viernes, 28 de agosto de 2015

Ferrol, el destroit gallego.


Lo normal es que las ciudades aumenten su población y que los pueblos alejados de las grandes urbes vayan disminuyendo de tamaño, pero esta máxima no siempre se cumple. Pese a ser varias las ciudades que han perdido población en la última década como consecuencia de varios factores, entre ellos la falta de empleo, hay una que sobresale entre las demás por haber perdido el 30 por ciento de sus habitantes.

Esta ciudad es Ferrol, apartada población enclavada en el noroeste peninsular a la que la crisis le ha pasado factura sobremanera. Este hecho se suma a la ya de por sí fama que tienen los gallegos de emigrar cuando las cosas se tuercen y escasea el trabajo. Si los problemas de chamba llegaron en 2008 a España, sobra decir que en Ferrol comenzaron mucho antes, en concreto a principios de los ochenta con el cierre de los astilleros.

De esta manera, la ciudad del caudillo encabeza la lista de ciudades que más población han perdido en las últimas décadas, por encima de Lugo, Pontevedra, Teruel, Soria y Córdoba, no sorprende nada que en esta lista se encuentren varias ciudades gallegas.

Por eso cuando se habla de cierre de empresas y negocios en España se piensa muchas veces en el levante por el tema de la construcción que está parada pero también en Galicia.  Esta región apartada de la mano de dios no sufrió el boom inmobiliario tan espantoso que padecieron las ciudades del Levante como Valencia, Alicante o Castellón pero aún así la crisis se ha notado tanto o más que en las citadas ciudades mediterráneas.

Es por ello que aunque Rajoy diga que España va bien y que se está creando empleo pocos ferrolanos que emigraron de su tierra tienen la intención de regresar a corto y medio plazo.

Calles sucias, letreros de "Se traspasa", casas abandonadas y muros pintarrajeados son demasiado frecuentes en Ferrol. Si uno se da un paseo por el Casco Vello puede comprender que de vello queda muy poco, la decadencia asoma por los cuatro costados sin que sus vecinos ni el concello municipal hayan podido hacer mucho por frenar esa profunda decadencia en la que se haya sumida la otrora ciudad puntera de la economía portuaria y siderúrgica.

Pese a todo ello Ferrol tiene un montón de cosas buenas, como el castillo de La Palma o esas espectaculares playas salvajes que, gracias al tempestuoso clima y la remota situación geográfica, permanecen ajenas al rodillo turístico.

 Pero desgraciadamente todo esto no es suficiente para que centenares de tiendas y negocios echen el cierre y decenas de miles de ferrolanos hayan hecho las maletas para irse a la capital o al extranjero. por no funcionar no funciona ni su equipo de fútbol, que de ser un sempiterno candidato a subir a primera división se han convertido en un clásico de la tercera división gallega.

Volvamos al Ferrol apocalíptico: barrios en ruinas, tiendas cerradas, aguas apestosas… Todo esto queda mucho mejor para perpetrar un artículo sensacionalista. Sin ánimo de hacer leña del árbol caído, espero aportar un granito de arena para denunciar el terrorífico abandono que afecta a este lugar que, en tiempos mejores, vio nacer a figuras como Jesús Vázquez, Andrés do Barro, Carlos Jean, Jesús Ordovás o Pablo Iglesias (el socialista, no El Coletas).

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Un paro disparatado

Desde tiempo inmemorial, Ferrol y su comarca (conocida como Ferrolterra) han vivido de la construcción naval. Y si apuestas todo a una carta, tienes muchas posibilidades de perder. Ya en primer tercio del siglo XIX se produjo la primera crisis, debida a un parón en la actividad de los arsenales. En el XX, la cosa remontó y, hasta bien entrados los años 70, Ferrol fue una ciudad viva y próspera. Pero allá por 1982, los delirios europeístas de Felipe González lo llevaron a emprender una tosca reconversión industrial que provocaría despidos masivos en los astilleros.

En la actualidad, la tasa de paro de Ferrol asciende a un 33’3%, que supera a la de ocupación (32’3%) y crece a una velocidad de vértigo, por más que el ministro Montoro haya dicho que “hay carga de trabajo garantizada para mucho tiempo”. La mejor respuesta a este dislate es la siniestra y oxidada verja del astillero, donde cuelgan decenas de monos de trabajo que ya no valen para nada.

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Una ciudad desierta

El gallego no se queja, emigra. Y la falta de trabajo en Ferrol ha provocado una sangría demográfica imparable. La ciudad ha perdido más de 30.000 habitantes en las últimas décadas: en los años 70 rebasó los 100.000 y ahora no tiene más que 69.428. El resto se han largado a buscarse la vida. Dicen los innombrables Limones en su canción ‘Ferrol': “sé que aquí nací y aquí voy a quedarme”; y en verdad es un acto heroico permanecer en este lugar dejado de la mano de Dios.

Puede que en verano haya algo más de gente, pero salir a la calle en Ferrol una noche de, pongamos, noviembre, y darse un paseo por el centro es como meterse en el pellejo de Charlton Heston en Omega Man: no hay ni un alma por la calle, ni un bar abierto, ni un triste chucho… Un escenario, en fin, que solo los misántropos mas recalcitrantes somos capaces de disfrutar.

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Unos barrios en ruinas

Con la retranca propia de los gallegos y la crueldad de los pijazos, los coruñeses se refieren a Ferrol como “Vilapodre”, es decir, “Villa podrida”. Por desgracia, no les falta razón. Sobre todo por barrios como Canido o por Ferrol Vello, casco antiguo de la ciudad que sus propios vecinos han rebautizado como “pequeño Kosovo”, pues se encuentra en ruinas por conflictos irresolubles entre políticos, propietarios y buitres inmobiliarios. Solo un no-país como España deja que en una zona declarada Bien de Interés Cultural (por aquí pasa el Camino de Santiago) haya 8.300 viviendas deshabitadas que se caen a trozos.



Deambular por el casco viejo será una experiencia religiosa para los miembros del Club de Exploradores de Lugares Abandonados y demás gourmets del escombro. Pero para el común de los mortales, es como echar una partida al videojuego Silent Hill, con la diferencia de que aquí ni siquiera hay monstruos, solo alimañanas que también acabarán emigrando o muriéndose de hambre.

Un comercio terminal
Desde 2010, unos 800 negocios ferrolanos han cerrado sus puertas. Los carteles de “se vende”, “se traspasa”, “liquidación por cierre” o las puertas de locales tapiadas, pintarrajeadas y llenas de hongos, se pueden ver hasta en las más céntricas calles peatonales.
Lo más parecido que hay en Ferrol a unos grandes almacenes es un pequeño y modesto Corte Inglés. El conato de centro comercial que se abrió en la zona conocida como el Inferniño tiene casi todos los locales vacíos. Y los ferrolanos prefieren gastar sus escasos dineros en el mall del cercano municipio de Narón, que tampoco es para tirar cohetes.

Un pasado franquista
Hoy por hoy, Ferrol se llama “Ferrol”, aunque haya ministros (hola otra vez, Montoro) que se empeñan en seguir usando el viejo topónimo “El Ferrol”, que deriva de “El Ferrol del Caudillo”, nombre con el que se conocía a la ciudad hasta 1982. La razón, como todos sabrán, es que aquí nació Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la Gracia de Dios.

Y aunque ya hace tiempo que quitaron la estatua del generalísimo de la Plaza de España para esconderla en el Arsenal Militar, la placa de bronce conmemorativa sigue instalada en la fachada de la casa natal del caudillo, que se ha convertido en una meca de peregrinación antifascista, para tirar pintura, excrementos caninos, escupitajos, pegar chicles en las paredes o arrancar de cuajo la placa, algunos cuentan que hasta heces humanas han encontrado en los escalones de la puerta de entrada a la casona.

Pero pese a su pasado, franquista, en Ferrol han gobernado todos los partidos habidos y por haber… y todos han fracasado en la titánica tarea de resucitar la urbe, sobretodo pp y psoe. En las últimas elecciones se llevó la alcaldía la marea de Ferrol en Común (IU, Podemos y Anova), en pacto con PSOE y BNG. A juzgar por su caótica forma de gestionar la reciente Crisis del Agua que dejó a Ferrol seco durante varios días mal han empezado las cosas, pero es verdad que es pronto para desacreditarles y que muy mal deben hacer las cosas para estar a la altura de los tiranos bipartidistas.

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Una geografía remota

El fatídico martes 13 de enero de 1998, un fuerte temporal provocó que la gigantesca plataforma petrolífera Discoverer Enterprise, que estaba anclada en los astilleros ferrolanos, soltase sus amarras y se empotrase contra el puente de As Pías, que en ese momento era el principal punto de unión entre Ferrol y el resto de España. El mar se llenó de casquetes, que aplastaron toneladas de marisco, y la ciudad quedó aislada durante meses: pese a la visita del por entonces presidente de la Xunta (el exministro de Franco Manuel Fraga) y a la repercusión internacional del siniestro, los ferrolanos sintieron más que nunca que vivían en el culo del mundo.

Mientras se apañaba el cataclismo, los automovilistas que querían entrar o salir de Ferrol se veían obligados a dar un rodeo de 20 kilómetros por carreteras comarcales. Eso sí, gracias a este accidente se aceleró la construcción de la autopista que hoy permite a los parados escapar más rápidamente de la ciudad. Aunque, tal y como está el patio en España, mejor les irá si emigran allende los mares.

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Una ría de mierda

La ría de Ferrol es la más contaminada de Europa, muy a pesar de las inyecciones de dinero (que el diablo sabe dónde estará), la instalación de depuradoras o las visitas de inspectores europeos que encanecen con el estado de las aguas. Para suavizar la cosa, los quitamierdas del Partido Popular Europeo se las apañaron para borrar del informe conceptos como “situación dramática”.

Pero solo hay que darse una vuelta por los dos modestos paseos marítimos que existen en la ciudad e inspirar profundamente cuando baja la marea, para darse cuenta de que allí no huele a mar, sino a cloaca, y que en sus pantanosas aguas chapotean más roedores que crustáceos. Es lógico, y no solo por los desechos orgánicos que expulsan los ferrolanos, sino también por los vertidos tóxicos de corporaciones como Navantia, Megasa o Reganosa. De los furtivos que marisquean en estas pestilentes aguas no hablo, que me da cagalera.

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