Miedo en la oscuridad:
Mariela se siente extenuada por la culpa, el dolor, el miedo y el
arrepentimiento. Arrepentimiento de haber abandonado la casa de Mario. Si llega
a saber lo que esperaba allí afuera se hubiera quedado copulando aunque fuera
de manera mecánica y a sabiendas de que no iba a alcanzar el orgasmo.
Pero esa sensación de sentirse sometida por el hombre le
detestaba, coger sabiendo que no iba a llegar y que lo hacía con un borracho
decenas de minutos en quedarse a gusto era algo por lo que no quería volver a
pasar.
Aquella noche dijo basta y por eso dejó a Mario en la cama con su
miembro erecto a medio camino de eyacular. Si se hubiera quedado un minuto más
en esa sucia habitación se hubiera sentido como una ramera barata , Mario no era
su novio y aunque lo hubiera sido no tenía la obligación de quedarse en esa
apestosa pieza que olía mal y estaba lleno de polvo y ropa sucia.
Cuando camina por la calle aún pensando en su marcha se topa con
unos matones en una calle vacía y oscura. Maquina que hacer, no se le ocurre
nada, quiere salir corriendo pero sus piernas le tiemblan y queda petrificada
sin posibilidad de reaccionar.
Esos hombres comienzan a decirle barbaridades, Mariela piensa
rápido, tan rápido como es la velocidad del peligro y decide huir por donde ha
venido con la velocidad que lleva el diablo.
Por el camino le lanzan botellas de vino, ron, cerveza y ginebra,
ella las esquiva burlando la conmoción cerebral en un sin fin de ocasiones hasta
que consigue llegar a otra calle y se adentra en una tienda de ropa, las
dependientas la observan ojipláticas, la escuchan jadear y llevarse las manos
al corazón sin entender que es lo que le pasa.
Mariela respira profundamente, sabedora de que aunque la continúen
persiguiendo no tendrán valor de entrar en la tienda donde se encuentra para
darle captura, demasiadas personas, demasiadas cámaras y testigos como para
cometer una tropelía.
Su pulso cardíaco recobró la normalidad perdida, solo entonces
pensó en los golpes esquivados, en las botellas que llovieron del cielo y que
sorteó cuando laceraban el viento con inusitado desprecio, las navajas buscando
frenéticamente su yugular y los cuchillos blandidos en la inmensidad de la
noche en señal inequívoca de odio y venganza.
No sabe si salir de su cubil o si quedarse un poco más por si los
matones siguen allá fuera aguardando su salida, en un alarde de cautela y de
prudencia decide quedarse un rato más y para ello toma algunas prendas y se
adentra en el mostrador con ellas.
Se las prueba movida más por la necesidad de hacer tiempo que por
la intención de comprar, van pasando los minutos y una dependienta le comenta
con buenos modales que van a cerrar en breve, en ese instante se percata de que
es la única clienta y que las dependientas están con unas ganas enormes de
echar el cierre, es entonces cuando a Mariela le embarga una enorme sensación
de miedo, la duda de si los malhechores seguirán allá fuera le carcome por
dentro.
¿Será que llevo más de una hora aquí?, mira el reloj y se da
cuenta que son las diez y que por tanto lleva en la tienda más de cuarenta
minutos, es hora de salir de este lugar, se dice para sus adentros mientras
toma aire desde lo más profundo de su ser.
En la calle hay muy poca gente y el miedo por toparse con los
malandrines que la asaltaron no para de incrementarse, quisiera volver a su
casa en taxi pero no tiene dinero, con las pintas que lleva no se fiará de ella
ningún taxista, al menos eso cree.
Decide caminar hacia la parada de bus,dobla la esquina y se
adentra en una sucia calle repleta de basura y de afiches de conciertos y
eventos ya pasados de fecha, es una calle fría y oscura que le infunde un
inusitado temor, todos los planes de aquella noche se han ido al triste hasta
terminar en el culo del mundo, en un lugar en el que ni los perros vagabundos
ni las alimañas nocturnas se sienten a gusto, hasta las hormigas y las
cucarachas parecen transitar despavoridas huyendo del peligro que se avecina.
Decide parar al primer taxi que pase, pero para colmo de males
aquella ominosa noche los taxis se olvidaron de pasar por esa calle oscura y
hedionda.
Unos jóvenes se aproximan por la esquina que volteó unos minutos
antes, llevan su rostro tapado por unas capuchas, portaban también bufandas en
sus cuellos que les tapan la boca, de esa guisa es imposible saber si son los
desaprensivos que trataron de matarla una hora antes.
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