Amores Dañinos:
Yo quería a Valeria más que a mi vida y más que a cualquier
otra cosa que hubiera en este mundo. Ella estaba felizmente casada pero a mí
eso no me importaba pues no era de mi incumbencia.
Seguí acercándome a ella siempre que podía y mi corazón era
feliz al contemplar que ella no me era esquiva sino todo lo contrario. Nunca
rehusaba hablarme, siempre me escuchaba atenta y me contestaba de manera
locuaz, algunas veces sonaba un poco ampulosa y redundante pero eso no me
importaba.
En una ocasión me contó que estaba buscando una persona que
le hiciere la limpieza y la comida y yo no me lo pensé dos veces, me ofrecí
voluntario para trabajar en su casa cuantas horas fuere necesario y ella me
contrató al instante.
Me encontraba radiante de felicidad, para acometer este
nuevo trabajo debía modificar varios hábitos de mi vida e incluso tuve que renunciar a mi trabajo de visitador
médico pero nada de eso me importó. Mis padres siempre me dijeron que
persiguiera mi sueño, y mi sueño no era otro que estar cerca de Valeria el
mayor número de horas posibles.
Así fue como comencé a trabajar en su casa y entre lavar
ropa, fregar platos y pasar la aspiradora se me iban las horas absorto en la
belleza de Valeria. La observaba de soslayo y era cómplice de su felicidad,
disfrutaba viendo como se entretenía leyendo revistas del corazón y viendo
televisión.
Mis ingresos habían menguado considerablemente desde que
entré a trabajar a su casa, pues me pegaba muy poquito, percibía mucho menos
dinero que de visitador médico pese hacer muchas más horas, pero esto me hacía
feliz y no iba a renunciar a ello por unos cuantos centenares de euros al mes.
A menudo fantaseaba con el momento en que Valeria me pagase
en especie, con besos, arrumacos y caricias, como ese día no llegaba yo le
hacía vagas insinuaciones como cuando le decía que había otras formas de
compensarme por los trabajos realizados. Se lo decía suavemente y poniendo una
de mis mejores sonrisas no exentas de erotismo y cierto descaro.
Pero Valeria siempre me pagaba a fin de mes en metálico,
cuatro billetes de cincuenta euros y cinco billetes de veinte. Yo me guardaba
los billetes y me despedía de ella con un beso en la mejilla y un apasionado
abrazo que me sabía a poco.
Para el cuarto mes comencé a vivir en su casa. Apenas salía
de su morada, trabajaba de lunes a viernes en tareas de limpieza y el fin de
semana de guardés, pues Valeria solía ausentarse con su marido para ir a la
casa de la playa que tenían a una hora de distancia.
Cuando llevaba once meses trabajando en su casa percibí que
el marido no llegaba a dormir la mayoría de las noches. Sentí que el corazón se
me iba a salir del pecho de la emoción, mis arterias parecían ríos a punto de
desbordarse, mis vasos comunicantes eran potros desbocados que corrían sin
rumbo fijo de un lado a otro. Mi miembro parecía querer eyacular a cada instante.
Aquello era un sin vivir, tantas emociones me atormentaban
al unísono que mezclaba el líquido de limpiar suelos con el de fregar platos,
se me quemaba la comida y se me olvidaba separar la ropa de color de la ropa
blanca.
Cuando temía que Valeria me despidiera por los constantes
errores que cometía en mis labores domésticas pasó lo que soñaba que pasara
desde el día en que la conocí.
Valeria acercóseme a mí y me dio un beso que me dejó
anonadado por unos cuantos segundos, pero reaccioné a tiempo para evitar que
cesara en su conducta y nos perdimos en un océano de besos, caricias y manoseos
que nos condujo a su catre donde dimos rienda suelta a nuestros más lascivos
instintos.
Fornicamos durante tres horas hasta acabar exhaustos, pensé
que se me iba a caer el miembro a cachos de tanto usarlo. Aquel día fue el más
feliz de mi vida y por fortuna le sucedieron muchos otros donde Valeria se
mostró tan amorosa y lasciva como aquella mañana de mayo.
Por desgracia aquel maravilloso mes llegó a su fin y con la
llegada de junio retornó a la casa Anastasio, su ausente marido. Llegó con un
ramo de flores y un te quiero en la boca que hizo añicos mi corazón. Para
Valeria resultó ser un elixir, para mí fue todo lo contrario, un veneno que
marchitó mi corazón y se llevó mis esperanzas de convertirme en el nuevo marido
de mi amada Valeria.
Un día Valeria se aburrió de mí y de la extraña relación que
manteníamos desde que regresó Anastasio a su casa. Desconozco si su marido fue
quien tomó la drástica decisión o si fue Valeria la que fruto de un arrebato de
culpa y de remordimientos, o si
extenuada y hastiada de ver arrebatada su intimidad decidió prescindir de mis
servicios.
Sea como fuere, lo cierto es que me encontraba pasando la
aspiradora en el cuarto del matrimonial cuando Valeria entró acompañada de dos
hombres que portaban el uniforme de una conocida empresa de mudanzas.
Yo pensé que había llegado el momento en que Valeria se
había atrevido a dar el difícil paso de regresar a mantener relaciones sexuales
conmigo y que puesta a pecar quería hacerlo con tres hombres a la vez. Pero
andaba muy equivocado, enseguida borré mi sonrisa lasciva, lo hice justo en el
momento que escuché a Valeria decir a los dos mozos que era a mí a quien se
tenían que llevar.
-Señora, a nosotros
nos encargaron llevarnos enseres viejos e inservibles, no personas.
-Esto es un enser viejo e inservible, llevénselo lo más
lejos posible, pues no quisiera volverlo a ver nunca más-contestó Valeria sin
mirarme a los ojos, como si se estuviera deshaciendo de un viejo frigorífico
que ya no funciona.
-Señora, lo siento pero nosotros no…
-Pagaré bien si hacen
una excepción y se llevan a este sujeto-contestó mientras sacaba un fajo de
billetes de cincuenta euros.
Yo no acerté a decir nada, estaba totalmente bloqueado.
Aquellas lacerantes palabras repletas de odio y desprecio me hirieron en lo más
profundo de mi marchito y descompuesto corazón.
Los fornidos mozos me asieron por los sobacos y descendieron
las escaleras con la premura y la tranquilidad con la que trabajarían si
estuvieran llevándose un electrodoméstico inservible.
De nada sirvieron mis quejumbrosas súplicas, nadie me
escuchaba, me su vieron a la parte trasera del camión de las mudanzas y me
llevaron a un punto limpio donde me lanzaron a un erial como si fuera una
lavadora viejo.
Fui a parar a un estercolero donde había frigoríficos,
lavadoras, televisores, microondas y computadoras oxidadas y descuartizadas por
todos mis costados. Parecían aguardar el inevitable momento en que serían
convertidos en chatarra o serían incinerados.
Yo me escapé de allí antes de ser pasto de las llamas o de
ser triturado por una gran máquina de ensamblaje y emprendí la marcha por la
sinuosa carretera cabizbajo y taciturno.
La humillación por la que había pasado era el precio que
debía pagar por haberme enamorado de quien no debía.
Antes de ese triste suceso, más si cabe cuando copulaba con
Valeria con gran frecuencia mis frases
eran embriones de sueños metafóricos y alegóricos de inusitada paz. Escribía
bellas historias de amor, cuentos oníricos
en los cuales mis personajes vivían en un mundo de felicidad plena y
desbordante. Me creía un gran escritor.
Ahora mis palabras sólo sirven para tratar de persuadir a
enamorados incautos de que no se enamoren de quien no deben. Al mismo tiempo me
dirijo a los amantes inescrupulosos y a los compradores compulsivos de
electrodomésticos para que no se desprendan de nosotros como si fuéramos
excrementos, pues tenemos corazón.
Los enseres domésticos al igual que un servidor, son seres
que tienen su corazoncito y no deben ser abandonados con el desprecio con que
fueron desechados aquel día de ominoso recuerdo. Ese día que jamás olvidaré los sentimientos
que compartí con aquellos inocentes enseres. Sin duda alguna fueron minutos de
dolor y frustración pero también de unión y de reencuentro los que vivimos en
ese frío y alejado punto limpio donde fuimos a parar.
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