viernes, 21 de noviembre de 2014

Relato corto: Agonía en la montaña


 

Tras dos días de intensa caminata y dos noches a la intemperie durmiendo tras riscos para evitar el viento consiguieron llegar a una choza de piedra. Era una pequeña construcción de reducidas dimensiones. No encontraron comida ni nada de valor, tan sólo un viejo colchón sobre una base de piedra que hacía las veces de catre, y unos cuantos periódicos de un año de antigüedad.

La pequeña edificación se encontraba en un promontorio desde el cual no se divisaba ninguna corriente de agua, tan sólo una sinuosa senda mal trazada. Jimena quería quedarse a descansar en ella pero Sebastián pretendía continuar la marcha, pues era muy temprano y apenas llevaban dos horas caminando aquel día.

Ante la imposibilidad de convencer a Jimena de seguir caminando decide quedarse junto a ella en la casa de piedra. Roy comienza a perder el juicio y a lamentarse amargamente por haber  emprendido el viaje.

-No tenemos agua y en esta zona no queda nieve, no pueda comer carne humana sin líquido con el que tragármela. Tú tienes la culpa por obligarme a caminar en esta dirección, todo era mentira, hacia el este no hay nada, sólo más montañas.

-Yo no te obligué, de hecho íbamos a caminar los dos solos cuando decidiste venir con nosotros. Yo no tengo la culpa de que no tengamos agua. Si eres incapaz de continuar regresa al fuselaje, allí seguro que habrá nieve, es un glaciar donde siempre da la sombra, sólo tienes que caminar un par de días y llegarás-trató de convencerle Sebastián, al percibir que su amigo estaba perdiendo el juicio por la pertinaz sed que se apoderó de él.

Finalmente Roy abandonó a la joven pareja y decidió regresar al fuselaje en busca de agua y de la compañía del resto de supervivientes. Sin embargo nunca llegó al avión y nunca se supo que fue realmente lo que le ocurrió, puesto que su cadáver nunca apareció y tampoco apareció en ninguna población cercana. Los equipos de búsqueda llegaron meses más tarde a la conclusión de que se había caído por un desfiladero sin que se lograse encontrar su cuerpo.

Unas horas más tarde de que Roy abandonara la casa de piedra Sebastián decidió continuar el camino en dirección este, abandonó a Jimena prometiéndole que regresaría tan pronto como pudiera rellenar las dos botellas que llevaba consigo.

Esa misma tarde consiguió llegar a un pequeño arroyo en el que pudo rellenar las botellas, el agua del pequeño afluente sació su sed cambiando por completo su rostro. El agua corría por sus mejillas empapándole el suéter y los pantalones.

 Sintió ganas de tirarse sobre el agua cuando recordó lo frías que eran las noches. Fue entonces cuando percibió que apenas quedaba tiempo para que se fuera la luz. El sol hacía muchos minutos que se había metido detrás de las montañas y tenía que escoger de entre dos opciones.

O continuar el camino del pequeño arroyo o regresar a la casa de piedra para dar de beber a Jimena. La decisión era tremendamente complicada, pues tenía la corazonada de que si continuaba la trayectoria del arroyo llegaría hasta una población, pero a buen seguro para entonces Jimena ya hubiera muerto.

La única manera de salvar la vida de Jimena era regresando a la cabaña y dándole de beber agua. Al día siguiente regresarían al río y continuarían la marcha hacia territorio argentino.

Era noche cerrada y se hacía imposible caminar a oscuras por aquel suelo irregular plagado de piedras de gran tamaño. Sebastián no pudo hacer nada más que abrir su mochila y abrigarse para pasar la noche al raso. Aquellas horas se le hicieron interminables, no pudo dormir si quiera un instante, pensaba en Jimena todo el tiempo.

Le había prometido llegar con agua antes de que cayera la noche. No había podido cumplir su cometido y tal vez nunca llegase a verla con vida una vez más, si quiera para despedirse, para darle el último beso, la última caricia.

Con el alba Sebastián se levantó súbitamente y reinició su camino hacia la casa de piedra. Cuando llegó no pudo contener las lágrimas. Jimena estaba inconsciente, la manta que la cubría cuando Sebastián marchó se había caído al suelo y Jimena parecía estar muerta.

Las lágrimas de Sebastián rociaron las mejillas de Jimena y esta despertó de su letargo abriendo tenuemente los ojos. Sebastián logró reanimarla con pequeñas sacudidas y Jimena finalmente consiguió sentarse y beber agua abundantemente.

Al rato continuaron la marcha, Sebastián sujetaba de la cintura a su novia contándole como era el río, lo bien que sonaban sus aguas cristalinas repiqueteando entre las rocas. Le describía el lugar con sumo detalle, los árboles que crecían a los costados, los primeros árboles que veía desde que se subió al avión en Mendoza.

Las palabras de Sebastián colmaban de felicidad a Jimena quien en un ataque de sinceridad y sentimientos a flor de piel se paró, y tras besar a su novio le dejó de piedra con un desconcertante comentario.

-Te amo Sebastián, pero tú sabes tan bien como yo que no nos vamos a salvar, estamos a miles de kilómetros de la civilización, vamos a dejarnos caer juntos por un abismo, es la forma más bonita de sellar nuestro amor por siempre.

-La forma más bonita de sellar nuestro amor es casándonos, pero para ello debemos sacar fuerzas de flaqueza y llegar a un pueblo. Estoy convencido de que estamos muy cerca. Ya no quedan más que unos pocos kilómetros.

-Me quiero casar contigo pero no para vivir en este mundo sino en el cielo, allí estaremos juntos el resto de la eternidad. En esta vida ya hemos hecho todo lo que teníamos que hacer. Hemos sido felices de niños, con los amigos, con nuestras familias, hemos viajado, hemos conocido personas encantadoras, hemos estado cinco años juntos Sebastián, ya es hora de pasar a la otra vida y continuar juntos en el cielo. Dios no va a permitir que vivamos separados allí arriba. En el cielo todo es felicidad, no hay por qué temer a la muerte, yo le temo mucho más a la vida.

-No digas eso Jimena, hasta ayer tenías una fe ciega en salvarte, no puedes claudicar así tan de repente. Hice un esfuerzo ímprobo por salvarte y lo he conseguido por escasos minutos, eso es una señal de que nos quedan muchas cosas por vivir, no ha llegado el momento de abandonar este mundo.

-Llegaste justo a tiempo para que pudiéramos morir juntos, abrazados, que forma más bonita puede haber de subir al cielo que abrazada a la persona que más amas. No puede haber nada más placentero que esa dulce sensación.

-Si hay muchas cosas más placenteras.

-¿Cómo cuales?

-Cómo sentir el agua besar tu cara, cómo comer un asado, cómo ver de nuevo a tus amigos, a tus padres y hermanos. Cómo regresar a Montevideo y disfrutar de los paseos por Carrasco, por Jesús María. Cómo poder contar a los periodistas como nos las ingeniamos para sobrevivir a tantos infortunios y reveses que se nos presentaron cada día.

-Nada de eso va a ser posible, este es el final.

-Hay una cosa que no te quise contar, porque debía ser una sorpresa. Pero creo que es necesario contártelo ahora. Dos días antes de viajar compré un anillo de compromiso.

-No te creo, tú no querías casarte, me decías que no creías en el matrimonio.

-Pero eso era antes, la cuestión es que los idiotas de la joyería escribieron mal tu nombre y les pedí que lo pusieran bien, pero no se encontraba la persona que hacía los grabados y no me pudieron entregar el anillo antes de partir.

-Que historia más rocambolesca me estás contando.

-Te lo prometo, te iba pedir matrimonio el lunes, en el restaurante que más te gusta. Te lo prometo-Sebastián trataba de ser creíble con tanto esfuerzo como el que empleaba por salvar la vida de Jimena.

-Hubiera preferido no escuchar esto. Ahora me va a doler más abandonarte.

-No me abandones, no falta nada para que lleguemos a un pueblo. Sólo unas pocas horas. Hemos hecho un esfuerzo tan grande que ya no podemos claudicar. Rendirse ahora sería como rendirse a 500 metros de la meta después de haber recorrido un país entero.

-No estamos a 500 metros de la meta, entre otras cosas porque no hay una meta. Desde que nos estrellamos trataste de convencerme de que era un desafío, de que teníamos que aguantar equis días hasta que superásemos la prueba. Después de tantas semanas ya entendí que esto no es un desafío, ni una prueba de supervivencia, esto es un martirio que no conduce hacia ninguna parte. ¿Para qué tratar de sufrir más tiempo si no hay remedio posible?

-Porque el sufrimiento de hoy será la alegría de mañana.

-No puedo caminar más, descansemos un rato.

-Si nos paramos sé que no te voy a poder levantar, entonces si será el final de todo.

Sebastián caminaba arrastrando el cuerpo de su novia y mirando al suelo para evitar caerse. El pedregoso suelo dificultaba la caminata. La cabeza de Jimena se venció sobre su hombro izquierdo. Sebastián se paró asustado y comprobó que Jimena había cerrado los ojos.

Trató sin éxito de despertarla, como no lo lograba la sentó junto a su regazo. Comenzó agitar sus mejillas primero con suavidad, luego con más fuerza. Le palpó las muñecas y apenas sintió su pulso. Comenzó a llorar de nuevo, sus lágrimas empaparon la frente de Jimena y resbalaron por las cuencas de sus ojos hasta precipitarse en el suelo tras recorrer sus pómulos blanquecinos. Como por arte de magia Jimena abrió sus pestañas permitiendo a Sebastián volver a ver su iris.

Pero fue sólo un instante, unas décimas de segundo tal vez, después volvió a cerrar los ojos mientras salía de su boca un te amo que Sebastián escuchó nítidamente en la soledad de la montaña.

Fue un susurro precedido de un suspiro. Esa fue la última vez que Sebastián escuchó la voz de Jimena, la última vez que le alumbró con su mirada, la última vez que le proporcionó calor, la última vez que la sintió viva.

 Después no hubo nada, más que dolor, tristeza y desaliento. Las palabras de sus compañeros relatando el miedo que les provocaba sentir la muerte del último de ellos, el frío, el viento, las nubes y las montañas cercenando su libertad, todo se entremezclaba sin lugar a dudas en el momento más duro que le había tocado padecer.

 La miraba con miedo, miedo de palpar su cuello y sentir la ausencia de pulso, miedo de tener que abandonarla para continuar el camino como si no hubiera pasado nada. Miedo de sentirse sólo en la inmensidad de la montaña sin nadie a quien abrazar, sin nadie a quien confesarle su angustia, sin nadie en que apoyarse para continuar hacia adelante sin mirar atrás, pues mirar atrás supone perder la batalla, claudicar e hincar las rodillas para no volver a levantarse jamás.

Sebastián tumbó a su novia en el irregular suelo para abrazarla y llorar desconsolado sobre su costado. No tenía valor para buscar sus constantes vitales. Prefería aferrarse a esa pequeña esperanza de que Jimena despertase de su letargo. Soñar con que no estaba muerta sino dormida.

Pero pasaron los minutos y no hubo ningún atisbo de recuperación, por más que Sebastián la apretaba contra su pecho con todo el amor que era capaz de ofrecer no encontraba ninguna señal de vida. Poco a poco el calor de su cuerpo se fue apagando, al mismo ritmo lento pero paulatino que lo hace el agua caliente cuando se desconecta la fuente que le da calor.

Cuando la sintió fría, y sólo entonces, Sebastián se decidió a buscarle el pulso. Más no lo halló y fue entonces cuando entendió que todo había acabado. Ahora sí había llegado el final para ella, no tenía pulso y no respiraba. Pese a ello permaneció durante un buen rato junto a su cuerpo, sin poder asimilar la muerte de su compañera de viaje, de su novia, pero por encima de todo, la persona con la que había compartido sus sentimientos más íntimos.

Aproximadamente una hora después se levantó como buenamente pudo, sus piernas temblaban y su mirada era incapaz de despegarse del rostro inerte de Jimena. Cuando ya no le quedaba ni una sola lágrima que derramar y sólo entonces, comenzó a caminar hacia el río con la sola intención de poder rellenar sus dos botellas vacías.

Cuando llegó al arroyo bebió cual camello por espacio de diez minutos hasta que sintió que su estómago le pesaba enormemente por la descomunal cantidad de agua absorbida. El gélido líquido desgastaba su vientre aún más de lo que la inanición lo hacía.

En ese momento las lágrimas se apoderaron de su rostro una vez más.

-¿Por qué venís putas?, ¡dejadme descansar!-gritaba a los cuatro vientos mientras se arañaba los pómulos para evitar continuar llorando. Sólo paró de arañarse cuando las lágrimas se tornaron en gotas de sangre que le resbalaban por las mejillas hasta precipitarse en sus sucias botas.

Sebastián se asustó de ver sus dedos manchados de sangre y dejó de infringirse dolor. Miró al cielo y comprobó que todavía quedaban unas pocas horas de luz. Otra vez en la misma tesitura que el día anterior. El dilema sobre que hacer se cernía de nuevo sobre su mollera.

Aquel insignificante cauce de agua dulce parecía un muro infranqueable. Caminar junto a él resultaba difícil pues discurría entre rocas de gran tamaño por las que podía resbalar. En su estado se sentía incapaz de transitar por allí con éxito. Por primera vez en su corta vida sintió ganas de suicidarse. Quiso hacerlo ahogándose en el agua, pero aquel arroyo no tenía caudal suficiente para ello.

Comenzó a caminar siguiendo la corriente pero pronto entendió que se caería por alguna zanja y quedaría atrapado y supeditado a una muerte lenta y agónica, la peor de todas las muertes. Si decidía quitarse la vida debía encontrar una manera que le garantizase que fuera a ser rápida. Para padecer un calvario prefería seguir luchando.

Fue entonces cuando descubrió que no había forma de asegurarse morir de manera rápida, así que decidió regresar hacia el fuselaje para reencontrarse con los Strauch y compañía, deseando que Nando y Roberto corriesen mayor suerte y pudieran llegar a la civilización para salvarlos a todos.

Rellenó sus dos botellas de nuevo y emprendió el camino hacia la casa de piedra. Conforme dejaba atrás el cauce del río le entraban más dudas acerca de si estaba cometiendo un error.

-Mira que si me encontraba cerca de un pueblo y me estoy alejando de la salvación-musitaba para sus adentros mientras caminaba cuesta arriba.

-Tal vez haya hecho el 90 por ciento del recorrido, lo más duro de todo es no saber la distancia a la que me encuentro del ser humano más cercano-eran alguno de los pensamientos que le cercenaban a Sebastián mientras caminaba lo más rápido que le permitían sus cansadas piernas.

Deseaba llegar al refugio antes de que callera la noche para poder dormir resguardado de las inclemencias del tiempo. Sentía el deseo de llegar al avión puesto que sentía una corazonada de que Nando y Roberto  habían llegado a buen puerto y un equipo de rescate llegaría al fuselaje en breve.

-Si logro llegar al fuselaje salvo mi vida, ánimo Sebastián, no queda nada-se decía así mismo en voz alta.

Poco antes de caer la noche llegó al lugar donde yacía el cuerpo inerte de Jimena, ni los buitres podrán acercarse a Jimena, en ese lugar tan remoto ni las rapaces se asoman. Tan sólo las hormigas habitan por estos lares.

Sebastián comprendió que por la falta de luz no podría llegar a dormir al refugio y decidió pasar la noche abrazado al cadáver de Jimena. De manera que si moría de frío al menos lo haría junto a ella, como su novia le había pedido horas antes.

Sebastián se arropó con la manta y con el abrigo de Jimena, para sentir calor espachurró con sus dos manos los pechos de su novia. Lo hizo con fuerza, uno en cada mano. Posteriormente recorrió otras partes de su anatomía. Tenía el cuerpo más bonito que jamás había visto, que lástima que tuviera que fallecer de esta manera tan prematura.

Finalmente detuvo sus manos en las nalgas de su prometida y calló dormido. Al día siguiente emprendió la marcha. Al abandonar el cadáver de Jimena por segunda vez las lágrimas volvieron a inundar su rostro. Se dijo que si regresaba al fuselaje y no había nadie allí regresaría a ese lugar para cortarse las venas y morir junto a ella.

Al llegar al refugio sintió un cansancio descomunal no había dormido apenas en las últimas 48 horas. Pero era mayor el sentimiento de hambre que el de sueño. Trató de tragarse parte de la prensa que se encontraba allí, pero el papel con tinta le dejaba un regusto tan amargo e incómodo que abortó la misión de continuar tragando aquella infamia.

Fue entonces cuando atisbó que en un lateral del refugio crecían unos brotes verdes de hierbajos tan esbeltos como largos. Eran los primeros hierbajos que había visto desde el accidente. Los árboles de la ribera del arroyo no tenían hojas y estaban completamente secos. Se imaginó que en vez de hierba eran espinacas, acelgas u hojas de lechuga. De aquella manera las arrancó de cuajo y se las tragó de un solo.

Después regresó al lecho y se dejó caer sobre el viejo colchón donde había reposado Jimena el día anterior. Pronto comprendió que si se dormía perdería un día y tal vez llegaría demasiado tarde al fuselaje. Sus opciones de salvarse pasaban por llegar lo antes posible a los restos del avión.

Antes de partir había insistido a sus compañeros que en caso de que fueran rescatados  insistieran a las autoridades de que habían marchado tres personas en dirección este. Pero no tenía sentido esperar allí, el agua se le terminaría tarde o temprano y en el fuselaje tendría nieve a raudales y carne humana con la que saciar su voraz apetito.

Con el transcurrir de los días su estómago se había empequeñecido notablemente, pero aún sentía hambre y por eso se levantó del colchón y continuó desandando su camino.

-Caminante no hay camino, se hace camino al andar, y al bajar la mirada se ve el camino que nunca has de volver a pisar.

En este caso lo estaba volviendo a pisar con el deseo de que lo estuviera pisando por última vez. Mientras caminaba se decía para sus adentros que nunca más regresaría a los Andes si lograba salvarse. Ni tan siquiera para enterrar a Jimena, pues estaba seguro que su alma ya estaba con dios en el cielo eterno.

Caminó durante horas y horas hasta que cayó la noche. Al despertar con el alba continuó su camino sin demora. Ya no lloraba, no le quedaban lágrimas que derramar. Sólo portaba un poco de agua cuando divisó a lo lejos las primeras laderas con nieve. Eso le hizo sentir que de sed no iba a morir. Miraba en la lontananza ansiando encontrar un helicóptero que se aproximara hacia él para salvarle la vida, más no halló nada.

Gracias a un atajo acortó mucho camino en su recorrido hacia el fuselaje. Eran las cuatro de la tarde según su reloj cuando pudo rellenar sus botellas con la nieve de un risco. Dividió el agua que le quedaba en las botellas para que así se derritiese antes la nieve en sendos recipientes de plástico.

Pese al atajo no pudo llegar al fuselaje antes de que callera la noche. Por lo que tuvo que recostarse detrás de un risco. No sin antes gritar con todas sus fuerzas para ver si gracias al eco escuchaban su voz desde el fuselaje. Sebastián agudizó su oído pero no escuchó respuesta alguna. Abatido por las circunstancias quedó rendido y aquella noche si consiguió dormir bastante.

A la mañana siguiente continuó su camino y en torno a las diez pudo ver el fuselaje. Una extraña sensación le recorrió entonces el cuerpo. Sus gritos seguían sin recibir contestación y conforme se acercaba al lugar se le hacía más extraño.

-¿Habrán muerto todos?

-¿Habrán sido rescatados?

Que hubieran muerto todos le parecía inverosímil, a no ser que se hubieran suicidado o que uno de ellos en un ataque de esquizofrenia hubiera acabado con la vida del resto. Lo segundo le parecía más grotesco si cabe que lo del suicidio.

Lo más probable es que hubieran sido rescatados, pues la tercera y última opción que le rondaba la cabeza era que hubieran decidido emprender la marcha siguiendo el camino de Nando y Roberto. Pero teniendo en cuenta lo mal que se encontraba Methol era muy improbable que le hubieran convencido de abandonar el fuselaje.

Antes de que anocheciera llegó al avión y contempló que estaba vacío. Una carta le explicaba que habían sido rescatados y que el equipo de búsqueda regresaría el día 25 de diciembre.

Sebastián comenzó a llorar de nuevo al recordar que era 26 de diciembre, había llegado un día tarde. Que podía hacer allí sin la esperanza de que regresaran a por él, sin la compañía de ningún otro ser humano. Un silencio sepulcral se cernía sobre aquel lugar, tan sólo ciertas ráfagas de viento se atrevían a romper el silencio que reinaba en el glaciar.

-¿Realizarán otra batida, vendrán por mí?

Esa era la pregunta que le rondaba la cabeza mientras examinaba el interior del fuselaje. Una multitud de abrigos sucios y maletas destrozadas habían quedado esparcidas por el suelo. Había muchos envoltorios y restos de comida pero le habían dejado pocos alimentos.

Nada más que unas pocas galletas, cuatro latas de conservas y un paquete de pan. Cómo era posible que no se les hubiera ocurrido dejar más comida por si regresaban. En que cabeza podía caber llegar al lugar para socorrer a un grupo de personas y no dejar una generosa cantidad de alimentos no perecederos o de larga caducidad.

Sebastián pesó entonces que tal vez Roy hubiera llegado antes que él y se hubiera comido todo cuanto dejaron. O tal vez fueron otras las personas que salieron posteriormente  de expedición y también descubrieron la comida.

 En esos hipotéticos casos deberían encontrarse en las cercanías, pues no habían transcurrido más de 24 horas desde que presumiblemente llegaron los equipos de búsqueda al lugar donde agonizaba.

-No me han dejado ni la radio-musitaba enrabietado.

-Si no hubiera perdido tanto tiempo en el río me hubiera salvado. Ahora estaría comiéndome un asado-musitaba mientras tragaba el contenido de una lata de conservas.

Sebastián insinuaba acerca de lo que podría haber sucedido si hubiera tomado otras decisiones. Se arrepintió de abandonar el fuselaje tan pronto. Su impaciencia había sido la causante de tamaño error que le había costado la vida a Jimena.

-Qué sentido tiene salvarme si ya nunca estará Jimena- pensaba mientras engullía otra lata de conservas.

Aquel día descansó por completo en el fuselaje. Ya en la mañana, con los primeros rayos solares escribió un mensaje en el cuaderno que le dejaron a la entrada.

-Soy Sebastián González, salí en dirección este junto a Jimena y Roy. La primera falleció y el segundo decidió regresar hacia el fuselaje. Desafortunadamente no le he visto, pero me consta que está vivo por la gran cantidad de comida que se ha ingerido en este lugar.

Yo voy a partir hacia el oeste pues me consta que es en esta dirección como Nando y Roberto llegaron a la civilización. Ruego que me busquen en esa dirección.

Antes de marchar gritó varias veces para tratar de comunicarse con Roy o con cualquier otro hipotético superviviente que no hubiera podido ser rescatado. Al no hallar contestación alguna decidió emprender el camino. Era muy temprano y ese día era inusualmente ventoso, lo que dificultaba el caminar. Este hecho convenció a Sebastián que era más sensato aguardar un día más en el avión.

Al día siguiente sólo le quedaban unas cuantas rebanadas de pan y decidió guardarlas en una mochila para tener algo que ingerir durante su cada vez más previsible viaje.

El día amaneció menos ventoso, pese a ello los helicópteros tampoco aparecieron y a media tarde Sebastián se convenció de que si Nando y Roberto habían podido llegar sin haber comido nada nutritivo, bien podría conseguirlo él que se encontraba recuperado con los alimentos ingeridos.

Se armó de valor y con el espíritu de quien no tiene nada que perder salió en busca de las colosales montañas que se esgrimían como gigantes desafiantes con los que debía batirse en un duelo a todas luces desigual.

Si le hubieran dejado suficiente comida hubiera decidido quedarse al menos una semana más en pos de ser rescatado. Pero sin comida y sin fecha de rescate le parecía absurdo aguardar más tiempo en aquel recóndito paraje. Sebastián logró quitarse de la cabeza el triste recuerdo de haber llegado un día después del rescate para centrarse en la idea de convertirse en un héroe.

A buen seguro les habían dado por muertos y ya no regresarían por ellos. La escasez de comida dejada era uno de los indicios que le hacían suponer que les daban por muertos.

Por otro lado, tener el buche lleno de comida y la creencia de que caminaba en la dirección correcta contribuyeron a que Sebastián decidiera abandonar el fuselaje.

-Tengo que caminar en dirección noroeste, esa es la dirección que tomaron cuando Vizintín les abandonó. Esa es la dirección correcta, la que traían los helicópteros que se acercaban a nuestra zona.

-Si llego a un pueblo escribiré un libro acerca de cómo me salvé en la montaña. No será el libro de todos los supervivientes, será mi propia historia. Mi ruta hacia el este, y mi posterior ruta hacia el oeste-estos fueron algunos de los mensajes que se lanzaba así mismo mientras ascendía a buen ritmo, favorecido por el fuerte viento que soplaba en su dirección.

 

Cuando llevaba caminando todo el día paró a descansar aprovechando la existencia de una oquedad que le aislaba del frío y le protegía del viento. Fue en ese instante cuando por primera vez sintió que se había equivocado al decidir abandonar el fuselaje. Una extraña premonición de que alguien llegó al Fairchild le rondó la cabeza.

Sin embargo, a la mañana siguiente tomó la decisión de continuar su viaje hacia el oeste. Hasta el momento todas las decisiones que había tomado siguiendo sus instintos le habían conducido por mal camino. Primero al ir hacia el este, y después al tardar tanto en regresar al fuselaje. Así que en esta ocasión decidió no hacer caso a la corazonada que le acechó en la noche y continuó el camino hacia la costa ansiando encontrar un río que le facilitara el camino.     

Dos días después encontró un pequeño manantial, pero para su desgracia de aquella porción de agua no surgía ningún río. Estaba encajonado entre montañas de manera que tras rellenar sus botellas no le quedó más remedio que continuar caminando montaña arriba para poder vislumbrar lo que había tras aquellas enormes formaciones graníticas.

Al día siguiente se terminó los pocos panes que le quedaban y colocó el envase de plástico en un paso elevado a modo de señal por si algún alpinista transitaba la zona.

El 30 de diciembre se lo pasó subiendo y bajando montañas sin apenas descanso. Trataba de llevar la cuenta de todas las cumbres que había coronado en sus diversos viajes pero ya no recordaba el número exacto.

-Qué más da, serán 11 o 12, me deben quedar dos o tres más, es pan comido-trataba de animarse constantemente.

-Hay gente que hace esto por hobby, yo lo hago por necesidad, hay cosas mucho más difíciles que subir montañas.

Pero la dirección que llevaba dejó de parecer la más correcta conforme alcanzaba cimas sin observar ningún atisbo de vida natural.

-Ni tan siquiera hay árboles, ¿será que cambiaron de dirección hacia el suroeste?-esta fue una de las últimas preguntas que se hizo antes de que cayera la noche. Sebastián encontró un resquicio donde dormir agazapado y analizar si debía continuar en esa dirección o girar hacia el sur.

En la mañana del 31 de diciembre continuó la marcha sin efectuar ningún cambio, cuanto más dudase más energías iba a desperdiciar, mantener la mente en blanco era crucial para aquel entonces.

Pero al mediodía comenzó a pensar que el 25 había muerto Jimena y tal vez en Fin de Año le tocaría fallecer a él.

-Probablemente muera para Año nuevo, no creo que me dé tiempo a conocer mucho de 1973, tal vez no llegue a vivir para contarlo-los mensajes negativos afloraron por su mollera.

En la tarde se encontraba totalmente desanimado. Se le había acabado la ración de carne que cortó de uno de los cadáveres la mañana del 28 de diciembre. Ahora sólo podía alimentarse de los ásperos hierbajos que mal crecían en el irregular suelo que pisaba. Pese a todo, la sensación de tragar esas hierbas era menos repugnante que la de tragar la carne humana en estado de descomposición que había ingerido el día anterior.

-Se me acabaron las conservas, las galletas, el pan y la carne. Ahora sólo me quedan los hierbajos. Lástima que no sepan como el paté a las finas hierbas. Debe ser que estas no son finas sino gruesas.

Se encontraba ascendiendo una montaña cuando el sol se abrió camino entre las blanquecinas nubes. Se hizo un claro qué cegó los ojos de Sebastián, quien se arrodilló en el suelo y cerrando los ojos con la cabeza inclinada hacia el claro de luz comenzó a entonar una Padre Nuestro. Posteriormente rezó un Ave María y un Credo.

Cuando hubo terminado con todos sus rezos se percató de que el astro no le quemaba tanto, abrió los ojos y observó como el sol volvía a meterse entre las densas nubes.

-Sólo te pido que tras esta montaña que piso se encuentren los verdes valles donde cultivan sus tierras los hermanos chilenos. Para poder juntarme con ellos y continuar con mi vida-imploró a Dios antes de continuar su camino. Una hora más tarde alcanzó la cima pero el panorama era igual de desolador.

Oteo el horizonte desde diversas posiciones de la cima. Todos los terrenos seguían siendo escarpados. Si bien en la margen suroeste las montañas parecían menos altas, en la vertiente noroeste surgían algunos árboles secos, pero al fin y al cabo eran árboles.

La decisión de escoger uno de los caminos fue harto complicada. Los árboles secos, desprovistos de hojas le hacían pensar que no había agua en las cercanías. Por la otra vertiente las montañas eran más accesibles y poseían nieve suficiente como para poder rellenar sus botellas.

Finalmente se decantó por el suroeste al comprobar que podía avanzar más rápido sin necesidad de pasar montañas tan abruptas como las que había superado en los días anteriores.

Antes de que pudiera descender la montaña se hizo de noche y pese a que el cielo estaba estrellado decidió no caminar más. Era consciente de que estaba pasando la noche vieja en medio de los Andes, sustituyendo las uvas y el champagne por la nieve y por el musgo que mal crecía entre las rocas.

Se imaginaba como estarían pasando aquella noche tan señalada sus padres, su hermana, sus tíos, su abuelo y toda su familia. También se acordó de sus compañeros de viaje y se los imaginó en algún hotel de Santiago, ofreciendo entrevistas a los medios de comunicación y siendo tratados como auténticos héroes.

-Que envidia, todos felices menos Jimena y un servidor, por haber sido tan impaciente.

Trató de sentirse arropado por sus compañeros, por el calor que le transmitían las imágenes de la Navidad, de la familia unida y de los calefactores a pleno rendimiento en una noche fría pero acogedora. Era una noche diametralmente opuesta a la que le tocaba vivir a él.

-Por lo menos estoy vivo y he logrado llegar a 1973. Si me dicen el día del accidente que iba a llegar a vivir otro año más no me lo creo-se animaba mientras trataba de encontrar la posición más cómoda entre sus abrigos.

Al día siguiente comenzó andar, se sentía muy cansado desde el inicio, algo extraño pues la fatiga solía aparecer a medio día cuando los kilómetros caminados pesaban sobre sus maltratadas piernas.

Esta vez la fatiga llegaba muy pronto y eso que el día acompañaba, el viento racheado que le había acompañado durante los últimos cinco días había desaparecido haciendo el caminar algo más sencillo. Era su estado mental el que le hacía sentir más cansado. A lo que se le unía la falta de alimentos.

-¿Por qué diablos no traje más carne?-se lamentaba Sebastián mientras posaba sus manos entre las rocas para trepar por una pendiente inclinada. Sin duda alguna no contabilizó bien la cantidad de alimento que requería. Pensó que al tener galletas y pan no necesitaría mucha carne, pero los días eran largos y el hambre era mayor cuanta más energía gastaba.

-Esto es un suplicio, no aguanto más, aquí me quedo-fue todo lo que dijo al llegar a la cima de otra montaña.

-Esta es la última cumbre que corono, ya no va a ver más. La primera y última del día-Sebastián se sentó en una roca y miró de frente y a sus costados sin encontrar ninguna novedad.

Se hallaba rodeado de naturaleza muerta, roquedales, riscos y nevados. Sólo algunos árboles secos le indicaban que en aquel lugar alguna vez hubo vida, pero parecía que fue muchos años atrás. Ni cóndores, ni buitres ni gallinazos, en esas áridas tierras de alta montaña no habitaba ningún rapaz. No había aves que surcaran los cielos. Tan sólo algunas hormigas aparecían cuando Sebastián removía las piedras que encontraba a su paso.

Cansado y abatido permaneció por espacio de dos horas esperando el milagro de que apareciera un helicóptero o algún alpinista. El día estaba calmo, quizás los equipos de rescate no habían podido actuar los días anteriores por los fuertes vientos y hoy reanudaban la búsqueda. Esa era la única esperanza que le quedaba a Sebastián. Pero llegó un momento en que se desesperó, la temperatura comenzó a bajar y optó por descender la cima.

Cuando llevaba una hora descendiendo escuchó el ruido de unas hélices en la lejanía. Trató entonces de regresar al punto más elevado para así ser visto por el piloto. Cuando la nave surcó el cielo que se erigía sobre la pequeña figura de Sebastián, este agitó las manos y se estiró cuanto pudo tratando de hacerse visible en la inmensidad de los Andes.

Más no logró su objetivo y el helicóptero continuó su camino rumbo al este. Sebastián sintió frustración al contemplar que se dirigía en dirección al fuselaje. Tanta fue la ira que sintió en aquel instante que comenzó a lanzar piedras hacia el helicóptero maldiciendo su suerte. Las piedras no llegaron siquiera a acercarse al lugar por el que volaba la nave. Sólo fue un gesto de impotencia que duró el tiempo que el helicóptero tardó en perderse en la lejanía.

-Tal vez no iba hacia el fuselaje. Tal vez me hubiera muerto de soledad y tristeza de haberme quedado allá-musitaba entre dientes mientras continuaba descendiendo la montaña en dirección oeste.

Pero al cabo de unos minutos sintió que su misión era imposible de acometer, ya no podía caminar igual que antes y producto del hambre y del cansancio comenzó a desorientarse. De pronto no supo si estaba caminando en la dirección correcta y aminoró la marcha. Pensó que debía regresar a la cima pues el helicóptero regresaría antes de que anocheciera y la única cumbre que podía alcanzar en ese lapso de tiempo era la que se encontraba bajando.

Consiguió llegar a la cima una hora antes de que se hiciera de noche, pero el helicóptero seguía sin pasar. Quizás había tomado otro camino de regreso. Quizás estaba recogiendo a alguien en el fuselaje y por eso tardaba tanto en despegar.

Cuando ya había perdido la esperanza de volver a escuchar el sonido del motor de un aeroplano. Sebastián observó en la lejanía un pequeño artefacto que venía del este. A los pocos segundos comenzó a escuchar el sonido característico del helicóptero. Se levantó de la roca y comenzó a gritar y agitar sus brazos como si fuera la primera vez que lo hacía, con las mismas ganas de ser rescatado de siempre.

Pero esta vez el helicóptero no pasó tan cerca, trazó un recorrido recto a unos 20 km de la posición en que él se encontraba. Para su mala suerte, la nave se perdió en la lejanía poco antes de que el cielo oscureciera por completo. Con la noche llegó la certeza de que el helicóptero no iba a regresar al menos aquel día.

Ya sólo tenía dos opciones, seguir caminando o esperar a que los equipos de rescate pasaran otro día. Regresar al fuselaje era imposible, se encontraba muy lejos de él y había pocas posibilidades de que se le siguiera buscando por aquella zona.

Estaba muy lejos del avión siniestrado, pero también muy lejos de la civilización, se hallaba en tierra de nadie, en un lugar que ni las aves de rapiña se atrevían a volar. Un lugar por el que los helicópteros no osaban acercarse y los vuelos internacionales evitaban surcar.

-Esto es un disparate, ya nada tiene sentido-mientras su mente condensaba multitud de mensajes negativos observó una enorme roca a unos cincuenta metros de distancia. La noche era estrellada y le permitía ver el conglomerado pétreo que se encontraba a su alrededor. Demasiado frío para intentar dormir allí, demasiado peligroso descender la montaña con la única luz que le brindaban las estrellas del firmamento.

En ese momento sintió la imperiosa necesidad de poner fin a su existencia. Había llegado el momento de reencontrarse con Jimena. Sus cuerpos inertes descansarían en diferentes puntos de los Andes, pero sus almas se juntarían en el cielo. Sebastián tomó un poco de impulso y se precipitó al vacío de cabeza como si se lanzase a la piscina. Pero su cabeza no fue a dar con el agua sino con la dura formación pétrea que acababa de divisar.

Su muerte fue instantánea, no sufrió, apenas sintió el impacto. Fue una muerte rápida como había pedido la noche en que durmió junto al cadáver de Jimena.

 

 

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