La secta de los 10
Mandamientos:
Fundada por la ex prostituta
Credonia Mwerinde quien dice haber tenido una visión de la Virgen María. El
Movimiento para la Restauración de los 10 Mandamientos insta a una visión
estricta y literal de los mandamientos.
Ellos creían que el apocalipsis se
produciría en 2000 y que iba haber un “Arca de Noé” de la justicia. El 2000 se
acercaba y se les instó a los miembros abandonar sus pertenencias terrenales
pero la gente aún no estaba preparada y Credonia fue prudente. Armada de
paciencia aguardó a que se dieran las condiciones óptimas para llevar a cabo su
peculiar viaje a los cielos.
Cuando el día de Año Nuevo de 2000
transcurrió sin incidentes, algunos miembros de la secta comenzaron a
rebelarse. Los líderes declararon el 17 de marzo como nuevo día del juicio
final y celebraron una fiesta para sus miembros en dicho día. Más de
setecientas personas asistieron, entre ellos muchos niños, entonces, el fuego
estalló en el edificio tapiado.
Había llegado «el gran día». Credonia junto con el otro líder de la secta
ugandesa de la «Restauración de los Diez Mandamientos de Dios», Joseph
Kimbwetere había trazado un plan que no podía fallar.
A sus cerca de
800 seguidores se les iba a aparecer la Virgen y les iba a llevar al cielo. La
locura colectiva se había desatado. El 17 de marzo de 2000, tras varios días de
ofrendas y rituales en los que gastaron hasta el último centavo de sus ahorros,
se refugiaron en su iglesia, cerraron las puertas con llave y tapiaron las
ventanas para que nadie
pudiera arrepentirse en el último momento y escapar. Luego se rociaron con
gasolina y «desataron el infierno» hasta morir carbonizados.
Kimbwetere –un destacado político demócrata de la
década de los 60, que, tras perder unas elecciones se apartó de la vida
político y social desapareciendo por completo durante siete años, regresó con
las pilas cargadas y embragado por una profunda fe espiritual cristiana comenzó
a predicar que había tenido una conversación con la Virgen y Jesucristo, y que
la había grabado en una cinta– estaba convencido de que el fin del mundo
llegaría en el año 2000.
Con el beneplácito de Credonia, la fundadora de la
secta, Kimbwetere se erige como el principal líder de la asociación religiosa y
consigue reclutar a multitud de adeptos. Conforme se va acercando el final de
los años noventa crece el fervor por los postulados que enfatiza en cada homilía.
Como político había fracasado varias décadas atrás pero como líder religioso
era un fenómeno de masas.
Aquel mensaje apocalíptico fue difundido entre
todos sus fanáticos seguidores con pleno énfasis y bajo la advertencia de que,
antes de que llegara ese momento, debían inmolarse «para poder alcanzar la
salvación».
«Se oyeron algunos gritos, aunque no muchos»,
dijeron los vecinos de Kanunga, la pequeña población situada a 320
kilómetros al suroeste de Kampala, cerca de la frontera con la República
Democrática del Congo, donde ocurrió la que entonces bautizaron con el sobre
nombre de «la tragedia del siglo».
También aseguraron que los fanáticos apenas
hablaban, porque tenían miedo de incumplir el mandamiento de «No mentirás», y
que, dos días antes, se habían ido congregando en una escuela que los miembros
de la secta utilizaban como iglesia, en donde se comieron «doce vacas asadas,
bebieron ciento setenta cajas de gaseosa, cantaron y rezaron. Como eran pobres
invirtieron para la fiesta todos sus ahorros e incluso vendieron sus pocos
bienes. No les importó lo más mínimo pues ya no los iban a necesitar».
Al parecer,
siguiendo las recomendaciones de su líder, los seguidores de Kimbwetere
vendieron todas sus propiedades los días previos en un acto de limpieza
espiritual y recorrieron las aldeas cercanas para tratar de convencer a
familiares y amigos a que le acompañasen a la fiesta final. De quienes no
lograban convencer se despedían de ellos como si nunca más fueran a volverlos a
ver.
Aquellos habitantes de esa aldea remota apartada de la mano de Dios
parecían convencidos de que el fin del mundo iba a llegar. Primero se les dijo
que ocurriría antes de la llegada del año 2000, por fortuna no hubo suicidios
colectivos programados para los últimos
días del 99, pero sorprendentemente, con la llegada del 2000 la profecía del
fin del mundo continuó cobrando fuerza.
Los líderes de la secta sostenían que el fin del
mundo iba a ser a finales de ese año y por lo tanto debían darse prisa en
organizar una gran fiesta de despedida y morir juntos en una ceremonia cristiana
que les conduciría al reino de los cielos.
Las primeras informaciones de la «tragedia del
siglo», como la llamaron algunos, hablaban de 230 muertos. Ese era el número de miembros censados por la
secta cuando fue registrada, en 1997, como una ONG. Sin embargo, pocos días
después la cifra ya había ascendido a más de 1.000, y los rotativos la calificaban como «el suicidio
colectivo más mortífero de la historia contemporánea», ya que superaba al de Guyana en 1978, donde 914
personas, lideradas por el estadounidense Jim Jones, habían acabado con su vida
ingiriendo cianuro.
Sin embargo, pasado el tiempo la Policía concluyó
que las primeras estimaciones habían sido exageradas y que la cifra final de
muertos se había establecido en 778, entre los que se encontraban tan sólo
80 niños pese a que los organizadores hicieron énfasis en que acudieran las
familias al completo.
Se cree que
muchos de los que participaron consideraron
que aquello podía fallar y acudieron sin sus hijos para que en caso de que saliera
mal y no ascendieran al reino de los cielos no tuvieran que purgar con la carga
de haber acabado con la vida de sus descendientes en vano.
Pero no todos fueron a la ceremonia con la
intención de suicidarse, al parecer a la gran mayoría se les contó que la
fiesta era de carácter religiosa y que no habría sacrificios, sólo los más
fanáticos de la secta sabían lo que iba a suceder. Eso explica que cuando la
gente comenzó a morir envenenada y los asistentes comenzaron a sospechar que
aquello era un suicidio colectivo trataron de huir.
“Se han
hallado cadáveres de adultos que habrían sido asesinados durante el macabro
ritual y cuyos cuerpos fueron arrojados a las letrinas cavadas en el exterior
de la iglesia» comentó un policía con rostro compungido.
No está confirmado el motivo de estos asesinatos
previos a la inmolación, pero todo apunta a que eran personas cuerdas que
trataban de impedir la tragedia concienciando a la gente de que el fin del
mundo no iba a llegar y los más radicales los asesinaron para poder llevar a
cabo sus malévolos planes.
Los que temían ser pasto de las llamas injirieron
cianuro y arsénico para morir antes. Se cuenta que también se repartieron vasos
con veneno a los más incrédulos para que no pudieran evitar la posterior inmolación.
Cuando las primeras víctimas comenzaron a caer al suelo con los ojos abiertos
como platos en aparente estado de envenenamiento muchos asistentes comenzaron a
entrar en pánico y a tratar de huir del local. Pero ya era demasiado tarde
porque las puertas estaban cerradas y las ventanas tapiadas.
Fue entonces cuando los líderes de la secta
vaciaron las decenas de litros de gasolina acumulados en tinajas y comenzaron a
rociar el suelo, las sillas y los sofás mientras otros se encargaban de
prenderle fuego.
Muy pocos consiguieron huir antes de que fuera
cerrada la única puerta de salida, y la
mayoría de ellos fueron baleados por algunos miembros de la secta que luego
entraron al local y participaron en la inmolación.
En la aldea
apenas quedaron familias enteras, una gran parte de ellas murieron en su
integridad, otras perdieron a un padre o a una madre. Unos cincuenta niños se
quedaron huérfanos de padre y madre. Sin duda fue una tragedia que los
descendientes y las nuevas generaciones de aquella región tardarán siglos en
olvidar.
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