viernes, 29 de enero de 2016

El Misterio de Rocas Altas, Ibiza.

El enclave de Rocas Altas está marcado como uno de esos sitios en los que suceden hechos anómalos e inexplicables. Lugar de peregrinaje para todos aquellos amantes del misterio que se pueden permitir el viaje hasta tierras ibicencas.

Es un paraje agreste muy próximo a San José, una de las principales poblaciones de Ibiza. Esta zona de pinos y matorrales es la más elevada de la pequeña isla balear y desde dónde se disfrutan las mejores vistas. Por un lado a las montañas del interior y por el resto el extenso mar mediterráneo siempre pintado de un azul turquesa tan intenso y bello que parece haber sido pintado por un genio de la pintura.

Pero esta parte de la isla no es conocida por la mayoría de turistas que llegan a la isla para disfrutar de las calas y de las fiestas diurnas y nocturnas en multitud de playas y discotecas de Ibiza, Santa Eulalia y demás poblaciones abarrotadas de jóvenes con ganas de juerga.

Es por esa que Rocas Altas guarda ese magnetismo tan especial que sólo guardan los lugares que no han sido masificados y que por tanto guardan su encanto y su especial silencio. Un silencio sepulcral que a veces se convierte en griteríos de personas que parecen pedir socorro desde no se sabe dónde. Para los que han vivido esa extraña sensación de oír voces del más allá en Rocas Altas no saben muy bien como describirlas. Pues por un lado parecen lamentos e incluso alaridos pero que no llegan a conocer de qué lugar concreto provienen.

Esto crea confusión y alarma en las personas que escuchan las misteriosas voces. Unas veces por haber estado dentro de una tienda de campaña y otras por el miedo, lo cierto es que los testigos siempre se quedan con las ganas de saber de dónde provienen esas inquietantes voces.

A las voces se les une olores  extraños como a chamusquina, luces en el horizonte como de aviones que nunca llegan materializarse e incluso descensos bruscos de la temperatura contrastados por termómetros de mercurio.
También cuentan que las baterías de los móviles y de las lap tops se terminan muy rápido, así como las pilas de las linternas. La mayoría de los intrépidos visitantes nocturnos terminan por huir del paraje a paso rápido, estupefactos y aterrados por tantos y tantos fenómenos sin explicación aparente.
Esas mismas personas aseguran que por el día no se puede apreciar ninguno de estos fenómenos. Como el antiguo hospital de tuberculosos de Busot, los fenómenos inexplicables se suceden únicamente a horas intempestivas, cuando la quietud de la noche tan sólo es interrumpida por el croar de las ranas y el crepitar de los grillos.

Hace algunos años un vecino de San José comentó que en las noches estivales solía pasear su perro por la zona de Rocas Altas para disfrutar de las vistas y del frescor de la noche ibicenca.
Pero que dejó de hacerlo porque un intenso olor a chamusquina se apoderaba del enclave y le hacía recordar las horas posteriores a la tragedia aérea acaecida en ese mismo lugar en enero de 1972.

“Yo fui uno de los primeros en llegar al lugar tras escuchar la colisión en mi casa. Estaba cenando cuando escuché el enorme estruendo que supuso el accidente. Al llegar al lugar el panorama era espeluznante. Un montón de árboles habían sido reventados de cuajo y entre los restos del fuselaje había multitud de personas muertas. Muchos de ellos aún en sus sillas.  En un primer momento grité para ver si había alguien vivo al que socorrer pero rápidamente comprendía que allí no había supervivientes y regresé a casa para llamar a los bomberos y a la policía.

“Lo que más recuerdo de aquel accidente es el olor a quemado, ese mismo olor que regresa al lugar en las noches de verano aunque no haya nadie prendiendo fuego ni quemando rastrojos. Recordar ese olor a chamusquina me produce tantos escalofríos que prefiero pasear mi perro por calles alumbradas y alejadas de Rocas Altas aunque me toque recoger sus excrementos”.

“Prefiero recoger las enormes cagadas de mi mastín antes que ir al pinar de Rocas Altas y percibir  el penetrante olor a chamusquina que me eriza la piel y me pone los vellos de punta.  Cuando lo percibía salía huyendo pues temía que se me aparecieran las personas fallecidas en el accidente”.

“Uno escucha tantas cosas acerca del lugar, de que se escuchan las voces de los pasajeros agonizando, de que se ven luces, de que hay un portal de acceso a otra dimensión que al final me da un miedo terrible que por sugestión o por lo que sea termine viendo a los fallecidos tal y como los vi el día del accidente.
Si me ocurre eso entonces sé que no llego a casa, me da un síncope en ese lugar y allí me quedo tieso de por vida”.

 Es por eso que este vecino evita frecuentar Rocas Altas en las noches de verano, sin embargo en invierno si se da paseos y nunca ha percibida nada extraño. Puede parecer raro que se así, puesto que el accidente tuvo lugar en invierno, pero los fenómenos parecen aflorar con el calor estival.
Narrado el misterio de Rocas Altas paso a continuación a contar el accidente aéreo que parece ser que fue el desencadenante de estos hechos inexplicables.


El 8 de enero de 1972 los rotativos nacionales abrían su portada contando un hecho trágico sin precedentes en aquella época:
 Un accidente aéreo deja un balance de 104 muertos, el más trágico accidente de la aviación civil española, tuvo lugar a las 12,10 al estrellarse un avión de "Iberia", contra una estribación montañosa del sur-oeste de la isla de Ibiza, en medio de una densa niebla.
Cuatro de los pasajeros del avión Iberia siniestrado, eran de Higueruela.
     El avión un Caravelle, que cubría la línea regular Madrid-Valencia-Ibiza, se estrelló a la citada hora contra una estribación montañosa de escasa altura, en el lugar conocido por "El Morteret, entre los picos "Rocas Altas" (365 m) y la "Atalaya de San José, (301 m) a solo unos 8 kilómetros del aeropuerto de Ibiza.
Ni un solo superviviente.
        La catástrofe aérea de Ibiza, que tan dolorosa impresión causó en toda España, desgraciadamente tuvo en nuestro pueblo una especial y triste resonancia al darse la circunstancia de contarse entre las víctimas con cuatro paisanos nuestros.
     Higueruela sintió  con toda su crudeza el impacto de tan horrible suceso. Todos vivimos la tragedia como propia aquella tarde noche del 7 de enero,  cuando empezaron a circular los rumores de un fatal accidente aéreo. Vimos gente correr y llorar por nuestras calles, presas de la desesperación.  Compartiendo el dolor de cuatro familias muy apreciadas y queridas, que fueron objeto de incontables muestras de condolencia.
        En el siniestrado avión de Iberia viajaban:
http://195.235.95.240/municipios/Higueruela/aminguez/nuestrahistoria/1972Pedrop.jpg
Pedro
Verdejo López
De 32 años.
natural de Higueruela.
Vecino de la localidad de Elche.
Estaba casado y  tenía dos hijas.
http://195.235.95.240/municipios/Higueruela/aminguez/nuestrahistoria/1972Antoniop.jpg
Antonio
Verdejo López
Hermano del anterior  de 27 años.
Soltero.
Agricultor con residencia en Higueruela.
http://195.235.95.240/municipios/Higueruela/aminguez/nuestrahistoria/wence002.jpg
Francisco
García Cantos
Cuñado de los anteriores
De 38 años.
Casado, con tres hijos.
natural de Higueruela pero con domicilio también en la ciudad de Elche.
http://195.235.95.240/municipios/Higueruela/aminguez/nuestrahistoria/wence001..jpg
Juan
García Cantos
La cuarta víctima,
de  41años, casado y con dos hijos, 
vecino de Higueruela,
hermano del antes mencionado  Francisco.
     Francisco García y Pedro Verdejo habían pasado las Navidades en Higueruela y se incorporaban de nuevo a su trabajo en Ibiza, llevándose con ellos a su hermano y cuñado para que trabajaran en la construcción aproximadamente hasta el mes de mayo. Pues eran años donde el turismo cobraba fuerza y se comenzaban a construir multitud de hoteles y apartamentos en la pequeña isla del archipiélago balear.
Los cuatro vecinos albaceteños dejaron Elche en busca de trabajo temporal, pero trabajo bien pagado para aquella época al fin y al cabo.
              COMO FUE EL ACCIDENTE
      Las primeras noticias fueron muy confusas. A primeras horas de la tarde se tuvieron las primeras noticias del accidente, si bien eran muy confusas y, en ocasiones contradictorias.
     Primero se dijo que el avión había caído al mar, al oeste de la isla de Ibiza, entre San Antonio Abad y el islote rocosa de Cunillera  e, incluso se llegó a confundir la isla de Cunillera con la Conejera, situada mucho más al este de Ibiza, al sur de Mallorca y al norte de Cabrera.
     Tampoco se supo en los primeros momentos si el accidente sobrevino antes o después de que el avión hubiera tomado tierra en Ibiza.
     Finalmente  quedó  establecido que éste tuvo lugar minutos antes de que el aparato rindiera fin de su viaje en el sentido Madrid - Valencia - Ibiza, con el número de vuelo IB-602. El viaje de regreso lo debería haber iniciado a las 13,10 con el número de vuelo IB-601.
     La compañía Iberia facilitó de forma paulatina información sobre el desastre en cuanto  obraron en su poder datos concretos y así se identificó  la tripulación del avión siniestrado sólo un par de horas después de sucedido el desastre.
La tripulación del Caravelle estaba compuesta por
Comandante:
José Luis Ballester Sepúlveda.
Copiloto: 
Jesús Montesinos Sánchez.
Mecánico: 
Vicente Rodríguez Mesa.
Azafata: 
Pilar Merino López Baeza.
Azafata: 
Pilar Miravet Martín.
Auxiliar de vuelo:
Manuel Fernández Cuesta.
     La lista de pasajeros no se dio a conocer a última hora de la tarde por la Compañía, pero si se comento que dieciocho de los pasajeros habían iniciado el viaje en Madrid y los ochenta restantes habían abordado el avión en Valencia.

       Dantesca escena en el lugar de la catástrofe.

        Juan Ribas, que habitaba en una casa cercana al lugar del accidente, manifestó que vio volar el avión muy bajo, en la niebla reinante y que luego oyó una tremenda explosión.
       Se acercó al lugar y pudo ver una dantesca escena, en la que, en un área de dos kilómetros de radio, se confundían los restos del avión con los cadáveres de las víctimas.
       El Sr. Ribas regresó inmediatamente a San José, la vecina localidad y avisó a la Guardia Civil. La Benemérita inició de inmediato el oportuno despliegue para rescatar a los posibles supervivientes. Por desgracia, al regresar al lugar pudieron comprobar que no había auxilio que prestar.
      El montículo con el que chocó el avión, tiene por el lado oeste una pendiente prácticamente de 90 grados. De la violencia de la colisión puede dar idea de que numerosos restos de la tragedia cayeron al otro lado de la pared que dicho montículo representaba.
           
     A las cinco y media de la tarde llegó a Ibiza, procedente de Madrid, el presidente del consejo de Administración de Iberia Jesús Romero Gorria, acompañado por un grupo de técnicos de la empresa.
     Los directivos y técnicos de Iberia, inmediatamente de llegar al aeropuerto ibicenco, se encaminaron al lugar del accidente con las autoridades locales.
     Por otra parte en Madrid se  reunió el Consejo de Administración de Iberia, para estudiar las medidas pertinentes con relación al luctuoso suceso.
    La Compañía Iberia  facilitó a la prensa  la siguiente nota:
       Iberia lamenta comunicar que en el día de hoy el avión matrícula EC/ATV tipo Caravelle VI/R de 94 plazas que realizaba la línea IM-602, en su trayecto Valencia-Ibiza despegó del aeropuerto de Valencia a las 12,00 horas de la mañana hora local de acuerdo con el horario previsto.
      El comandante mantuvo las comunicaciones normales con los aeropuertos de Valencia e Ibiza hasta, las 12,15 horas, es decir, diez minutos antes de la llegada estimada a este último aeropuerto, perdió el contacto por radio con el avión la torre de control del aeropuerto de Ibiza que decretó la situación de alarma.
      El avión ha sido localizado en el  Monte de Atalaya del término municipal de San José (Ibiza a quince kilómetros aproximadamente del aeropuerto de Ibiza, sin que fuera hallado ningún superviviente.
       Hasta el momento se desconocen las causas del accidente.
      Por las autoridades aeronáuticas y por Iberia se han  iniciado las oportunas investigaciones para determinar las causas del siniestro.
  IBERIA DA UNA RELACIÓN  PROVISIONAL DE LOS 89 ADULTOS Y 9 NIÑOS  MUERTOS EN EL ACCIDENTE.
ANTONIO ANDRÉS.
MARIA VERDERA

JUAN CASTELL
JOSEFA VIDAL
JOSÉ CASTELL
RAMÓN CARRASCO
JUAN LÓPEZ
DIEGO LÓPEZ
JUAN VENDRELL
PEDRO FERNÁNDEZ.
JOSÉ LUIS GARCÍA CRESPO
MARIA TERESA HERNÁNDEZ
MARIA TERESA GARCÍA HERNÁNDEZ
FRANCISCO JIMÉNEZ
FRANCISCO JOSÉ JIMÉNEZ
MARIA SALUD ALIAGA
VICENTE GINER
ADELA COPOVI
FRANCISCO GARCÍA CANTOS
JUAN MORENO CUENCA
PEDRO VERDEJO
ANTONIO VERDEJO

MANUEL MADRID
JOSÉ LUIS GARRIDO
JUAN MANUEL DE LA FUENTE
JUAN GARCÍA 
JOSÉ HABA
ANICETO PARDO
MARCOS QUESADA
JUAN FERNÁNDEZ
JOAQUÍN LÁZARO
JOSÉ MARIA MOLINA
MARIA GARCÍA NAVARRO.
MOLINO
JUAN MICO
JUAN MARTÍNEZ HARO
JOSÉ MILÁN
JOSÉ MARTÍNEZ
FRANCISCO MON
JOSÉ LUIS CAPDEVILA
SANTIAGO AYEN
ANTONIO RUIZ
SR. PULLOL RIERA
CAMACHO
SONIA PUJOL
JESÚS PÉREZ BALLESTERO
JOSÉ CALERO MORCILLO.
MIGUEL BLANCO PÉREZ.
JOSÉ BALLESTERO MARTÍNEZ.
PEDRO MARTÍNEZ ALMANSA.
MIGUEL REQUENA
JESÚS ARROYO
MARIA LÓPEZ
JUAN SILVESTRE
RAMÓN REQUENA
VICENTE J. FERRI
RICARDO HUGUET
VICENTE RICHART
LUIS RICHART
MIGUEL RICHART
JOSEFA TOLEDO DE RICHART
SALVADOR SERRA
VILAR VALERA NOEDA
MANUEL YAGÜE
MARTA YAGÜE
ROSA YAGÜE
MARTA SOLERA
JOSÉ F. MARTÍNEZ
ISIDRO CAMARASA
FRANCISCO GODOY ROMERA
ROQUE RUIZ
DOLORES ALCAÑIZ
JOSÉ ASENSIO
MAGDALENA BUENO
JOSÉ JESUARDO
JOSÉ PICO
RAFAEL MERENCIANO
HIPÓLITA LEAL
LÓPEZ RUIZ
LUIS PERIAL GARCÍA
ANTONIO LAGUNA
JOSÉ CALZOR
ANTONIO TORRES
JOSÉ LUIS AMIGO
MIGUEL TUR ROIG
TRINI DE FIGUEROA
RAFAEL LÓPEZ NARVÁEZ
BERTA SÁNCHEZ DE TERÁN
JEFF D. DESSAK
ALMUDENA LUNA
SEÑORA DE LUNA
MIGUEL LUNA
MÓNICA LUNA
SEÑORITA CABRERIZO 
DIETER FRICKER CASTEL
VICENTE GINER
           ESPELUZNANTE ASPECTO DEL LUGAR DEL ACCIDENTE
        La zona en que se estrelló el avión reactor de Iberia tipo Caravelle que cubría el trayecto Valencia Ibiza, ofrecía una aspecto realmente espeluznante, ya que los restos de los cadáveres de pasajeros y tripulaciones cubrían  por lo menos un kilómetro de radio, lo que da una idea de la violencia del impacto contra la zona denominada "Rocas Altas" enclavada en la montaña "La Atalayasa" de 400 metros de altura. en el término municipal de San Jose (Ibiza).
       Se da la circunstancia sin embargo, de que el avión no se encontró fragmentado en trozos muy pequeños, ni se incendió al chocar contra el terreno.
       El comandante de la nave siniestrada llevaba siete mil horas de vuelo, y el segundo piloto era recién casado y su esposa estaba esperando un hijo. El mecánico estaba casado y era padre de dos hijos.
             LA ULTIMA LLAMADA DEL COMANDANTE DEL AVIÓN
        Según informaciones recogidas en círculos allegados al aeropuerto de Ibiza, la última llamada efectuada por la tripulación del avión siniestrado fue realizada a las doce y cuarto. La tripulación pidió permiso para descender a 5500 pies de altura. Sobrevolaba en ese momento la isla Conejera. El piloto dijo "preparad una cerveza que ya estamos", la torre de control dio el permiso para descender y se cree  que el aparato se encontró con la montaña, seguramente debido a un error del altímetro.
        El aparato no chocó de proa, ya que esta parte es la que se encontró  mejor conservada. Sin embargo la cola y el centro estaban totalmente destrozados. Se supone que el piloto al observar la presencia del obstáculo intentó elevarse de nuevo.
       Entre el personal del aeropuerto se comentó que precisamente esa zona de la isla era la única que en aquellos momentos tenía poca visibilidad.
ENTIERRO DE LAS 104 VICTIMAS.
IBIZA Día 8.(Crónica de periódico nacional)
        A las nueve y cinco de esta noche finalizó el funeral de "corpore insepulto" oficiado  por las 104 víctimas del accidente aéreo ocurrido ayer en esta isla. Ofició el obispo auxiliar de Ibiza Monseñor Teodoro Úbeda, que concelebró la ceremonia con otros siete sacerdotes, uno de ellos llegó de Villarrobledo (Albacete), acompañando a una muchacha de 16 años que ha perdido en el accidente a  sus padres y dos hermanos.
       Presidieron el ministro del Aire, el gobernando civil de Baleares, el director general de Empresas y Actividades turísticas, subsecretario de Aviación Civil, Capitán General de la III Región Aérea, Presidente del Consejo de Administración de Iberia y todas las autoridades insulares.
        A las cinco menos cuarto de la tarde fueron llegando a la iglesia de San José los familiares de las víctimas oriundas de Valencia y venidos a la isla en tres aviones especiales de Iberia y a las cinco y cuarto empezaron a ser trasladados los féretros desde el lugar del accidente a la iglesia de San José.
       Se dio la circunstancia que en Ibiza solo había cuarenta cajas mortuorias y se esperaba la llegada de las sesenta y cuatro restantes de Barcelona, pero en esta capital hubo dificultades para el embarque y transporte de dichas cajas mortuorias, las cuales, finalmente, llegaron al aeropuerto de Ibiza sobre las cinco de la tarde y al lugar del siniestro sobre las seis. Estas circunstancias obligaron a retrasar extraordinariamente la celebración del funeral y el sepelio de las víctimas, fijado en principio para las cuatro y media de la tarde.
        El funeral dio comienzo a las 8,30 horas de la tarde. A la llegada de cada uno de los féretros se produjeron conmovedoras escenas de dolor. Figuraban numerosísimas coronas.
         Es de destacar la incansable labor  de las Fuerzas del Ejercito, Guardia Civil, Policía Armada y Cruz Roja, en el rescate de los restos de las víctimas. Igualmente el obispo auxiliar de Ibiza, estuvo durante el día de hoy personalmente recuperando restos humanos.
         Cuarenta de las víctimas del accidente aéreo han podido ser identificadas, no por los restos humanos, sino por los haberse encontrado documentación en las ropas que se hallaban dispersas por el monte.
El sepelio de las víctimas se efectuó sobre la media noche y no fue en San José, sino en el cementerio nuevo de Ibiza que aun estaba por bendecir e inaugurar y que esta misma noche fue bendecido por el obispo auxiliar. Las 104 víctimas no cabían ni en el cementerio actual de Ibiza ni tampoco en el de San José.
LUTO EN VILLARROBLEDO POR EL ACCIDENTE AÉREO.
         Una familia de cuatro miembros y  seis jóvenes trabajadores de la ciudad albacetense de Villarrobledo han muerto en la catástrofe. Trabajaban en el ramo de la construcción y la mayoría de ellos se reincorporaban después de las vacaciones navideñas.
         Entre las diez víctimas del pueblo de esta catástrofe  figuraba la familia compuesta por Vicente Richart Ruiz de 54 años, su esposa Josefa Toledo de 49 años y sus dos hijos Miguel y Luis de 21 y 15 años respectivamente. El cabeza de familia regresaba a su trabajo en la construcción, llevándose a sus dos hijos, para los que había logrado colocación, y a su esposa que iba a atender la casa.
         Esta familia disponía de pasajes para el vuelo del día 5, pero por tener que hacer la matanza, los habían cambiado para el día de la tragedia.
         De la familia han quedado dos hijas, que viven en Villarrobledo de 18 y 16 años.
         Las otras víctimas son 6 jóvenes trabajadores, también empleados en la construcción. Algunos de ellos habían estado trabajando en Suiza y habían decidido ir a Ibiza, en razón de mejoras salariales, y la mayoría regresaban después de pasar con sus familias las vacaciones navideñas.
         Han perecido en el accidente Juan Martínez Haro de 20 años; Jesús Pérez Ballestero, de 24; José Calero Morcillo, de24; Miguel Blanco Pérez, de 25; José Ballesteros Martínez, de 19 y Pedro Martínez Almansa, de 24 Todos ellos solteros.
         Había otro grupo de jóvenes trabajadores que se iban a desplazar a Ibiza, y que no encontraron pasaje para ese día.
         La noticia de la tragedia se conoció en Villarrobledo sobre las diez de la noche del mismo día 7. Era la propia compañía aérea la que se puso en contacto con los familiares de las víctimas, para trasladarles a Ibiza y asistir a su inhumación.
         Sobre la una de la madrugada llego a la ciudad un autobús de la compañía para recoger y trasladar a los familiares a Barajas y desde allí, por vía aérea realizar el viaje a Ibiza.

 El avión del modelo Caravelle, que cubría una línea regular  era conocido por El Morteret, entre los picos Rocas Altas y la Atalaya de San José, muy cerca del aeropuerto de Ibiza se estrelló. No hubo ni un solo superviviente.

 

De las 104 víctimas, 80 embarcaron en el aeropuerto de Valencia,  27 de ellas eran residentes en Algemesí y cuatro en Alicante.

La compañía Iberia expuso a la prensa la siguiente nota:

“Iberia lamenta comunicar que en el día de hoy el avión matrícula EC/ATV tipo Caravelle VI/R de 94 plazas que realizaba la línea IM-602, en su trayecto Valencia-Ibiza despegó del aeropuerto de Valencia a las 12,00 horas de la mañana hora local de acuerdo con el horario previsto.

 El comandante mantuvo las comunicaciones normales con los aeropuertos de Valencia e Ibiza hasta, las 12,15 horas, es decir, diez minutos antes de la llegada estimada a este último aeropuerto, perdió el contacto por radio con el avión la torre de control del aeropuerto de Ibiza que decretó la situación de alarma. El avión ha sido localizado en el Monte de Atalaya del término municipal de San José (Ibiza) a quince kilómetros aproximadamente del aeropuerto de Ibiza, sin que fuera hallado ningún superviviente. Hasta el momento se desconocen las causas del accidente. Por las autoridades aeronáuticas y por Iberia se han iniciado las oportunas investigaciones para determinar las causas del siniestro.”
La tripulación del Caravelle estaba compuesta por :
Comandante: José Luis Ballester Sepúlveda.
Copiloto: Jesús Montesinos Sánchez.
Mecánico: Vicente Rodríguez Mesa.
Azafata: Pilar Merino López Baeza.
Azafata: Pilar Miravet Martín.
Auxiliar de vuelo: Manuel Fernández Cuesta.


Los soldados del Regimiento Teruel de Ibiza fueron los encargados de tener que recoger los numerosos cadáveres cortados por la mitad, a la altura del cinturón de seguridad, que allí aparecían.

Muchos son los testigos que afirman haber vivido todo tipo de fenómenos extraños en la zona del accidente. Uno de los testimonios más impactantes es el de Maria Luisa Álvarez, que junto a tres amigos más fue de acampada hace ya 20 años a la que fue zona del accidente.
Relata Maria Luisa que con las tiendas ya montadas y estando dentro de éstas pues la temperatura no invitaba a estar fuera, sobre las 11,30 de la noche mientras charlaban animadamente alrededor del quinqué eléctrico que tenían, comenzaron a escuchar unos gritos de dolor desgarradores de muchísima gente a la vez.

Presos del pánico, mientras su amiga y ella se quedan dentro de la tienda, los dos chicos que las acompañaban salieron para comprobar qué o quién había fuera. Fue entonces cuando los gritos dejaron de escucharse. Al meterse los dos amigos dentro de la tienda otra vez, los gritos regresaron de nuevo con más intensidad coincidiendo con que la luz del quinqué iba bajando poco a poco de intensidad hasta llegar a apagarse.
La noche se hizo eterna para estos cuatro amigos que a la mañana siguiente salieron de allí como alma que lleva el diablo para no regresar nunca jamás.
¿Qué eran aquellos gritos desgarradores? ¿Eran tal vez los gritos de todos aquellos que allí dejaron sus vidas debido al fatal accidente allí producido?


Relato corto: El milagro de Annete.

El milagro de Annette Herfkens:


Habían transcurrido 49 de los 55 minutos que duraba el vuelo cuando el avión se sacudió con violencia. “No te preocupes. Es solo una bolsa de aire”, le dije a mi novio, Pasje. Luego, la nave dio otro bandazo tremendo y la gente a bordo empezó a gritar. Sujeté la mano de Pasje. Es lo último que recuerdo.

Más tarde supe que el avión se había estrellado contra la cresta de una montaña a 480 kilómetros por hora. Más tarde se supo que el accidente se debió al mal tiempo y a que el piloto volaba a muy baja altura.

Tras la colisión con la cima de la montaña un ala se desprendió y el resto de la nave impactó en la ladera de la montaña contigua. Cuando desperté seguía dentro del avión, con un cadáver encima. Desprenderme de ese cuerpo inerte fue complicado pues pesaba mucho.
Tengo la imagen de su cara grabada a fuego en mi mente. Una mirada penetrante con los ojos bien abiertos, parecía imposible que estuviera muerto, pero si lo estaba, no respiraba y no se movió lo más mínimo, no le tomé el pulso porque no hacía falta.

Los asientos se habían desplazado hacia el fondo del avión, lo primero que hice cuando me zafé de mi asiento fue gritar el nombre de mi novio. No le encontraba y temía que estuviera enterrado bajo la montaña de asientos, hierros y equipajes.

Volví a gritar y nadie me contestaba, sólo escuchaba unos pocos gritos lastimeros de personas que parecían estar agonizando a punto de morir. Caminé hasta el fondo del avión y allí encontré el asiento de Pasje que se había deslizado hacia atrás bastantes metros y él continuaba allí con la cabeza pegada a su pecho.

Se la levanté y al mirarle comencé a llorar de pánico y de lástima, Pasje estaba muerto, con una leve sonrisa en los labios como queriéndome decir que no había sufrido, que todo había sido muy rápido y no había sentido dolor.

Pasé unos minutos de zozobra en los que lloré tapándome la cara con las dos manos, tenía miedo de seguir mirando a personas muertas a mi alrededor. Hasta que de repente me percaté que una persona me pedía ayuda. Era una mujer de unos 30 años que tenía un bebé en sus brazos.

Estiró al bebé en señal de que lo cogiera y lo sacara del avión. La señora tenía rasgos asiáticos y no hablaba inglés. Traté de sacarla de entre los escombros pero no pude, había varios paneles y asientos sobre sus piernas.

De cintura para abajo su cuerpo había quedado completamente atorado por una amalgama de escombros de lo más variopinto. Al minuto de tratar de sacarla aborté la misión al ver que mis heridas se podían agravar, me dolía mucho mi pierna izquierda.

Volví a mirar a la mujer y fue entonces cuando me percaté de que estaba muerta. Para aquel entonces no escuchaba más que un solo ruido, el del bebé que no paraba de llorar.
A pesar de que no había fuego ni humo apenas se podía respirar allí adentro, había mucho polvo en el fuselaje, miré al fondo y pude ver la selva por un boquete donde antes estaba la cabina de mando.

Era mi oportunidad de escapar, debía de hacerlo antes que mis piernas me dijeran basta. El recorrido hasta la salida era largo y estaba lleno de obstáculos, me encontraba en la parte trasera del avión y sólo se había desprendido la parte delantera, por lo que la única forma de salir era recorriendo todo el largo pasillo.

Con la mano izquierda me aferraba a todo lo que hubiera quedado en alto, y con la derecha sujetaba al bebé. Como me dolía la pierna izquierda iba a la pata coja, por fortuna el bebé no pesaba mucho, era muy pequeño.

Había partes del pasillo por donde era imposible pasar de pie, me vi obligada a soltar al bebé y pasar a cuatro patas sorteando los escombros. Estuve a punto de darme por vencida y quedarme allí, me faltaban fuerzas. Luego pensé en salir yo sola porque desplazar al bebé se me complicaba muchísimo, sobre todo en los tramos en los que tenía que arrastrarme.
Tenía heridas profundas en todo el cuerpo. De una pierna me asomaban 10 centímetros de hueso. Cuando me levanté de nuevo sentí un intenso dolor en las caderas. Pero por fortuna el último tramo estaba algo más despejado, era la zona de first class donde los espacios son menos reducidos.

Cuando llegué a la parte delantera comprobé que había bastante altura para saltar con el bebé. Era más de metro y medio de desnivel. Miré la pequeña explanada sobre la que aterrizó el avión y vi que había varias personas que habían salido expulsadas. Una persona estaba viva, tomaba de la mano a otra persona que no se movía.

Para bajar del fuselaje tuve que dejar al bebé en el borde antes de sentarme y dejarme caer. Traté de caer de pie haciendo fuerza con pierna derecha pero me caí al suelo, por fortuna no me hice mucho daño, fue una caída más aparatosa qué dolorosa.
Cuando logré levantarme cogí al bebé y eché un último vistazo al interior del fuselaje, no sé cómo me las arreglé para salir del avión. Había cadáveres por todas partes y personas que gemían incapaces de decir palabra alguna.

Fue una odisea que me llevó mucho tiempo. Deseaba encontrarme con gente viva en aquella explanada pero desgraciadamente sólo encontré a dos personas vivas. Un vietnamita muy amable que se llamaba Ali, me aseguró que pronto llegaría la ayuda. “Soy un hombre muy importante”, dijo. “Vendrán a buscarme”.

Yo le contesté en inglés que ojala fuera así y me senté junto a él y junto a un hombre que yacía tumbado y que parecía estar a punto de morir, no hablaba y apenas habría los ojos. Era un compañero de trabajo de Ali, se dirigían a su ciudad tras un viaje en el extranjero por motivos laborales.

 Apenas pude hablar con él, me preguntó si iba sola y si el bebé era mío aunque era obvio que no lo era. Estaba pendiente de su compañero que murió aproximadamente media hora más tarde. Cuando el deceso tuvo lugar Ali comenzó a llorar. Le dije que no llorase, que guardase fuerzas pues nos iban a rescatar. Mis palabras le calmaron un poco pero ya no dijo casi nada.
Durante las horas siguientes, su respiración se fue debilitando. 

Vi cómo se le iba la vida poco a poco, cada diez o quince minutos se le iba viendo más pálido. Yo no entendía nada, no presentaba grandes heridas pero se llevaba las manos a la altura de su riñón y deduje que tenía una hemorragia interna o que los golpes sufridos le habían afectado a un órgano vital.

Su semblante cada vez era más mustio y sus lamentos más apagados. De repente se volteó y me dijo que cuidara al bebé mientras palpaba su cabecita con su mano derecha. Luego regresó su mano a su costado, cerró los ojos y dejó de respirar  muriendo al instante. No se oía ningún sonido y nada se movía. Nunca me había sentido tan sola.

Quería levantarme y caminar por los alrededores por si había alguna persona más viva, pero no tenía fuerzas. Pensé en la madre del bebé y en las otras personas cuyos gemidos me estremecieron durante el tiempo que me llevó salir del fuselaje.
Mi pierna izquierda cada vez estaba peor, tras el golpe me dolía un poco, pero después de hacer tantos esfuerzos para salir del avión se había complicado mucho más. Ahora que se había quedado fría sentía mucho más dolor, mientras estaba caliente y en movimiento sentía menos los pinchazos. En ese momento era consciente de que no me iba a poder levantar. Tan sólo podía arrastrarme.

Permanecí ocho días en el suelo de la selva, esperando. Tenía las manos cubiertas de sanguijuelas; los pies, horrendamente hinchados y los dedos gordos ennegrecidos. No tenía nada para beber, pero cuando llovía lograba exprimir un poco de agua de mi camiseta mojada y llevármela a la boca.

Me tumbaba y abría la boca al máximo para tratar de tragar el máximo número de gotas posible. Luego me chupaba los antebrazos para sentir el frescor en mi boca. Hacía mucho calor por el día y la humedad era muy alta. Por las noches refrescaba y se estaba mucho mejor. El bebé continuaba vivo pero lloraba con mucha menos fuerza, le colocaba en diferentes posiciones, boca arriba, boca debajo de costado pero no podía calmarle y no podía alimentarle.

Al cuarto día el bebé murió, cuando me desperté sentí que no respiraba, le toqué su cuello y sus muñecas y no tenía ritmo cardiaco. Me sentí más sola aún y no supe que hacer. Estuve un par de horas abrazada a él pidiéndole a Dios que volviera hacerle llorar para no sentirme tan mal. Pero no hubo forma.

 Los cuerpos sin vida de los hombres que estaban junto a mí empezaron a descomponerse, así que me arrastré hasta otro lugar apoyándome con los codos. Así fue como me alejé del bebé y de los dos hombres.

 El impacto del avión había abierto un claro en la espesura derribando infinidad de árboles y podía ver una montaña a lo lejos. Sentí que me fundía con la belleza del paisaje y eso me ayudaba a evadirme del dolor que provocaba en mí la mortandad que me rodeaba.
Los últimos días fueron los peores, tenía un hambre atroz y miraba de reojo el fuselaje a sabiendas que había comida ahí dentro que me podía salvar la vida. Pero tenía la pierna hecha polvo y era imposible subir de nuevo al avión.

En la explanada no había caído nada de comida, sólo asientos, troncos de árboles reventados y cadáveres desperdigados por la hierba. No tenía nada más a mi alcance. No entendía porque tardaban tanto en encontrar el avión siniestrado. Pensaba que la selva vietnamita era pequeña y que era una tarea relativamente sencilla encontrar un avión, pero recordé que era un país pobre y que si no había ayuda internacional tal vez dejarían de buscarme.

Iba colocando una ramita tras otra conforme pasaban los días, a partir del sexto día me embargó un profundo sentimiento de tristeza, pensé que ya no me iban a buscar y que iba a morir en unas pocas horas. Del resto del tiempo no me acuerdo de nada. Creo que me lo pasé inconsciente. Cuando me encontraron sólo recuerdo que había seis ramitas junto a mí, pero luego me enteré de que fueron nueve días en la selva.
Finalmente, unos hombres vietnamitas llegaron y me bajaron de la montaña en una manta atada como hamaca a un palo. El viaje fue tan largo que tuvimos que pasar la noche en la selva. Al otro día llegamos a un pueblo desde donde me llevaron en auto a un hospital de Ciudad Ho Chi Minh.

 Un día después me trasladaron en avión a un hospital de Singapur. Al cabo de dos semanas me encontraba en Holanda, mi país. Allí los médicos me cubrieron la herida de la pierna con injertos de piel del muslo y revisaron los cuatro clavos que me habían puesto en la mandíbula fracturada. El dolor era incesante.

Dos meses y medio después del accidente regresé a mi trabajo como operadora internacional de bonos en una entidad bancaria de Madrid. Al verme sola en mi departamento, me hice plenamente consciente de la ausencia de mi novio. Pasje —mi guía, mi otro yo— se había ido. Día tras día me invadían amargos pensamientos. Estaba enojada con la muerte, con la vida, con todos mis sueños incumplidos.

Tras el accidente, empleé todas mis energías en parecer la misma Annette de siempre, en comportarme como mis colegas. Quizá lo hice para consolar a otros, o para consolarme a mí misma. Traté de escribir un libro sobre el accidente que sufrí pero no me sentía inspirada para recordar la tragedia ni siquiera cuando los periodistas me hacían preguntas acerca de cómo sobreviví tantos días sin agua ni comida.

Me guardé los recuerdos y puse todo mi empeño en seguir adelante y hacer que el mundo olvidara que yo era una sobreviviente.

En 2006 volví a Vietnam. Fui al pueblo adonde me llevaron tras el rescate y me reuní con algunos de los hombres que me bajaron de la montaña hacía tantos años. Al día siguiente de llegar nos levantamos antes del amanecer y emprendimos una caminata en grupo. Después de vadear seis ríos, empezamos a escalar. Tardamos más de cinco horas en llegar al sitio del accidente.

Me senté entre los árboles y miré la ladera de la montaña. Me pareció más ominosa de lo que recordaba y no tan verde ni tan bonita. En donde quedó el fuselaje no había crecido la hierba, parecía que habían terminado de retirar los restos hacia poco tiempo.

 Me senté por un rato en el lugar exacto donde permanecí tirada durante casi 9 días. Sentí unos profundos escalofríos al recordar las largas horas sin saber si iba a salir de allí, recordé las conversaciones con Ali y los arrumacos y besos que le di al bebé antes de que muriera, enseguida me inundé de lágrimas al recordar que no pude hacer nada por salvarle.

Miré hacia atrás e intenté imaginarme el fuselaje, con Pasje dentro. Allí fue donde terminó su vida. No sentí su presencia, ni la de la madre del bebé ni tan poco la del señor que murió sobre mí, al menos no más delo que venía sintiendo mientras caminaba por la selva.
Seguí avanzando montaña arriba y me detuve junto a una roca. Busqué en mi mochila un delfín y una foca blanca de madera en miniatura que había comprado, los puse encima de la roca y dije: “Adiós, Pasje”. Eran sus animales preferidos así que los dejé allí a modo de pequeño recuerdo.

De esa manera conseguí lograr un capítulo de mi vida que me carcomía por dentro, me pude despedir de mi novio, del vietnamita con el que hablé hasta que falleció, de las azafatas que con tanta gentileza nos atendieron y de los demás pasajeros que aunque sólo compartí con ellos unas horas de vuelo siento que fue mucho más que eso. Compartí con ellos un viaje que jamás debimos realizar.

Annette Herfkens volvió a Madrid con la sensación de haberse quitado un peso de encima con ese viaje redentor que vino a purgar sus penas. Luego marchó por motivos laborales a Estados Unidos, vive actualmente en la ciudad de Nueva York con su esposo, Jaime Lupa, y sus dos hijos, Maxi y Joosje.


A continuación les narro una historia de supervivencia que pasó desapercibida pero que bien podría ser fuente de inspiración para muchos directores de cine norteamericanos.

SOBREVIVIENTE: Jim Polehinke, el copiloto del vuelo 5191.
FECHA: 27/AGO/2006  VUELO: 5191 de Comair  ORIGEN: Lexington, Kentucky DESTINO: Atlanta, Georgia  PERSONAS A BORDO: 50  PASAJEROS MUERTOS: 47  TRIPULANTES MUERTOS: 2
Los pilotos tomaron la pista incorrecta. El avión no alcanzó a despegar, derribó una valla de metal, chocó contra algunos árboles y se hizo pedazos.
 Mientras el piloto a cargo hacía rodar el avión desde la terminal hasta la pista de despegue, yo revisaba el protocolo de instrucciones que debemos seguir antes de emprender un vuelo, así que no miré por la ventanilla para comprobar el número de pista, como dictaba la regla.
Y aunque lo hubiera hecho, tal vez no me habría dado cuenta de que las balizas de la pista de rodaje no coincidían con las de la pista de despegue que nos habían asignado, porque muchas de las luces del aeropuerto no funcionaban.

Cuando nos dieron luz verde para despegar, el capitán dijo: “Listo, vámonos”. Avanzó rodando hasta la pista de despegue, dio vuelta y enderezó el avión para alinearlo con la pista. Luego señaló: “Bien, revisa frenos y mandos”. Yo hice las verificaciones,  y entonces empezamos a avanzar a toda velocidad por la pista.
De lo que ocurrió después no recuerdo nada. En la grabación de la cabina de mando se me oye decir: “Qué raro, no hay luces”.  Al no ver las luces el comandante no aceleró lo suficiente, dudó entre frenar o tratar de elevar el avión. Finalmente optó por frenar pero era demasiado tarde y nos quedamos sin pista.

Segundos después, rebasamos el final de la pista y chocamos contra un terraplén. Tras rebotar y recorrer una distancia corta, el avión derribó la valla del aeropuerto, golpeó algunos árboles y se partió en mil pedazos.

Cuando llegaron los equipos de rescate me oyeron toser y me sacaron de entre los restos. En vez de esperar una ambulancia, me subieron a un jeep y me llevaron al hospital. Pese a estar inconsciente tosí, eso me salvó la vida, porque si no llego a toser se piensan que estoy muerto y se hubieran ido a tratar de socorrer a otros pasajeros.

Pasé cuatro días en coma inducido. Mi cuerpo estaba destrozado: tenía rotos el fémur y la tibia izquierda y también la pelvis, varias costillas y algunos dedos; me asomaba el hueso del talón derecho; presentaba colapso del pulmón derecho y había sufrido lesiones cerebrales graves.

Cuando los médicos me sacaron del coma, esperaron a que se me aclararan las ideas. Mi esposa estaba a mi lado. Pensé: Estoy en un hospital, hecho un desastre. ¿Qué me pasó? Fue entonces cuando mi esposa me explicó que había tenido un accidente en el avión. Lo primero que se me ocurrió fue preguntar: “¿Están bien todos los demás?” “No”, repuso ella. “Eres el único sobreviviente”. Al oír esto, me puse a llorar.

A lo largo de la primera semana los médicos me desinfectaron la pierna izquierda varias veces al día en un intento por salvarla, pero al final tuvieron que amputarla. Una vez que pasé por ese trance, el resto de mi cuerpo se recuperó rápidamente.

Los dos primeros años después del accidente fueron un tormento psicológico y emocional para mí. Me enfurecía que nos hubieran echado toda la culpa al capitán y a mí y me sentía triste por los familiares de las personas fallecidas. La culpa fue también de la mala señalización y de los controladores que no nos avisaron de que nos metimos en otra pista. Si nos hubieran avisado no hubiéramos iniciado las maniobras de despegue en el sitio equivocado.

 A veces me decía a mí mismo: ¡Estoy vivo! Y un segundo después pensaba en las 49 familias que habían perdido a sus seres queridos. Y me preguntaba: ¿Debería sentirme feliz de seguir con vida cuando todas esas personas están muertas?
Estoy agradecido de que mi esposa, Ida, sea tan fuerte. Fue mi sustento. Me apoyó y me cuidó. Me siento agradecido de tenerla junto a mí. Lo más sencillo para ella hubiera sido abandonarme e irse con un hombre que tuviera dos piernas y que no tuviera un sentimiento de culpa y de tristeza tan grande.

Mi consejo para quienes estén viviendo una situación como la mía es que miren hacia adelante, que vean la luz al final del túnel. No es posible cambiar el pasado, así que hay que mirar hacia adelante. Hay que superar los problemas y pensar que el día de mañana va a ser mejor.

Estoy paralizado de la rodilla derecha para abajo. Si alguien me sacara de la silla de ruedas y me dijera “Párate en un solo pie”, me caería. Sin embargo, me encanta esquiar. Cuando estoy en lo alto de una montaña, no pienso en el accidente. Contemplo el mundo y digo: “Quizá no tengo motivos para quejarme. Gracias, Dios mío, por permitirme seguir con vida y poder hacer esto. Siempre fui una persona activa, pero cuando me recuperé del accidente me interesé por actividades como el esquí que antes apenas practicaba”.

Después del accidente, Jim Polehinke  y su esposa se mudaron de Florida al suroeste de Colorado, donde él ahora es presidente de Colorado Discover Ability, una organización que promueve actividades al aire libre para personas con discapacidad.