Aquella
sala parecía la de un hospital, era enorme, entre cien y doscientas camillas
habría en la misma. Leticia Arambuena se detuvo al fondo de la sala, pude
apreciarla al asomarme desde detrás de la puerta. Me conminó a pasar y yo,
timorato, recorrí el largo pasillo sintiendo escalofríos a cada paso. Leticia descubrió
una sábana y apareció ante mí el célebre torso brutalmente mutilado. Era el de
una persona rolliza, al menos con prominente barriga, abundante vello y un
tatuaje del escudo del River Plate en la zona abdominal izquierda, que me hizo
presagiar lo peor.
-Junto
al cadáver encontramos esto.-Me mostró una caja donde reposaba un reloj de
pulsera marca Casio, con la correa rota y un monedero con los colores y el
escudo del citado equipo bonaerense.
-No me
queda la menor duda de que se trata de Matías San Juan, el día de su
desaparición portaba ese monedero y un reloj Casio digital, su correa no estaba
rota, pero me imagino que se la rompieron en un forcejeo. Lo que no puedo
corroborar, es si tenía ese tatuaje en el costado izquierdo.
-Teníamos
la casi certeza de que se trataba de su cuerpo, porque apareció a escasos
metros del barranco donde encontramos un carro destrozado, cuya matrícula es la
misma que la que usted mencionó en la denuncia que interpuso.
-Y en
la zona no apareció ningún otro cuerpo, en concreto el de una mujer joven de…
No pude
terminar la frase, la doctora Arambuena me cortó diciendo que no se encontró
nada más, salvo una colilla y unas latas de cerveza que estaban pendientes de
ser analizadas para comprobar si contenían restos biológicos del fallecido, de
Lucía o de alguna otra persona que hubiera estado en la escena del crimen.
En ese
momento llegó el secretario judicial encargado de instruir y tramitar el
procedimiento. Tuve que contestar algunas preguntas antes de poder salir de la
morgue.
Tras
realizar mi declaración, pude marchar no sin antes recodarles, que estaba a su
entera disposición para colaborar en todo cuanto fuera necesario para el
esclarecimiento de los hechos.
Una vez
fuera del instituto anatómico forense, abordé el autobús rumbo a casa
preguntándome qué clase de perturbación mental, de patología no descrita en
tantos años de incesantes estudios psiquiátricos, pudiera padecer un ser humano
para llegar a cometer tamaña fechoría. Severo trastorno debió sufrir el agresor
para llegar a experimentar placer realizando tan macabro acto, descuartizando a
un ser humano. No debía ser fácil cometer tan horrendo crimen, debía tener
mucha pericia en el manejo de cuchillos y hachas para poder seccionar un cuerpo
de esa manera, despedazándolo de cabeza, extremidades y pelvis.
¿Qué
habría hecho con el resto de partes del cuerpo?
¿Qué
clase de utensilios o aparatos habría empleado el asesino para mutilar con tal
pericia a Matías?
Por lo
macabro del asunto, y la vida tranquila que llevaba Matías, me inclinaba más
por pensar que se trataba de un ritual macabro de corte satánico, antes que un
ajuste de cuentas, pues era descabellado pensar, que un sicario descuartizara
así un cadáver por encargo.
Sólo
una moto sierra, o material quirúrgico avanzado, podía llegar a seccionar de
tal manera el cuello de una persona de complexión fuerte como era Matías. Me
parecía inverosímil que con un cuchillo jamonero, o incluso que con un hacha,
por mucha experiencia que se tuviese en el manejo de la misma alguien fuera
capaz de seccionar de tal forma un cuerpo entero.
Era un
crimen atroz, perverso, inhumano, que me dejó noqueado por un gran lapso de
tiempo, sentía el dolor de haber perdido a un amigo. Tan sólo la angustia me
había conducido a pensar que podía haberle hecho algo a Lucía. Nada más lejos
de la realidad, Matías había sido una víctima y ahora sólo me quedaba esperar que
Lucía hubiere podido escapar, o que al menos continuase con vida.
Si bien, este macabro hallazgo disipaba en parte las dudas que contra mí
se cernían momentos antes, me dejaba desconcertado, no salía de mi asombro, ni
me dejaba respirar tranquilo.
Tras indagar un poco, pensaron que se podía tratar de la secta de los
Niños de Dios, una secta expandida por
Europa y América, en la cual, sus discípulos profesan el amor libre, viven en
armonía con el medio ambiente, alejados del mundanal ruido.
Ellos mismos educan a los hijos, y sólo los miembros que más tiempo
llevan en la secta tienen la facultad de salir de la comunidad, para ir a
vender a los mercados cercanos los
alimentos que cultivan, la artesanía que elaboran y los tejidos que diseñan.
El escaso dinero que reciben con esas ventas, lo emplean para comprar
aquellos alimentos, medicinas y demás productos que necesitan para sobre vivir y que no pueden obtener ellos mismos con su
trabajo.
Por lo que la mayoría de integrantes no salen del terreno donde se haya
enclavada la finca, y son muy pocas las personas que pueden entrar para
realizar algún tipo de servicio sin ser miembros de la secta.
Muchas puertas tuvieran que tocar, para al final conseguir que la
policía se acercara hasta la finca, e hiciera un recuento de las personas que
allí residían, corroborando que entre los moradores, no se encontraba Lucía.
Todo habían sido meras conjeturas, inventos de personas que decían tener
poderes sensitivos, pero lo único que resultaron tener es muchas ganas de estafar
a personas que lo estaban pasando muy mal por la pérdida de un familiar, y se
aferraban a un clavo hirviendo, con tal de tener noticias del paradero de su
ser querido, aunque estas fueran llegadas del más allá, o de lo que es lo
mismo, de personas inescrupulosas con ganas de hundir más si cabe a dichas
personas, sacándoles el dinero de una forma tan rastrera.
El caso
tuvo gran repercusión en los medios de información, como no podía ser de otra
forma, varias emisoras de radio dieron seguimiento al caso, la televisión no se
quedó atrás, un programa sensacionalista no tuvo inconvenientes en sostener que
habían sido abducidos por extra terrestres. Otra emisora hablaba de crimen
cometido por una secta, y por último no faltaban que el asesino era un loco
esquizofrénico que se había fugado de un hospital psiquiátrico varías semanas
atrás.
Sea
como fuere, a mi me estaban volviendo loco, no para de recibir llamadas de
diferentes medios de comunicación pidiéndome colaboración.
Cuando
apareció el torso, pasaron a decir que era parte de uno de los numerosos
rituales satánicos que se venían practicando en los últimos años por aquella
comarca.
Un
reportero de televisión se las ingenió para conseguir mi número de teléfono, me
llamó pidiendo que le concediera una entrevista, la misma iba a salir en
antena.
Otro
reportero llegó hasta mi domicilio, solicitaba que le dejara subir a mi casa
para hacerme una entrevista acompañada de un pequeño reporte fotográfico, para
una revista de tirada nacional.
-¿Cuánto
estás dispuesto a pagarme?
-No
cuento con presupuesto alguno pero…
-Ah muy
bien, hasta luego Lucas-Le colgué el telefonillo.
Al
instante volvió a llamar, me dijo que me pagaría 500 euros, tras dudar un
instante le dije que subiera. Era triste venderme a los medios por tan mísera
cantidad de dinero, pero mi situación económica era precaria.
La
entrevista fue discreta, por fortuna no se hizo muy escabrosa, no obstante,
recibí al día siguiente de publicarse, una llamada del padre de Lucía,
insinuándome que estaba intentando sacar tajada económica con el asunto.
Pasaban
los días y no salían a la luz nuevos datos, pensé que la policía se había
quedado sin líneas de investigación y que si no cambiaban las cosas, el juzgado
no tardaría en archivar el caso por falta de pruebas. Los medios perdieron el
interés por el caso, ya no era de tanta actualidad, y al no recibir llamada
alguna de persona que solicitara un dinero por la entrega de Lucía, entendí que
no se trataba de un secuestro, sino de un asesinato. Pese
al transcurso del tiempo, me llamaron de algunos medios de comunicación parque
Una cadena de televisión a la que me negué a prestarle información relató que
yo padecía severos trastornos de personalidad psicopáticos y delirios de
grandeza. No se atrevieron a atribuirme
el brutal asesinato pero lo insinuaron varias veces.
Ante tamañas
ofensas contraté los servicios de un letrado para interponer una denuncia por
injurias. De pronto me sentí observado cuando caminaba por la calle, ya fuese
al ir al supermercado o al dirigirme al trabajo, percibía que la gente me
miraba constantemente, las primeras veces tan sólo sentía una ligera molestia,
pero con el transcurso de los días comencé a sentir miedo y angustia, hasta el
punto de no poder salir de casa.
Está de más
decir que perdí mi trabajo, llegó un momento en que sólo salía de casa para
comprar comida. Lo hacía en la pequeña tienda de comestibles que se encontraba
a escasos 50 metros del portal donde residía, para de esta manera toparme con
el menor número posible de personas que perturbaran mi frágil condición mental.
Los pocos
amigos que tenía por aquel entonces comenzaron a preocuparse. Me pedían que saliera
de casa, que retomase el ritmo de vida que llevaba antes de salir en antena.
Para mí era
imposible llevar una vida normal. Sentía miedo, angustia, desazón e incluso
vértigo cuando salía a la calle. En una ocasión me topé con la policía al salir
del establecimiento donde hacía la compra. Sentí tanto miedo que me oriné en
los pantalones, me quedé petrificado por espacio de medio minuto, finalmente
los gendarmes se metieron en un coche patrulla y abandonaron el lugar. Sólo
entonces mis piernas se desbloquearon y pude continuar el corto camino que me
separaba de casa.
Yo era
consciente que no podía vivir con esa angustia constante, aquello no era una
simple zozobra por el sentimiento de pérdida que embargaba mi corazón desde que
desapareció Lucía. Sentía que estaba al borde de la locura cuando el martes por
la tarde llamaron a mi puerta. La persistencia en el timbrado me hizo salir de
la madriguera en que se había convertido mi habitación para dirigirme hacia la
puerta donde arreciaban los gritos.
No hizo falta
que mirase por la mirilla, aquella voz la conocía muy bien, era la de mi
hermano Nicanor que había viajado desde Pontevedra para interesarse por mi
endeble situación anímica.
-¿Qué cojones
haces recluido en casa como si fueras un monje de clausura?
-Cómo me
atreves a venir a mi casa para decirme lo que tengo que hacer.
-Soy tu
hermano mayor y tengo derecho a darte consejos, a decirte que está bien y que
no.
-Tú no tienes
derecho a nada, eres un drogadicto, a mí se me caería la cara de vergüenza de acercarme
a tu casa enfarlopado hasta las cejas para pedirte explicaciones.
-Hace dos
años que dejé la coca, a santo de qué viene ahora sacar ese tema.
No pude
contestarle, antes de poder hacerlo
Nicanor sacó una navaja de su bolsillo derecho y me asestó cinco puñaladas
mortales en el corazón.
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