viernes, 21 de noviembre de 2014

Relato corto. Miedo y angustia.


Aquella sala parecía la de un hospital, era enorme, entre cien y doscientas camillas habría en la misma. Leticia Arambuena se detuvo al fondo de la sala, pude apreciarla al asomarme desde detrás de la puerta. Me conminó a pasar y yo, timorato, recorrí el largo pasillo sintiendo escalofríos a cada paso. Leticia descubrió una sábana y apareció ante mí el célebre torso brutalmente mutilado. Era el de una persona rolliza, al menos con prominente barriga, abundante vello y un tatuaje del escudo del River Plate en la zona abdominal izquierda, que me hizo presagiar lo peor.

-Junto al cadáver encontramos esto.-Me mostró una caja donde reposaba un reloj de pulsera marca Casio, con la correa rota y un monedero con los colores y el escudo del citado equipo bonaerense.

-No me queda la menor duda de que se trata de Matías San Juan, el día de su desaparición portaba ese monedero y un reloj Casio digital, su correa no estaba rota, pero me imagino que se la rompieron en un forcejeo. Lo que no puedo corroborar, es si tenía ese tatuaje en el costado izquierdo.

-Teníamos la casi certeza de que se trataba de su cuerpo, porque apareció a escasos metros del barranco donde encontramos un carro destrozado, cuya matrícula es la misma que la que usted mencionó en la denuncia que interpuso.

-Y en la zona no apareció ningún otro cuerpo, en concreto el de una mujer joven de…

No pude terminar la frase, la doctora Arambuena me cortó diciendo que no se encontró nada más, salvo una colilla y unas latas de cerveza que estaban pendientes de ser analizadas para comprobar si contenían restos biológicos del fallecido, de Lucía o de alguna otra persona que hubiera estado en la escena del crimen.

En ese momento llegó el secretario judicial encargado de instruir y tramitar el procedimiento. Tuve que contestar algunas preguntas antes de poder salir de la morgue.

Tras realizar mi declaración, pude marchar no sin antes recodarles, que estaba a su entera disposición para colaborar en todo cuanto fuera necesario para el esclarecimiento de los hechos.

Una vez fuera del instituto anatómico forense, abordé el autobús rumbo a casa preguntándome qué clase de perturbación mental, de patología no descrita en tantos años de incesantes estudios psiquiátricos, pudiera padecer un ser humano para llegar a cometer tamaña fechoría. Severo trastorno debió sufrir el agresor para llegar a experimentar placer realizando tan macabro acto, descuartizando a un ser humano. No debía ser fácil cometer tan horrendo crimen, debía tener mucha pericia en el manejo de cuchillos y hachas para poder seccionar un cuerpo de esa manera, despedazándolo de cabeza, extremidades y pelvis.

¿Qué habría hecho con el resto de partes del cuerpo?

¿Qué clase de utensilios o aparatos habría empleado el asesino para mutilar con tal pericia a Matías?

Por lo macabro del asunto, y la vida tranquila que llevaba Matías, me inclinaba más por pensar que se trataba de un ritual macabro de corte satánico, antes que un ajuste de cuentas, pues era descabellado pensar, que un sicario descuartizara así un cadáver por encargo.

Sólo una moto sierra, o material quirúrgico avanzado, podía llegar a seccionar de tal manera el cuello de una persona de complexión fuerte como era Matías. Me parecía inverosímil que con un cuchillo jamonero, o incluso que con un hacha, por mucha experiencia que se tuviese en el manejo de la misma alguien fuera capaz de seccionar de tal forma un cuerpo entero.

Era un crimen atroz, perverso, inhumano, que me dejó noqueado por un gran lapso de tiempo, sentía el dolor de haber perdido a un amigo. Tan sólo la angustia me había conducido a pensar que podía haberle hecho algo a Lucía. Nada más lejos de la realidad, Matías había sido una víctima y ahora sólo me quedaba esperar que Lucía hubiere podido escapar, o que al menos continuase con vida.

Si bien, este macabro hallazgo disipaba en parte las dudas que contra mí se cernían momentos antes, me dejaba desconcertado, no salía de mi asombro, ni me dejaba respirar tranquilo.

Tras indagar un poco, pensaron que se podía tratar de la secta de los Niños de Dios,  una secta expandida por Europa y América, en la cual, sus discípulos profesan el amor libre, viven en armonía con el medio ambiente, alejados del mundanal ruido.

Ellos mismos educan a los hijos, y sólo los miembros que más tiempo llevan en la secta tienen la facultad de salir de la comunidad, para ir a vender a los mercados cercanos  los alimentos que cultivan, la artesanía que elaboran y los tejidos que diseñan.

El escaso dinero que reciben con esas ventas, lo emplean para comprar aquellos alimentos, medicinas y demás productos que necesitan para sobre vivir  y que no pueden obtener ellos mismos con su trabajo.

Por lo que la mayoría de integrantes no salen del terreno donde se haya enclavada la finca, y son muy pocas las personas que pueden entrar para realizar algún tipo de servicio sin ser miembros de la secta.

Muchas puertas tuvieran que tocar, para al final conseguir que la policía se acercara hasta la finca, e hiciera un recuento de las personas que allí residían, corroborando que entre los moradores, no se encontraba Lucía.

Todo habían sido meras conjeturas, inventos de personas que decían tener poderes sensitivos, pero lo único que resultaron tener es muchas ganas de estafar a personas que lo estaban pasando muy mal por la pérdida de un familiar, y se aferraban a un clavo hirviendo, con tal de tener noticias del paradero de su ser querido, aunque estas fueran llegadas del más allá, o de lo que es lo mismo, de personas inescrupulosas con ganas de hundir más si cabe a dichas personas, sacándoles el dinero de una forma tan rastrera.

 

El caso tuvo gran repercusión en los medios de información, como no podía ser de otra forma, varias emisoras de radio dieron seguimiento al caso, la televisión no se quedó atrás, un programa sensacionalista no tuvo inconvenientes en sostener que habían sido abducidos por extra terrestres. Otra emisora hablaba de crimen cometido por una secta, y por último no faltaban que el asesino era un loco esquizofrénico que se había fugado de un hospital psiquiátrico varías semanas atrás.

Sea como fuere, a mi me estaban volviendo loco, no para de recibir llamadas de diferentes medios de comunicación pidiéndome colaboración.

Cuando apareció el torso, pasaron a decir que era parte de uno de los numerosos rituales satánicos que se venían practicando en los últimos años por aquella comarca.

Un reportero de televisión se las ingenió para conseguir mi número de teléfono, me llamó pidiendo que le concediera una entrevista, la misma iba a salir en antena.

Otro reportero llegó hasta mi domicilio, solicitaba que le dejara subir a mi casa para hacerme una entrevista acompañada de un pequeño reporte fotográfico, para una revista de tirada nacional.

-¿Cuánto estás dispuesto a pagarme?

-No cuento con presupuesto alguno pero…

-Ah muy bien, hasta luego Lucas-Le colgué el telefonillo.

Al instante volvió a llamar, me dijo que me pagaría 500 euros, tras dudar un instante le dije que subiera. Era triste venderme a los medios por tan mísera cantidad de dinero, pero mi situación económica era precaria.

La entrevista fue discreta, por fortuna no se hizo muy escabrosa, no obstante, recibí al día siguiente de publicarse, una llamada del padre de Lucía, insinuándome que estaba intentando sacar tajada económica con el asunto.

Pasaban los días y no salían a la luz nuevos datos, pensé que la policía se había quedado sin líneas de investigación y que si no cambiaban las cosas, el juzgado no tardaría en archivar el caso por falta de pruebas. Los medios perdieron el interés por el caso, ya no era de tanta actualidad, y al no recibir llamada alguna de persona que solicitara un dinero por la entrega de Lucía, entendí que no se trataba de un secuestro, sino de un asesinato.                                                                                                                                                                                     Pese al transcurso del tiempo, me llamaron de algunos medios de comunicación parque Una cadena de televisión a la que me negué a prestarle información relató que yo padecía severos trastornos de personalidad psicopáticos y delirios de grandeza.  No se atrevieron a atribuirme el brutal asesinato pero lo insinuaron varias veces.

Ante tamañas ofensas contraté los servicios de un letrado para interponer una denuncia por injurias. De pronto me sentí observado cuando caminaba por la calle, ya fuese al ir al supermercado o al dirigirme al trabajo, percibía que la gente me miraba constantemente, las primeras veces tan sólo sentía una ligera molestia, pero con el transcurso de los días comencé a sentir miedo y angustia, hasta el punto de no poder salir de casa.

Está de más decir que perdí mi trabajo, llegó un momento en que sólo salía de casa para comprar comida. Lo hacía en la pequeña tienda de comestibles que se encontraba a escasos 50 metros del portal donde residía, para de esta manera toparme con el menor número posible de personas que perturbaran mi frágil condición mental.

Los pocos amigos que tenía por aquel entonces comenzaron a preocuparse. Me pedían que saliera de casa, que retomase el ritmo de vida que llevaba antes de salir en antena.

Para mí era imposible llevar una vida normal. Sentía miedo, angustia, desazón e incluso vértigo cuando salía a la calle. En una ocasión me topé con la policía al salir del establecimiento donde hacía la compra. Sentí tanto miedo que me oriné en los pantalones, me quedé petrificado por espacio de medio minuto, finalmente los gendarmes se metieron en un coche patrulla y abandonaron el lugar. Sólo entonces mis piernas se desbloquearon y pude continuar el corto camino que me separaba de casa.

Yo era consciente que no podía vivir con esa angustia constante, aquello no era una simple zozobra por el sentimiento de pérdida que embargaba mi corazón desde que desapareció Lucía. Sentía que estaba al borde de la locura cuando el martes por la tarde llamaron a mi puerta. La persistencia en el timbrado me hizo salir de la madriguera en que se había convertido mi habitación para dirigirme hacia la puerta donde arreciaban los gritos.

No hizo falta que mirase por la mirilla, aquella voz la conocía muy bien, era la de mi hermano Nicanor que había viajado desde Pontevedra para interesarse por mi endeble situación anímica.

-¿Qué cojones haces recluido en casa como si fueras un monje de clausura?

-Cómo me atreves a venir a mi casa para decirme lo que tengo que hacer.

-Soy tu hermano mayor y tengo derecho a darte consejos, a decirte que está bien y que no.

-Tú no tienes derecho a nada, eres un drogadicto, a mí se me caería la cara de vergüenza de acercarme a tu casa enfarlopado hasta las cejas para pedirte explicaciones.

-Hace dos años que dejé la coca, a santo de qué viene ahora sacar ese tema.

No pude contestarle, antes de poder  hacerlo Nicanor sacó una navaja de su bolsillo derecho y me asestó cinco puñaladas mortales en el corazón.

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