Tras dos días de intensa caminata y dos noches a la intemperie durmiendo
tras riscos para evitar el viento consiguieron llegar a una choza de piedra.
Era una pequeña construcción de reducidas dimensiones. No encontraron comida ni
nada de valor, tan sólo un viejo colchón sobre una base de piedra que hacía las
veces de catre, y unos cuantos periódicos de un año de antigüedad.
La pequeña edificación se encontraba en un promontorio desde el cual no
se divisaba ninguna corriente de agua, tan sólo una sinuosa senda mal trazada.
Jimena quería quedarse a descansar en ella pero Sebastián pretendía continuar
la marcha, pues era muy temprano y apenas llevaban dos horas caminando aquel
día.
Ante la imposibilidad de convencer a Jimena de seguir caminando decide
quedarse junto a ella en la casa de piedra. Roy comienza a perder el juicio y a
lamentarse amargamente por haber emprendido
el viaje.
-No tenemos agua y en esta zona no queda nieve, no pueda comer carne
humana sin líquido con el que tragármela. Tú tienes la culpa por obligarme a
caminar en esta dirección, todo era mentira, hacia el este no hay nada, sólo
más montañas.
-Yo no te obligué, de hecho íbamos a caminar los dos solos cuando
decidiste venir con nosotros. Yo no tengo la culpa de que no tengamos agua. Si
eres incapaz de continuar regresa al fuselaje, allí seguro que habrá nieve, es
un glaciar donde siempre da la sombra, sólo tienes que caminar un par de días y
llegarás-trató de convencerle Sebastián, al percibir que su amigo estaba
perdiendo el juicio por la pertinaz sed que se apoderó de él.
Finalmente Roy abandonó a la joven pareja y decidió regresar al fuselaje
en busca de agua y de la compañía del resto de supervivientes. Sin embargo
nunca llegó al avión y nunca se supo que fue realmente lo que le ocurrió,
puesto que su cadáver nunca apareció y tampoco apareció en ninguna población
cercana. Los equipos de búsqueda llegaron meses más tarde a la conclusión de
que se había caído por un desfiladero sin que se lograse encontrar su cuerpo.
Unas horas más tarde de que Roy abandonara la casa de piedra Sebastián
decidió continuar el camino en dirección este, abandonó a Jimena prometiéndole
que regresaría tan pronto como pudiera rellenar las dos botellas que llevaba
consigo.
Esa misma tarde consiguió llegar a un pequeño arroyo en el que pudo
rellenar las botellas, el agua del pequeño afluente sació su sed cambiando por
completo su rostro. El agua corría por sus mejillas empapándole el suéter y los
pantalones.
Sintió ganas de tirarse sobre el
agua cuando recordó lo frías que eran las noches. Fue entonces cuando percibió
que apenas quedaba tiempo para que se fuera la luz. El sol hacía muchos minutos
que se había metido detrás de las montañas y tenía que escoger de entre dos
opciones.
O continuar el camino del pequeño arroyo o regresar a la casa de piedra
para dar de beber a Jimena. La decisión era tremendamente complicada, pues
tenía la corazonada de que si continuaba la trayectoria del arroyo llegaría
hasta una población, pero a buen seguro para entonces Jimena ya hubiera muerto.
La única manera de salvar la vida de Jimena era regresando a la cabaña y
dándole de beber agua. Al día siguiente regresarían al río y continuarían la
marcha hacia territorio argentino.
Era noche cerrada y se hacía imposible caminar a oscuras por aquel suelo
irregular plagado de piedras de gran tamaño. Sebastián no pudo hacer nada más
que abrir su mochila y abrigarse para pasar la noche al raso. Aquellas horas se
le hicieron interminables, no pudo dormir si quiera un instante, pensaba en
Jimena todo el tiempo.
Le había prometido llegar con agua antes de que cayera la noche. No
había podido cumplir su cometido y tal vez nunca llegase a verla con vida una
vez más, si quiera para despedirse, para darle el último beso, la última
caricia.
Con el alba Sebastián se levantó súbitamente y reinició su camino hacia
la casa de piedra. Cuando llegó no pudo contener las lágrimas. Jimena estaba
inconsciente, la manta que la cubría cuando Sebastián marchó se había caído al
suelo y Jimena parecía estar muerta.
Las lágrimas de Sebastián rociaron las mejillas de Jimena y esta
despertó de su letargo abriendo tenuemente los ojos. Sebastián logró reanimarla
con pequeñas sacudidas y Jimena finalmente consiguió sentarse y beber agua
abundantemente.
Al rato continuaron la marcha, Sebastián sujetaba de la cintura a su
novia contándole como era el río, lo bien que sonaban sus aguas cristalinas
repiqueteando entre las rocas. Le describía el lugar con sumo detalle, los
árboles que crecían a los costados, los primeros árboles que veía desde que se
subió al avión en Mendoza.
Las palabras de Sebastián colmaban de felicidad a Jimena quien en un
ataque de sinceridad y sentimientos a flor de piel se paró, y tras besar a su
novio le dejó de piedra con un desconcertante comentario.
-Te amo Sebastián, pero tú sabes tan bien como yo que no nos vamos a
salvar, estamos a miles de kilómetros de la civilización, vamos a dejarnos caer
juntos por un abismo, es la forma más bonita de sellar nuestro amor por
siempre.
-La forma más bonita de sellar nuestro amor es casándonos, pero para
ello debemos sacar fuerzas de flaqueza y llegar a un pueblo. Estoy convencido
de que estamos muy cerca. Ya no quedan más que unos pocos kilómetros.
-Me quiero casar contigo pero no para vivir en este mundo sino en el
cielo, allí estaremos juntos el resto de la eternidad. En esta vida ya hemos
hecho todo lo que teníamos que hacer. Hemos sido felices de niños, con los
amigos, con nuestras familias, hemos viajado, hemos conocido personas
encantadoras, hemos estado cinco años juntos Sebastián, ya es hora de pasar a
la otra vida y continuar juntos en el cielo. Dios no va a permitir que vivamos
separados allí arriba. En el cielo todo es felicidad, no hay por qué temer a la
muerte, yo le temo mucho más a la vida.
-No digas eso Jimena, hasta ayer tenías una fe ciega en salvarte, no
puedes claudicar así tan de repente. Hice un esfuerzo ímprobo por salvarte y lo
he conseguido por escasos minutos, eso es una señal de que nos quedan muchas
cosas por vivir, no ha llegado el momento de abandonar este mundo.
-Llegaste justo a tiempo para que pudiéramos morir juntos, abrazados,
que forma más bonita puede haber de subir al cielo que abrazada a la persona
que más amas. No puede haber nada más placentero que esa dulce sensación.
-Si hay muchas cosas más placenteras.
-¿Cómo cuales?
-Cómo sentir el agua besar tu cara, cómo comer un asado, cómo ver de
nuevo a tus amigos, a tus padres y hermanos. Cómo regresar a Montevideo y
disfrutar de los paseos por Carrasco, por Jesús María. Cómo poder contar a los periodistas
como nos las ingeniamos para sobrevivir a tantos infortunios y reveses que se
nos presentaron cada día.
-Nada de eso va a ser posible, este es el final.
-Hay una cosa que no te quise contar, porque debía ser una sorpresa.
Pero creo que es necesario contártelo ahora. Dos días antes de viajar compré un
anillo de compromiso.
-No te creo, tú no querías casarte, me decías que no creías en el
matrimonio.
-Pero eso era antes, la cuestión es que los idiotas de la joyería
escribieron mal tu nombre y les pedí que lo pusieran bien, pero no se
encontraba la persona que hacía los grabados y no me pudieron entregar el
anillo antes de partir.
-Que historia más rocambolesca me estás contando.
-Te lo prometo, te iba pedir matrimonio el lunes, en el restaurante que
más te gusta. Te lo prometo-Sebastián trataba de ser creíble con tanto esfuerzo
como el que empleaba por salvar la vida de Jimena.
-Hubiera preferido no escuchar esto. Ahora me va a doler más
abandonarte.
-No me abandones, no falta nada para que lleguemos a un pueblo. Sólo
unas pocas horas. Hemos hecho un esfuerzo tan grande que ya no podemos
claudicar. Rendirse ahora sería como rendirse a 500 metros de la meta después
de haber recorrido un país entero.
-No estamos a 500 metros de la meta, entre otras cosas porque no hay una
meta. Desde que nos estrellamos trataste de convencerme de que era un desafío,
de que teníamos que aguantar equis días hasta que superásemos la prueba.
Después de tantas semanas ya entendí que esto no es un desafío, ni una prueba
de supervivencia, esto es un martirio que no conduce hacia ninguna parte. ¿Para
qué tratar de sufrir más tiempo si no hay remedio posible?
-Porque el sufrimiento de hoy será la alegría de mañana.
-No puedo caminar más, descansemos un rato.
-Si nos paramos sé que no te voy a poder levantar, entonces si será el
final de todo.
Sebastián caminaba arrastrando el cuerpo de su novia y mirando al suelo
para evitar caerse. El pedregoso suelo dificultaba la caminata. La cabeza de
Jimena se venció sobre su hombro izquierdo. Sebastián se paró asustado y
comprobó que Jimena había cerrado los ojos.
Trató sin éxito de despertarla, como no lo lograba la sentó junto a su
regazo. Comenzó agitar sus mejillas primero con suavidad, luego con más fuerza.
Le palpó las muñecas y apenas sintió su pulso. Comenzó a llorar de nuevo, sus
lágrimas empaparon la frente de Jimena y resbalaron por las cuencas de sus ojos
hasta precipitarse en el suelo tras recorrer sus pómulos blanquecinos. Como por
arte de magia Jimena abrió sus pestañas permitiendo a Sebastián volver a ver su
iris.
Pero fue sólo un instante, unas décimas de segundo tal vez, después
volvió a cerrar los ojos mientras salía de su boca un te amo que Sebastián
escuchó nítidamente en la soledad de la montaña.
Fue un susurro precedido de un suspiro. Esa fue la última vez que
Sebastián escuchó la voz de Jimena, la última vez que le alumbró con su mirada,
la última vez que le proporcionó calor, la última vez que la sintió viva.
Después no hubo nada, más que
dolor, tristeza y desaliento. Las palabras de sus compañeros relatando el miedo
que les provocaba sentir la muerte del último de ellos, el frío, el viento, las
nubes y las montañas cercenando su libertad, todo se entremezclaba sin lugar a
dudas en el momento más duro que le había tocado padecer.
La miraba con miedo, miedo de
palpar su cuello y sentir la ausencia de pulso, miedo de tener que abandonarla
para continuar el camino como si no hubiera pasado nada. Miedo de sentirse sólo
en la inmensidad de la montaña sin nadie a quien abrazar, sin nadie a quien
confesarle su angustia, sin nadie en que apoyarse para continuar hacia adelante
sin mirar atrás, pues mirar atrás supone perder la batalla, claudicar e hincar
las rodillas para no volver a levantarse jamás.
Sebastián tumbó a su novia en el irregular suelo para abrazarla y llorar
desconsolado sobre su costado. No tenía valor para buscar sus constantes
vitales. Prefería aferrarse a esa pequeña esperanza de que Jimena despertase de
su letargo. Soñar con que no estaba muerta sino dormida.
Pero pasaron los minutos y no hubo ningún atisbo de recuperación, por
más que Sebastián la apretaba contra su pecho con todo el amor que era capaz de
ofrecer no encontraba ninguna señal de vida. Poco a poco el calor de su cuerpo
se fue apagando, al mismo ritmo lento pero paulatino que lo hace el agua
caliente cuando se desconecta la fuente que le da calor.
Cuando la sintió fría, y sólo entonces, Sebastián se decidió a buscarle
el pulso. Más no lo halló y fue entonces cuando entendió que todo había
acabado. Ahora sí había llegado el final para ella, no tenía pulso y no
respiraba. Pese a ello permaneció durante un buen rato junto a su cuerpo, sin
poder asimilar la muerte de su compañera de viaje, de su novia, pero por encima
de todo, la persona con la que había compartido sus sentimientos más íntimos.
Aproximadamente una hora después se levantó como buenamente pudo, sus
piernas temblaban y su mirada era incapaz de despegarse del rostro inerte de
Jimena. Cuando ya no le quedaba ni una sola lágrima que derramar y sólo
entonces, comenzó a caminar hacia el río con la sola intención de poder
rellenar sus dos botellas vacías.
Cuando llegó al arroyo bebió cual camello por espacio de diez minutos
hasta que sintió que su estómago le pesaba enormemente por la descomunal
cantidad de agua absorbida. El gélido líquido desgastaba su vientre aún más de
lo que la inanición lo hacía.
En ese momento las lágrimas se apoderaron de su rostro una vez más.
-¿Por qué venís putas?, ¡dejadme descansar!-gritaba a los cuatro vientos
mientras se arañaba los pómulos para evitar continuar llorando. Sólo paró de
arañarse cuando las lágrimas se tornaron en gotas de sangre que le resbalaban
por las mejillas hasta precipitarse en sus sucias botas.
Sebastián se asustó de ver sus dedos manchados de sangre y dejó de
infringirse dolor. Miró al cielo y comprobó que todavía quedaban unas pocas
horas de luz. Otra vez en la misma tesitura que el día anterior. El dilema
sobre que hacer se cernía de nuevo sobre su mollera.
Aquel insignificante cauce de agua dulce parecía un muro infranqueable.
Caminar junto a él resultaba difícil pues discurría entre rocas de gran tamaño
por las que podía resbalar. En su estado se sentía incapaz de transitar por
allí con éxito. Por primera vez en su corta vida sintió ganas de suicidarse.
Quiso hacerlo ahogándose en el agua, pero aquel arroyo no tenía caudal
suficiente para ello.
Comenzó a caminar siguiendo la corriente pero pronto entendió que se
caería por alguna zanja y quedaría atrapado y supeditado a una muerte lenta y
agónica, la peor de todas las muertes. Si decidía quitarse la vida debía
encontrar una manera que le garantizase que fuera a ser rápida. Para padecer un
calvario prefería seguir luchando.
Fue entonces cuando descubrió que no había forma de asegurarse morir de
manera rápida, así que decidió regresar hacia el fuselaje para reencontrarse
con los Strauch y compañía, deseando que Nando y Roberto corriesen mayor suerte
y pudieran llegar a la civilización para salvarlos a todos.
Rellenó sus dos botellas de nuevo y emprendió el camino hacia la casa de
piedra. Conforme dejaba atrás el cauce del río le entraban más dudas acerca de
si estaba cometiendo un error.
-Mira que si me encontraba cerca de un pueblo y me estoy alejando de la
salvación-musitaba para sus adentros mientras caminaba cuesta arriba.
-Tal vez haya hecho el 90 por ciento del recorrido, lo más duro de todo
es no saber la distancia a la que me encuentro del ser humano más cercano-eran
alguno de los pensamientos que le cercenaban a Sebastián mientras caminaba lo
más rápido que le permitían sus cansadas piernas.
Deseaba llegar al refugio antes de que callera la noche para poder
dormir resguardado de las inclemencias del tiempo. Sentía el deseo de llegar al
avión puesto que sentía una corazonada de que Nando y Roberto habían llegado a buen puerto y un equipo de
rescate llegaría al fuselaje en breve.
-Si logro llegar al fuselaje salvo mi vida, ánimo Sebastián, no queda
nada-se decía así mismo en voz alta.
Poco antes de caer la noche llegó al lugar donde yacía el cuerpo inerte
de Jimena, ni los buitres podrán acercarse a Jimena, en ese lugar tan remoto ni
las rapaces se asoman. Tan sólo las hormigas habitan por estos lares.
Sebastián comprendió que por la falta de luz no podría llegar a dormir
al refugio y decidió pasar la noche abrazado al cadáver de Jimena. De manera
que si moría de frío al menos lo haría junto a ella, como su novia le había
pedido horas antes.
Sebastián se arropó con la manta y con el abrigo de Jimena, para sentir
calor espachurró con sus dos manos los pechos de su novia. Lo hizo con fuerza,
uno en cada mano. Posteriormente recorrió otras partes de su anatomía. Tenía el
cuerpo más bonito que jamás había visto, que lástima que tuviera que fallecer
de esta manera tan prematura.
Finalmente detuvo sus manos en las nalgas de su prometida y calló
dormido. Al día siguiente emprendió la marcha. Al abandonar el cadáver de
Jimena por segunda vez las lágrimas volvieron a inundar su rostro. Se dijo que
si regresaba al fuselaje y no había nadie allí regresaría a ese lugar para
cortarse las venas y morir junto a ella.
Al llegar al refugio sintió un cansancio descomunal no había dormido
apenas en las últimas 48 horas. Pero era mayor el sentimiento de hambre que el
de sueño. Trató de tragarse parte de la prensa que se encontraba allí, pero el
papel con tinta le dejaba un regusto tan amargo e incómodo que abortó la misión
de continuar tragando aquella infamia.
Fue entonces cuando atisbó que en un lateral del refugio crecían unos
brotes verdes de hierbajos tan esbeltos como largos. Eran los primeros
hierbajos que había visto desde el accidente. Los árboles de la ribera del
arroyo no tenían hojas y estaban completamente secos. Se imaginó que en vez de
hierba eran espinacas, acelgas u hojas de lechuga. De aquella manera las
arrancó de cuajo y se las tragó de un solo.
Después regresó al lecho y se dejó caer sobre el viejo colchón donde
había reposado Jimena el día anterior. Pronto comprendió que si se dormía
perdería un día y tal vez llegaría demasiado tarde al fuselaje. Sus opciones de
salvarse pasaban por llegar lo antes posible a los restos del avión.
Antes de partir había insistido a sus compañeros que en caso de que
fueran rescatados insistieran a las
autoridades de que habían marchado tres personas en dirección este. Pero no
tenía sentido esperar allí, el agua se le terminaría tarde o temprano y en el
fuselaje tendría nieve a raudales y carne humana con la que saciar su voraz
apetito.
Con el transcurrir de los días su estómago se había empequeñecido
notablemente, pero aún sentía hambre y por eso se levantó del colchón y
continuó desandando su camino.
-Caminante no hay camino, se hace camino al andar, y al bajar la mirada
se ve el camino que nunca has de volver a pisar.
En este caso lo estaba volviendo a pisar con el deseo de que lo
estuviera pisando por última vez. Mientras caminaba se decía para sus adentros
que nunca más regresaría a los Andes si lograba salvarse. Ni tan siquiera para
enterrar a Jimena, pues estaba seguro que su alma ya estaba con dios en el cielo
eterno.
Caminó durante horas y horas hasta que cayó la noche. Al despertar con
el alba continuó su camino sin demora. Ya no lloraba, no le quedaban lágrimas
que derramar. Sólo portaba un poco de agua cuando divisó a lo lejos las
primeras laderas con nieve. Eso le hizo sentir que de sed no iba a morir.
Miraba en la lontananza ansiando encontrar un helicóptero que se aproximara
hacia él para salvarle la vida, más no halló nada.
Gracias a un atajo acortó mucho camino en su recorrido hacia el
fuselaje. Eran las cuatro de la tarde según su reloj cuando pudo rellenar sus
botellas con la nieve de un risco. Dividió el agua que le quedaba en las
botellas para que así se derritiese antes la nieve en sendos recipientes de
plástico.
Pese al atajo no pudo llegar al fuselaje antes de que callera la noche.
Por lo que tuvo que recostarse detrás de un risco. No sin antes gritar con
todas sus fuerzas para ver si gracias al eco escuchaban su voz desde el
fuselaje. Sebastián agudizó su oído pero no escuchó respuesta alguna. Abatido
por las circunstancias quedó rendido y aquella noche si consiguió dormir
bastante.
A la mañana siguiente continuó su camino y en torno a las diez pudo ver
el fuselaje. Una extraña sensación le recorrió entonces el cuerpo. Sus gritos
seguían sin recibir contestación y conforme se acercaba al lugar se le hacía
más extraño.
-¿Habrán muerto todos?
-¿Habrán sido rescatados?
Que hubieran muerto todos le parecía inverosímil, a no ser que se
hubieran suicidado o que uno de ellos en un ataque de esquizofrenia hubiera
acabado con la vida del resto. Lo segundo le parecía más grotesco si cabe que
lo del suicidio.
Lo más probable es que hubieran sido rescatados, pues la tercera y
última opción que le rondaba la cabeza era que hubieran decidido emprender la
marcha siguiendo el camino de Nando y Roberto. Pero teniendo en cuenta lo mal
que se encontraba Methol era muy improbable que le hubieran convencido de
abandonar el fuselaje.
Antes de que anocheciera llegó al avión y contempló que estaba vacío.
Una carta le explicaba que habían sido rescatados y que el equipo de búsqueda
regresaría el día 25 de diciembre.
Sebastián comenzó a llorar de nuevo al recordar que era 26 de diciembre,
había llegado un día tarde. Que podía hacer allí sin la esperanza de que
regresaran a por él, sin la compañía de ningún otro ser humano. Un silencio
sepulcral se cernía sobre aquel lugar, tan sólo ciertas ráfagas de viento se
atrevían a romper el silencio que reinaba en el glaciar.
-¿Realizarán otra batida, vendrán por mí?
Esa era la pregunta que le rondaba la cabeza mientras examinaba el
interior del fuselaje. Una multitud de abrigos sucios y maletas destrozadas
habían quedado esparcidas por el suelo. Había muchos envoltorios y restos de
comida pero le habían dejado pocos alimentos.
Nada más que unas pocas galletas, cuatro latas de conservas y un paquete
de pan. Cómo era posible que no se les hubiera ocurrido dejar más comida por si
regresaban. En que cabeza podía caber llegar al lugar para socorrer a un grupo
de personas y no dejar una generosa cantidad de alimentos no perecederos o de
larga caducidad.
Sebastián pesó entonces que tal vez Roy hubiera llegado antes que él y
se hubiera comido todo cuanto dejaron. O tal vez fueron otras las personas que
salieron posteriormente de expedición y
también descubrieron la comida.
En esos hipotéticos casos
deberían encontrarse en las cercanías, pues no habían transcurrido más de 24
horas desde que presumiblemente llegaron los equipos de búsqueda al lugar donde
agonizaba.
-No me han dejado ni la radio-musitaba enrabietado.
-Si no hubiera perdido tanto tiempo en el río me hubiera salvado. Ahora
estaría comiéndome un asado-musitaba mientras tragaba el contenido de una lata
de conservas.
Sebastián insinuaba acerca de lo que podría haber sucedido si hubiera
tomado otras decisiones. Se arrepintió de abandonar el fuselaje tan pronto. Su
impaciencia había sido la causante de tamaño error que le había costado la vida
a Jimena.
-Qué sentido tiene salvarme si ya nunca estará Jimena- pensaba mientras
engullía otra lata de conservas.
Aquel día descansó por completo en el fuselaje. Ya en la mañana, con los
primeros rayos solares escribió un mensaje en el cuaderno que le dejaron a la
entrada.
-Soy Sebastián González, salí en dirección este junto a Jimena y Roy. La
primera falleció y el segundo decidió regresar hacia el fuselaje. Desafortunadamente
no le he visto, pero me consta que está vivo por la gran cantidad de comida que
se ha ingerido en este lugar.
Yo voy a partir hacia el oeste pues me consta que es en esta dirección
como Nando y Roberto llegaron a la civilización. Ruego que me busquen en esa
dirección.
Antes de marchar gritó varias veces para tratar de comunicarse con Roy o
con cualquier otro hipotético superviviente que no hubiera podido ser rescatado.
Al no hallar contestación alguna decidió emprender el camino. Era muy temprano
y ese día era inusualmente ventoso, lo que dificultaba el caminar. Este hecho
convenció a Sebastián que era más sensato aguardar un día más en el avión.
Al día siguiente sólo le quedaban unas cuantas rebanadas de pan y
decidió guardarlas en una mochila para tener algo que ingerir durante su cada
vez más previsible viaje.
El día amaneció menos ventoso, pese a ello los helicópteros tampoco
aparecieron y a media tarde Sebastián se convenció de que si Nando y Roberto
habían podido llegar sin haber comido nada nutritivo, bien podría conseguirlo
él que se encontraba recuperado con los alimentos ingeridos.
Se armó de valor y con el espíritu de quien no tiene nada que perder
salió en busca de las colosales montañas que se esgrimían como gigantes
desafiantes con los que debía batirse en un duelo a todas luces desigual.
Si le hubieran dejado suficiente comida hubiera decidido quedarse al
menos una semana más en pos de ser rescatado. Pero sin comida y sin fecha de
rescate le parecía absurdo aguardar más tiempo en aquel recóndito paraje.
Sebastián logró quitarse de la cabeza el triste recuerdo de haber llegado un día
después del rescate para centrarse en la idea de convertirse en un héroe.
A buen seguro les habían dado por muertos y ya no regresarían por ellos.
La escasez de comida dejada era uno de los indicios que le hacían suponer que
les daban por muertos.
Por otro lado, tener el buche lleno de comida y la creencia de que
caminaba en la dirección correcta contribuyeron a que Sebastián decidiera
abandonar el fuselaje.
-Tengo que caminar en dirección noroeste, esa es la dirección que
tomaron cuando Vizintín les abandonó. Esa es la dirección correcta, la que
traían los helicópteros que se acercaban a nuestra zona.
-Si llego a un pueblo escribiré un libro acerca de cómo me salvé en la
montaña. No será el libro de todos los supervivientes, será mi propia historia.
Mi ruta hacia el este, y mi posterior ruta hacia el oeste-estos fueron algunos
de los mensajes que se lanzaba así mismo mientras ascendía a buen ritmo,
favorecido por el fuerte viento que soplaba en su dirección.
Cuando llevaba caminando todo el día paró a descansar aprovechando la
existencia de una oquedad que le aislaba del frío y le protegía del viento. Fue
en ese instante cuando por primera vez sintió que se había equivocado al
decidir abandonar el fuselaje. Una extraña premonición de que alguien llegó al
Fairchild le rondó la cabeza.
Sin embargo, a la mañana siguiente tomó la decisión
de continuar su viaje hacia el oeste. Hasta el momento todas las decisiones que
había tomado siguiendo sus instintos le habían conducido por mal camino.
Primero al ir hacia el este, y después al tardar tanto en regresar al fuselaje.
Así que en esta ocasión decidió no hacer caso a la corazonada que le acechó en
la noche y continuó el camino hacia la costa ansiando encontrar un río que le
facilitara el camino.
Dos días después encontró un pequeño manantial, pero para su desgracia
de aquella porción de agua no surgía ningún río. Estaba encajonado entre
montañas de manera que tras rellenar sus botellas no le quedó más remedio que
continuar caminando montaña arriba para poder vislumbrar lo que había tras
aquellas enormes formaciones graníticas.
Al día siguiente se terminó los pocos panes que le quedaban y colocó el
envase de plástico en un paso elevado a modo de señal por si algún alpinista
transitaba la zona.
El 30 de diciembre se lo pasó subiendo y bajando montañas sin apenas
descanso. Trataba de llevar la cuenta de todas las cumbres que había coronado
en sus diversos viajes pero ya no recordaba el número exacto.
-Qué más da, serán 11 o 12, me deben quedar dos o tres más, es pan
comido-trataba de animarse constantemente.
-Hay gente que hace esto por hobby, yo lo hago por necesidad, hay cosas
mucho más difíciles que subir montañas.
Pero la dirección que llevaba dejó de parecer la más correcta conforme
alcanzaba cimas sin observar ningún atisbo de vida natural.
-Ni tan siquiera hay árboles, ¿será que cambiaron de dirección hacia el
suroeste?-esta fue una de las últimas preguntas que se hizo antes de que cayera
la noche. Sebastián encontró un resquicio donde dormir agazapado y analizar si
debía continuar en esa dirección o girar hacia el sur.
En la mañana del 31 de diciembre continuó la marcha sin efectuar ningún
cambio, cuanto más dudase más energías iba a desperdiciar, mantener la mente en
blanco era crucial para aquel entonces.
Pero al mediodía comenzó a pensar que el 25 había muerto Jimena y tal
vez en Fin de Año le tocaría fallecer a él.
-Probablemente muera para Año nuevo, no creo que me dé tiempo a conocer
mucho de 1973, tal vez no llegue a vivir para contarlo-los mensajes negativos
afloraron por su mollera.
En la tarde se encontraba totalmente desanimado. Se le había acabado la
ración de carne que cortó de uno de los cadáveres la mañana del 28 de
diciembre. Ahora sólo podía alimentarse de los ásperos hierbajos que mal
crecían en el irregular suelo que pisaba. Pese a todo, la sensación de tragar
esas hierbas era menos repugnante que la de tragar la carne humana en estado de
descomposición que había ingerido el día anterior.
-Se me acabaron las conservas, las galletas, el pan y la carne. Ahora
sólo me quedan los hierbajos. Lástima que no sepan como el paté a las finas
hierbas. Debe ser que estas no son finas sino gruesas.
Se encontraba ascendiendo una montaña cuando el sol se abrió camino
entre las blanquecinas nubes. Se hizo un claro qué cegó los ojos de Sebastián,
quien se arrodilló en el suelo y cerrando los ojos con la cabeza inclinada
hacia el claro de luz comenzó a entonar una Padre Nuestro. Posteriormente rezó
un Ave María y un Credo.
Cuando hubo terminado con todos sus rezos se percató de que el astro no
le quemaba tanto, abrió los ojos y observó como el sol volvía a meterse entre
las densas nubes.
-Sólo te pido que tras esta montaña que piso se encuentren los verdes
valles donde cultivan sus tierras los hermanos chilenos. Para poder juntarme
con ellos y continuar con mi vida-imploró a Dios antes de continuar su camino.
Una hora más tarde alcanzó la cima pero el panorama era igual de desolador.
Oteo el horizonte desde diversas posiciones de la cima. Todos los
terrenos seguían siendo escarpados. Si bien en la margen suroeste las montañas
parecían menos altas, en la vertiente noroeste surgían algunos árboles secos,
pero al fin y al cabo eran árboles.
La decisión de escoger uno de los caminos fue harto complicada. Los
árboles secos, desprovistos de hojas le hacían pensar que no había agua en las
cercanías. Por la otra vertiente las montañas eran más accesibles y poseían
nieve suficiente como para poder rellenar sus botellas.
Finalmente se decantó por el suroeste al comprobar que podía avanzar más
rápido sin necesidad de pasar montañas tan abruptas como las que había superado
en los días anteriores.
Antes de que pudiera descender la montaña se hizo de noche y pese a que
el cielo estaba estrellado decidió no caminar más. Era consciente de que estaba
pasando la noche vieja en medio de los Andes, sustituyendo las uvas y el
champagne por la nieve y por el musgo que mal crecía entre las rocas.
Se imaginaba como estarían pasando aquella noche tan señalada sus
padres, su hermana, sus tíos, su abuelo y toda su familia. También se acordó de
sus compañeros de viaje y se los imaginó en algún hotel de Santiago, ofreciendo
entrevistas a los medios de comunicación y siendo tratados como auténticos
héroes.
-Que envidia, todos felices menos Jimena y un servidor, por haber sido
tan impaciente.
Trató de sentirse arropado por sus compañeros, por el calor que le
transmitían las imágenes de la Navidad, de la familia unida y de los
calefactores a pleno rendimiento en una noche fría pero acogedora. Era una noche
diametralmente opuesta a la que le tocaba vivir a él.
-Por lo menos estoy vivo y he logrado llegar a 1973. Si me dicen el día
del accidente que iba a llegar a vivir otro año más no me lo creo-se animaba
mientras trataba de encontrar la posición más cómoda entre sus abrigos.
Al día siguiente comenzó andar, se sentía muy cansado desde el inicio,
algo extraño pues la fatiga solía aparecer a medio día cuando los kilómetros
caminados pesaban sobre sus maltratadas piernas.
Esta vez la fatiga llegaba muy pronto y eso que el día acompañaba, el
viento racheado que le había acompañado durante los últimos cinco días había
desaparecido haciendo el caminar algo más sencillo. Era su estado mental el que
le hacía sentir más cansado. A lo que se le unía la falta de alimentos.
-¿Por qué diablos no traje más carne?-se lamentaba Sebastián mientras
posaba sus manos entre las rocas para trepar por una pendiente inclinada. Sin
duda alguna no contabilizó bien la cantidad de alimento que requería. Pensó que
al tener galletas y pan no necesitaría mucha carne, pero los días eran largos y
el hambre era mayor cuanta más energía gastaba.
-Esto es un suplicio, no aguanto más, aquí me quedo-fue todo lo que dijo
al llegar a la cima de otra montaña.
-Esta es la última cumbre que corono, ya no va a ver más. La primera y
última del día-Sebastián se sentó en una roca y miró de frente y a sus costados
sin encontrar ninguna novedad.
Se hallaba rodeado de naturaleza muerta, roquedales, riscos y nevados.
Sólo algunos árboles secos le indicaban que en aquel lugar alguna vez hubo
vida, pero parecía que fue muchos años atrás. Ni cóndores, ni buitres ni
gallinazos, en esas áridas tierras de alta montaña no habitaba ningún rapaz. No
había aves que surcaran los cielos. Tan sólo algunas hormigas aparecían cuando
Sebastián removía las piedras que encontraba a su paso.
Cansado y abatido permaneció por espacio de dos horas esperando el
milagro de que apareciera un helicóptero o algún alpinista. El día estaba
calmo, quizás los equipos de rescate no habían podido actuar los días
anteriores por los fuertes vientos y hoy reanudaban la búsqueda. Esa era la
única esperanza que le quedaba a Sebastián. Pero llegó un momento en que se
desesperó, la temperatura comenzó a bajar y optó por descender la cima.
Cuando llevaba una hora descendiendo escuchó el ruido de unas hélices en
la lejanía. Trató entonces de regresar al punto más elevado para así ser visto
por el piloto. Cuando la nave surcó el cielo que se erigía sobre la pequeña
figura de Sebastián, este agitó las manos y se estiró cuanto pudo tratando de
hacerse visible en la inmensidad de los Andes.
Más no logró su objetivo y el helicóptero continuó su camino rumbo al
este. Sebastián sintió frustración al contemplar que se dirigía en dirección al
fuselaje. Tanta fue la ira que sintió en aquel instante que comenzó a lanzar
piedras hacia el helicóptero maldiciendo su suerte. Las piedras no llegaron
siquiera a acercarse al lugar por el que volaba la nave. Sólo fue un gesto de impotencia
que duró el tiempo que el helicóptero tardó en perderse en la lejanía.
-Tal vez no iba hacia el fuselaje. Tal vez me hubiera muerto de soledad
y tristeza de haberme quedado allá-musitaba entre dientes mientras continuaba
descendiendo la montaña en dirección oeste.
Pero al cabo de unos minutos sintió que su misión era imposible de
acometer, ya no podía caminar igual que antes y producto del hambre y del
cansancio comenzó a desorientarse. De pronto no supo si estaba caminando en la
dirección correcta y aminoró la marcha. Pensó que debía regresar a la cima pues
el helicóptero regresaría antes de que anocheciera y la única cumbre que podía
alcanzar en ese lapso de tiempo era la que se encontraba bajando.
Consiguió llegar a la cima una hora antes de que se hiciera de noche,
pero el helicóptero seguía sin pasar. Quizás había tomado otro camino de
regreso. Quizás estaba recogiendo a alguien en el fuselaje y por eso tardaba
tanto en despegar.
Cuando ya había perdido la esperanza de volver a escuchar el sonido del
motor de un aeroplano. Sebastián observó en la lejanía un pequeño artefacto que
venía del este. A los pocos segundos comenzó a escuchar el sonido
característico del helicóptero. Se levantó de la roca y comenzó a gritar y
agitar sus brazos como si fuera la primera vez que lo hacía, con las mismas
ganas de ser rescatado de siempre.
Pero esta vez el helicóptero no pasó tan cerca, trazó un recorrido recto
a unos 20 km de la posición en que él se encontraba. Para su mala suerte, la
nave se perdió en la lejanía poco antes de que el cielo oscureciera por
completo. Con la noche llegó la certeza de que el helicóptero no iba a regresar
al menos aquel día.
Ya sólo tenía dos opciones, seguir caminando o esperar a que los equipos
de rescate pasaran otro día. Regresar al fuselaje era imposible, se encontraba
muy lejos de él y había pocas posibilidades de que se le siguiera buscando por
aquella zona.
Estaba muy lejos del avión siniestrado, pero también muy lejos de la
civilización, se hallaba en tierra de nadie, en un lugar que ni las aves de
rapiña se atrevían a volar. Un lugar por el que los helicópteros no osaban
acercarse y los vuelos internacionales evitaban surcar.
-Esto es un disparate, ya nada tiene sentido-mientras su mente
condensaba multitud de mensajes negativos observó una enorme roca a unos
cincuenta metros de distancia. La noche era estrellada y le permitía ver el
conglomerado pétreo que se encontraba a su alrededor. Demasiado frío para
intentar dormir allí, demasiado peligroso descender la montaña con la única luz
que le brindaban las estrellas del firmamento.
En ese momento sintió la imperiosa necesidad de poner fin a su
existencia. Había llegado el momento de reencontrarse con Jimena. Sus cuerpos
inertes descansarían en diferentes puntos de los Andes, pero sus almas se
juntarían en el cielo. Sebastián tomó un poco de impulso y se precipitó al
vacío de cabeza como si se lanzase a la piscina. Pero su cabeza no fue a dar
con el agua sino con la dura formación pétrea que acababa de divisar.
Su muerte fue instantánea, no sufrió, apenas sintió el impacto. Fue una
muerte rápida como había pedido la noche en que durmió junto al cadáver de
Jimena.
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