Estamos bailando en medio de la pista, yo aprovecho para
arrimarme lo máximo posible y rápidamente percibo que ella no me aparta, está
disfrutando tanto como yo o más.
Percibo por el calor de sus mejillas que se siente a gusto,
está disfrutando de la noche, de las copas y de mi presencia. Aprovecho la
ocasión para besarla y el tiempo parece detenerse.
Mis manos comienzan a deslizarse por toda su anatomía
deteniéndose súbitamente en sus nalgas. Unas nalgas suaves y esponjosas que
parece mentira que puedan ser obra de la naturaleza, ni el mejor cirujano
plástico podría haber hecho algo así.
Todo es perfecto hasta que un puñetazo me deja noqueado en
el suelo infestado de colillas de Camel, Mallboro, Lucky Strike y otras marcas
blancas. La música continúa pero ya nadie baila, todos miran asustados al
sujeto que me acaba de golpear con su feroz puño derecho.
La gente se ha echado a los costados y el novio de Zulema me
levanta asiéndome de mi camisa como si fuere un pelele. Me lanza de nuevo y
vuelvo a caer. Se arremanga la camisa mientras me lanza bufidos como si fuera
un toro bravo que quiere embestirme.
Zulema reacciona rápido y me levanta del suelo. Su novio nos
separa de manera brusca y me levanta asiéndome del cuello, siento que me va a
estrangular cuando logro pegarle un puntapié en los genitales que me sirve para
zafarme de su incómoda presencia.
Yo le digo que Zulema
es libre para besar y bailar con quien quiera. Esas palabras parecen no gustar
a mi adversario que se revuelve contra mí aplicándome una serie de guantazos,
patadas y cabezazos que dejan noqueado. Sus golpes solo cesan cuando un ciclado
de 110 kilos le reduce asiéndole del cuello. Se trata del puerta de la discoteca,
aquel maromo me acaba de salvar la vida.
Respiro profundamente aliviado, le doy las gracias al
mastodonte que me libró de morir apaleado y salgo de la discoteca en compañía
de Zulema. Aunque suene frívolo y un tanto mezquino la música no ha parado
siquiera un instante y la mayoría de personas continúa la fiesta como si nada
hubiera ocurrido.
Zulema me abraza y me besa en todas las partes donde he
recibido golpes, lo hace con más delicadeza en aquellas zonas donde la golpiza
ha dejado signos evidentes y perfectamente visibles.
Tengo un ojo hinchado y el pómulo derecho inflamado de
manera que parece un huevo estrellado más que una mejilla. No sé si por pena o
por amor Zulema me lleva en su auto a su casa.
Nos bajamos de su auto y caminamos de la mano hasta su
habitación donde me aplica unas pomadas que me rebajan la hinchazón y me ayudan
a superar el dolor.
Aflora en mí una colosal erección que parece querer romper
el calzón y el pantalón que separan a mi miembro del cuerpo candente de Zulema.
Mi miembro parece querer agradecer a Zulema todos sus cuidados de la única
manera en que lo sabe hacer. Me muero de ganas de que se den las circunstancias
idóneas para sacarle de paseo y comenzar así a escuchar los gemidos lascivos de
mi compañera de fatigas.
Zulema se percata enseguida del radical alzamiento de mi
mejor soldado.
-Unos tienen la fuerza en los brazos y otros más abajo-me
susurra con cierto tono burlón.
Sus palabras no me ofenden sino todo lo contrario, me
excitan y me ponen burresco. Comienzo a besarla apasionadamente su cuello, ella
me besa los pómulos y las orejas mientras me despeina con sus manos lascivas.
Bruscamente se despoja de su blusa mostrándome su sostén que
a duras penas puede sostener la pesada carga que mantiene. El fino encaje no parece
dar abasto para mantener tanta carne.
Mis desorbitados ojos parecen querer salirse de mis párpados
para perderse en sus maravillosos senos que parecen decirme cómeme.
Las siete copas de ron que me he bebido me impiden apartar
la vista de aquel maravilloso lugar. Zulema se arranca el sostén y sus enormes
pechos comienzan a caer al son de la gravedad en un movimiento perfecto y
majestuoso imposible de explicar.
Estoy nervioso y el corazón me late a mil por hora. Pese a
ello logro zafarme de mis pantalones y descubro mi enorme miembro que más
parece un mástil de una carabela que un órgano reproductor.
Zulema respira profundo de puro deseo, lanza un suspiro que
me eriza la piel y me tira contra su cama a la que caigo desplomado con unas
enormes ganas de que empieza la verdadera fiesta.
Me agarra el miembro y sin preámbulos se deja caer sobre él.
Mi miembro la penetra violentamente sin pedir permiso y sin pasos previos.
Zulema lleva las riendas del coito de manera magistral.
Baila sobre mi enorme pene como si estuviera en una pista de baile. En momentos
parece como si estuviera subida en un toro desbocado que pretende tirarla al
suelo, pero ella no se cae y continúa moviéndose con soltura.
Veinte minutos más tarde ella termina por derrumbarse sobre
mi regazo después de haber disfrutado de un orgasmo profético. Me acaricia los
pelos del pecho con una sonrisa de oreja a oreja que me hace sentir tan bien
como cuando me corrí en su interior.
Unos minutos más tarde se levanta del catre y saca de un
cajón un consolador de amarillo fosforito, se dirige a la ventana y lo lanza al
exterior. Le pregunto intrigado por qué ha hecho eso. Ella me responde que ya
nunca más lo necesitará para alcanzar un orgasmo.
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