jueves, 23 de octubre de 2014

Se cumplen 42 años de la tragedia de los Andes. 16 "viven" para contarlo.

 Es la historia más sobrecogedora en torno a supervivientes en la alta montaña que jamás haya escuchado y por ello quiero narrar con detalles como se produjeron los hechos. Sirviéndome de la película de 1993 llamada La Tragedia de los Andes, y con la información que he ido encontrando en varias páginas de internet y en las entrevistas que concedieron algunos de los sobrevivientes he podido tejer este relato que espero que sea de su agrado.
El 12 de octubre de 1972, el Fairchild Hiller FH-227 perteneciente a la Fuerza Aérea Uruguaya partió del Aeropuerto Internacional de Carrasco transportando al equipo de rugby del club de exalumnos del Colegio Stella Maris de Montevideo, que se dirigía a jugar un partido contra el Old Boys (de Santiago de Chile). Se desarrollaba en ese momento un frente de inestabilidad en todo el sector de la cordillera central.
Al mando del aparato estaba el coronel Julio César Ferradas, y su copiloto, el teniente coronel Dante Lagurara, al mando de los controles del avión. Además, completando la tripulación, iban el navegante, teniente Ramón Saúl Martínez, el sobrecargo Ovidio Ramírez y el mecánico Carlos Roque.
Este tipo de avión tiene la particularidad de volar con la cola más baja que la nariz, como el vuelo de un ganso. Su techo máximo es de 6800 msnm y su velocidad máxima de 437 km/h.


El Fairchild Hiller 227 de la Fuerza Aérea Uruguaya que se estrelló en los Andes.
El mal tiempo les obligó a detenerse en el aeropuerto El Plumerillo, en la ciudad de MendozaArgentina, donde pasaron la noche. Al día siguiente, el frente persistía, pero debido a la premura del viaje y hechas las consultas pertinentes, se esperó solo hasta la tarde, cuando amainaron levemente las condiciones de tormenta.
El vuelo continuó así pese a tratarse de una temeridad muy grande por la insistencia de los deportistas que esperaban con ansias su encuentro en Chile.
En la tarde del 13 de octubre despegando a las 14:18 (hora local) con destino a Santiago de Chile. La ruta a seguir sería vía Paso del Planchón entre las ciudades de Malargüe (Argentina) y Curicó (Chile).
El avión ascendió hasta los 6000 msnm volando en dirección sur manteniendo la cordillera a su derecha. Contaban con un viento de cola de 20 a 60 nudos.
A las 15:08 comunicaron su posición a la estación de control de Malargüe girando en dirección noroeste hasta volar por la ruta aérea G17 sobre la cordillera.
Lagurara estimó que alcanzarían el Paso del Planchón ―el punto de las montañas donde se pasaba del control de tránsito aéreo de Mendoza al de Santiago― a las 15:21 horas. Un mar de nubes blancas se extendía por debajo de ellos.
Todo iba bien, sin embargo hubo un cambio de suma importancia, la dirección y sentido de los vientos cambiaron de modo que el Fairchild pudo ver reducida su velocidad de crucero en un 15 %, de 210 a 180 nudos. Aparentemente no se consideró esta variable crucial y se cometió un error de navegación que provocó que estuvieran más al norte y más al este de lo que pensaban.
Dado que el paso estaba cubierto por nubes, los pilotos estimaron en base al tiempo habitual empleado para cruzar el mismo. Sin embargo, no tuvieron en cuenta los fuertes vientos en contra que desaceleraron el avión y el consiguiente aumento de tiempo necesario para completar la travesía.
A las 15:21 Lagurara informó a los controladores aéreos de Santiago de Chile que sobrevolaban el Paso del Planchón y que calculaba alcanzarían Curicó a las 15:32 (11 minutos después), cuando en realidad sobrevolaban la cordillera a la altura de San Fernando, aproximadamente 50 kilómetros al norte y con montañas de alturas mayores.
Unos tres minutos más tarde, el Fairchild comunicó de nuevo con Santiago informando que divisaban Curicó. El avión viró entonces a rumbo norte, aproximadamente 70-100 km antes de la ruta hacía el aeropuerto Pudahuel.
La torre de control de Santiago dio por buena la posición comunicada por Lagurara autorizándole a descender a los 3500 msnm dando por hecho que se dirigía hacia el aeropuerto de Pudahuel al oeste de Santiago de Chile cuando en realidad se adentraban en los encajonamientos de la cordillera en medio de los cordones montañosos sobrevolando el límite argentino-chileno y en las inmediaciones del volcán Tinguiririca de la provincia de San Fernando.
Dicho error de más de 100 km dificultó posteriormente las tareas de rescate.
Contando con autorización, el Fairchild teniendo un techo bajo de nubes, comenzó el descenso apoyado por instrumentos entre la niebla de una tormenta en desarrollo mientras todavía se encontraban sobre las montañas. Descendió 1000 m. A esa altura el Fairchild entró en una nube y comenzó a dar sacudidas.
El aparato descendió varios cientos de metros de golpe al atravesar varios pozos de aire. Ante esta situación, no faltó quien hiciera chistes sobre el incidente, o quien alzara los brazos y vitoreara como en una montaña rusa, o se aventara un balón de rugby.
La serie de descensos bruscos hicieron que el avión perdiera más altitud (perdió casi 1500 m), momento en el que muchos de los pasajeros quedaron estupefactos al ver que cayeron en la cuenta de que el ala del avión estaba muy cerca de la montaña. Dudaron si aquello era normal. Unos momentos después, los pasajeros se miraban unos a otros con terror, otros rezaban, al ver que estaban a unas decenas de metros de las laderas de un encajonado, esperando el inevitable choque del avión.


Mapa del lugar del accidente del FAU 571 con la vía recorrida porParrado y Canessa.
El Fairchild descendió aún más y se metió en un largo cajón de aproximadamente 12 km de elevadas cimas en medio de una nube neblinosa. Repentinamente, la niebla se abrió, al tiempo que los pilotos vieron cómo su aeroplano estaba en rumbo frontal de colisión, con la parte final del cajón cerrada por un alto risco, colindante con el cerro Seler. La alarma de colisión dentro de la cabina se activó, lo que alarmó a pasajeros y tripulación. Lagurara desesperadamente desvió el avión enfilando levemente al noroeste hacia estribor enfrentando la parte que aparentemente parecía ser más baja de los farellones, acelerando y jalando a fondo los controles para tomar altura.
La aeronave se enfrentó a una cumbre (4400 msnm) que el comandante Lagurara a duras penas y mediante un extraordinario esfuerzo físico pudo salvar la nariz del aparato por apenas un par de metros; pero golpeó la cola en la orilla de la cumbre en un pico sin nombre (posteriormente bautizado cerro Seler, por Nando Parrado en honor a su padre), situado entre el cerro El Sosneado y el volcán Tinguiririca, cerca de la frontera entre Argentina y Chile, pero del lado argentino.
El aparato al bajar por la pendiente golpeó una segunda vez un risco del pico a 4200 msnm, perdiendo el ala derecha, que fue lanzada hacia atrás con tal fuerza que cortó la cola del aparato a la altura de la ventanilla Nº 8 de 10 por el lado de babor y Nº 7 por el lado de estribor. Al desprenderse la cola con el estabilizador vertical, quedó abierto tras sí el interior en la parte posterior del fuselaje. De este desprendimiento, salieron al menos dos filas de asientos y al impactar contra la montaña, murieron instantáneamente cinco personas, incluido el sobrecargo, que iban todavía atadas a sus asientos de la cola.
Al golpear el avión por tercera vez en un segundo pico, perdió el ala izquierda, quedando en vuelo únicamente su fuselaje, a manera de proyectil. Éste, aún con bastante velocidad, golpeó tangencialmente el terreno nevado y resbaló por una amplia ladera nevada y empinada de más de 1 km de largo hasta detenerse en un banco de nieve. Dos pasajeros más, atados aún a sus asientos, salieron despedidos por el boquete posterior.
El sitio donde quedó el avión es una pendiente de los Andes que mira al este, a 3500 msnm, en el glaciar de las Lágrimas, en la alta cuenca del río AtuelMendozaen el centro-oeste de la Argentina; se ubica en el distrito Malargüe, muy próximo al límite con el distrito distrito El Sosneado, en el departamento San Rafael. Dicho lugar está a solo 1200 m de la frontera argentino-chilena, pero a mucha menor altura, pues ésta allí alcanza altitudes de hasta 4770 msnm.
El golpe de la nariz del avión contra el banco de nieve resultó fatal para los tripulantes de cabina. La fuerza del golpe hizo que el copiloto se azotara fuertemente la cabeza contra el bastón de control y el tren de aterrizaje delantero, todavía en su pozo, comprimiera fuertemente la cabina del avión hacia atrás, atrapando a sus ocupantes contra el panel de instrumentos. Lagurara quedó con su cabeza fuera de la ventanilla y con su pecho y cuerpo comprimido contra el fuselaje en el interior. No le pudieron sacar y unas semanas más tarde un alud cercenó su cabeza. Los periodistas llegaron a decir más tarde que se la arrancaron para jugar al futbol, o para comérsela, nada más lejos de la realidad.
Los pasajeros que quedaron dentro del fuselaje, por la inercia, fueron comprimidos en sus asientos hacia la parte frontal de éste, que se elevó hasta casi tocar el techo. La fuerza de la inercia hizo que los asientos se soltaran de sus bases y atraparan a muchos por las piernas. Algunos de los fallecidos quedaron comprimidos entre asientos o atrapados por ellos mismos. Los que no quedaron atrapados se dedicaron a tratar de sacar a sus compañeros de la ratonera en que se hallaban presos.

Algunos pasajeros sufrieron TCE (traumatismo craneoencefálico), lo que provocó su muerte, mientras que otros quedaron atrapados en sus asientos sin posibilidad de zafarse. Para el resto, el golpe fue amortiguado. Increíblemente, algunos pasajeros resultaron ilesos o con tan solo heridas leves. Hubo otros pasajeros con heridas internas graves que fallecieron en horas posteriores.

 De inmediato, Marcelo Pérez, el capitán del equipo de rugby,  organizó a los ilesos para ayudar a liberar a los que seguían atrapados y a los heridos, despejando el fuselaje para prepararse para la noche. Luego salió por atrás del fuselaje y a tientas entre la nieve y el fuselaje se acercó al piloto agonizante quien solicitó agua, a lo que el sobreviviente le acercó nieve a la boca. Entonces, empezó a decir: «Anota, estamos en Curicó, anota...». Entonces, Lagurara viendo que no podía moverse y que era imposible de que le sacaran al estar empotrado contra una montaña de más de cien metros de altura le pidió que tomara el revólver de la cabina y que le disparara, cosa que no ocurrió puesto que Marcelo se negó. El piloto Julio Ferradas había muerto instantáneamente, víctima de un TCE (traumatismo craneoencefálico) y el copiloto Lagurara yacía a su lado pidiendo auxilio. Pese a que Marcelo pidió ayuda y varias personas trataron de sacarlo de la cabina no hubo forma, murió congelado tras agonizar toda la noche, al amanecer del día siguiente.

De las 45 personas en el avión, trece murieron en el accidente o poco después (entre ellos 4 de los 5 miembros de la tripulación); otros cuatro habían fallecido a la mañana siguiente, y el octavo día, murió una pasajera de nombre Susana Parrado debido a sus lesiones.
Los 27 restantes tuvieron que enfrentarse a duras condiciones ambientales (-25 a -42 °C) de supervivencia en las montañas congeladas, aún en plena época de nevadas, en medio de la primavera austral. Durante varios días las partidas de rescate intentaron localizar los restos del avión sin éxito. Incluso algunos aviones estuvieron cerca del lugar, pero muy alto para poder encontrarlos.
Muchos de los supervivientes habían sufrido diversas lesiones cortantes o moretones y carecían de calzado y ropa adecuada para el frío y la nieve. Se organizaron para resistir las duras condiciones imperantes. Para resistir el frío se colocaban los abrigos, pantalones y sudaderas que encontraban en las maletas, así como alguno de ellos tuvo que colocarse abrigos de los que iban muriendo al no haber prendas suficientes que estuvieran secas.

Cuando pasaron los días más duros del temporal salían al sol y trataban de secar sus calcetines y zapatos mojadas colocándose otros secos que habían guardado cuidadosamente en las maletas. En los días más fríos llegaron a colocarse hasta tres pares de calcetines y de pantalones.
A pesar de las condiciones y el grado de debilidad y aletargamiento, los supervivientes liderados por el estudiante de medicinaRoberto Canessa, quien propuso soluciones para todo, fabricó además elementos y utensilios ingeniosos tales como alambiques para derretir la nieve y así poder beber, guantes (con los forros de los asientos del avión, que se desprendían con facilidad y les permitían desplazar la nieve sin congelarse), botas (con los cojines de los mismos) para evitar hundirse en la nieve al querer trasladarse, y anteojos (con el plástico tintado) para resistir el frío y el encandilamiento de la nieve.
La mayoría de los sobrevivientes dormían con un par de pantalones, tres o cuatro suéteres, tres pares de calcetines, y algunos se tapaban la cabeza con una camisa para conservar el aliento. Para evitar la hipotermia, en las noches más frías, se daban masajes para reactivar la circulación e intentaban mantener la temperatura corporal en contacto entre sí. Algunos preferían dormir descalzos para evitar golpear a alguien con sus zapatos.
La búsqueda se suspendió ocho días después del accidente. En el undécimo día en la montaña los supervivientes escucharon por una radio de pilas, con consternación, que se había abandonado la búsqueda. Ese mismo día la hermana de Nando falleció y este decidió que había que salir de aquel lugar si querían salvar sus vidas.

El problema estribaba en que les estaban buscando en Chile cuando en verdad se encontraban en Argentina, los aviones cuando llegaban cerca de ellos daban la vuelta para regresar a territorio chileno, de manera que la búsqueda siempre se hacía en zonas equivocadas por culpa del piloto, que dio mal la información a la torre de control.

Nando y Roberto Conessa estaban convencidos de que tenían que caminar hacia Chile, pues veían en esa dirección los helicópteros y por tanto pensaban que estaban más cerca de una población chilena que de una Argentina. Si hubieran caminado en dirección este en dos días hubieran llegado a una población, pero al caminar hacia el Pacífico se alejaban de la civilización.

En una ocasión subieron a un cerro hacia el este pero al no divisar nada regresaron al campamento base y desde entonces todos sus intentos fueron en la dirección equivocada.
La noche del 29 de octubre, a 16 días ya de la caída, una nueva tragedia se cernió sobre el resto del avión y sus ocupantes. En la noche, a eso de las 23:00 un alud se deslizó y sepultó los restos del Fairchild FH-227D, ingresando por el boquete de la parte posterior, arrasando el muro provisional y sepultando a quienes dormían en su interior, salvo a un joven, Roy Harley, quien desesperadamente comenzó a cavar en busca de los que yacían bajo la nieve.
Pese a los desesperados intentos de rescate por sus compañeros, ocho personas murieron asfixiadas bajo la nieve, incluyendo al capitán del equipo Marcelo Pérez y al último pasajero de sexo femenino, Liliana Navarro de Methol, su marido fue uno de los supervivientes pese a sufrir gangrena en los numerosos intentos de sacar de la nieve a su mujer. No obstante, pese al enterramiento del fuselaje, el resto de los supervivientes consiguieron apartar la nieve y salir al exterior. Roy hizo un agujero a la cubierta y salieron del habitáculo.
 Pero no fue sencillo, apenas disponían de espacio en el interior, contando con menos de un metro hasta el techo solo en la parte delantera del fuselaje. Se percataron suficientemente a tiempo de la carencia de oxígeno al ver que la llama de un mechero tendía a apagarse. Nando Parrado, localizó una vara con la que Roy golpeó el techo del fuselaje hasta conseguir hacer un agujero, pero la capa de nieve por encima del fuselaje le obligó a seguir perforando hasta llegar a la superficie por donde finalmente pudo entrar el oxígeno que necesitaban.
Podían sentir como en el exterior se estaba desarrollando un duro temporal del cual se protegerían en el interior del fuselaje, como buenamente pudieron retiraron la nieve que había entrado, sin lograr expulsar toda, por lo que el frío se apoderó de su espacio y así comenzó la etapa más dura de la supervivencia.

Como carecían del alimento que almacenaban fuera del avión, se vieron  obligados a hacer uso de alguno de los cuerpos de sus compañeros fallecidos en el alud que se encontraban en el interior. Este hecho les condicionó en el modo en que posteriormente ubicarían a los cuerpos, tendiendo en cierta medida a dispersarlos pensando que así facilitarían más su disponibilidad ante situaciones inadvertidas. Colocaban palos en la zona para recordar el sitio donde estaban.
A mediados de noviembre, fallecieron dos jóvenes más (Arturo Nogueira y Rafael Echevarren), a causa de la infección de sus heridas, gangrena. El 11 de diciembre, moriría la 29º y última víctima del accidente por la misma causa (Numa Turcatti). En esa época se produjo el deshielo su habitáculo estaba seco, este hecho ayudó notablemente a que ninguno más muriera a consecuencia del frío y de la gangrena.
Los supervivientes disponían apenas de alimentos. A pesar de que durante los días posteriores al accidente racionaron la comida disponible, pronto se mostró insuficiente. En el lugar donde se habían estrellado no había vegetación ni animales de los que pudieran alimentarse, el terreno era suelo desnudo de nieves perpetuas.
El grupo pudo sobrevivir durante 72 días y no morir por inanición gracias a la decisión grupal de alimentarse de la carne de sus compañeros muertos (práctica denominada antropofagia), quienes estaban enterrados en las afueras del fuselaje. No fue una decisión fácil de tomar, y en un principio algunos rechazaron hacerlo, si bien pronto se demostró que era la única esperanza de sobrevivir, muchas consideraciones pasaron por el tema religioso católico. Pronto se impuso la regla (o exigencia), de no utilizar como alimento a ningún familiar cercano, ni tampoco a algún fallecido de sexo femenino.
En un primer momento quisieron utilizar la radio de la cabina para pedir auxilio, pero carecía de energía, pues la batería estaba en la cola que ellos habían creído divisar 2 km más arriba. Varios de los supervivientes intentaron localizar la sección de cola que había sido arrancada a raíz del primer impacto, esperando poder recuperar las baterías que se encontraban en esa parte del avión. Cuando por fin llegaron a la sección de cola, ubicada a la distancia que habían supuesto, vieron que las baterías resultaban excesivamente pesadas (cerca de 23 kg cada una), para trasportarlas hasta el fuselaje del avión, por lo que decidieron desmontar la radio de la cabina y llevarla hasta la cola del avión; la batería estaba en buen estado. Además en algunas valijas hallaron chocolates y licores que saciaron su hambre, pese a ello no fue suficiente y tuvieron que continuar alimentándose de carne humana en los días siguientes.
A pesar de todos sus esfuerzos no lograron comunicarse con el exterior pues un cortocircuito originado debido al desconocimiento, dañó irreparablemente la radio. Sólo uno de ellos era mecánico y pese a ello no pudo hacer nada porque funcionara la radio. Junto con el hallazgo de la cola, también hallaron los cuerpos de dos pasajeros enterrados y aún unidos a sus asientos por los cinturones de seguridad. Tan sólo tres personas salieron disparadas del avión antes de la colisión. El tercer cuerpo nunca se encontró.
El extremo frío de la alta montaña era el peor enemigo que debían afrontar los supervivientes, sin embargo, gracias a estas temperaturas se podía conservar adecuadamente la carne y se impedía por completo el desarrollo de las infecciones que podrían haber producido los microorganismos que estaban en ese momento ausentes debido a estas condiciones, aún ya habiendo comenzado el verano austral en la última etapa.

El rescate

Para comienzos de diciembre de 1972, el deshielo dejó al descubierto el fuselaje nuevamente y los sobrevivientes pudieron disfrutar de días soleados, bañados con los cálidos rayos del sol. Los supervivientes finalmente vieron que su única esperanza consistía en ir a buscar ayuda. El 12 de diciembre de 1972Nando Parrado,Roberto Canessa y Antonio Vizintín parten en busca de ayuda.
Al creer en todo momento que se encontraban ya en territorio chileno, es decir, en el lado occidental de la cordillera andina, tomaron la errada decisión de caminar rumbo al poniente, teniendo que encarar el cruce del encadenamiento principal de los Andes sin medios, preparación, ni fuerzas adecuadas.

 Si la marcha se hubiese efectuado hacia las pampas argentinas, el esfuerzo habría sido muy inferior, pues allí el terreno rápidamente desciende hacia el oriente, logrando arribar a los primeros criadores de cabras y ovejas en un recorrido mucho más acotado y asequible. En particular a unos 21 kilómetros en línea recta se encuentra el Hotel Termas del Sosneado que en aquellos días albergaba víveres y se encontraba custodiado por una persona, con ayuda de la cual probablemente les hubiera sido mucho más fácil encontrar la civilización. La gran altitud del cerro Sosneado y la ubicación errónea facilitada por el miembro de la tripulación moribundo en la cabina, les desorientó completamente. Los cerros hacia Chile parecían más accesibles cuando resultaron ser todo lo contrario. Pensaban que estaban en las estribaciones de los Andes del lado chileno y era al revés.
El tercer día de marcha, Antonio resbala y se crea una lesión, por lo que deciden enviarlo de vuelta. También le pidieron dejar su ración de carne, ya que el trayecto sería más largo de lo calculado.
Diez días después de partir de los restos del fuselaje, y habiendo caminado unos 55 km aproximadamente, llegan a la precordillera de San Fernando, al sector de Los Maitenes.

  Recorren un río para vadearlo por casi día y medio y no pueden lograrlo por la crecida del deshielo. Canessa comienza a sentirse enfermo, por lo que Nando debe llevar las dos mochilas. La carne que llevaban consigo comenzó a descomponerse rápidamente debido al aumento significativo de la temperatura de la precordillera.
Al amanecer del día siguiente, ven en la otra orilla a un huaso chileno que los observa. Nando intenta comunicarse con el pero el fragor del río no lo permite, entonces el huaso ata hojas de papel y un lápiz a una piedra y la lanza sobre el río, Nando a duras penas, por su debilidad, logra hacerle llegar un mensaje escrito donde dicen ser sobrevivientes de un avión siniestrado, el mensaje decía:
Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace 10 días que estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba. En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor, no podemos ni caminar. ¿Dónde estamos?
Al reverso, una última nota, con lápiz labial: «¿Cuándo viene?».
El arriero quien resultó ser Sergio Catalán, entiende el mensaje, les lanza un poco de pan y se dirige al retén de Puente Negro a cargo de Carabineros de Chile con el capitán Courbis al mando, es el más próximo (a diez horas de marcha) y da la noticia. Luego de ello, una patrulla de Carabineros se dirige al sector y le brindan ayuda.


Fernando Parrado y Roberto Canessa junto al arriero Sergio Catalán (1928-) que los descubrió, después de diez terribles días de caminata.
En aquel día del 22 de diciembre, los pilotos chilenos Carlos García, Jorge Massa y Mario Ávila se preparaban para volar en un DC-6 a Punta Arenas entonces recibieron incrédulos la noticia de que habían aparecido sobrevivientes del avión uruguayo extraviado hace más de dos meses en la cordillera.
Se habían realizado por parte de la FACH, hasta suspenderse la búsqueda, 66 misiones sin resultados.
Carlos García, solicitó tres helicópteros Bell UH-1 e inmediatamente se trasladaron hacia el sector Los Maitenes de San Fernando para organizar de inmediato el rescate. Había un gran inconveniente, se había levantado una densa niebla y eso en circunstancias normales habría frenado la tarea de rescate, pero se decidió proseguir a pesar de que la visibilidad no era mayor a 100 m.
Una vez en Los Maitenes, los rescatistas interrogaron a Parrado y a Canessa. La niebla se levantó a eso de las 12:00 y Parrado sirvió de guía a los helicópteros, Parrado abordó el UH-89 con García al mando, y fue seguido por el UH-91 a cargo de Massa, con un equipo del SAR (Servicio Aéreo de Rescate). El tercer aparato quedó en reserva en el lugar que ya estaba siendo invadido por periodistas.
El UH-89 y el UH-91 remontaron con gran dificultad las alturas debido a la escasez de corrientes cálidas y falta de aire suficiente para el correcto funcionamiento de los rotores.
Una vez a la vista el sitio del accidente, los pilotos chilenos comprendieron que el rescate iba a ser muy difícil debido a la pendiente del terreno, pero mientras los 14 sobrevivientes saltaban jubilosos y gritaban de alegría.
Cuando aterrizaron sobre un solo Skid para afirmarse en la nieve, los rescatistas del SAR descendieron mientras los sobrevivientes intentaban abordar los helicópteros, hubo instantes de angustia ya que a pesar del famélico estado de los sobrevivientes, su número generó un sobrepeso que excedía los límites de carga del UH-Bell, por lo cual hubo que hacer descender a algunos de ellos llegando incluso a usarse la fuerza bruta para evitar un nuevo desastre en el lugar.
Finalmente aquel día se rescató a siete de los sobrevivientes repartidos en ambos aparatos, el resto de ellos tuvo que permanecer una noche más en el lugar del accidente, aunque esta vez lo hicieron en compañía de miembros del equipo de rescate. Al día siguiente son rescatados los últimos sobrevivientes trasladándolos en helicópteros a Santiago para ser atendidos por médicos.
Uno de los miembros del SAR que pasó aquella última noche entre los restos del siniestro, contaría más tarde: «El avión estaba partido y sin alas, el piloto aún estaba en su puesto, pero su cabeza había desaparecido y solo quedaba el muñón de la columna asomándose por la ventanilla, había escenas de canibalismo evidente, ya que alrededor y debido al deshielo, dejaba entrever restos humanos».
Los equipos de rescate contaron 11 cuerpos descuartizados, y los demás en calidad de reserva. Los rostros de los sobrevivientes mostraban las penurias padecidas y un color amarillo-rosado extraño, con la piel pegada a los huesos.
Roberto Canessa describiría así el momento del impacto:
Recuerdo un poco el impacto. Me golpeé la cabeza y además me quedó un ojo hinchado, el impacto no fue tan fuerte como debiera haber sido...el avión empezó a deslizarse y se fue frenando, así el golpe no fue tan intenso.
Roberto Canessa al periodista Jorge Abasolo, en El Mercurio (diciembre de 2007)
A pesar de las dudas iniciales, los sobrevivientes pronto reconocieron y justificaron que habían tenido que recurrir a la antropofagia para poder sobrevivir. En un principio lo negaron, alegando que en Mendoza habían adquirido grandes cantidades de chocolates, conservas, queso y licores. Pero el hecho quedó al descubierto cuando los diarios chilenos El Mercurio y La Tercera de la Hora publicaron fotografías de restos humanos cerca del fuselaje, tomadas por el Cuerpo de Socorro Andino (CSA) y que no se habían dado a conocer. Los supervivientes se vieron obligados a dar una conferencia de prensa para hablar del asunto.

Admitieron que cuando se les cavaron las provisiones que quedaban en las maletas no tuvieron otra opción de hacer pequeñas hogueras y calentar la carne de sus compañeros fallecidos. En ocasiones tuvieron que comerse pedazos totalmente crudos. Agradecieron profundamente la comprensión de familiares de los fallecidos, quienes los apoyaron en todo momento: «Ellos [los familiares] dijeron que menos mal que había 45 para que podamos tener 16 hijos de vuelta. Nos quieren como hijos. Supongo que en su yo más íntimo cuando nos ven piensan por qué sobrevivimos nosotros y no sus hijos. Es un sentimiento humano lógico».1

Cronología resumida[editar]

octubre de 1972[editar]

Jueves, 12 de octubre - Día 0 (cero).
Parte el avión con 40 pasajeros y 5 tripulantes
Viernes, 13 de octubre - Día 1
Se estrella el avión. 7 pasajeros salen despedidos y 6 fallecen en el choque. Hay 32 supervivientes.
Sábado, 14 de octubre - Día 2
4 personas más mueren durante la madrugada y el día. (Muertos: 10, Desaparecidos: 7, Supervivientes: 28).
Sábado, 21 de octubre - Día 9
Muere Susana Parrado. (Muertos: 11, Desaparecidos: 7, Supervivientes: 27).
Martes, 24 de octubre - Día 12
Una expedición localiza a 6 de los 7 desaparecidos (excepto a Carlos Valeta). (Muertos: 17, Desaparecidos: 1, Supervivientes: 27).
Domingo, 29 de octubre - Día 17
8 personas mueren por la avalancha. (Muertos: 26, Supervivientes: 19).

noviembre de 1972[editar]

Miércoles, 15 de noviembre - Día 34
Muere Arturo Nogueira. (Muertos: 27, Supervivientes: 18).
Sábado, 18 de noviembre - Día 37
Muere Rafael Echavarren. (Muertos: 28, Supervivientes: 17).

diciembre de 1972[editar]

Lunes, 11 de diciembre - Día 60
Muere Numa Turcatti. (Muertos: 29, Supervivientes: 16). Este hecho les hace recapacitar a Parrado y a Canessa sobre que hacer. Piden abandonar el avión para descender las montañas y subir las cumbres que hagan falta hasta llegar a una población. Tan sólo consiguen el apoyo de un compañero, y así inician el viaje que les salvaría la vida.
Miércoles, 13 de Diciembre, día 62, Viztín, el compañero de Roberto y Fernando está a punto de caerse por un terraplén y sufre un pequeño esguince. Surge una discusión entorno si regresar al avión o continuar la marcha. Finalmente Viztín decide regresar por su cuenta al avión convenciendo a sus compañeros de que deben continuar su marcha, pues el panorama era mucho más alentador en aquella zona donde había un riachuelo. Dos días después consigue llegar al avión y dar ánimos a sus compañeros. Les relata que habían encontrado un río y que las posibilidades de dar con humanos era muy factible.
Miércoles, 20 de diciembre - Día 69
Canessa y Parrado localizan a Sergio Catalán.
Jueves, 21 de diciembre - Día 70
Canessa y Parrado son rescatados. (Rescatados: 2, Supervivientes: 14).
Viernes, 22 de diciembre - Día 71
6 de los supervivientes son rescatados. Los 8 restantes tendrán que esperar una noche más. (Rescatados: 8, Supervivientes: 8).
Sábado, 23 de diciembre - Día 72
Los 8 supervivientes restantes son rescatados. (Rescatados: 16).
Algunos de los supervivientes se han convertido en grandes oradores motivacionales, sobre todo Roberto Canessa, quien a parte de terminar medicina y ser cardiólogo fue candidato por el Partido Azul en las elecciones de 1994 a la presidencia de Uruguay, donde no le fue tan bien como cuidando física y mentalmente a sus compañeros heridos en los Andes.
 Tras el rescate, Canessa reveló que su madre y su prometida Laura Surraco fueron las que le impulsaron a escapar de las montañas. Su amor no era cosa pasajera, unos años más tarde se casó con Laura, ahora tienen dos hijos y una hija. El esfuerzo de caminar durante diez días por los Andes tras dos meses sin apenas comida y soportando temperaturas extremas dio sus frutos.
 
Nando Parrado fue el otro gran héroe, en el accidente vio morir a su madre y a su hermana Susana. Ambas iban en la fila izquierda de la cabina de pasajeros. La madre falleció en el impacto final, cuando el fuselaje se detuvo contra un banco de nieve. Susana quedó con heridas superficiales aunque Zerbino y Canessa (entonces estudiantes de medicina) sospechaban, con acierto, que tenía daños internos graves.
 A las pocas horas manifestó los síntomas de la gangrena en las piernas, debido a las temperaturas bajo cero grados celsius. Al segundo día Nando, tras recuperar muy lentamente el conocimiento, se hizo cargo de ella, alimentándola y masajeándole las piernas ennegrecidas. Aun así fue poco lo que pudo hacer por ella. En medio de su delirio, (solía llamar a su madre fallecida, también balbuceaba incoherencias y tarareaba canciones infantiles inglesas) su estado iba a peor con el transcurrir de los días.
 Por su estado de semiinconsciencia, le fue casi imposible saber a Nando si su hermana menor lo reconocía. Finalmente, tras varios días de agonía, falleció en los brazos de su hermano el 21 de octubre del mismo año, día en que el Servicio Aéreo de Rescate daba por terminada la búsqueda oficial del aeroplano perdido. La joven tenía 20 años.
En el accidente también perdió a su mejor amigo, Francisco "Panchito" Abal, de 21 años, quien murió debido a una hemorragia cerebral. Nando sufrió mucho porque su amigo murió en la primera noche a consecuencia del frío. Nando estaba inconsciente y no pudo ocuparse de él para abrigarle y darle el apoyo que requería. En esos momentos eran muchos los heridos y pocos los que podían ayudar, por lo que salvaron las vidas de unos pocos sin poder atender a los demás. Su amigo Guido Magri, de 24 años, también había muerto en el impacto mismo del avión.
Parrado fue considerado por muchos el gran héroe de la tragedia, junto con Zerbino y Canessa no sólo se encargó de ayudar emocionalmente a los heridos sino que hicieron numerosas batidas en busca de maletas que salieron disparadas del avión antes de la última colisión encontrando en algunas de ellas alimentos y abrigos que sirvieron para salvar vidas.
 
Aunque él mismo se definía como uno más del suceso gracias a su carácter humilde.Fue la primera persona (junto con Roberto Canessa) en escalar y dar nombre al hoy conocido como Monte Seler, nombre en memoria de su padre, y el primer superviviente en entrar en contacto con la persona que les salvó la vida. Cuando Roberto no podía a penas caminar y quería claudicar, fue quien le levantó del suelo y tras cargar las dos mochilas que llevaban abrió el camino.
Parrado desarrolló posteriormente otros negocios y se convirtió en presentador televisivo. También se dedica a dar conferencias sobre el tema de superar retos en todo el mundo. Ha escrito un libro, el milagro de los Andes.

 

 

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