viernes, 21 de noviembre de 2014

Relato corto: Amor prohibido.


El piso contaba con cuatro habitaciones, dos baños, cocina y salón. Una de las habitaciones estaba llena de objetos viejos, cuadros, sillas y mesas desvencijadas se apilaban en la pequeña estancia.

Otra habitación estaba bien amueblada y poseía una amplia estantería donde se encontraban más de 200 libros.

Las otras dos habitaciones eran la Estrella que tan sólo contaba con su cama y una bonita e historiada cómoda junto a un armario empotrado, y  la de Walter que curiosamente se encontraba muy alejada de las otras tres estancias, concretamente al otro lado del pasillo.

Tras recorrer todas las habitaciones regresó al salón y se sentó en el sofá, aquel mueble era muy cómodo y confortable. Observó  los cuadros con detenimiento que se encontraban en una mesa cercana y contempló dos fotos en donde salían Walter y Estrella junto a dos varones que a buen seguro serían su padre y su único hermano, quien parecía tener bastantes más años que él.

Al no haber escuchado mencionar al padre, Sofía pensó que se habría marchado de la casa, pero lo cierto es que había muchas fotos de él, lo que le hizo pensar que tal vez no hubiera abandonado la familia si no que hubiera muerto.

Sentía algo de inquietud por no saber a qué hora iba a regresar Estrella. Walter le había comentado que salía por espacio de una hora, pero cómo había tenido muy alta la música no se había percatado de la hora en que salió. No obstante si era cierto que siempre echaba doble llave le daría tiempo a encerrarse en la habitación mientras Estrella abría la puerta de la entrada.

Se mantuvo en el salón por espacio de veinte minutos mirando un álbum de fotos en el que pudo ver a Walter en diferentes momentos de su vida, tras examinar todas las fotos con suma atención regresó a su cuarto para ver una película y evitar ser vista por Estrella.

La puso con el volumen bajo para así enterarse de cuando llegara Estrella y así anotar la hora de entrada. Diez minutos después de que abandonara el salón sonó la cerradura y la puerta se cerró instantes después. Sofía anotó en un pequeño cuaderno que había sobre la mesa la hora de llegada de Estrella. Eran las 12 y cinco minutos. Ella había salido de la habitación a las 11 y diez minutos, lo que le hacía pensar que Estrella acabaría de salir instantes antes, así que anotó la hora de salida a las once en punto, si bien lo puso entre signos de interrogación para poder recordar que no era una hora exacta si no una hora estimada.

Todos los días anotaría las horas de salida de Estrella para poder tomarse un respiro a esas horas y así estirar las piernas aunque fuera únicamente caminando por las distintas estancias de aquella vivienda que no superaría los 120 metros cuadrados.

Antes de que terminara la película que había puesto a las doce llegó Walter. Sofía sintió un cosquilleo en el corazón, se le habían hecho muy largas las cuatro horas de aquella mañana y por fin regresaba su novio para darle cariño.

Tras unos minutos en los que no se oía nada Walter abrió la puerta con sigilo y la cerró rápidamente.

-¿Qué hiciste al entrar que no se oía nada?- preguntó intrigada Sofía mientras se abalanzaba sobre su chico para darle un beso.

-Estaba comunicándome con mi madre mediante mímica.

-¿Te comentó algo fuera de lo común?-preguntó Sofía intrigada.

-No que va, sólo me saludó y me dijo que tal me había ido, nada más.

-¿No se extrañará de que ahora comas en la habitación, tal vez debas comer en el salón con ella?

-A veces como en la habitación, pero quizás hoy deba comer con ella para que no sospeche que sigues aquí.

-Sí, yo creo que va a ser mejor así-dijo Walter mientras sacaba de su mochila un montón de productos alimenticios. Galletas de chocolate y de vainilla, magdalenas, jugos de frutas y otras variedades de repostería.

-Vaya, veo que sabes cuidarme, creo que voy a engordar mucho mientras permanezca en esta habitación.

-No te lo tienes que comer todo entre hoy y mañana, te he traído cosas que tardan en caducar y que no necesitan refrigeración. Por si algún día tengo que desayunar con mi madre y no te puedo traer la bandeja con el desayuno a la habitación.

-No te preocupes, con esto desayunaré muy bien.

-Mi madre ha preparado pollo al horno con papas y zanahorias.

-Sí, lo he intuido, que rico huele.

-Bueno cuéntame, ¿qué hiciste hoy?

-Estuve navegando en internet mientras escuchaba estos  discos y luego me vi esta película-dijo Sofía mientras le enseñaba los cds que había escuchado y el de la película que había visto.

-Escalofríos, hay otras dos películas que son la continuación de esta, también las tengo por aquí.

-Sí, las veré mañana. La verdad que me está gustando, ¿está ambientada en un país del norte de Europa verdad?

-Sí, en Suecia, los actores y el director también son suecos.

-Cuántas cosas buenas salen de Suecia, grandes películas como las de Milenium y grandes bandas como Millencolin, Satanic Surffers o No fun at all.

-Ni que lo digas, tengo también música de Randy, Refused y de alguna otra banda sueca por si quieres escuchar-le contestó Walter mientras examinaba su manojo de cds.

En ese instante Estrella golpeó la puerta con vehemencia en repetidas ocasiones. Sofía gritó asustada y al instante se tapó la boca asustada por el grito que acababa de emitir.

-Tranquila que no te oye, creo que quiere que le ayude a colocar la mesa-Walter le dio un beso y se levantó de la cama para salir al salón.

-Me da miedo hablar alto no vaya a ser que pueda escuchar ciertos gritos-dijo Sofía mientras se apartaba de la puerta para no poder ser vista desde el salón.

Veinte minutos después apareció de nuevo Walter, llevaba un plato en su mano derecha recién servido.

-¿Pero no comiste?-preguntó Sofía al contemplar que el recipiente seguía aún caliente.

-Sí comí, pero me serví otro plato aduciendo que le había salido muy rico y que tenía más hambre.

Sofía comenzó a comer el pollo con avidez mientras Walter la observaba desde su cama con dulzura y deseo a partes iguales.

Cuando Sofía terminó de comer se acercó a la cama donde yacía Walter, ella se quitó la camiseta y posteriormente el sujetador. Walter se quedó perplejo por aquella impulsiva e inesperada reacción.

Sofía se abalanzó sobre él fundiéndose en un solo cuerpo. De repente Walter se contuvo y le paró a Sofía que estaba muy decidida en aquel instante a dejarse llevar por sus deseos.

-Ahora no es buen momento-dijo Walter incorporándose de costado.

-¿Por qué no es buen momento?-preguntó sorprendida Sofía.

-Me tengo que ir en cinco minutos y no quisiera que la primera vez fuera así tan rápido, sin apenas poder disfrutarlo.

-¿Y no puedes llegar un poco más tarde?

-No, siempre soy puntual, mi madre sospechará si me salir tarde, a parte que me pueden abrir un expediente en el trabajo por retraso.

-Bueno, en ese caso lo dejamos para la tarde, pero a las seis no te me escapas-le dijo Sofía mientras se ponía de nueva su ropa.

-Te aseguro que esta tarde no habrá ningún inconveniente-dijo poco antes de marcharse.

Sofía continuó viendo la película que había dejado a medias con la llegada de Walter y aguardó impaciente la llegada del mismo. Cómo la noche anterior no había podido conciliar el sueño se quedó dormida al finalizar la película y ya no despertó hasta poco antes de que fueran las seis.

Cuando se sentía nerviosa por algo que anhelaba que sucediera le apremiaba la impaciencia y no se encontraba a gusto. Esto le sucedía en aquel instante en que contaba los segundos que faltaban para que Walter regresara y cumpliera su promesa de convertirla en una mujer.

Para calmar la ansiedad que le producía la incesante espera comenzó a dibujar en un folio unas viñetas con un bolígrafo negro y otro verde que encontró en un pequeño bote que había en la estantería ubicada encima de la mesa pupitre donde en la mañana se había sentado durante un largo rato a escribir en su diario.

Le encantaba dibujar comics hasta lienzos, durante un par de años había asistido a clases de dibujo tras salir de la escuela. El año pasado había abandonado las clases extra escolares de pintura para inscribirse en el equipo de vóley.

Pero su afición por la pintura no había desaparecido, sólo la falta de tiempo le había impedido continuar asistiendo a las clases de pintura. Ahora suplía su ausencia en las citadas clases dibujando en las tardes cuando llegaba de la escuela. En vez de estudiar se pasaba las tardes escuchando música y dibujando viñetas en folios que su padre pensaba que eran apuntes de las asignaturas de las que se debía examinar.

Debido a esto sus calificaciones fueron menguando conforme iban pasando las evaluaciones hasta el punto de pasar de aprobar todas las materias con buenas notas a suspender varias de las principales asignaturas.

Esto no había hecho otra cosa más que empeorar la ya de por sí maltrecha relación que tenía con sus padres desde que estos decidieron separarse.

Llevaba un par de folios dibujados cuando Walter abrió la puerta y apareció con una sonrisa radiante que inundó de felicidad a Sofía.

-¿Parece que vienes contento?

-Claro que sí,  no es para menos, tú me irradias mucha felicidad-contestó Walter dándole un beso nada más dejar la mochila-mira lo que te traigo-continuó diciendo mientras sacaba de la mochila una preciosa rosa roja.

-Qué bonita.

-Sabía que te iba a gustar, la más linda y hermosa de todas cuanto había, así eres tú.

-Con razón tardaste tanto en venir, ya me parecía extraño.

-Sí, me tuve que ir hasta la plaza de la iglesia para conseguir la rosa, porque en la floristería de aquí al lado no tenían ninguna.

-En esta floristería de esta calle sólo tienen flores marchitas y caras.

-La voy a meter en este vaso para que aguante unas semanitas.

-Ahora me dejaste sin la posibilidad de beber agua-dijo Sofía riéndose.

-Ahora te traigo otro.

-Que era broma-contestó Sofía acariciando e semblante de Walter.

En ese instante los dos comprendieron que había llegado el momento en que las palabras estaban de más.

Las palabras dieron paso a las caricias, a los besos y a los arrumacos sin que nada ni nadie pudiera arrebatarles ni perturbar el momento que tanto habían deseado que llegase desde que sus vidas se encontraron hacía poco más de 26 horas.

Cuando Walter y Sofía quedaron satisfechos se dejaron caer sobre la cama donde quedaron rendidos por unos segundos. Hasta que Sofía sitió padecer una pequeña hemorragia que le hizo correr apurada hacia el baño.

Walter se levantó repentinamente del catre y se acercó al lavabo sorprendido por lo que veía.

-En ningún momento pensé que fueras virgen-le dijo mientras le ofrecía una toalla sanitaria.

-Esas cosas no se dicen.

-Ah no, ¿y por qué no se deben decir?

-Porque podría haber sido perjudicial para que todo saliera bien como así fue, ¿o no estuvo bien?-preguntó Sofía con una amplia sonrisa luego de haber salido del baño.

-Tienes razón, estuvo genial.

Los dos jóvenes permanecieron abrazados en la cama durante un largo rato hasta que Estrella tocó la puerta de la habitación.

-Ya es la hora de la cena, voy a tener que salir pero regreso pronto.

-Ok, no te preocupes-dijo Sofía mientras se levantaba y encendía la televisión.
Cuando Walter salió de su habitación se topó con la cruda realidad, su madre se había percatado de lo que ocurría en la pequeña pieza.
La anciana comenzó a llorar y el idilio de amor entre Walter y Sofía había concluido. Una severa sentencia con  medidas de alejamiento se encargaron de cercenar el amor prohibido por siempre.

Relato corto: Cuando la tierra tiembla.


Macarena trató de aguantar la compostura un rato más dentro de aquel local comercial mal ventilado donde no corría el aire.

Tras cinco minutos donde se incrementaron sus mareos Macarena no tuvo otra opción que salir del local para buscar un lugar sombreado donde recuperarse de las náuseas y del mareo que sufría.

-Te espero fuera Jimena, que ahora sí que me sienta mal del todo.

-Huy, sal un rato mujer, te has quedado pálida en cuestión de segundos.

Macarena dejó a su suegra en la galería de latas de conservas y salió del establecimiento para buscar un lugar en el que hubiera sombra y corriera el aire.

Se apoyó en una pared y comenzó a sentirse ligeramente mejor. Cuando llevaría tres o cuatro minutos apoyada en aquel muro sintió un pequeño temblor en su espalda.

Algunas personas gritaron y otras se asomaron desde las ventanas de sus casas. Pero la gente no se alarmó y continuó con sus ocupaciones sin temerse la tragedia que se les cernía encima.

Macarena de pronto tuvo un mal presentimiento y achacó su malestar general a que algo realmente malo iba a suceder aquella mañana de sábado donde la gente se agolpaba en masa en el centro de la ciudad.

Pensó en el temblor de tierra que acababa de suceder y se alejó de aquella pared caminando hacia el centro de la plaza. Para desgracia suya todos los bancos que estaban a la sombra estaban ocupados.

Únicamente había dos lugares vacíos y ambos estaban al sol por lo que Macarena declinó su voluntad de sentarse en ellos y se mantuvo de pie en el centro de la plaza por espacio de dos minutos.

Al observar que su malestar no remitía decidió regresar al supermercado para avisar a su suegra de que iba a ir al clínico para que un doctor le recetara algo para el dolor de cabeza.

Apenas había dado dos pasos en dirección al supermercado cuando de pronto una sacudida del suelo levantó el terreno derrumbando árboles y casas con una fuerza descomunal como nunca antes se había visto en aquella zona del Perú.

En cuestión de un minuto prácticamente la totalidad de la ciudad quedó devastada por la contundencia del terremoto que arramplo con casi todos los edificios que se vinieron abajo.

Una nube de polvo inundó la población, el cielo azul no se podía vislumbrar, pues la polvareda era tal que no era posible observar a una distancia mayor de tres o cuatro metros.

Macarena comenzó a llorar de impotencia al comprender el alcance del terremoto y al escuchar los constantes gritos de las personas que se encontraban en la plaza.

Cuando Macarena superó el bloqueo mental y físico que le supuso el terremoto se levantó del suelo y caminó hacia el supermercado con la intención de salvar la vida de su suegra.

La polvareda continuaba muy baja y le costaba ver a las personas que salían del supermercado. Casi todos salían heridos, la mayoría con la cara ensangrentada, otros cojeando o con el brazo dislocado.

El hotel que se encontraba pegado al supermercado se había desplomado y no parecía haber supervivientes en él. Las cuatros plantas habían quedado reducidas a dos, y la segunda había quedado sin techo.

Los que habían sobrevivido intentaban sacar de entre las piedras y los escombros a las personas que pedían auxilio a voz en grito. Pero la polvareda que salía al desplazar los escombros era tal que la mayoría necesitaban alejarse del lugar para no morir asfixiados en el intento de salvar vidas.

Macarena comenzó a toser insistentemente a consecuencia de la polvareda que continuaba desprendiéndose de todos los lugares afectados por el demoledor sismo.

Sacó un clínex de su bolso y con su mano derecha tapándose la boca para no inhalar el polvo se acercó de nuevo a lo que quedó de supermercado.

Una persona yacía aplastada por una viga de metal, dos hombres intentaban desesperadamente mover la viga lo suficiente como para que la persona que había quedado atorada pudiera salir de su ratonera antes de fallecer aprisionada.

Macarena ayudó a los dos hombres y juntos lograron sacar a la joven cajera que había quedado atrapada. Pese a las fracturas sufridas pudo levantarse y abandonar el lugar con la ayuda de uno de los hombres que la había salvado.

Macarena mientras tanto continuó la búsqueda de Jimena pero el polvo era horriblemente molesto y no le dejaba ni tan siquiera abrir los ojos. Tan sólo podía guiarse por su oído. Los incesantes gritos que percibía por su pabellón auditivo provenían de diferentes lugares pero ninguno era el de su suegra.

Cuando pudo abrir de nuevo los ojos contempló a un anciano que yacía muerto con la cara reventada a escasos metros de donde ella pisaba.

Con forme iba mirando en los alrededores se iba topando con más y más muertos. Algunas personas arrastraban a los fallecidos hacia el centro de la plaza para que pudieran ser identificados.

Macarena no sabía si seguir buscando o emprender la marcha hacia su casa para reencontrarse con su familia.

De pronto el ruido de la ambulancia se escuchó entremezclado unas cuadras más arriba con el de los bomberos voluntarios.

Pronto llegaron a la plaza y comenzaron a echar agua para mitigar la densa polvareda que se cernía sobre los edificios destruidos de la céntrica plaza.

En ese momento Macarena decidió abandonar el lugar y caminar lo más rápido posible hacia la casa donde debían estar sus hijos, su marido y su suegro Casemiro.

Mientras caminaba observaba como la gente lloraba de impotencia al ver destruidas sus viviendas o sus locales de negocio. Todo el trabajo que costaba sacar adelante los negocios y construir las viviendas para destruirse en cuestión de segundos.

El terremoto sacaba a la luz la moral de cada persona, mientras que algunas buenas gentes aprovechaban la tragedia para sacar de entre los escombros a los heridos otros aprovechaban el desconcierto generalizado para robar en las tiendas todo el dinero y los objetos que pudieran.

El saqueo y el bandidaje se apoderaron de la ciudad sin que los policías y los propietarios de las tiendas pudieran hacer mucho por evitar los robos y el pillaje de los ladrones.

Aquello era un desbarajuste, muchos corrían detrás de los ladrones pidiendo la colaboración ciudadana para evitar que pudieran escapar. Pero entre los heridos, los que asistían a estos y los que se encontraban en estado de shock por haber perdido todo eran pocos los que se preocupaban en evitar los pillajes y los saqueos a las tiendas y comercios.

Macarena observó que la calle por la que transitaba había quedado cortada a consecuencia del desprendimiento de dos edificios a ambos márgenes de la calzada. Una montaña de escombros había quedado apilada en el centro de la vía sin que se pudiera transitar ni tan siquiera por las veredas.

Un joven intentó pasar la escombrera escalándola y resultó herido por un amasijo de hierros que le hirió en el pecho. Al ver aquello Macarena decidió dar marcha atrás y caminar por una calle paralela para llegar a la casa de sus suegros.

Tras abandonar la calle y caminar por la paralela logró llegar a un cruce dos cuadras más arriba, pero debido a la magnitud de la tragedia no conseguía situarse correctamente.

No sabía si se había pasado la casa de sus suegros o todavía no había llegado al lugar donde esta se ubicaba. Todas las referencias que tenía se habían perdido a consecuencia del sismo.

Los carteles de una cebichería y de una zapatería que recordaba que había en las inmediaciones ya no estaban, por lo que Macarena no sabía si estaba en el lugar correcto o debía seguir caminando una cuadra más.

Quería preguntar por el nombre de la calle pero no se acordaba del nombre de la misma por lo que se sentía atrapada en aquel lugar sin ser capaz de dar con el paradero de la vivienda de sus suegros.

Como era posible con la de veces que había estado allí que no se acordase del nombre de la calle. Nunca ponía el más mínimo interés en aprenderse el nombre de las calles sin que llegase a pensar jamás que le fuera a ser útil como lo hubiera sido en aquel instante de pánico y zozobra.

El nombre no le venía a la mente pero se acordó que en frente había un local que vendía electrodomésticos y que se le conocía como la tienda de Paqui.

Preguntó a una persona que estaba grabando con su video cámara los efectos devastadores del terremoto por la tienda de electrodomésticos.

Aquel señor le contestó de mala gana que no lo conocía y que le dejara en paz, que estaba grabando y le iba a estropear la grabación.

Menudo sinvergüenza, con la ciudad devastada por la tragedia y preocupado únicamente en sacar imágenes de los edificios destrozados. Estaba claro que muchas personas aquella mañana estaban más pendientes de sacar rendimiento económico a la tragedia más que ayudar a las víctimas.

Una señora que trataba de vender los escasos alimentos que no había perdido con el sismo fue quien le dijo como llegar al lugar que buscaba.

Macarena se asombró de lo cerca que estaba y caminó la corta distancia que le separaba de la casa de sus suegros. Cuando llegó a la misma se echó las manos a la cabeza. Había quedado totalmente destrozada.

Con las lágrimas en los ojos se acercó temblorosa a lo que quedaba de la humilde vivienda temiéndose lo peor. De pronto vio sentado en la vereda a su hijo Germán. Tenía el pie derecho destrozado, su ropa sucia y su cara manchada de hollín.

-Hijo mío, estás bien.

-Si madre, más o menos, pero me cayó una viga en el pie derecho-le dijo a su madre mientras se tocaba su empeine.

-No te lo toques, déjame ver. ¿Sabes donde están tus hermanos?

-Ángel se fue con papá y Sofía no sé.

-¿Cómo que no sabes nada, y del abuelo?

-Creo que Sofía y el abuelo estaban en casa cuando el terremoto pero les he buscado y no les encuentro.

-Cómo no te has quitado el tenis antes, mira como tienes el pie-le dijo Macarena al contemplar el deploraba aspecto que presentaba el pie derecho de su hijo menor.

-No he tenido tiempo madre, estuve buscando en la casa al abuelo, estaba viendo la tele cuando el sismo, de hecho me desperté porque tenía muy alto el volumen.

-Esto te lo tiene que ver un médico, es muy grave y podrías perder el pie, tenemos que caminar hasta el clínico-dijo mientras intentaba levantar de la vereda a su hijo.

-No puedo andar hasta el clínico, mejor me quedo aquí en la acera, me duele demasiado madre. Tráeme vendas y agua oxigenada.

-Pero como te vas a quedar en la vereda. Necesitamos que lo vea un médico, esta no se puede curar así como tú dices.

Macarena logró hacer entrar en razón a su hijo y este se levantó apoyándose en los hombros de su madre. Juntos caminaron hasta la acera de enfrente. Germán sólo apoyaba su pie izquierdo sobre el asfalto pues el derecho lo tenía dislocado.

-¿Seguro que Ángel está con Mauricio?

-Sí seguro, me dijeron que si me iba con ellos y les dije que prefería quedarme durmiendo un rato más.

-¿A dónde fueron tan temprano?

-Se fueron a desayunar a una cafetería que hay cerca de la Plaza de Armas.

-¿Y qué hay con Sofía?
-Ya te dije que no sé nada de ella, como duerme en otra habitación no me enteré de si salió o seguía durmiendo.


Macarena regresó a la casa demolida por la madre naturaleza y rebuscó entre los escombros hasta más no poder. Debajo de una viga un enorme charco de sangre hacia presagiar lo peor. Segundos más tarde se cumplió el peor de sus presentimientos. Sofía yacía en el suelo con la cabeza desfigurada, su pijama y su pulsera con los colores de ecuador fueron la única forma de reconocerla.


Los terremotos no avisan y no distinguen entre buenos y malos.

Relato corto: Horas de zozobra.


Mauricio dudó un instante, pero tras observar la cara de dolor que transmitía su hijo decidió emprender la marcha en búsqueda de una farmacia que estuviera abierta.

Las imágenes de tensión y frustración se vivían en todas las calles, los vendedores analizando las pérdidas en sus locales o tratando de llevarse los artículos que no se hubieran dañado. Los policías ayudando a los bomberos voluntarios en el rescate y búsqueda de personas. Y por último centenares de personas evaluando los daños que habían sufrido sus casas.

La tragedia parecía haberse cebado con toda la ciudad, pese a ello Germán continuó su marcha en dirección al distrito ubicado por el recinto ferial con el propósito de encontrarse con una farmacia abierta.

De camino pasó por dos establecimientos que estaban cerrados, en uno de ellos una persona vendía gasas a precio altísimo intentando sacar un gran beneficio en poco tiempo.

Mauricio continuó la marcha tras cerciorarse de que aquel hombre no tenía el material sanitario que necesitaba. Cuando llegó a la plaza de Armas contempló como la farmacia seguía abierta. Cruzó toda la plaza a paso rápido para conseguir el material que necesitaba.

Pero cuando entró en la mencionada farmacia la tendera le dio la mala noticia que se le habían terminado los artículos que solicitaban.

-Cerca del recinto ferial han puesto una carpa para atender a heridos, tal vez allí le puedan suministrar el material que necesita-le dijo la tendera cuando Mauricio ya se disponía a salir del establecimiento.

-Gracias, es usted muy amable-dijo Mauricio mientras salía del local.

A fuera se topó con un mendigo que pedía limosnas sentado en la pared de la farmacia que milagrosamente no había sufrido daños considerables tras el sismo, tan sólo unas pequeñas grietas se habían formado en el muro exterior.

-No tienen vendas pero tienen compresas y toallitas sanitarias por si gustas comprar-le dijo el mendigo momentos antes de empinar el codo para dar un largo trago a una botella de cerveza caliente.

-A ti quien te ha dicho que puedes dirigirte a mí-le contestó de manera ofensiva Mauricio no siendo capaz de ocultar su ira y frustración por recorrer media ciudad sin encontrar una sola farmacia con material sanitario.

-Usted es un estúpido, no tiene sentido del humor.

-Y usted que tiene a parte de esa cerveza y esa cara de engendro.

-Tengo todo lo que necesito, no he perdido nada con el terremoto, mi cerveza, mi chupa de cuero para resguardarme del frio nocturno y mis monedas para alimentarme. En cambio usted  a buen seguro que se ha pasado toda la vida trabajando a destajo para perderlo todo en cuestión de segundos, ha perdido la casa, el carro y todo cuanto tenía-apenas pudo terminar de decir aquello cuando Mauricio le arrebató la cerveza y se la estampó en la cabeza.

-Vas a perder la cabeza desgraciado-le gritó Mauricio mientras le pegaba patadas con todas sus fuerzas, la cabeza del mendigo se balanceaba de un lado a otro como si fuera un balón de fútbol.

El mendigo no ponía resistencia alguna, era incapaz de contrarrestar los golpes que recibía sin ni tan siquiera usar sus brazos para mitigar los efectos que las patadas de Mauricio hacían en su cara.

Apenas balbuceaba  unas cuantas palabras ininteligibles, parecía pedir clemencia entre dientes pero Mauricio hacia alarde de una ira descomunal donde daba rienda suelta a todos sus más bajos instintos, movidos por la frustración y ansiedad que padecía aquella mañana al no saber si su hija y sus padres estaban vivos.

La dependienta salió de la farmacia para intentar evitar que Mauricio siguiera golpeando al mendigo.

-Deje de golpearle, le va a matar, que está haciendo-la asustada mujer intentó desplazar a Mauricio sin éxito.

-Déjeme en paz, señora, no se meta en mis asuntos, este despojo humano no merece seguir con vida. ¡Engendro!, ¡esperpento, eres un miserable esperpento!-gritaba Mauricio invadido por la cólera mientras profería patadas al pobre mendigo que se mecía de un lado a otro sin oponer resistencia.

-Hay cámaras, le van acusar de asesinato señor, mejor váyase-le espetó la dependienta.

-Me chupan un huevo las cámaras.

Tras aquellas palabras Mauricio se dio cuenta de que el mendigo no se movía, yacía en el suelo en una pose que invitaba a pensar que estaba muerto. Fue entonces cuando percibió lo que había hecho y abandonó el lugar a la carrera antes de que la policía pudiera llegar al lugar y acusarle de asesinato.

Mientras corría pensaba en lo que acababa de hacer. Cómo era posible que hubiera vuelto a matar a una persona. Cuando era joven había matado a un pandillero que le intentó robar la cartera. Aquel día se salvó de ser juzgado gracias a que no hubo testigos en el lugar de los hechos.

Desde entonces no había vuelto a usar la violencia. Se sintió tan mal por matar aquel joven pandillero que nunca más volvió a portar navajas ni ningún objeto punzo cortante.

Nunca pensó que volvería a matar. Pero la situación límite que vivía le había hecho perder la cordura hasta el punto de no ser consciente de lo que hacía. Si una cámara había grabado la paliza o si  aquella señora ponía una denuncia podía ser imputado por homicidio.

Que horrible situación, las desgracias nunca vienen solas, pensaba Mauricio mientras miraba a los costados en cada cruce de calles para observar si había alguna farmacia abierta.

Al cabo de unos minutos llegó al lugar donde se ubicaba una carpa móvil que estaba atendiendo a heridos y ofreciendo material sanitario.

Mauricio adquirió vendajes, un bote de agua oxigenada y otro bote de mercromina para ayudar a que cicatrice la herida de su hijo.

Posteriormente comenzó a correr de nuevo rumbo al clínico, esta vez evitó pasar por la plaza de Armas por si la policía se encontraba en aquel lugar junto a la farmacia.

Tenía miedo que en las calles aledañas a la plaza le estuvieran esperando para detenerle. Las posibilidades parecían pequeñas teniendo en cuenta el número de asaltos que se estaban produciendo en numerosas tiendas pero aún así Mauricio sintió miedo.

No sentía tanto miedo desde el 18 de marzo de 1994, cuando a las dos de la madrugada le asestó una puñalada mortal al joven pandillero en su ventrículo izquierdo. Esa noche corrió por la calle Azángaro como alma que lleva el diablo para no ser detenido por las fuerzas del orden.

El pánico le paralizó por completo. Mauricio observó que una tubería se había roto y no paraba de salir agua anegando parte de la calle y formando un barrizal de lodo en el pequeño solar que existía en la margen izquierda de la vereda.

Mauricio aprovechó la situación para cambiar drásticamente su imagen con la finalidad de poder ser reconocido por las fuerzas del orden y ni tan siquiera por la dependienta de la farmacia.

Se metió la camiseta sudorosa que portaba en el interior de su pantalón y se manchó el torso y los brazos con abundante barro para dar la sensación que había estado ayudando en las labores de rescate.

Posteriormente se empapó su cabellera ondulada para que pareciera tener el pelo lacio. Una vez transformado en otra persona continuó su marcha raudo y veloz sin ningún tipo de reservas.

Consiguió pasar el jirón que se encontraba a la altura de la plaza, este hecho le ayudó a sentirse más tranquilo y más seguro de que no le iban a detener.

De pronto una persona le paró la marcha pidiéndole ayuda para sacar a su mujer de entre los escombros.

-Disculpe señor no tengo tiempo, la vida de mi hijo está en peligro-le contestó Mauricio mientras trataba de continuar la marcha.

-Sólo es un momento, ayúdeme por favor, se lo ruego.

-¿Por qué demonios no le pide ayuda a otra persona?-dijo Mauricio mientras miraba a los costados buscando a personas que pudieran ayudar aquel desgraciado sujeto.

-No hay nadie que me pueda ayudar, tan sólo mi hijo y entre los dos somos incapaces de desplazar las rocas que la aprisionan.

En ese momento Mauricio miró hacia el lugar que se refería el señor y comprobó que había un chico llorando hablando a una persona atrapada en la escombrera. Mauricio sintió lástima y se desplazó al lugar para intentar ayudar a padre e hijo en las labores de rescate.

Entre los tres trataron de mover un muro que atrapaba dos tercios del cuerpo de una mujer de unos treinta años que se debatía entre la vida y la muerte. Tenía atrapadas las dos piernas y el estómago, tan sólo contaba con sus brazos para tratar de salir de esa improvisada cárcel que le impedía realizar cualquier tipo de movimiento con sus piernas.

-Estoy atrapada, estoy totalmente atrapada-mascullaba entre dientes la infeliz madre mientras miraba a su hijo llorar de impotencia.

-Tirar con los brazos, hacer fuerza-decía su marido poniendo cara de estreñido y sacando el trasero como si fuera un levantador de pesas profesional.

Pero el esfuerzo encomiable de los cuatro era insuficiente para levantar esa pesada losa que amenazaba con cercenar el cuerpo aprisionada de aquella mujer que luchaba desde el suelo con zafarse del pesado muro de concreto.

-No puedo hacer nada por ayudaros, lo siento mucho-dijo Mauricio dando un par de pasos atrás y llevándose las manos a su espalda.

El marido de la mujer salió de nuevo a la calle para pedir ayuda a unos viandantes, estos no le hicieron caso y siguieron su marcha aduciendo que tenían que salvar la vida de un familiar.

Mauricio sentía lástima de aquella joven familia pero se sentía incapaz de levantar aquella carga que inmovilizaba a la mujer.

-Voy a buscar ayuda para levantar la carga, vuelvo enseguida-les dijo Mauricio a padre e hijo antes de marcharse.

-No por favor, vamos a intentarlo una última vez.

Esas fueron las últimas palabras que Mauricio escuchó del joven padre que no pudo hacer nada por retenerle. Siguió corriendo hasta que aproximadamente tres ciento metros más adelante una persona se le echó encima para robarle su bolsa de material sanitario.

Dicho sujeto se abalanzó sobre los hombros de Mauricio y consiguió tirarle al suelo para posteriormente quitarle la bolsa que contenía los vendajes.

Mauricio se levantó rápidamente del suelo y logró dar alcance al forajido que había osado arrebatarle tan preciados artículos.

Con gran esfuerzo consiguió zarandear a su oponente y desplazarlo contra un muro, el joven al sentirse acorralado tiró la bolsa y salió huyendo calle abajo.

Mauricio recogió la bolsa objeto de la refriega y continuó la marcha en dirección opuesta a la de su oponente.

Que mal estaban las cosas para que hubiera personas que estuvieran dispuestas agredir a otras por un material que no costaría más de 30 soles en cualquier farmacia del Perú.

Mauricio comprendió que no era el dinero si no la necesidad que se había originado ante tamaña tragedia y ante la escasez de material sanitario lo que conducía a la gente a pelearse por tan poca cosa.

La gente le paraba para pedirle que compartiera su material, otros tan sólo le preguntaban de donde lo había obtenido. La situación se hacía muy complicada y Mauricio veía difícil llegar al clínico sin que antes le quitasen su codiciada bolsa.

-En la plaza de armas están dando material sanitario-se atrevió a mentir con tal que le dejaran continuar su marcha.

-Eso es mentira, yo acabo de ir allí y nadie tiene material sanitario.

-Dos cuadras más abajo, en la avenida Miguel Grau fue donde me lo dieron-explicó Mauricio tratando de convencer a los molestos sujetos que le impedían continuar su marcha obstruyéndole el camino.

Sus palabras parecieron disuadir a las personas que allí se agolparon y Mauricio pudo entonces continuar su marcha. Un minuto más tarde encontró una bolsa tirada en el suelo y no dudó un instante en arrojar la suya y meter los artículos en la nueva bolsa que acababa de encontrar entre los escombros.

Por fortuna aquello funcionó para que nadie más le pidiera compartir el material que llevaba en las manos. La bolsa estaba sucia pero como el material que portaba estaba envasado no corría riesgo que se mancharan y quedaran inservibles.

Mauricio estaba agotado de tanto correr, se había recorrido la ciudad de norte a sur y había tenido numerosos encontronazos con ciudadanos de muy diversa índole pero con una característica común, la de estar superados por la magnitud de la tragedia que sacudió la ciudad en cuestión de segundos para dejarla en ruinas.

Cinco minutos más tarde llegó al clínico y allí se reencontró con su familia. Germán ya lucía un vendaje en su pie derecho lo que sorprendió a Mauricio notablemente.

-¿De dónde sacaste ese vendaje?-le preguntó a su hijo visiblemente contrariado.

-Una enfermera me lo dio al poco de irte. Pero estos que me has traído me van a servir para los siguientes días-dijo Germán al advertir el disgusto de su padre por haber recorrido toda la ciudad para conseguir algo que ya no necesitaba.

Mauricio volvió a meter en la bolsa el material que había traído y pensó en su mala suerte. Por buscar material sanitario terminó matando a un mendigo y padeciendo horas de angustia, zozobra y violencia.

Relato corto: La ciudad en llamas.


Macarena se encontraba trabajando en su zapatería como todos los sábados, era el día de la semana que menos le gustaba hacerlo puesto que sentía que el fin de semana se le hacía muy corto al salir de la tienda a las nueve de la noche.
Aquel sábado estaba contenta puesto que su jefa le había concedido salir unas cuantas horas antes de lo habitual para celebrar el cumpleaños de su madre con la familia al completo.
Eran las cinco de la tarde y apenas había clientas en su tienda, una señora mayor abandonó el establecimiento dejando a Macarena en soledad deseando que pasaran unos cuantos minutos para cerrar la tienda e irse a disfrutar de la tarde de sábado con la familia.
Los últimos meses no estaban siendo buenos en cuanto a las ventas se refiere. Entraban muchas personas pero la mayoría sin ánimo de comprar por lo que Macarena comenzaba a pensar que la propietaria de la tienda podría estar sopesando el echar el cierre a la tienda y traspasar el negocio a otra persona.
Lourdes le había contratado hacía tres años y nunca le había metido presión con cerrar el negocio pese que hubo épocas en la que vendía muy pocos calzados. Pero estos últimos meses las ventas habían disminuido alarmantemente y Macarena no entendía a que se debía.
Se colocaba en la entrada para captar el interés de las mujeres que transitaban por la vereda y cuando estas entraban al local las atendía con sumo detalle para lograr vender los dichosos zapatos que cada semana costaba más trabajo y esmero lograr vender.
Mauricio la tranquilizaba diciendo que no se preocupara, que con las fiestas navideñas vendería mucho más de lo que había vendido en los meses anteriores y que aunque esto no fuera así Lourdes no la iba a despedir.
Pero pasaban los días y se acercaba el final del año sin que la navidad hubiera aumentado las ventas ni un ápice con respecto a los meses de septiembre, octubre y noviembre.
Macarena se desesperaba y se preguntaba constantemente que estaría sucediendo para que no pudiera vender el mismo número de zapatos que vendía en épocas anteriores.
Las tiendas de Mesa Redonda vendían muy bien, los datos así lo reflejaban. Nadie cerraba negocios en el barrio, puesto que la mayoría de locales estaban incrementando sus ventas de forma considerable, haciendo latente que la bonanza económica también había llegado al distrito de Lima.
Las zapaterías que había en la zona tenían calzados muy similares y vendían bastante más que ella. Así que un día se dio un paseo por dichas zapaterías y comprobó que los precios eran ligeramente inferiores a los de su tienda.
Esa misma tarde se lo comunicó a Lourdes pero esta se opuso a la propuesta que le hizo su empleada de bajar los precios para equipararlos a los de las tiendas que le hacían competencia en el barrio.
Este hecho le molestó a Macarena porque ya no sabía qué hacer para incrementar las ventas cuando sus zapatos eran más caros sin que fueran de mayor calidad. Así no había forma de incrementar las ventas y menos en una zona donde las clientas comparaban precios antes de comprar.
Tan sólo alguna despistada a la que se le antojaba unos zapatos terminaba comprando, pero esto sucedía muy de vez en cuando.
Lo que más preocupaba a Macarena era el hecho de que los zapatos cada vez iban a ser más difícil de vender puesto que cuando las demás tiendas agotaban el stock compraban zapatos de nueva temporada y en cambio Lourdes no quería traer nuevos zapatos hasta que no se vendieran las existencias que tenían.
Con zapatos de temporadas pasadas y a precios más altos que la competencia las posibilidades de vender disminuían ostensiblemente. Hasta el punto que Macarena buscaba trabajo todas las mañanas al presagiar que iba a ser despedida en breve.
 
Ya estaba sacando las llaves del cajón para echar el cierre al local cuando una joven entró en la tienda. La mujer miraba los zapatos de tacón con mucho entusiasmo pero cuando veía los precios su semblante cambiaba y parecía perder el interés por el producto.
Pese a ello Macarena sacó fuerzas de flaqueza para intentar concretar la primera y última venta de aquel sábado. Qué tristeza despedir el último sábado del 2001 sin ninguna venta. Ese fue el pensamiento que le pasó por la mente al observar a la joven entrar en la tienda, y por eso se acercó a ella con la intención de salvar el día con una venta in extremis que le hiciera sentirse un poco más aliviada.
-Estos zapatos son comodísimos y lucen muy bien-le dijo en tono suave con una amplia sonrisa.
-Me gustan pero están muy caros-le respondió la joven.
Macarena no sabía que decir cuando le decían que eran muy caros. Quería hacer descuentos pero el margen de ganancias era muy bajo por lo que no podía permitirse el lujo de bajar el precio. En caso de hacerlo la ganancia sería prácticamente nula, tan sólo ganaría Lourdes como propietaria.
-Pero es que son de cuero-respondió mientras tocaba los zapatos doblándolos ligeramente.
-Los he visto en la tienda de al lado más barato, lo siento-le dijo la joven mientras abandonaba el local dejando sin habla a Macarena.
Estuvo a punto de igualar el precio de la tienda de al lado pero finalmente no le hizo rebaja y la joven abandonó la tienda sin pedir descuento. Macarena sacó la llave del cajón de la mesa principal y echó el cierre a la tienda visiblemente disgustada por no haber logrado concertar ni una sola venta en un día que está marcado por los comerciantes del sector como uno de los mejores del año.
Había leído en el periódico que los comerciantes tenían esperanzas de vender hasta un cincuenta por ciento más que los demás sábados, en su caso no fue así, fue uno de los pocos sábados en donde no logró vender absolutamente nada, ni tan siquiera unas simples medias.
Caminaba por el jirón de Cuzco de camino a su casa cuando se encontró con Gina, su vecina que iba con la intención de comprar unos zapatos.
-Vaya día que he tenido, no he conseguido vender nada, si llego a saber que venías me hubiera quedado un rato más en la tienda.
-Vine a esta hora porque sé que sueles cerrar mucho más tarde-le contestó Gina.
-Sí, hoy pedí permiso para salir antes porque es el cumpleaños de mi madre y voy para su casa. Pero si quieres abro la tienda para que puedas ver los zapatos sin compromiso.
-No, no te preocupes, sólo voy a mirar, ya regresaré a tu tienda otro día si no encuentro nada que me guste.
-No, de verdad que no me importa abrir de nuevo, si estamos a cien metros-insistió Macarena.
-No quiero hacerte abrir de nuevo la tienda, se te ve en la cara las ganas que tienes de abandonar ya el trabajo y disfrutar del sábado con la familia.
-Bueno, si no encuentras nada de tu gusto regresas otro día para visitarme.
-Eso haré.
Macarena continuó el camino hacia su casa, el semáforo se puso en rojo y aprovechó para llamar a su madre y concretar la hora a la que tenía que llegar. Su madre le dijo que no llegara antes de las ocho porque tenía cosas que hacer todavía.
De manera que aprovechó para mirar tiendas al comprobar que todavía no eran las siete de la tarde. Todas las tiendas estaban a rebosar de gente, muchos compraban multitud de cosas, otros miraban en los escaparates portando grandes bolsos que demostraban que también habían hecho sus compras.
La sociedad del consumo parecía estar en pleno auge en todos sitios a excepción de su humilde tienda, la cual  parecía no existir para el consumidor limeño.
Macarena decidió comprar una espléndida tarta de manzanas que lucía impecable en el escaparate de una pastelería que tenía un gran éxito a juzgar por la enorme cola que se formó en la caja para pagar. A su madre le encantaban las tartas y esta era la mejor forma de no llegar con las manos vacías a la casa de sus padres.
Cuando caminaba por la calle con su tarta recién comprada Macarena escuchó un gran ruido a sus espaldas. Unos chibolos estaban quemando gran cantidad de cohetes haciendo un ensordecedor estruendo.
Detestaba el ruido y máxime el de los cohetes, pero desde aquel día el odio pasó al temor extremo, a la fobia más absoluta después de haber estado a punto de fallecer a consecuencia de ellos.
Aproximadamente cien metros más adelante, en la misma vereda por la que transitaba se originó un fuego que comenzaba a quemar las bolsas de basura y los demás desperdicios que los comerciantes habían arrojado en ese punto de la calle haciendo de él poco menos que de un vertedero.
Pese a ello Macarena continuó caminando al considerar que no era lo suficientemente peligroso como para dar marcha atrás y continuar su camino por una calle paralela.
Pero a medida que se acercaba al foco de ignición este cobraba mayor tamaño y vivacidad. Las llamas se extendieron al primer piso del edificio que se erigía más cerca del fuego y fue trepando por él a gran velocidad para asombro de todos los presentes.
Los gritos comenzaban a expandirse por toda la calle, los vendedores ambulantes se alejaron ostensiblemente de la zona por miedo a ser alcanzados por las llamas, como había muchas personas transitando por la vereda algunos no tuvieron más remedio que huir por el asfalto originando un tumulto que impedía circular a las carros.
Macarena se vio imposibilitada avanzar por su vereda a consecuencia del gran tamaño que habían alcanzado las llamas.
De repente, la gente comenzó a salir de los locales comerciales y de los edificios de viviendas anexos al bloque de apartamentos que ardía para huir hacia otras zonas más alejadas del fuego donde pudieran estar a salvo.
Los viandantes se multiplicaron por tres en cuestión de un minuto en la ya de por sí congestionada calle. Macarena intentó cruzar a la otra vereda para continuar el camino por la zona más alejada del fuego pero se vio impedida al chocar con multitud de personas que huían despavoridas sin control alguno.
Una de esas personas le tiró la tarta al suelo y antes de que pudiera recogerla otro viandante la pateó destrozándola por completo. Macarena se había quedado sin tarta, el pastel yacía en el suelo esparcido por el asfalto de forma penosa.
Pero no había tiempo para lamentarse por aquello, lo importante era salir de aquella calle cuanto antes. Al contemplar a toda esa gente que salía de los edificios y locales hacia donde ella estaba comprendió que no iba a ser fácil avanzar por ese lugar ya que había una playa de estacionamiento de la cual intentaban salir multitud de carros. Algunos de ellos al no poder salir decidieron transitar por la vereda de manera que los peatones no podían caminar más que por encima de los carros estacionados o en fila de a uno por los pequeños espacios que existían entre unos vehículos y otros.
 Macarena no sabía si intentar huir de esa manera tan complicada o si optar por regresar. Muchas personas dieron media vuelta y comenzaron a ir marcha atrás al contemplar la semejante congestión humana y vehicular que se había originado en cuestión de segundos.
El caos y la confusión fue en aumento al chocar los que querían avanzar hacia la avenida Abancay con los que querían dar marcha atrás y huir en dirección contraria.
Macarena era incapaz de dilucidar que opción escoger, se encontraba inmersa en una vorágine de personas que gritaban y se empujaban unas a otras sin que apenas lograsen avanzar unos pocos metros.
Los autos bocinaban constantemente para que los de adelante se movieran sembrando el caos y la ansiedad entre la multitud. Algunas personas se bajaron de su vehículo y comenzaron a huir del lugar entre la muchedumbre abandonando sus autos en medio de la calle.
La desesperación era tan grande que la gente abandonaba sus vehículos y sus tiendas sin cerrar para huir del fuego y del denso humo que comenzaba a expandirse por todos los costados del jirón Cuzco.
Macarena comprendió que no iba a poder huir hacia la avenida Abancay a consecuencia de la congestión y emuló los pasos de las personas que comenzaban a dar marcha atrás.
Pero el regreso no era sencillo tampoco, puesto que ese camino estaba igualmente infestado de personas que trataban de huir despavoridas del fuego lo más lejos que pudieran.
Macarena era empujada constantemente sin que le quedara más remedio que aferrarse  a quienes tenía a la par para no caer al suelo y ser pateada por las masas.
De pronto sintió que le tocaban los senos desde detrás, una mano le abarcó desde la espalda hasta la parte delantera de su torso palpándola con enorme descaro durante unos diez segundos sin que Macarena lograse zafarse de la impertinente mano de su agresor.
No quiso voltearse para no perder tiempo en su huida, simplemente empujaba a los de adelante para abrirse paso entre la muchedumbre y poder salir del atolladero y del tumulto en que se encontraba inmersa.
No lo logró, la pared humana que tenía delante parecía imposible de franquear, se erigían ante ella con un muro de concreto imposible de traspasar.
De repente, la persona que le tocaba los pechos con insistencia le arrebató el bolso al instante que se desprendió de ella. Macarena se volteó para poder observar al ladrón que le había robado su bolso con la cartera y sus documentos y tarjetas.
Apenas logró verle de espaldas, portaba una camisa blanca sin mangas, tenía el cabello muy oscuro y la tez muy morena. Eso fue todo lo que logró ver de su agresor antes de que este lograse escabullirse entre la multitud propinando empujones y codazos.
Macarena intentó hacer lo mismo no tanto para alcanzar a su agresor sino con vistas a no padecer asfixiada entre la multitud.
Pero no había forma de salir de allí, las veredas habían sido ocupadas por vehículos y motos que intentaban huir abriéndose camino sin respetar a los viandantes.
En ese instante Macarena se resbaló y cayó al asfalto, desde el suelo no podía ver más que un bosque de piernas que la pisoteaban constantemente sin que pudiera hacer nada por levantarse.
La golpeaban en el costado, en la cabeza y en las nalgas sin que sus gritos de auxilio lograsen ser escuchados por aquellas personas que estaban más pendiente de salir del lugar que de levantarla del suelo.
Perdió la consciencia y vio un túnel negro muy largo muy largo por el que se adentraba lentamente al inicio, para posteriormente ir avanzando por él a mayor velocidad conforme transcurrían los segundos.
No podía observar nada dentro de aquel angosto túnel, a decir verdad, no sabía si era estrecho o muy amplio puesto que nada sabía de él. No experimentaba ningún tipo de sensaciones al caminar por él.
Cuando llevaría unos minutos caminando por aquella extraña vía observó un haz de luz al final del túnel y comenzó a correr tras ella, a medida que corría la tenue luminiscencia se hacía más fuerte, al final del recorrido aquella poderosa irradiación blanca le cegaba casi por completo cuando atisbó un robusto brazo que pretendía tirara de ella para sacarla de aquel lugar.
Al instante comprobó que no se trataba de un sueño sino de la realidad. Un joven la agarró de las axilas con sus dos vigorosos brazos y la levantó con fuerza del ardiente pavimento  salvándole la vida.
Macarena estaba magullada y le dolía su espalda y sus antebrazos pero no cedió ni un instante y emuló los pasos de su salvador subiéndose al capó de un vehículo abandonado en mitad del jirón para salir del atolladero.
Tras pasar por encima del auto saltó al siguiente vehículo que se encontraba detrás a escasos centímetros. Macarena tuvo que agarrarse al capó para no caerse al suelo y así pudo continuar su peculiar y riesgosa huida saltando de auto en auto ante la muchedumbre angustiada.
Había saltado cuatro vehículos cuando se percató de que no había ninguno detrás. De manera que no le quedó más remedio que bajar de nuevo al asfalto y continuar la huida desde el suelo.
Para aquel entonces las llamas ya se habían extendido a varios locales comerciales y a un par de edificios contiguos causando una sensación de calor sofocante y una humareda que hacía muy difícil respirar. Esto hacía más difícil si cabe la huida, porque para no morir asfixiados los viandantes se veían obligados a taparse la nariz con una mano y abrirse camino con la otra.
Algunas personas se habían colocado la camiseta en la boca y respiraban únicamente con la nariz para evitar tragar el humo negro que generaban el fuego y las cenizas de los edificios calcinados.
Por fortuna el fuego avanzaba a mayor velocidad hacia el jirón Andahuaylas donde destrozó cinco galerías comerciales alcanzándose en las tiendas ubicadas en los bajos comerciales temperaturas de hasta 800 grados Celsius.
Una inmensa bola de fuego arrampló con todas y cada una de las personas que no lograron abandonar las galerías a tiempo pereciendo entre las llamas en cuestión de segundos.
Todo por culpa de aquel vendedor informal de productos pirotécnicos que hizo una demostración de cómo ardían los artefactos pirotécnicos de mayor alcance con tal mala suerte que el fuego que desprendieron fue a caer sobre las cajas de cohetes y morteros que se apilaban en la vereda donde se encontraban multitud de vendedores ambulantes.
 Estas personas vendían sus juegos pirotécnicos sin control ni medidas de seguridad, lo que ocasionó tan catastrófico incendio al huir del lugar sin poder retirar las cajas de explosivos y morteros que prendieron en cuestión de segundos.
 El viento soplaba en dirección al jirón Andahuaylas y eso ayudó a que Macarena salvase su vida al decidir milagrosamente dar marcha atrás para huir en dirección contraria. Aquella decisión tomada instintivamente le salvó literalmente de morir calcinada por la bola de fuego que se ocasionó.
No obstante, el fuego también se propagaba en la dirección en que avanzaba Macarena por lo que el humo y las muchedumbres descontroladas no eran la única amenaza a la que se enfrentaba en aquel momento.
Macarena apenas desviaba la vista de las personas que tenía delante, trataba de escapar de allí de la manera más rápida posible. Algunas personas caían al suelo, en ocasiones intoxicadas por la inhalación masiva de humo y en otras por los empujones recibidos.
En los costados de la calle multitud de personas luchaban por salir de los edificios por miedo a ser abrasados por las llamas. Lo hacían portando mochilas y maletas donde a buen seguro llevaban sus enseres más preciados como computadoras, cámaras de fotos y electrodomésticos que hubieran tenido tiempo de recoger.
Los que no se apuraron en salir al exterior perecieron quemados por las llamas minutos después sin que los bomberos tuvieran tiempo de sofocar el incendio.