martes, 29 de septiembre de 2015

Relato corto: Llaman a mi puerta.

Llaman a mi puerta:

Tengo tantos años sin salir de aquí … mi casa hace mucho tiempo que dejó de ser una casa y se convirtió en una madriguera, en un cubil dónde me aíslo de la cada vez más decadente sociedad en la que me tocó vivir para mi desgracia.

Al principio sólo salía para comprar comida en el super de la esquina, desde hace ya varios meses no salgo ni para eso. Se me están empezando a acabar las reservas. La nevera está completamente vacía, la despensa sólo cuenta con dos latas de conservas y tres paquetes de espaguetis caducados, y apara que se caduquen los espaguetis hace falta que pase mucho pero que mucho tiempo.

En el arcón tengo algunas cosas más con las que aguantar al menos una semana más de vida sin pasar hambre, a partir de ahí dios proveerá. No sé qué pasará después, prefiero no pensarlo y para ser honestos no me preocupa demasiado.

Lo que me abruma sobremanera es no saber cuándo regresará Mariela, por más que busque en mi imaginación que hacer cuando no está ella no encuentro respuesta alguna. Los días se hacen eternos cuando no está ella en mi sucia y polvorienta casa.

Por otro lado, hace tanto tiempo que no salgo de casa que no sé si los pocos recuerdos que tengo del exterior son reales o son meras percepciones extrasensoriales o son sueños retenidos en mi subconsciente fruto de alguna ilusión pasajera diluida con el transcurrir de los días.

Mi único vínculo estable con el exterior es Mariela, más allá de las gaviotas que se posan en el alfeizar de mi ventana y me llenar de excrementos la terraza. Yo le pido que se quede conmigo pero ella siempre me dice que tiene muchas cosas que hacer y que no puede quedarse conmigo por más que le gustaría.

Yo le imploro que se quede, que la necesito para superar mis fobias pero ella calla y sus besos se tragan mis palabras al mismo tiempo que me sellan los labios. A veces pienso que es una manera de decirme lo mucho que me quiere, otras veces pienso que quiere decirme que me calle, que me prefiere mudito.

Me toma la mano y me da besos, besos sin ruidos, sin amor y sin futuro, pues no puede haber futuro si no hay amor. Mi vida se reduce a esperar que Mariela regrese a mi casa pero hay muchos días que no lo hace y que por el contrario llaman a mi puerta unos desaprensivos con ganas de hundirme.
Son unos extraños sujetos que vierten amenazas contra mi persona. No los abro y aunque se quedan un buen rato allí plantados finalmente se van. Me amenazan, me insultan, se orinan en la puerta y finalmente se van, siempre es el mismo ritual.

Un día discutí con Mariela por una frivolidad sin precedentes y desde entonces dejó de venir. Comencé a sentirme el hombre más desdichado de la faz de la tierra. Fue entonces cuando la presencia de los extraños sujetos de negro se hizo más habitual, más frecuente de lo que yo podía llegar a imaginar.

Una noche rompieron mi puerta y entraron cuatro maromos vestidos de negro con pasamontañas que impedían ver su rostro. Portaban botas militares y ropa apretada con tirantes. Daba la impresión que eran paramilitares.

Pero creo que eran neonazis por los insultos que vertían. Me llamaron rojo de mierda entre otras lindezas, orinaron en mi cama, rompieron los cristales, el televisor, la nevera, la lavadora y se fueron no sin antes cagarse en el sofá del salón. Hasta tuvieron la paciencia de esperar a que a su pitbull le entraran ganas de cagar en mi alfombra persa.

Un olor a putrefacción llegó en los días venideros a mi habitación. Estaba tan abatido que no me decidí a restaurar mi casa. Para ello debía retirar los enseres destruidos y limpiar las múltiples heces que fueron desperdigando por las diferentes estancias de mi casa. Tarea repugnante que traté de dejar para otro día en que me sintiera con mejor estado anímico, pero ese día nunca llegaba porque Mariela no hacía acto de presencia.

Cuando por fin llegó se echó a llorar, le comencé a besar en la mejilla y en el cuello para darle a entender que estaba bien animado pese al deplorable aspecto que presentaba la casa en la que vivía sumido en el más absoluto abandono.

Los besos tuvieron el efecto deseado e hicimos el amor apasionadamente una y otra vez hasta no poder más. Luego limpiamos la casa y tiramos por la ventana todos los electrodomésticos que no podían ser arreglados, es decir todos los que había en la casa. A decir verdad, la mayoría de enseres no los usaba desde hacía mucho tiempo, por lo que no supusieron una gran pérdida.

Mariela se fue de nuevo por un tiempo indeterminado y llegaron de nuevos los energúmenos para patearme sin compasión. Siempre que se va Mariela ocurre lo mismo, la misma cantinela, un surtido de patadas y puñetes que impactan en mi rostro sin que pueda hacer nada para defenderme. Lo único que ha cambiado es que ahora ya no les queda nada por romper, por lo que se ensañan contra mí con más fuerzas si cabe.

Ahora se limitan a pegarme, a vejarme y a pintar esvásticas por las paredes de las diferentes estancias de mi casa. Luego se van no sin antes escupir y miccionar en la puerta de salida, cuando escucho el ruido de los motores de sus autos respiro profundamente aliviado y solo entonces se apodera de mí ser una placentera sensación de paz y sosiego que hace que la vida valga la pena.

Pese a todo prefiero los días en que Mariela llega a mi casa y fornicamos hasta que el pito se me queda del tamaño de un garbanzo, sonrosado e incandescente.

Sin Mariela no tengo ganas de comer ni de escribir, ella es mi musa, la que me inspira para seguir produciendo obras literarias a buen ritmo. Por eso Mariela te pido de corazón que vuelvas pronto porque te echo mucho de menos y te necesito cerca de mí.

Posdata:

A vosotros hijos de puta solo deciros que un día de estos voy a salir a comprar un par de recortadas semi automáticas para que cuando regreséis os pueda reventar vuestro sucio trasero a balazos. Estaré esperándoles con las escopetas repletas de munición para pegaros varias ráfaga de trallazos en la nuca a cada uno de ustedes.


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