jueves, 6 de agosto de 2015

Enclaves misteriosos.

Hay quienes defienden que en sitios donde ha habido grandes tragedias queda una impregnación, queda el dolor marcado para siempre y algunas personas con una sensibilidad especial y en determinadas circunstancias son capaces de acceder a esos “ecos de la tragedia", explica el periodista Javier Pérez Campos (Ciudad Real, 1989), quien ha recogido esos fenómenos en un libro recién publicado con ese mismo nombre.

He podido leer parte de ese libro de la editorial (Planeta)  que es parte de una investigación periodística sobre las supuestas apariciones del camping de Los Alfaques, en Tarragona pero que desarrolla otras muchas historias en lugares marcados por el misterio. Narra historias con muchos testimonios de testigos que tuvieron la suerte o la desgracia de toparse con el misterio.

La obra transcurre en los límites de la realidad por diferentes enclaves de España. En todas partes hay aparecidos. Pero el miedo al ridículo y al descrédito disuaden a muchos testigos a contar su historia, nos dice este joven colaborador del programa de parasicología, ciencia e investigación de Cuarto Milenio.


Para no robarles mucho tiempo haré un resumen de los lugares más inquietantes contando tan sólo los detalles más escalofriantes y los secretos más misteriosos que esconden estos enclaves marcados con rotulador en la agenda de cualquier investigador del misterio.

Tragedia en Los Alfaques

El 11 de julio de 1978, justo hace 37 años, un camión cargado con exceso de propileno estalló a su paso por el cámping de Los Alfaques (Tarragona). Causó 215 muertos. Fue un infierno real a 2.000ºC. Las escenas dantescas conmocionaron al mundo: familias carbonizadas en un santiamén mientras jugaban a las cartas, personas que se consumían a medida que corrían para escapar, víctimas que se cocieron en el agua de la playa creyendo que allí encontrarían resguardo.

Cuando el paso del tiempo difuminó la tragedia en la memoria nacional, parecía que solo los familiares de las víctimas mantendrían vivo el recuerdo. Eso era así hasta que empezaron a aparecer testigos contando lo imposible: decenas de conductores que relataban visiones inexplicables mientras circulaban por la N-340 a la altura de Los Alfaques.

Todo sucede de madrugada: figuras de familias inmóviles en medio de la carretera, en bañador o con ropas veraniegas, raídas, en pleno invierno; niños con cubos de playa, oxidados, como se vinieran de jugar; dos mujeres rubias y altas ("las alemanas")... Tienen la cara negra o no tienen rostro; los ven como carbonizados, sin ojos, sin boca, sin nariz.

Los aparecidos o fantasmas del cámping de Los Alfaques han sido referidos por muchos testigos, entre ellos profesionales como abogados y médicos. Pero también han sido vistos por la Guardia Civil: una pareja de agentes permanecían ocultos en la playa en una operación policial antidrogas cuando observaron de madrugada, en pleno invierno, el paseo de una madre con su hija. Tras unos segundos de estupor en los que se barruntaban si aquellas mujeres eran de carne y hueso, eran espectros o simples artificios producto de su imaginación las mujeres simplemente desaparecieron. “Se difuminaron en un abrir y cerrar de ojos, como si hubieran entrado en otra dimensión”.


Las manos negras del Órbigo

Unos meses antes, el 10 de abril de 1978, 45 niños gallegos y 4 adultos que volvían de excursión a Vigo encontraron la muerte ahogados en el río Órbigo cuando el autocar en el que viajaban se precipitó por un puente de la actual N-525 a su paso por Santa Cristina de la Polvorosa (Zamora). Fue el accidente de autocar más grave de los registrados hasta ahora en España.

En el verano de 1991, una familia de Vitoria aparca su roulotte debajo del mismo puente sin saber que allí ocurrió la tragedia. Tras la cena, la madre y los niños duermen en la caravana y el padre lo hace fuera en una tienda de campaña junto a otro hijo. Por la noche, a las tres de la madrugada, la madre oye pasos ligeros fuera y cree que es un animal. Como los aullidos persisten inquietando sobremanera a sus hijos decide golpear la pared de chapa de la roulotte para ahuyentarlo.

En respuesta, las paredes de la caravana tiemblan con fuertes manotazos, dados con rabia, como si quince o veinte personas golpearan a la vez. El terror se apodera de ellos. Quieren gritar y no pueden. Los golpes duran diez minutos. Cuando al final logran despertar a los de la tienda de campaña, el padre sale en auxilio creyendo que les roban.
Entonces sucede lo más extraño, los golpes se suceden en el cuerpo del padre de familia, una persona parece golpearle con insistencia por la espalda, intensamente pero sin mucha fuerza, como si la persona agresora fuera un niño o un adulto muy débil, pero cuando se voltea no hay nadie, sus hijos y su mujer se sorprenden por su reacción, pues ellos no han recibido golpe ni contacto alguno en su cuerpo.
 De repente los golpes en la caravana remiten. No ven a nadie ni escuchan ningún ruido, más allá del canto habitual de los grillos y de las hojas de los abedules meciéndose con suavidad por la leve brisa que se siente en el lago de Sanabria.

Al día siguiente, la familia queda estupefacta. Todas las paredes de la caravana tienen las marcas negras de manos pequeñas, como de niños. Incluso en el techo. Cuando cuentan lo ocurrido en el pueblo, un vecino no muestra ninguna extrañeza. Dicen que decenas de campistas han escuchado allí sonidos de niños jugando entre risas, sollozos y, a veces, gritos desgarradores. Otro misterio sin respuesta.

El Corona de Aragón

La habitación 510 del Hotel Corona de Aragón es un clásico del misterio español. Quienes han dormido allí no vuelven. ¿Por qué? Porque parece imposible hacerlo. Llamadas a la puerta, extrañas presencias de formas oscuras, la televisión que se enciende sola, sensación de agobio y calor, mucho calor, pese a tener encendido el aire acondicionado, por donde además dicen que a veces sale humo. Y, sobre todo, un fuerte olor a quemado en la habitación.

El 12 de julio de 1979, el hotel, en pleno centro de Zaragoza, sufrió un gran incendio que costó la vida a 76 personas. El horror arremetía de nuevo en los últimos años de los setenta, esta vez de la mano del fuego. Los bomberos no daban abasto en la difícil tarea de apaciguar las enormes llamas que asomaban de entre las ventanas y voladuras del tejado.
Los huéspedes y el personal laboral que se encontraban en las plantas más bajas del edificio lograron escapar a tiempo pero los que se encontraban en los pisos altos habían quedado atrapados, pues las llamas estaban por debajo de su piso y era imposible descender por las escaleras del hotel.
Muchos fallecieron esperando el milagro de que los bomberos consiguieron apaciguar las llamas antes de ser abrasados, otros murieron bajando por las escaleras en un descenso a los infiernos que jamás debieron haber iniciado.
Los que se encontraban en los alrededores se acercaron a la céntrica plaza del Pilar para ver las dantescas imágenes que deparaban las llamas en el Corona de Aragón.

De repente centenares de turistas, vecinos, curiosos y familiares de las víctimas presenciaron una escena conmovedora. Varias personas se asomaban a las ventanas de sus respectivas habitaciones con la intención de lanzarse al vacío antes de ser calcinadas por las portentosas llamas que se colaban por su habitación.

Habían tratado de sofocar el fuego con cubos de agua sin éxito alguno y sólo les quedaba encaramarse a la ventana para decidir si lanzarse o quedarse junto al alfeizar para morir siendo pasto de las llamas. A los bomberos no les había dado tiempo a poner una colchoneta en la calle por lo que precipitarse al vacío era poco menos que un suicidio.
Pese a ello fueron varias si no decenas las personas que desesperadas por la proximidad del fuego terminaron lanzándose al vacío. Esas imágenes fueron las más duras de una noche de infausto recuerdo para la capital maña que no se olvidan y que jamás se olvidarán.
La tragedia sigue viva, también porque nunca se averiguaron las causas del incendio y hay muchas teorías, incluso las que apuntaban al atentado terrorista, teoría que finalmente se vino a bajo.
Lo que fue asegurado por todos los peritos el que fuego se propagó mucho más rápido de lo habitual considerándose que o bien había dos focos de ignición o bien fue intencionado por una persona que empleó algún producto inflamable para propagar el fuego.
Se habló entonces de un posible cliente que en un ataque de cólera o de esquizofrenia cometiera tan deleznable acto. También se comentó que pudo ser un empleado que estuviera en desacuerdo con sus jefes y decidiera prenderle fuego al edificio entero. Nada se pudo comprobar y las teorías más bizarras se siguen apoderando del imaginario colectivo.
Lo cierto es que el hotel fue reconstruido y que numerosos clientes han relatado experiencias extrañas más allá de la habitación 510. Gente corriendo de madrugada por los pasillos, ruidos de llantos, puertas que se abren, cortinas que se mueven, llamadas a las puertas y, sobre todo, sensación de calor, olor a humo y desasosiego. No hay explicación a todo esto.

Y menos para lo que el periodista Aurelio Bautista, de la Agencia EFE, relató en 1979 desde la tragedia: la doble fatalidad de un hombre que había perdido a su mujer en Los Alfaques y un año después, tras rehacer su vida, murió su segunda esposa en el incendio del hotel. "No me volveré a casar... no me volveré a casar", se lamentaba el hombre.

Visiones tras los accidentes

También son muchos los testigos que han relatado apariciones tras accidentes aéreos. El 27 de marzo de 1977 el aeropuerto de Los Rodeos, en Tenerife, registró el mayor accidente de la historia de la aviación: 583 muertos. Años después, en el acuartelamiento de Las Raíces, cerca del aeropuerto, ningún recluta quería hacer guardia en una garita en la que dicen que se aparecía como flotando una niña con la ropa rota. Un periodista local llegó a localizar otros testigos que decían ver "pasajeros errantes" o niños jugando que se esfumaban.

Los aparecidos se han visto también en los accidentes aéreos del Montseny (1970, 122 muertos) y en Rocas Altas de Ibiza (1972, 104 muertos). Y en los accidentes de tráfico. Por ejemplo, en la CM-101 en Jadraque (2011, 5 muertos). Y en muchas otras tragedias.

Después de leer y escuchar a los afectados tengo muchas más dudas que respuestas. Lo que no me cabe duda es que todos esos testigos tuvieron que ver algo que no supieron explicar en su momento. ¿Qué? No lo sé, pero no me cabe duda de que ellos vieron algo que les cambió la vida.

Los aparecidos son, a mi juicio, "algo que ocurre ante determinadas personas como una ventana que se abre al pasado; algo que es capaz a veces de interactuar, que está ahí, que está vivo de alguna forma". De momento, nadie ha resuelto el misterio.

Familias sin rostro que desaparecen en la carretera del cámping de Los Alfaques, el zarandeo de una caravana por decenas de manos invisibles en el río Órbigo, los extraños fenómenos de la habitación 510 del Hotel Corona de Aragón: las grandes tragedias de España siguen vivas por los muertos. También, por el misterio de sus aparecidos.

Lo imposible a veces es probable y parece que real. Así lo atestiguan numerosas personas que han relatado experiencias paranormales en los lugares en los que han acaecido desgarradoras muertes. Sea lo que fuere, producen visiones fantasmagóricas, presencias y apariciones que traen incluso aparentes mensajes del más allá.

Es como si la muerte dejara abierta una puerta al pasado donde ocurre la tragedia. En el lugar de la explosión o del incendio, en el paraje del accidente de aviación o de tráfico, en el hospital, en el hospicio o en la morgue... Estas historias parecen sacadas de leyendas urbanas, pero ya han sido documentadas en atestados de la Guardia Civil y policía.



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