Llaman a mi puerta:
Tengo tantos años sin salir de aquí … mi casa hace mucho
tiempo que dejó de ser una casa y se convirtió en una madriguera, en un cubil
dónde me aíslo de la cada vez más decadente sociedad en la que me tocó vivir
para mi desgracia.
Al principio sólo salía para comprar comida en el super de
la esquina, desde hace ya varios meses no salgo ni para eso. Se me están
empezando a acabar las reservas. La nevera está completamente vacía, la
despensa sólo cuenta con dos latas de conservas y tres paquetes de espaguetis
caducados, y apara que se caduquen los espaguetis hace falta que pase mucho
pero que mucho tiempo.
En el arcón tengo algunas cosas más con las que aguantar al
menos una semana más de vida sin pasar hambre, a partir de ahí dios proveerá.
No sé qué pasará después, prefiero no pensarlo y para ser honestos no me
preocupa demasiado.
Lo que me abruma sobremanera es no saber cuándo regresará
Mariela, por más que busque en mi imaginación que hacer cuando no está ella no
encuentro respuesta alguna. Los días se hacen eternos cuando no está ella en mi
sucia y polvorienta casa.
Por otro lado, hace tanto tiempo que no salgo de casa que no
sé si los pocos recuerdos que tengo del exterior son reales o son meras
percepciones extrasensoriales o son sueños retenidos en mi subconsciente fruto
de alguna ilusión pasajera diluida con el transcurrir de los días.
Mi único vínculo estable con el exterior es Mariela, más
allá de las gaviotas que se posan en el alfeizar de mi ventana y me llenar de
excrementos la terraza. Yo le pido que se quede conmigo pero ella siempre me
dice que tiene muchas cosas que hacer y que no puede quedarse conmigo por más
que le gustaría.
Yo le imploro que se quede, que la necesito para superar mis
fobias pero ella calla y sus besos se tragan mis palabras al mismo tiempo que
me sellan los labios. A veces pienso que es una manera de decirme lo mucho que
me quiere, otras veces pienso que quiere decirme que me calle, que me prefiere
mudito.
Me toma la mano y me da besos, besos sin ruidos, sin amor y
sin futuro, pues no puede haber futuro si no hay amor. Mi vida se reduce a
esperar que Mariela regrese a mi casa pero hay muchos días que no lo hace y que
por el contrario llaman a mi puerta unos desaprensivos con ganas de hundirme.
Son unos extraños sujetos que vierten amenazas contra mi
persona. No los abro y aunque se quedan un buen rato allí plantados finalmente
se van. Me amenazan, me insultan, se orinan en la puerta y finalmente se van,
siempre es el mismo ritual.
Un día discutí con Mariela por una frivolidad sin
precedentes y desde entonces dejó de venir. Comencé a sentirme el hombre más
desdichado de la faz de la tierra. Fue entonces cuando la presencia de los
extraños sujetos de negro se hizo más habitual, más frecuente de lo que yo
podía llegar a imaginar.
Una noche rompieron mi puerta y entraron cuatro maromos
vestidos de negro con pasamontañas que impedían ver su rostro. Portaban botas
militares y ropa apretada con tirantes. Daba la impresión que eran
paramilitares.
Pero creo que eran neonazis por los insultos que vertían. Me
llamaron rojo de mierda entre otras lindezas, orinaron en mi cama, rompieron
los cristales, el televisor, la nevera, la lavadora y se fueron no sin antes
cagarse en el sofá del salón. Hasta tuvieron la paciencia de esperar a que a su
pitbull le entraran ganas de cagar en mi alfombra persa.
Un olor a putrefacción llegó en los días venideros a mi
habitación. Estaba tan abatido que no me decidí a restaurar mi casa. Para ello
debía retirar los enseres destruidos y limpiar las múltiples heces que fueron
desperdigando por las diferentes estancias de mi casa. Tarea repugnante que
traté de dejar para otro día en que me sintiera con mejor estado anímico, pero
ese día nunca llegaba porque Mariela no hacía acto de presencia.
Cuando por fin llegó se echó a llorar, le comencé a besar en
la mejilla y en el cuello para darle a entender que estaba bien animado pese al
deplorable aspecto que presentaba la casa en la que vivía sumido en el más
absoluto abandono.
Los besos tuvieron el efecto deseado e hicimos el amor
apasionadamente una y otra vez hasta no poder más. Luego limpiamos la casa y
tiramos por la ventana todos los electrodomésticos que no podían ser
arreglados, es decir todos los que había en la casa. A decir verdad, la mayoría
de enseres no los usaba desde hacía mucho tiempo, por lo que no supusieron una
gran pérdida.
Mariela se fue de nuevo por un tiempo indeterminado y
llegaron de nuevos los energúmenos para patearme sin compasión. Siempre que se
va Mariela ocurre lo mismo, la misma cantinela, un surtido de patadas y puñetes
que impactan en mi rostro sin que pueda hacer nada para defenderme. Lo único
que ha cambiado es que ahora ya no les queda nada por romper, por lo que se
ensañan contra mí con más fuerzas si cabe.
Ahora se limitan a pegarme, a vejarme y a pintar esvásticas
por las paredes de las diferentes estancias de mi casa. Luego se van no sin
antes escupir y miccionar en la puerta de salida, cuando escucho el ruido de
los motores de sus autos respiro profundamente aliviado y solo entonces se
apodera de mí ser una placentera sensación de paz y sosiego que hace que la
vida valga la pena.
Pese a todo prefiero los días en que Mariela llega a mi casa
y fornicamos hasta que el pito se me queda del tamaño de un garbanzo, sonrosado
e incandescente.
Sin Mariela no tengo ganas de comer ni de escribir, ella es
mi musa, la que me inspira para seguir produciendo obras literarias a buen
ritmo. Por eso Mariela te pido de corazón que vuelvas pronto porque te echo
mucho de menos y te necesito cerca de mí.
Posdata:
A vosotros hijos de puta solo deciros que un día de estos
voy a salir a comprar un par de recortadas semi automáticas para que cuando
regreséis os pueda reventar vuestro sucio trasero a balazos. Estaré esperándoles
con las escopetas repletas de munición para pegaros varias ráfaga de trallazos en
la nuca a cada uno de ustedes.
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