Sentado en un duro banco de piedra en medio
de una calle atiborrada de gente arrebujada en sus abultados abrigos recuerdo
mi promesa, me lo prometí y voy a cumplirlo aunque se me congelen las nalgas en
este humilde pedestal en el que me hallo. Tal vez venga un policía y termine en
la cárcel por desacato, o quizás vengan algunos desaprensivos niñatos con ganas
de gresca y me peguen por considerarme un mendigo que ensucia las calles de su
ciudad.
Pero dije que iba terminar el día de
Navidad tirado en la calle bebiendo y fumando marihuana hasta reventar y
cumpliré mi promesa. Vaya que la cumpliré,
fumaré y beberé hasta no poder más, hasta caer doblado. No me importan
las consecuencias, lo haré aunque caro me cueste.
Con un bote de fanta cortado a la mitad
pido limosna desde el pintarrajeado banco de piedra en el que poso mis nalgas.
En la quietud de la noche me hallo inmerso, los viandantes hace tiempo que
abandonaron la calle desierta en la que me encuentro ensimismado en mi soledad.
Carece de objeto seguir pidiendo dinero en un lugar tan vacío como este.
No sé para qué diablos pido limosnas si a
estas intempestuosas horas sólo pasan mendigos, prostitutas, vagabundos,
ladrones y personas de mal vivir. Pero qué más da, si el objetivo es salir de
la mierda habrá que revolcarse en ella previamente como requisito ineludible.
El frío es insoportable y desde hace un
buen rato las hormigas están empeñadas en castigarme por haber
mal intencionadamente invadido su territorio. Quieren vengarse de mi osadía
convirtiéndome en su alimento. Pero yo se que en cuanto me muerdan y sientan el
sabor amargo de mi desdicha y del estado catatónico en que me hallo huirán
despavoridas y gritarán iracundas maldiciendo mi nombre y el momento en que
fueron a dar conmigo.
Llamarán a sus acólitas, cubrirán sus
cabezas y antenas antes de regresar a su madriguera malheridas por la peste
hedionda que destila mi triste ser.
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