lunes, 26 de octubre de 2015

Los Humanoides de Sangonera.


Por razones difíciles de entender los casos de avistamientos ovnis decreció en los años noventa y continua descendiendo conforme avanzan los años de este siglo xxi. Se puede deber a que la gente sienta verguenza de contar su historia, o cierto miedo a que le tachen de loco. O se puede deber a que los extraterrestres ya no se acerquen a nuestro querido planeta para no levantar el revuelo mediático que generaron en las décadas comprendidas entre los sesenta y los ochenta, cuando parecía que se daban paseos con demasiada frecuencia y con muy poco disimulo.
Uno de los casos más célebres ocurrió en Los Villares, población de Jaén donde un agricultor vio entre sus olivares descender a unos seres extraños de un platillo volante, fueron unos pocos segundos en los que recogieron piedras y arena del suelo y se marcharon tan rápido como habían llegado.
En Conil, provincia de Cádiz, tres humanoides de dos metros de altura se acercaron en la playa a un grupo de amigos que se encontraban disfrutando de la noche gaditana. Sin establecer ningún tipo de contacto con los jóvenes estos extraños seres se esfumaron sin dejar rastro, esta vez no había nave espacial ni nada parecido, desaparecieron como si hubieran sido absorvidos por el aire, como si hubieran regresado a la otra dimensión de la que llegaron a través de un agujero espacio-temporal difícil de descifrar.
De los ufos encontrados en carretera existen tantos casos que sólo citaré alguno de ellos. El de Gáldar, el de Puerto Real, el de Las Mesas en la provincia de Albacete y el de la sierra de Béjar en la provincia de Salamanca.
Pero ahora voy a dejaros con este caso del que apenas existe más información que la que nos brindó la revista Mundo Akásiko, quien bautizó este expediente x con el nombre de Los Humanoides de Sangonera:

Un día de verano, a finales de los años setenta unos jóvenes de la localidad murciana de Sangonera la Verde salieron al monte a cazar. Al poco tiempo, se toparon con un extraño objeto luminoso, del cual bajó un ser gigantesco con apariencia antropomorfa. No fueron los únicos que lo vieron. Al otro lado de la montaña, un pastor también lo había visto. Asustados, los muchachos corrieron hasta el pueblo, donde sus vecinos, al verles tan afectados, decidieron subir a la montaña para saber qué estaba pasando. Pero justo cuando se disponían a hacerlo, vieron cómo aquella cosa despegaba y se marchaba a toda velocidad. Posteriores inspecciones en la zona revelaron el hallazgo de unas huellas inquietantes. Por Mado Martínez
ovni sangonera la verde
Julio de 1979. Antonio Guirao, de 16 años, su primo, José Carrillo, de 14, y otros dos amigos, Jesús y Ginés, salieron al monte a cazar. Probablemente habían ido decenas de veces al mismo lugar, conocido entre los vecinos como Fuente del Perro. Llegaron con sus motos pasada la medianoche. Fue entonces cuando vieron lo que ellos definieron como una «bola» o «cosa» luminosa por encima del Cabezo Redondo. Se encontraban debajo de un pino. Antonio Guirao alumbró con el faro de su moto y aquella cosa arrojó un rayo de luz cuyas dimensiones iban variando de tamaño. Así estuvieron aguantando alrededor de tres cuartos de hora, observando aquella luz que, al parecer, era tan grande como un coche. El crujir de las ramas rompió el mutismo de la escena y los jóvenes se asustaron al sentir que alguien se aproximaba hacia ellos. Lo que vieron dio otra vuelta de tuerca a sus miedos: se trataba de una figura de aspecto humanoide, un ser altísimo. Los perros no paraban de ladrar.
Según las descripciones que ofrecieron en su momento, aquel ser iba vestido con una especie de gabardina plastificada y cremallera, con bolsillos y rayas en el pecho. Era de color oscuro, y llevaba una especie de careta o casco en la cabeza. Salieron zumbando con las motos, como alma que lleva el diablo. Tan atemorizados estaban que, a pesar de que durante el trayecto se pinchó la rueda de una de las motos, ni siquiera se detuvieron. No hasta llegar a las primeras casas del pueblo.

¿POR QUÉ IBAN A MENTIR?
Aproximadamente a la una de la mañana, los jóvenes entraron al bar. Francisco Martínez, quien por aquel entonces contaba con 39 años, se encontraba aquella noche allí, jugando a las cartas: «Llegaron diciendo que habían visto una cosa con luz, de otro mundo. No les hicimos caso al principio. Pero tuvimos que creerles al ver la cara de susto que tenían los cuatro. No podían estar mintiendo». 
Tan afectados les vieron los vecinos, que algunos de ellos decidieron salir en grupos en dirección al monte, para ver qué estaba pasando. Alrededor de cinco o seis personas montaron en dos coches dispuestos a desvelar el misterio de aquella bola de luz y el gigantesco ser que los muchachos aseguraban haber visto en la sierra. Francisco Martínez permanecía en la puerta del bar, observándolo todo: «Yo me quedé en la puerta, con otras personas, y nada más irse los coches, vimos cómo esa cosa, lo que fuera, despegaba por encima del monte, daba una vuelta y tomaba rumbo a Cartagena. Fue lo único que vimos, porque los que se fueron en los coches no encontraron nada».

Como él, otros vecinos que andaban en aquellos instantes por las calles aledañas al bar, saliendo a sacar la basura o tomando el fresco, también fueron testigos del despegue (¿huida?) de lo que todavía nadie se había atrevido a poner nombre. Sencillamente, no sabían lo que era. Jamás habían visto algo igual. Todavía tendrían más motivos para maravillarse ante lo ocurrido, pues al día siguiente, al explorar la zona, no sólo descubrieron unas rarísimas huellas en la tierra, sino que se enterarían de que Prudencio Jiménez Hernández, un pastor de la zona de 65 años, también presenció desde su propia casa, en mitad del monte, aquella gigantesca bola de luz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario