viernes, 14 de agosto de 2015

Relato corto: La promesa.

Sentado en un duro banco de piedra en medio de una calle atiborrada de gente arrebujada en sus abultados abrigos recuerdo mi promesa, me lo prometí y voy a cumplirlo aunque se me congelen las nalgas en este humilde pedestal en el que me hallo. Tal vez venga un policía y termine en la cárcel por desacato, o quizás vengan algunos desaprensivos niñatos con ganas de gresca y me peguen por considerarme un mendigo que ensucia las calles de su ciudad.

Pero dije que iba terminar el día de Navidad tirado en la calle bebiendo y fumando marihuana hasta reventar y cumpliré mi promesa. Vaya que la cumpliré,  fumaré y beberé hasta no poder más, hasta caer doblado. No me importan las consecuencias, lo haré aunque caro me cueste.

Con un bote de fanta cortado a la mitad pido limosna desde el pintarrajeado banco de piedra en el que poso mis nalgas. En la quietud de la noche me hallo inmerso, los viandantes hace tiempo que abandonaron la calle desierta en la que me encuentro ensimismado en mi soledad. Carece de objeto seguir pidiendo dinero en un lugar tan vacío como este.

No sé para qué diablos pido limosnas si a estas intempestuosas horas sólo pasan mendigos, prostitutas, vagabundos, ladrones y personas de mal vivir. Pero qué más da, si el objetivo es salir de la mierda habrá que revolcarse en ella previamente como requisito ineludible.

El frío es insoportable y desde hace un buen rato las hormigas están empeñadas en castigarme por haber mal intencionadamente invadido su territorio. Quieren vengarse de mi osadía convirtiéndome en su alimento. Pero yo se que en cuanto me muerdan y sientan el sabor amargo de mi desdicha y del estado catatónico en que me hallo huirán despavoridas y gritarán iracundas maldiciendo mi nombre y el momento en que fueron a dar conmigo.

Llamarán a sus acólitas, cubrirán sus cabezas y antenas antes de regresar a su madriguera malheridas por la peste hedionda que destila mi triste ser.

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