martes, 29 de septiembre de 2015

Relato corto: Llaman a mi puerta.

Llaman a mi puerta:

Tengo tantos años sin salir de aquí … mi casa hace mucho tiempo que dejó de ser una casa y se convirtió en una madriguera, en un cubil dónde me aíslo de la cada vez más decadente sociedad en la que me tocó vivir para mi desgracia.

Al principio sólo salía para comprar comida en el super de la esquina, desde hace ya varios meses no salgo ni para eso. Se me están empezando a acabar las reservas. La nevera está completamente vacía, la despensa sólo cuenta con dos latas de conservas y tres paquetes de espaguetis caducados, y apara que se caduquen los espaguetis hace falta que pase mucho pero que mucho tiempo.

En el arcón tengo algunas cosas más con las que aguantar al menos una semana más de vida sin pasar hambre, a partir de ahí dios proveerá. No sé qué pasará después, prefiero no pensarlo y para ser honestos no me preocupa demasiado.

Lo que me abruma sobremanera es no saber cuándo regresará Mariela, por más que busque en mi imaginación que hacer cuando no está ella no encuentro respuesta alguna. Los días se hacen eternos cuando no está ella en mi sucia y polvorienta casa.

Por otro lado, hace tanto tiempo que no salgo de casa que no sé si los pocos recuerdos que tengo del exterior son reales o son meras percepciones extrasensoriales o son sueños retenidos en mi subconsciente fruto de alguna ilusión pasajera diluida con el transcurrir de los días.

Mi único vínculo estable con el exterior es Mariela, más allá de las gaviotas que se posan en el alfeizar de mi ventana y me llenar de excrementos la terraza. Yo le pido que se quede conmigo pero ella siempre me dice que tiene muchas cosas que hacer y que no puede quedarse conmigo por más que le gustaría.

Yo le imploro que se quede, que la necesito para superar mis fobias pero ella calla y sus besos se tragan mis palabras al mismo tiempo que me sellan los labios. A veces pienso que es una manera de decirme lo mucho que me quiere, otras veces pienso que quiere decirme que me calle, que me prefiere mudito.

Me toma la mano y me da besos, besos sin ruidos, sin amor y sin futuro, pues no puede haber futuro si no hay amor. Mi vida se reduce a esperar que Mariela regrese a mi casa pero hay muchos días que no lo hace y que por el contrario llaman a mi puerta unos desaprensivos con ganas de hundirme.
Son unos extraños sujetos que vierten amenazas contra mi persona. No los abro y aunque se quedan un buen rato allí plantados finalmente se van. Me amenazan, me insultan, se orinan en la puerta y finalmente se van, siempre es el mismo ritual.

Un día discutí con Mariela por una frivolidad sin precedentes y desde entonces dejó de venir. Comencé a sentirme el hombre más desdichado de la faz de la tierra. Fue entonces cuando la presencia de los extraños sujetos de negro se hizo más habitual, más frecuente de lo que yo podía llegar a imaginar.

Una noche rompieron mi puerta y entraron cuatro maromos vestidos de negro con pasamontañas que impedían ver su rostro. Portaban botas militares y ropa apretada con tirantes. Daba la impresión que eran paramilitares.

Pero creo que eran neonazis por los insultos que vertían. Me llamaron rojo de mierda entre otras lindezas, orinaron en mi cama, rompieron los cristales, el televisor, la nevera, la lavadora y se fueron no sin antes cagarse en el sofá del salón. Hasta tuvieron la paciencia de esperar a que a su pitbull le entraran ganas de cagar en mi alfombra persa.

Un olor a putrefacción llegó en los días venideros a mi habitación. Estaba tan abatido que no me decidí a restaurar mi casa. Para ello debía retirar los enseres destruidos y limpiar las múltiples heces que fueron desperdigando por las diferentes estancias de mi casa. Tarea repugnante que traté de dejar para otro día en que me sintiera con mejor estado anímico, pero ese día nunca llegaba porque Mariela no hacía acto de presencia.

Cuando por fin llegó se echó a llorar, le comencé a besar en la mejilla y en el cuello para darle a entender que estaba bien animado pese al deplorable aspecto que presentaba la casa en la que vivía sumido en el más absoluto abandono.

Los besos tuvieron el efecto deseado e hicimos el amor apasionadamente una y otra vez hasta no poder más. Luego limpiamos la casa y tiramos por la ventana todos los electrodomésticos que no podían ser arreglados, es decir todos los que había en la casa. A decir verdad, la mayoría de enseres no los usaba desde hacía mucho tiempo, por lo que no supusieron una gran pérdida.

Mariela se fue de nuevo por un tiempo indeterminado y llegaron de nuevos los energúmenos para patearme sin compasión. Siempre que se va Mariela ocurre lo mismo, la misma cantinela, un surtido de patadas y puñetes que impactan en mi rostro sin que pueda hacer nada para defenderme. Lo único que ha cambiado es que ahora ya no les queda nada por romper, por lo que se ensañan contra mí con más fuerzas si cabe.

Ahora se limitan a pegarme, a vejarme y a pintar esvásticas por las paredes de las diferentes estancias de mi casa. Luego se van no sin antes escupir y miccionar en la puerta de salida, cuando escucho el ruido de los motores de sus autos respiro profundamente aliviado y solo entonces se apodera de mí ser una placentera sensación de paz y sosiego que hace que la vida valga la pena.

Pese a todo prefiero los días en que Mariela llega a mi casa y fornicamos hasta que el pito se me queda del tamaño de un garbanzo, sonrosado e incandescente.

Sin Mariela no tengo ganas de comer ni de escribir, ella es mi musa, la que me inspira para seguir produciendo obras literarias a buen ritmo. Por eso Mariela te pido de corazón que vuelvas pronto porque te echo mucho de menos y te necesito cerca de mí.

Posdata:

A vosotros hijos de puta solo deciros que un día de estos voy a salir a comprar un par de recortadas semi automáticas para que cuando regreséis os pueda reventar vuestro sucio trasero a balazos. Estaré esperándoles con las escopetas repletas de munición para pegaros varias ráfaga de trallazos en la nuca a cada uno de ustedes.


Micro relato. Trataré de olvidarte.

Me desnudé emocionalmente ante ella, levanté mis inquietudes, todos mis desmanes, mis motivaciones y mis deseos. Me quedé sin reservas y pese a ello te regalé mi corazón para que me clavaras tus afiladas garras.

Y lo peor de todo, lo más frugal de todo esto es que ni cuenta me di, pues andaba absorto en mis quehaceres cotidianos, amándote a escondidas hasta que mi corazón quedó hecho jirones, estalló en mil pedazos manchando las paredes de sangre y vísceras.

Pasé siete días hospitalizado hasta que me cansé de esperar el alta médica. Traté de curarme del desamor que me ocasionaste hasta que me percaté que el desamor no tiene cura médica y abandoné el hospital a escondidas aprovechándome de la quietud de la noche, con nocturnidad y alevosía burlé el descanso de las enfermeras y celadores.

Salí del frío hospital tan desesperado de ti como cuando entré. Dejaré que mis dañinos pensamientos se vayan por las ventanas, abriré las puertas de mi corazón al igual que las de mi casa y mi coche para que el mal de amores me abandone de una vez por todas y me deje vivir como lo hacía antes de que aparecieras en mi vida para sembrar el caos y el desasosiego perpetuo.

Haré todo cuanto esté en mis manos para que mis pensamientos se vayan junto con el río de lágrimas que mis ojos crearon. Para que rápidamente se esfumen ladera abajo y vayan a parar al océano.
Luego cerraré ventanales y puertas, aspiraré profundo y trataré de concentrarme para auto convencerme de que ya no te necesito porque te he olvidado para siempre.

Te lloré mucho mucho, tanto que en multitud de noches sequé mis ojos, vacié mis párpados y empapé mi almohada.




Micro relato: El desamor.

El desamor:

Todas las noches acudía a su cita con su amada, lo hacía con una puntualidad rayano lo enfermizo. Esta se descubría con ansías y cuando dejaba entrever su sensual figura a su amante se le iluminaban sus pequeños ojos de miope hasta parecer una luciérnaga.

En ocasiones el desabotonaba su blusa mientras ella le besaba los párpados y le atusaba el cabello. Él le quitaba el sostén y los senos de su esposa se llenaban de energía, de una extraña luz calorífica que iluminaba su corazón y le hacía palpitar a mil por hora.

Ella se percataba del trance en el que entraba su amado y hacía todo cuanto podía por complacerlo. En vez de cubrirse le asía de la cabeza y le apretujaba contra sus generosos pechos para hacerle babear como si fuera un bebé de cuatro meses. Él los acariciaba, los besaba y los mimaba como si se tratara de la última vez que fuera a tener acceso a ellos. Los mordía con suavidad antes de desabrocharse la bragueta y penetrarla de manera brusca y alocada en un frenético palpitar.

Lo hacían como conejos sin miramientos ni objeciones. Pasaban los meses y los años más no se perdía la magia del amor. Pero un día ella se fue y nunca más volvió, dejando su amante sumido en la desdicha de no saber que pasó, si se fue por su propia voluntad o si fue víctima de un fatal suceso.
Sea como fuere su corazón se marchitó y su miembro se contrajo. Evaristo nunca más pudo saborear las mieles de los placeres más intensos que descubrió en el interior del cuerpo afrodisiaco de Melisa.

Su cuerpo se precipitó en el torbellino infinito de imágenes sin sentido como una flor marchita que cae del cielo al manantial de los sueños interrumpidos. Era tan grande la intensidad del momento, tan fuerte la adrenalina que se deprendía de su ser, había tanta carga emotiva en el ambiente que pareciere que el corazón se le fuera a salir por los labios.






Relato corto: Crimen atroz.

Crimen atroz:

Las estrellas tiemblan asustadas, la oscuridad de la noche cerrada se convierte en el escondite perfecto del malandrín que ejecuta sus fechorías a sus anchas sin nada ni nadie que le moleste.
De repente un borracho emerge de entre las sombras  que generó la repentina niebla y comienza a rasgar el vestido de Rosaura, le quita el sostén y aprieta sus firmes senos como si fueran mantequilla que tuviera que extender en un mendrugo de pan.

La manosea con desenfreno pese a los gritos desgarradores de la joven. Pero como nadie les interrumpe el sigue erre que erre haciéndola sufrir. Nadie parece acudir a la lastimosa llamada de socorro, hasta la luna parece ser cómplice dándose la vuelta como negándose a ser testigo.

Los árboles callan, quien sabe si por miedo a delatar al agresor pensando en futuras consecuencias. Un gato ha visto la dantesca escena desde el alfeizar de una ventana cercana, pero amedrentado y sobrecogido por la escena decide saltar un muro y perderse tras él. Un perro huye despavorido y los búhos vuelan de un árbol cercano hasta otro más lejano tratando de borrar la cruel imagen que tuvieron que visionar.

Los gritos y alaridos de la joven vuelven de cristal el ambiente de la noche y este estalla en mil pedazos. Se produce una reacción en cadena y se rompen también los cristales de una tienda cercana. El desvergonzado sujeto sigue metiendo mano a la joven sin pudor alguno y sólo los primeros rayos de sol parecen disuadirle de continuar perpetrando sus temibles actos lascivos e inhumanos.

El sol se asoma tímidamente cuando el malhechor huye despavorido como intuyendo que con la claridad asomarán los testigos. El alba salvó a la joven de ser violada. Pero el día asoma sin generar alivio ni esperanza en la joven que clama venganza desde el suelo donde yace desconsolada llorando de impotencia. Se siente vejada y humillada por lo que decide vengarse de su agresor. Para ello corre tras los pasos del bandido sabedora que cada segundo que permaneció en el suelo se ensombrecía la esperanza de aprender a su agresor y llevarle a los juzgados.

Cada segundo que pasa siente más fuerte en su interior la imperiosa necesidad de vengarse, la sangre le corre por las venas a gran velocidad y pronto consigue darle alcance. El malhechor camina despacio, tranquilo y sosegado, como si estuviera dando un paseo, pareciere que lo que acababa de hacer lo había hecho más veces y por ello no huía compungido y atormentado por sus actos.

Cuando la joven le dio alcance se encontraban en las afueras del pequeño pueblo, le pide que se detenga pero este hace caso omiso sin ni tan siquiera voltear para mirarla. Continúa caminando a paso lento pero confiado como quien se dirige al mercado o al trabajo.

De pronto se para tras una casa abandonada y espera a que Rosaura se aproxime a él. Ella le pide explicaciones y él coge una piedra, antes de que pueda huir la coge del cuello con la mano izquierda y con la derecha le atiza una pedrada en la cabeza con la intención de noquearla.
La tira al suelo y comienza a pegarle una retahíla de pedradas a cual más violenta y vengativa. Con la misma fuerza que empleaban los primeros pobladores de este mundo para obtener fuego con la fricción de las piedras.

Los sesos y la sangre de la joven humedecen el seco y polvoriento suelo. El rocío de la mañana ayuda a refrescar la tierra justo antes que las primeras gotas de lluvia comiencen a resbalarse de las oscuras nubes que amenazan tormenta. El agresor continúa su macabro ritual de golpe tras golpe, la roca que porta en su mano derecha le hace heridas en la mano pero ni por esas deja de golpear la cabeza de su víctima que ya no emite sonido alguno. Hace tiempo que ha muerto pero el agresor continúa golpeándola en su afán de descuartizarle el cráneo por completo.

Cuando logra su cometido se levanta, observa con pasividad lo que acaba de hacer, lanza la piedra sobre un matorral y se despide del cuerpo inerte de su víctima con una mirada lacónica e inexpresiva.
Después las gotas de lluvia se alían con el asesino y borran todo tipo de huellas, saliva, pelos y otras  pruebas que hubieran podido quedar en la escena del crimen. Todos los fluidos son arrastrados por la fuerza intempestuosa del agua. Las pisadas del asesino se borran en un abrir y cerrar de ojos. Cuando llega la policía criminal maldicen su suerte.

La lluvia impide realizar el trabajo de campo a la policía, apenas ha quedado nada que recoger, no hay vestigio alguno del asesino. Tras mucho buscar sólo encuentran la piedra con la que destrozó el cráneo a su víctima que yace muerta a escasos metros.

De las casas del pueblo nacen varios ríos de lágrimas, cada calle parece ser un afluente de ese caudaloso río de lágrimas que precipitan los desconsolados vecinos que no consiguen asimilar la noticia. La corriente principal no es otra que la que mana del cadáver de Rosaura. El lugar habitualmente seco ahora sacia su sed con las gotas de lluvia, con las lágrimas de los familiares y vecinos y con la sangre que brota a raudales de la cabeza de la difunta apedreada.

El revoltijo de sesos, arena húmeda y sangre frustró las esperanzas y las ilusiones depositadas en la joven para convertirse en estrella de cine.

Al día siguiente unos vecinos echan tierra en el lugar donde estuvo el cadáver y plantan flores como tratando de borrar el triste recuerdo de la muerte. Siembran semillas de árboles y flores para que la vida reemplace a la muerte, para que el crimen más horrendo jamás acaecido en el pueblo sea olvidado.

Se persignan y rezan un padre nuestro, escupen al suelo en señal de dolor y se marchan del frío lugar arrebujados en sus oscuros abrigos. Todo parece quedar a merced del tiempo, las raíces comienzan a brotar de entre la tierra ahora semi seca. Parecen alimentarse de sesos y de sangre pues crecen fuertes y vigorosas a ritmo frenético.

Con el transcurrir de los días las raíces se alargan hasta el punto que parecen los brazos de la joven tratando de salir de la tierra que la vio morir para vengarse de su asesino sabedora que anda suelto.


Relato corto: Suenan las sirenas.

Suenan las sirenas:

Me levanto extenuado por un incesante dolor de estómago que me impide conciliar el sueño. Se trata de un dolor punzante de lo más molesto que amenaza con no dejarme dormir en toda la noche.

A mis problemas de insomnio se le suma el dolor estomacal y así no hay manera de pegar el ojo en esta vetusta cama. Los minutos se hacen eternos en la lucha por conciliar el sueño, una batalla perdida de antemano. Es por eso que me levanté iracundo y me dirigí al baño para tratar de exonerar el vientre y disipar mis problemas estomacales.

Pero no logro mi cometido y percibo que estoy cerca del colapso total. Me levanto como buenamente puedo de la taza del váter y me dirijo hacia la cocina para tomarme un laxante que elimine mis problemas. Pero antes, mucho antes de llegar a la cocina me precipito sobre el suelo de manera abrupta.

 Me duele la cabeza con una fuerza descomunal como nunca antes me había dolido, no era para menos me había desmayado precipitándome contra el suelo para darme de bruces contra el parquet.

Traté de despertarme pero no podía abrir los ojos, estaba consciente pero no veía nada, contaba en voz alta, podía oír mi voz pero seguía sin ver hasta que finalmente contemplé que estaba en el suelo de mi habitación. Me había orinado y tenía inflamada la frente a consecuencia del morrocotudo golpe que me había dado al caerme en el pasillo que me conducía a la cocina.

A duras penas conseguí levantarme del suelo y anduve unos pasos. Estaba aturdido por el impacto y el bebé no paraba de llorar. Me acerqué a él y contemplé que se había cagado, una peste hedionda emanaba del pañal infestado de pises y excrementos.  Traté de encontrar un pañal pero no quedaba ninguno, al menos no era capaz de vislumbrar el lugar donde los guardaba mi mujer. La llamé al móvil pero no me lo cogió. Me encontraba desbordado por el dolor de cabeza, por la irreductible llorera de mi hijo y por la imposibilidad de complacerle.

Salí al rellano del edificio y llamé a las puertas de varios vecinos, nadie estaba en su casa o al menos nadie abrió su puerta para atenderme.  Tan solo la señora del tercero con la que tenía varios pleitos y a la que ni loco pediría ayuda se asoma tras los ventanales de su salón y me mira con cara de pocos amigos antes de correr la cortina y esconderse de nuevo tras sus aposentos.

Así que no me queda más remedio que regresar a mi casa y cambiar a mi bebé entre espasmos y arcadas. Logro quitarle el pañal pero no logro contener las náuseas y termino por vomitar en la inmensa cabeza de mi bebé. Este continua llorando mientras el líquido amarillento le recorre buena parte de las mejillas y de la frente para precipitarse por su barriga.

Tengo miedo de que se trague mis hálitos nocivos y es entonces cuando decido meterlo en la ducha para quitarle la pestilencia que le surca la cabeza y buena parte de su tronco. El bebé no para de llorar y se me escurre de mi brazo derecho, ya en el suelo de la bañera le continúo echando agua hasta desposeerle de toda la peste hedionda que le circundaba. Los regueros de vómitos y excrementos se pierden por el desagüe para mi fortuna.

Pero aún no puedo cantar victoria, los helicópteros aún surcan mi cabeza y mi hijo sigue sin parar de llorar. Trato de ponerle un pijama pero me da patadas y manotazos que me noquean por completo. Me siento la persona más inútil de la faz de la tierra, incapaz de cambiar un pañal y de ponerle el pijama a mi hijo.

Tras varios minutos tratando de dejar presentable a mi vástago me doy por vencido y me alejo de él, hace mucho calor en la habitación donde me hallo y siento la imperiosa necesidad de aproximarme a la ventana para tomar un poco de aire fresco. El suave viento primaveral me relaja hasta cierto punto pero intuyo que no es suficiente para calmar la ansiedad que me provoca el llanto incesante de mi hijo y el dolor punzante de mi frente.

Es entonces cuando decido deslizar mis piernas por encima de la ventana y colocarme en el pequeño rellano que hay tras ella. En ese instante disfruto de una paz espiritual muy enriquecedora, los ruidos de las bocinas de los autos apenas llegan hasta mi doceavo piso y eso me ayuda a sentirme sereno y tranquilo.

Llevo ya tres o cuatro minutos  apoyado en el pequeño espacio que existe tras mi ventana, quisiera estar un rato más recobrando sensaciones pero los pies me empiezan a quemar y a temblar. Siento que si me mantengo en ese lugar por un minuto más mis pies cederán y caeré irremediablemente al vació si es que no logro sujetarme a tiempo a la ventana.

Pese a ello no tomo ninguna decisión, escucho los lloros de mi hijo desnudo que se mueve de lado a lado sobre mi cama, tengo miedo que se pueda caer al suelo y hacerse tanto daño o más del que me hecho yo hace escasos minutos.

Pero aún así no salgo de mi letargo. Ya no miro a la transitada avenida si no a mi hijo que se aproxima irremediablemente al borde de la cama para precipitarse al vacío. El impacto contra el suelo lo escucho nítidamente y me duele en el alma. Siento que soy un mal padre porque no hecho nada para evitar la caída de me hija.

Ahora le veo llorar con más intensidad si cabe desde el parquet de mi casa y percibo que me mira solicitando la ayuda que un buen padre debería brindarle. Pero yo no soy un buen padre y menos en ese momento en que la zozobra y el estupor me tienen anonadado. No soy capaz de salir de mi letargo pese a la mirada de mi hijo y las piernas me flaquean.

Vuelvo a mirar a calle tratando de recobrar las sensaciones placenteras de antes de la caída aparatosa de mi hijo. Pero ya no hay paz, la calma se esfumó y no consigo quitarme la imagen de mi hijo llorando y suplicándome ayuda. En ese momento trato de regresar a la habitación pero mis pies ceden y me precipito al vacío, caigo, estoy cayendo, veo los autos muy cerca de mí, el suelo se hace inmenso…


Suenan las sirenas.

Relato corto: Amores Dañinos:

Amores Dañinos:


Yo quería a Valeria más que a mi vida y más que a cualquier otra cosa que hubiera en este mundo. Ella estaba felizmente casada pero a mí eso no me importaba pues no era de mi incumbencia.

Seguí acercándome a ella siempre que podía y mi corazón era feliz al contemplar que ella no me era esquiva sino todo lo contrario. Nunca rehusaba hablarme, siempre me escuchaba atenta y me contestaba de manera locuaz, algunas veces sonaba un poco ampulosa y redundante pero eso no me importaba.

En una ocasión me contó que estaba buscando una persona que le hiciere la limpieza y la comida y yo no me lo pensé dos veces, me ofrecí voluntario para trabajar en su casa cuantas horas fuere necesario y ella me contrató al instante.

Me encontraba radiante de felicidad, para acometer este nuevo trabajo debía modificar varios hábitos de mi vida e incluso  tuve que renunciar a mi trabajo de visitador médico pero nada de eso me importó. Mis padres siempre me dijeron que persiguiera mi sueño, y mi sueño no era otro que estar cerca de Valeria el mayor número de horas posibles.

Así fue como comencé a trabajar en su casa y entre lavar ropa, fregar platos y pasar la aspiradora se me iban las horas absorto en la belleza de Valeria. La observaba de soslayo y era cómplice de su felicidad, disfrutaba viendo como se entretenía leyendo revistas del corazón y viendo televisión.

Mis ingresos habían menguado considerablemente desde que entré a trabajar a su casa, pues me pegaba muy poquito, percibía mucho menos dinero que de visitador médico pese hacer muchas más horas, pero esto me hacía feliz y no iba a renunciar a ello por unos cuantos centenares de euros al mes.
A menudo fantaseaba con el momento en que Valeria me pagase en especie, con besos, arrumacos y caricias, como ese día no llegaba yo le hacía vagas insinuaciones como cuando le decía que había otras formas de compensarme por los trabajos realizados. Se lo decía suavemente y poniendo una de mis mejores sonrisas no exentas de erotismo y cierto descaro.

Pero Valeria siempre me pagaba a fin de mes en metálico, cuatro billetes de cincuenta euros y cinco billetes de veinte. Yo me guardaba los billetes y me despedía de ella con un beso en la mejilla y un apasionado abrazo que me sabía a poco.

Para el cuarto mes comencé a vivir en su casa. Apenas salía de su morada, trabajaba de lunes a viernes en tareas de limpieza y el fin de semana de guardés, pues Valeria solía ausentarse con su marido para ir a la casa de la playa que tenían a una hora de distancia.

Cuando llevaba once meses trabajando en su casa percibí que el marido no llegaba a dormir la mayoría de las noches. Sentí que el corazón se me iba a salir del pecho de la emoción, mis arterias parecían ríos a punto de desbordarse, mis vasos comunicantes eran potros desbocados que corrían sin rumbo fijo de un lado a otro. Mi miembro parecía querer eyacular a cada instante.

Aquello era un sin vivir, tantas emociones me atormentaban al unísono que mezclaba el líquido de limpiar suelos con el de fregar platos, se me quemaba la comida y se me olvidaba separar la ropa de color de la ropa blanca.

Cuando temía que Valeria me despidiera por los constantes errores que cometía en mis labores domésticas pasó lo que soñaba que pasara desde el día en que la conocí.

Valeria acercóseme a mí y me dio un beso que me dejó anonadado por unos cuantos segundos, pero reaccioné a tiempo para evitar que cesara en su conducta y nos perdimos en un océano de besos, caricias y manoseos que nos condujo a su catre donde dimos rienda suelta a nuestros más lascivos instintos.

Fornicamos durante tres horas hasta acabar exhaustos, pensé que se me iba a caer el miembro a cachos de tanto usarlo. Aquel día fue el más feliz de mi vida y por fortuna le sucedieron muchos otros donde Valeria se mostró tan amorosa y lasciva como aquella mañana de mayo.

Por desgracia aquel maravilloso mes llegó a su fin y con la llegada de junio retornó a la casa Anastasio, su ausente marido. Llegó con un ramo de flores y un te quiero en la boca que hizo añicos mi corazón. Para Valeria resultó ser un elixir, para mí fue todo lo contrario, un veneno que marchitó mi corazón y se llevó mis esperanzas de convertirme en el nuevo marido de mi amada Valeria.

Un día Valeria se aburrió de mí y de la extraña relación que manteníamos desde que regresó Anastasio a su casa. Desconozco si su marido fue quien tomó la drástica decisión o si fue Valeria la que fruto de un arrebato de culpa y de remordimientos,  o si extenuada y hastiada de ver arrebatada su intimidad decidió prescindir de mis servicios.

Sea como fuere, lo cierto es que me encontraba pasando la aspiradora en el cuarto del matrimonial cuando Valeria entró acompañada de dos hombres que portaban el uniforme de una conocida empresa de mudanzas.

Yo pensé que había llegado el momento en que Valeria se había atrevido a dar el difícil paso de regresar a mantener relaciones sexuales conmigo y que puesta a pecar quería hacerlo con tres hombres a la vez. Pero andaba muy equivocado, enseguida borré mi sonrisa lasciva, lo hice justo en el momento que escuché a Valeria decir a los dos mozos que era a mí a quien se tenían que llevar.
-Señora, a  nosotros nos encargaron llevarnos enseres viejos e inservibles, no personas.

-Esto es un enser viejo e inservible, llevénselo lo más lejos posible, pues no quisiera volverlo a ver nunca más-contestó Valeria sin mirarme a los ojos, como si se estuviera deshaciendo de un viejo frigorífico que ya no funciona.
-Señora, lo siento pero nosotros no…
 -Pagaré bien si hacen una excepción y se llevan a este sujeto-contestó mientras sacaba un fajo de billetes de cincuenta euros.

Yo no acerté a decir nada, estaba totalmente bloqueado. Aquellas lacerantes palabras repletas de odio y desprecio me hirieron en lo más profundo de mi marchito y descompuesto corazón.

Los fornidos mozos me asieron por los sobacos y descendieron las escaleras con la premura y la tranquilidad con la que trabajarían si estuvieran llevándose un electrodoméstico inservible.

De nada sirvieron mis quejumbrosas súplicas, nadie me escuchaba, me su vieron a la parte trasera del camión de las mudanzas y me llevaron a un punto limpio donde me lanzaron a un erial como si fuera una lavadora viejo.

Fui a parar a un estercolero donde había frigoríficos, lavadoras, televisores, microondas y computadoras oxidadas y descuartizadas por todos mis costados. Parecían aguardar el inevitable momento en que serían convertidos en chatarra o serían incinerados.

Yo me escapé de allí antes de ser pasto de las llamas o de ser triturado por una gran máquina de ensamblaje y emprendí la marcha por la sinuosa carretera cabizbajo y taciturno.
La humillación por la que había pasado era el precio que debía pagar por haberme enamorado de quien no debía.

Antes de ese triste suceso, más si cabe cuando copulaba con Valeria con gran frecuencia  mis frases eran embriones de sueños metafóricos y alegóricos de inusitada paz. Escribía bellas historias de amor, cuentos oníricos  en los cuales mis personajes vivían en un mundo de felicidad plena y desbordante. Me creía un gran escritor.

Ahora mis palabras sólo sirven para tratar de persuadir a enamorados incautos de que no se enamoren de quien no deben. Al mismo tiempo me dirijo a los amantes inescrupulosos y a los compradores compulsivos de electrodomésticos para que no se desprendan de nosotros como si fuéramos excrementos, pues tenemos corazón.

Los enseres domésticos al igual que un servidor, son seres que tienen su corazoncito y no deben ser abandonados con el desprecio con que fueron desechados aquel día de ominoso recuerdo.  Ese día que jamás olvidaré los sentimientos que compartí con aquellos inocentes enseres. Sin duda alguna fueron minutos de dolor y frustración pero también de unión y de reencuentro los que vivimos en ese frío y alejado punto limpio donde fuimos a parar.





Relato corto: Miedo en la oscuridad.

Miedo en  la oscuridad:

Mariela se siente extenuada por la culpa, el dolor, el miedo y el arrepentimiento. Arrepentimiento de haber abandonado la casa de Mario. Si llega a saber lo que esperaba allí afuera se hubiera quedado copulando aunque fuera de manera mecánica y a sabiendas de que no iba a alcanzar el orgasmo.

Pero esa sensación de sentirse sometida por el hombre le detestaba, coger sabiendo que no iba a llegar y que lo hacía con un borracho decenas de minutos en quedarse a gusto era algo por lo que no quería volver a pasar.

Aquella noche dijo basta y por eso dejó a Mario en la cama con su miembro erecto a medio camino de eyacular. Si se hubiera quedado un minuto más en esa sucia habitación se hubiera sentido como una ramera barata , Mario no era su novio y aunque lo hubiera sido no tenía la obligación de quedarse en esa apestosa pieza que olía mal y estaba lleno de polvo y ropa sucia.

Cuando camina por la calle aún pensando en su marcha se topa con unos matones en una calle vacía y oscura. Maquina que hacer, no se le ocurre nada, quiere salir corriendo pero sus piernas le tiemblan y queda petrificada sin posibilidad de reaccionar.

Esos hombres comienzan a decirle barbaridades, Mariela piensa rápido, tan rápido como es la velocidad del peligro y decide huir por donde ha venido con la velocidad que lleva el diablo.

Por el camino le lanzan botellas de vino, ron, cerveza y ginebra, ella las esquiva burlando la conmoción cerebral en un sin fin de ocasiones hasta que consigue llegar a otra calle y se adentra en una tienda de ropa, las dependientas la observan ojipláticas, la escuchan jadear y llevarse las manos al corazón sin entender que es lo que le pasa.

Mariela respira profundamente, sabedora de que aunque la continúen persiguiendo no tendrán valor de entrar en la tienda donde se encuentra para darle captura, demasiadas personas, demasiadas cámaras y testigos como para cometer una tropelía.

Su pulso cardíaco recobró la normalidad perdida, solo entonces pensó en los golpes esquivados, en las botellas que llovieron del cielo y que sorteó cuando laceraban el viento con inusitado desprecio, las navajas buscando frenéticamente su yugular y los cuchillos blandidos en la inmensidad de la noche en señal inequívoca de odio y venganza.

No sabe si salir de su cubil o si quedarse un poco más por si los matones siguen allá fuera aguardando su salida, en un alarde de cautela y de prudencia decide quedarse un rato más y para ello toma algunas prendas y se adentra en el mostrador con ellas.

Se las prueba movida más por la necesidad de hacer tiempo que por la intención de comprar, van pasando los minutos y una dependienta le comenta con buenos modales que van a cerrar en breve, en ese instante se percata de que es la única clienta y que las dependientas están con unas ganas enormes de echar el cierre, es entonces cuando a Mariela le embarga una enorme sensación de miedo, la duda de si los malhechores seguirán allá fuera le carcome por dentro.

¿Será que llevo más de una hora aquí?, mira el reloj y se da cuenta que son las diez y que por tanto lleva en la tienda más de cuarenta minutos, es hora de salir de este lugar, se dice para sus adentros mientras toma aire desde lo más profundo de su ser.

En la calle hay muy poca gente y el miedo por toparse con los malandrines que la asaltaron no para de incrementarse, quisiera volver a su casa en taxi pero no tiene dinero, con las pintas que lleva no se fiará de ella ningún taxista, al menos eso cree.

Decide caminar hacia la parada de bus,dobla la esquina y se adentra en una sucia calle repleta de basura y de afiches de conciertos y eventos ya pasados de fecha, es una calle fría y oscura que le infunde un inusitado temor, todos los planes de aquella noche se han ido al triste hasta terminar en el culo del mundo, en un lugar en el que ni los perros vagabundos ni las alimañas nocturnas se sienten a gusto, hasta las hormigas y las cucarachas parecen transitar despavoridas huyendo del peligro que se avecina.

Decide parar al primer taxi que pase, pero para colmo de males aquella ominosa noche los taxis se olvidaron de pasar por esa calle oscura y hedionda.

Unos jóvenes se aproximan por la esquina que volteó unos minutos antes, llevan su rostro tapado por unas capuchas, portaban también bufandas en sus cuellos que les tapan la boca, de esa guisa es imposible saber si son los desaprensivos que trataron de matarla una hora antes.