Mauricio dudó un instante, pero tras observar la
cara de dolor que transmitía su hijo decidió emprender la marcha en búsqueda de
una farmacia que estuviera abierta.
Las imágenes de tensión y frustración se vivían en
todas las calles, los vendedores analizando las pérdidas en sus locales o
tratando de llevarse los artículos que no se hubieran dañado. Los policías
ayudando a los bomberos voluntarios en el rescate y búsqueda de personas. Y por
último centenares de personas evaluando los daños que habían sufrido sus casas.
La tragedia parecía haberse cebado con toda la
ciudad, pese a ello Germán continuó su marcha en dirección al distrito ubicado
por el recinto ferial con el propósito de encontrarse con una farmacia abierta.
De camino pasó por dos establecimientos que estaban
cerrados, en uno de ellos una persona vendía gasas a precio altísimo intentando
sacar un gran beneficio en poco tiempo.
Mauricio continuó la marcha tras cerciorarse de que
aquel hombre no tenía el material sanitario que necesitaba. Cuando llegó a la
plaza de Armas contempló como la farmacia seguía abierta. Cruzó toda la plaza a
paso rápido para conseguir el material que necesitaba.
Pero cuando entró en la mencionada farmacia la
tendera le dio la mala noticia que se le habían terminado los artículos que
solicitaban.
-Cerca del recinto ferial han puesto una carpa para
atender a heridos, tal vez allí le puedan suministrar el material que
necesita-le dijo la tendera cuando Mauricio ya se disponía a salir del
establecimiento.
-Gracias, es usted muy amable-dijo Mauricio
mientras salía del local.
A fuera se topó con un mendigo que pedía limosnas
sentado en la pared de la farmacia que milagrosamente no había sufrido daños
considerables tras el sismo, tan sólo unas pequeñas grietas se habían formado
en el muro exterior.
-No tienen vendas pero tienen compresas y toallitas
sanitarias por si gustas comprar-le dijo el mendigo momentos antes de empinar
el codo para dar un largo trago a una botella de cerveza caliente.
-A ti quien te ha dicho que puedes dirigirte a
mí-le contestó de manera ofensiva Mauricio no siendo capaz de ocultar su ira y
frustración por recorrer media ciudad sin encontrar una sola farmacia con
material sanitario.
-Usted es un estúpido, no tiene sentido del humor.
-Y usted que tiene a parte de esa cerveza y esa
cara de engendro.
-Tengo todo lo que necesito, no he perdido nada con
el terremoto, mi cerveza, mi chupa de cuero para resguardarme del frio nocturno
y mis monedas para alimentarme. En cambio usted
a buen seguro que se ha pasado toda la vida trabajando a destajo para
perderlo todo en cuestión de segundos, ha perdido la casa, el carro y todo
cuanto tenía-apenas pudo terminar de decir aquello cuando Mauricio le arrebató
la cerveza y se la estampó en la cabeza.
-Vas a perder la cabeza desgraciado-le gritó
Mauricio mientras le pegaba patadas con todas sus fuerzas, la cabeza del
mendigo se balanceaba de un lado a otro como si fuera un balón de fútbol.
El mendigo no ponía resistencia alguna, era incapaz
de contrarrestar los golpes que recibía sin ni tan siquiera usar sus brazos
para mitigar los efectos que las patadas de Mauricio hacían en su cara.
Apenas balbuceaba
unas cuantas palabras ininteligibles, parecía pedir clemencia entre
dientes pero Mauricio hacia alarde de una ira descomunal donde daba rienda
suelta a todos sus más bajos instintos, movidos por la frustración y ansiedad
que padecía aquella mañana al no saber si su hija y sus padres estaban vivos.
La dependienta salió de la farmacia para intentar
evitar que Mauricio siguiera golpeando al mendigo.
-Deje de golpearle, le va a matar, que está
haciendo-la asustada mujer intentó desplazar a Mauricio sin éxito.
-Déjeme en paz, señora, no se meta en mis asuntos,
este despojo humano no merece seguir con vida. ¡Engendro!, ¡esperpento, eres un
miserable esperpento!-gritaba Mauricio invadido por la cólera mientras profería
patadas al pobre mendigo que se mecía de un lado a otro sin oponer resistencia.
-Hay cámaras, le van acusar de asesinato señor,
mejor váyase-le espetó la dependienta.
-Me chupan un huevo las cámaras.
Tras aquellas palabras Mauricio se dio cuenta de
que el mendigo no se movía, yacía en el suelo en una pose que invitaba a pensar
que estaba muerto. Fue entonces cuando percibió lo que había hecho y abandonó
el lugar a la carrera antes de que la policía pudiera llegar al lugar y
acusarle de asesinato.
Mientras corría pensaba en lo que acababa de hacer.
Cómo era posible que hubiera vuelto a matar a una persona. Cuando era joven
había matado a un pandillero que le intentó robar la cartera. Aquel día se
salvó de ser juzgado gracias a que no hubo testigos en el lugar de los hechos.
Desde entonces no había vuelto a usar la violencia.
Se sintió tan mal por matar aquel joven pandillero que nunca más volvió a
portar navajas ni ningún objeto punzo cortante.
Nunca pensó que volvería a matar. Pero la situación
límite que vivía le había hecho perder la cordura hasta el punto de no ser
consciente de lo que hacía. Si una cámara había grabado la paliza o si aquella señora ponía una denuncia podía ser
imputado por homicidio.
Que horrible situación, las desgracias nunca vienen
solas, pensaba Mauricio mientras miraba a los costados en cada cruce de calles
para observar si había alguna farmacia abierta.
Al cabo de unos minutos llegó al lugar donde se
ubicaba una carpa móvil que estaba atendiendo a heridos y ofreciendo material
sanitario.
Mauricio adquirió vendajes, un bote de agua
oxigenada y otro bote de mercromina para ayudar a que cicatrice la herida de su
hijo.
Posteriormente comenzó a correr de nuevo rumbo al
clínico, esta vez evitó pasar por la plaza de Armas por si la policía se
encontraba en aquel lugar junto a la farmacia.
Tenía miedo que en las calles aledañas a la plaza
le estuvieran esperando para detenerle. Las posibilidades parecían pequeñas
teniendo en cuenta el número de asaltos que se estaban produciendo en numerosas
tiendas pero aún así Mauricio sintió miedo.
No sentía tanto miedo desde el 18 de marzo de 1994,
cuando a las dos de la madrugada le asestó una puñalada mortal al joven pandillero
en su ventrículo izquierdo. Esa noche corrió por la calle Azángaro como alma
que lleva el diablo para no ser detenido por las fuerzas del orden.
El pánico le paralizó por completo. Mauricio
observó que una tubería se había roto y no paraba de salir agua anegando parte
de la calle y formando un barrizal de lodo en el pequeño solar que existía en
la margen izquierda de la vereda.
Mauricio aprovechó la situación para cambiar
drásticamente su imagen con la finalidad de poder ser reconocido por las fuerzas
del orden y ni tan siquiera por la dependienta de la farmacia.
Se metió la camiseta sudorosa que portaba en el
interior de su pantalón y se manchó el torso y los brazos con abundante barro
para dar la sensación que había estado ayudando en las labores de rescate.
Posteriormente se empapó su cabellera ondulada para
que pareciera tener el pelo lacio. Una vez transformado en otra persona
continuó su marcha raudo y veloz sin ningún tipo de reservas.
Consiguió pasar el jirón que se encontraba a la
altura de la plaza, este hecho le ayudó a sentirse más tranquilo y más seguro
de que no le iban a detener.
De pronto una persona le paró la marcha pidiéndole
ayuda para sacar a su mujer de entre los escombros.
-Disculpe señor no tengo tiempo, la vida de mi hijo
está en peligro-le contestó Mauricio mientras trataba de continuar la marcha.
-Sólo es un momento, ayúdeme por favor, se lo
ruego.
-¿Por qué demonios no le pide ayuda a otra
persona?-dijo Mauricio mientras miraba a los costados buscando a personas que
pudieran ayudar aquel desgraciado sujeto.
-No hay nadie que me pueda ayudar, tan sólo mi hijo
y entre los dos somos incapaces de desplazar las rocas que la aprisionan.
En ese momento Mauricio miró hacia el lugar que se
refería el señor y comprobó que había un chico llorando hablando a una persona
atrapada en la escombrera. Mauricio sintió lástima y se desplazó al lugar para
intentar ayudar a padre e hijo en las labores de rescate.
Entre los tres trataron de mover un muro que
atrapaba dos tercios del cuerpo de una mujer de unos treinta años que se
debatía entre la vida y la muerte. Tenía atrapadas las dos piernas y el
estómago, tan sólo contaba con sus brazos para tratar de salir de esa
improvisada cárcel que le impedía realizar cualquier tipo de movimiento con sus
piernas.
-Estoy atrapada, estoy totalmente
atrapada-mascullaba entre dientes la infeliz madre mientras miraba a su hijo
llorar de impotencia.
-Tirar con los brazos, hacer fuerza-decía su marido
poniendo cara de estreñido y sacando el trasero como si fuera un levantador de
pesas profesional.
Pero el esfuerzo encomiable de los cuatro era
insuficiente para levantar esa pesada losa que amenazaba con cercenar el cuerpo
aprisionada de aquella mujer que luchaba desde el suelo con zafarse del pesado
muro de concreto.
-No puedo hacer nada por ayudaros, lo siento
mucho-dijo Mauricio dando un par de pasos atrás y llevándose las manos a su
espalda.
El marido de la mujer salió de nuevo a la calle
para pedir ayuda a unos viandantes, estos no le hicieron caso y siguieron su
marcha aduciendo que tenían que salvar la vida de un familiar.
Mauricio sentía lástima de aquella joven familia
pero se sentía incapaz de levantar aquella carga que inmovilizaba a la mujer.
-Voy a buscar ayuda para levantar la carga, vuelvo
enseguida-les dijo Mauricio a padre e hijo antes de marcharse.
-No por favor, vamos a intentarlo una última vez.
Esas fueron las últimas palabras que Mauricio
escuchó del joven padre que no pudo hacer nada por retenerle. Siguió corriendo
hasta que aproximadamente tres ciento metros más adelante una persona se le
echó encima para robarle su bolsa de material sanitario.
Dicho sujeto se abalanzó sobre los hombros de
Mauricio y consiguió tirarle al suelo para posteriormente quitarle la bolsa que
contenía los vendajes.
Mauricio se levantó rápidamente del suelo y logró
dar alcance al forajido que había osado arrebatarle tan preciados artículos.
Con gran esfuerzo consiguió zarandear a su oponente
y desplazarlo contra un muro, el joven al sentirse acorralado tiró la bolsa y
salió huyendo calle abajo.
Mauricio recogió la bolsa objeto de la refriega y
continuó la marcha en dirección opuesta a la de su oponente.
Que mal estaban las cosas para que hubiera personas
que estuvieran dispuestas agredir a otras por un material que no costaría más
de 30 soles en cualquier farmacia del Perú.
Mauricio comprendió que no era el dinero si no la
necesidad que se había originado ante tamaña tragedia y ante la escasez de
material sanitario lo que conducía a la gente a pelearse por tan poca cosa.
La gente le paraba para pedirle que compartiera su
material, otros tan sólo le preguntaban de donde lo había obtenido. La
situación se hacía muy complicada y Mauricio veía difícil llegar al clínico sin
que antes le quitasen su codiciada bolsa.
-En la plaza de armas están dando material
sanitario-se atrevió a mentir con tal que le dejaran continuar su marcha.
-Eso es mentira, yo acabo de ir allí y nadie tiene
material sanitario.
-Dos cuadras más abajo, en la avenida Miguel Grau
fue donde me lo dieron-explicó Mauricio tratando de convencer a los molestos
sujetos que le impedían continuar su marcha obstruyéndole el camino.
Sus palabras parecieron disuadir a las personas que
allí se agolparon y Mauricio pudo entonces continuar su marcha. Un minuto más
tarde encontró una bolsa tirada en el suelo y no dudó un instante en arrojar la
suya y meter los artículos en la nueva bolsa que acababa de encontrar entre los
escombros.
Por fortuna aquello funcionó para que nadie más le
pidiera compartir el material que llevaba en las manos. La bolsa estaba sucia
pero como el material que portaba estaba envasado no corría riesgo que se
mancharan y quedaran inservibles.
Mauricio estaba agotado de tanto correr, se había
recorrido la ciudad de norte a sur y había tenido numerosos encontronazos con
ciudadanos de muy diversa índole pero con una característica común, la de estar
superados por la magnitud de la tragedia que sacudió la ciudad en cuestión de
segundos para dejarla en ruinas.
Cinco minutos más tarde llegó al clínico y allí se
reencontró con su familia. Germán ya lucía un vendaje en su pie derecho lo que
sorprendió a Mauricio notablemente.
-¿De dónde sacaste ese vendaje?-le preguntó a su
hijo visiblemente contrariado.
-Una enfermera me lo dio al poco de irte. Pero estos
que me has traído me van a servir para los siguientes días-dijo Germán al
advertir el disgusto de su padre por haber recorrido toda la ciudad para
conseguir algo que ya no necesitaba.
Mauricio volvió a meter en la bolsa el material que
había traído y pensó en su mala suerte. Por
buscar material sanitario terminó matando a un mendigo y padeciendo horas de angustia,
zozobra y violencia.
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