue electo al Congreso estatal a los 23 años,
convirtiéndose en el representante más joven hasta ese momento.
El alcalde fue una de las
personalidades que más rápido se pronunció tras la tragedia asegurando que:
"Tener un crimen así
en Charleston, donde una persona horrible y llena de odio entre a una iglesia a
matar personas que oran uno al lado de otros, es algo incomprensible y no se
puede explicar. Vamos a mostrar toda nuestra solidaridad con esa iglesia y toda
su familia".
El presidente de la
Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Raza Negra (NAACP por sus
siglas en inglés), Cornell Williams Brooks, también condenó el atentado.
"No hay peor cobarde
que aquel que entra a la casa de Dios y asesina a gente inocente comprometida
con el estudio de las escrituras", dijo Brooks.
El ataque se dio dos meses
después del tiroteo fatal de un hombre negro y desarmado, Walter Scott, a manos
de un policía blanco en la zona de North Charleston, lo que generó grandes
protestas y resaltó las tensiones raciales en la zona. El policía está acusado
de asesinato y el tiroteo provocó que los legisladores de Carolina del Sur
aprobaran una propuesta para ayudar a que todos los agentes en el estado portaran
cámaras corporales. El senador fallecido en el tiroteo fue promotor de dicha
propuesta.
La
Iglesia Africana Metodista Episcopal de Emanuel fue construida en el siglo XIX
y es una de las más antiguas de la comunidad negra en el sur de Estados Unidos.
Tras
el suceso, grupos de personas negras se agruparon en los alrededores de la
iglesia en círculos con las manos cogidas. “Creíamos que los asuntos raciales
estaban superados”, dijo uno de ellos a un periodista. La indignación era
enorme entre los asistentes al acto pero nadie hablaba de tomarse la justicia
por su mano ni tan siquiera de pedir la prohibición de venta de armas.
La
tensión se evidenció ese mismo año tras la muerte de Walter Scott, un hombre
negro de 50 años que iba desarmado, por el impacto de ocho disparos de un
policía blanco. El suceso tuvo lugar en plena luz del día en una zona
ajardinada en la parte norte de Charleston. Se conoció tras la difusión de un
vídeo de un transeúnte, luego derivó en la imputación del agente y en protestas
callejeras de la comunidad negra, que denunció un patrón discriminación racial
de la policía.
Las
quejas en North Charleston fueron parecidas a las escuchadas en el resto de EE
UU. Fue el último estallido de indignación tras los casos de muertes de negros
desarmados a manos de la policía, como los registrados anteriormente en
Ferguson (Misuri) y Staten Island (Nueva York). En Charleston casi el 70 % de
la población del condado es blanca y el 29% es negra, según datos del Censo
federal.
Como buena parte del sur de Estados Unidos,
Carolina del Sur tiene una reprobable historia de discriminación racial. El
Estado mantuvo la esclavitud de los negros hasta bien entrado el siglo XIX.
Y
la población negra sufrió marginalización hasta el fin oficial de la
segregación racial hace apenas medio siglo.
En
cuanto al bagaje de muertos en el pub Reynolds, siete fueron las víctimas
mortales y tres los heridos. La existencia de una cámara en el interior del pub
fue vital para que la policía fuera capaz de aprenderle antes de que lograse
huir a Canadá.
Fin
de la historia.
Como
les decía al inicio les voy a contar que es invención mía:
Dylann actuó por un odio visceral que sentía
hacia las personas de otra raza pero no es cierto que pertenezca a un club en
el que sus miembros cometan masacres.
Tampoco
es cierto que Dylann acudiera a un bar después de salir huyendo de la iglesia
para matar a más gente, pues lo que hizo fue huir de la ciudad hasta que fue
apresado por la policía en Shelby.
Estos
cambios me los he permitido para darle mayor interés a la historia de Dylann.
Este nombre parece estar marcado por las tragedias pues en Columbine uno de los
dos perversos muchachos que entró en su escuela a matar también se llamaba
Dylann.
Espero
que no haya un tercer loco que quiera emular a estos dos cafres. Pero lo que
realmente espero es que se prohíban las armas en el mundo entero.
En
América la gente piensa que la violencia es un problema de educación. Yo les
digo que es un problema de armas, pues si pudiéramos adquirir armas de fuego
pasaría lo que en América. Quizás pueda influir la educación y la sociedad en
pequeña manera, pero lo realmente importante es que nadie pueda adquirir un
arma de fuego.
Así
los violentos sólo podrán emplear armas blancas y las tragedias nunca se
convertirán en masacres con decenas de muertos.
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