martes, 29 de septiembre de 2015

Relato corto: Amores Dañinos:

Amores Dañinos:


Yo quería a Valeria más que a mi vida y más que a cualquier otra cosa que hubiera en este mundo. Ella estaba felizmente casada pero a mí eso no me importaba pues no era de mi incumbencia.

Seguí acercándome a ella siempre que podía y mi corazón era feliz al contemplar que ella no me era esquiva sino todo lo contrario. Nunca rehusaba hablarme, siempre me escuchaba atenta y me contestaba de manera locuaz, algunas veces sonaba un poco ampulosa y redundante pero eso no me importaba.

En una ocasión me contó que estaba buscando una persona que le hiciere la limpieza y la comida y yo no me lo pensé dos veces, me ofrecí voluntario para trabajar en su casa cuantas horas fuere necesario y ella me contrató al instante.

Me encontraba radiante de felicidad, para acometer este nuevo trabajo debía modificar varios hábitos de mi vida e incluso  tuve que renunciar a mi trabajo de visitador médico pero nada de eso me importó. Mis padres siempre me dijeron que persiguiera mi sueño, y mi sueño no era otro que estar cerca de Valeria el mayor número de horas posibles.

Así fue como comencé a trabajar en su casa y entre lavar ropa, fregar platos y pasar la aspiradora se me iban las horas absorto en la belleza de Valeria. La observaba de soslayo y era cómplice de su felicidad, disfrutaba viendo como se entretenía leyendo revistas del corazón y viendo televisión.

Mis ingresos habían menguado considerablemente desde que entré a trabajar a su casa, pues me pegaba muy poquito, percibía mucho menos dinero que de visitador médico pese hacer muchas más horas, pero esto me hacía feliz y no iba a renunciar a ello por unos cuantos centenares de euros al mes.
A menudo fantaseaba con el momento en que Valeria me pagase en especie, con besos, arrumacos y caricias, como ese día no llegaba yo le hacía vagas insinuaciones como cuando le decía que había otras formas de compensarme por los trabajos realizados. Se lo decía suavemente y poniendo una de mis mejores sonrisas no exentas de erotismo y cierto descaro.

Pero Valeria siempre me pagaba a fin de mes en metálico, cuatro billetes de cincuenta euros y cinco billetes de veinte. Yo me guardaba los billetes y me despedía de ella con un beso en la mejilla y un apasionado abrazo que me sabía a poco.

Para el cuarto mes comencé a vivir en su casa. Apenas salía de su morada, trabajaba de lunes a viernes en tareas de limpieza y el fin de semana de guardés, pues Valeria solía ausentarse con su marido para ir a la casa de la playa que tenían a una hora de distancia.

Cuando llevaba once meses trabajando en su casa percibí que el marido no llegaba a dormir la mayoría de las noches. Sentí que el corazón se me iba a salir del pecho de la emoción, mis arterias parecían ríos a punto de desbordarse, mis vasos comunicantes eran potros desbocados que corrían sin rumbo fijo de un lado a otro. Mi miembro parecía querer eyacular a cada instante.

Aquello era un sin vivir, tantas emociones me atormentaban al unísono que mezclaba el líquido de limpiar suelos con el de fregar platos, se me quemaba la comida y se me olvidaba separar la ropa de color de la ropa blanca.

Cuando temía que Valeria me despidiera por los constantes errores que cometía en mis labores domésticas pasó lo que soñaba que pasara desde el día en que la conocí.

Valeria acercóseme a mí y me dio un beso que me dejó anonadado por unos cuantos segundos, pero reaccioné a tiempo para evitar que cesara en su conducta y nos perdimos en un océano de besos, caricias y manoseos que nos condujo a su catre donde dimos rienda suelta a nuestros más lascivos instintos.

Fornicamos durante tres horas hasta acabar exhaustos, pensé que se me iba a caer el miembro a cachos de tanto usarlo. Aquel día fue el más feliz de mi vida y por fortuna le sucedieron muchos otros donde Valeria se mostró tan amorosa y lasciva como aquella mañana de mayo.

Por desgracia aquel maravilloso mes llegó a su fin y con la llegada de junio retornó a la casa Anastasio, su ausente marido. Llegó con un ramo de flores y un te quiero en la boca que hizo añicos mi corazón. Para Valeria resultó ser un elixir, para mí fue todo lo contrario, un veneno que marchitó mi corazón y se llevó mis esperanzas de convertirme en el nuevo marido de mi amada Valeria.

Un día Valeria se aburrió de mí y de la extraña relación que manteníamos desde que regresó Anastasio a su casa. Desconozco si su marido fue quien tomó la drástica decisión o si fue Valeria la que fruto de un arrebato de culpa y de remordimientos,  o si extenuada y hastiada de ver arrebatada su intimidad decidió prescindir de mis servicios.

Sea como fuere, lo cierto es que me encontraba pasando la aspiradora en el cuarto del matrimonial cuando Valeria entró acompañada de dos hombres que portaban el uniforme de una conocida empresa de mudanzas.

Yo pensé que había llegado el momento en que Valeria se había atrevido a dar el difícil paso de regresar a mantener relaciones sexuales conmigo y que puesta a pecar quería hacerlo con tres hombres a la vez. Pero andaba muy equivocado, enseguida borré mi sonrisa lasciva, lo hice justo en el momento que escuché a Valeria decir a los dos mozos que era a mí a quien se tenían que llevar.
-Señora, a  nosotros nos encargaron llevarnos enseres viejos e inservibles, no personas.

-Esto es un enser viejo e inservible, llevénselo lo más lejos posible, pues no quisiera volverlo a ver nunca más-contestó Valeria sin mirarme a los ojos, como si se estuviera deshaciendo de un viejo frigorífico que ya no funciona.
-Señora, lo siento pero nosotros no…
 -Pagaré bien si hacen una excepción y se llevan a este sujeto-contestó mientras sacaba un fajo de billetes de cincuenta euros.

Yo no acerté a decir nada, estaba totalmente bloqueado. Aquellas lacerantes palabras repletas de odio y desprecio me hirieron en lo más profundo de mi marchito y descompuesto corazón.

Los fornidos mozos me asieron por los sobacos y descendieron las escaleras con la premura y la tranquilidad con la que trabajarían si estuvieran llevándose un electrodoméstico inservible.

De nada sirvieron mis quejumbrosas súplicas, nadie me escuchaba, me su vieron a la parte trasera del camión de las mudanzas y me llevaron a un punto limpio donde me lanzaron a un erial como si fuera una lavadora viejo.

Fui a parar a un estercolero donde había frigoríficos, lavadoras, televisores, microondas y computadoras oxidadas y descuartizadas por todos mis costados. Parecían aguardar el inevitable momento en que serían convertidos en chatarra o serían incinerados.

Yo me escapé de allí antes de ser pasto de las llamas o de ser triturado por una gran máquina de ensamblaje y emprendí la marcha por la sinuosa carretera cabizbajo y taciturno.
La humillación por la que había pasado era el precio que debía pagar por haberme enamorado de quien no debía.

Antes de ese triste suceso, más si cabe cuando copulaba con Valeria con gran frecuencia  mis frases eran embriones de sueños metafóricos y alegóricos de inusitada paz. Escribía bellas historias de amor, cuentos oníricos  en los cuales mis personajes vivían en un mundo de felicidad plena y desbordante. Me creía un gran escritor.

Ahora mis palabras sólo sirven para tratar de persuadir a enamorados incautos de que no se enamoren de quien no deben. Al mismo tiempo me dirijo a los amantes inescrupulosos y a los compradores compulsivos de electrodomésticos para que no se desprendan de nosotros como si fuéramos excrementos, pues tenemos corazón.

Los enseres domésticos al igual que un servidor, son seres que tienen su corazoncito y no deben ser abandonados con el desprecio con que fueron desechados aquel día de ominoso recuerdo.  Ese día que jamás olvidaré los sentimientos que compartí con aquellos inocentes enseres. Sin duda alguna fueron minutos de dolor y frustración pero también de unión y de reencuentro los que vivimos en ese frío y alejado punto limpio donde fuimos a parar.





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