Un campamento hediondo en un mundo decadente:
El desarraigo es una sombra inmensa que
cubre el corazón de los solitarios, de las almas en pena que pululan por las
calles sin rumbo fijo, cabizbajos y taciturnos deambulan arrebujados en sus abrigos. Sin nadie a quien contarles sus
penas sus días pasan lentamente, malcomen y ven televisión, horas y horas delante de la caja tonta viendo programas en donde salen mujeres siliconadas y hombres musculosos con el cerebro de un mosquito.
Pensativos y ociosos salen de sus madrigueras para contemplar los
escaparates de las tiendas y comercios sin intención de comprar nada antes de
emprender la marcha de retorno a sus casas.
Frío, soledad, vacío, angustia, desazón y
desapego por la vida son algunos de los sentimientos que les afloran en su
devenir cotidiano.
Si el corazón de los hombres y mujeres que
aman es grande y está lleno de amor y comprensión, el de los hombres y mujeres
solitarios es pequeño y diminuto como
los granos del trigo. Y los hombres que
nos encontrábamos en aquel campamento hediondo buscando el cometa que nos debía
transportar a otra Galaxia no les quede duda que éramos hombres solitarios.
Esa noche fue gélida, tal fue el grado de
gelidez que la luna se congeló y no pudo salir al firmamento para dar luz a la
noche como lo venía haciendo desde que el mundo es mundo. Aquella extraña noche tan
sólo algunas estrellas lejanas se atrevieron a salir para hacer acto de
presencia en firmamento.
-Que oscuridad tan oscura-me dije a mi
mismo mientras caminaba hacia el arroyo en busca de agua.
El campamento en el que vivían los hombres
solitarios que habían abandonado sus familias y sus vidas para dedicarse a la
contemplación del firmamento se convirtió pronto en un estercolero, en una
auténtica porquería donde se agolpaban botellas de cerveza, latas de alubias junto
a otras de melocotón en almíbar, restos de maderas quemadas, contenedores
repletos de residuos, neumáticos, tubos de escape, felpudos, limpiaparabrisas y
otros repuestos de vehículos entremezclados en pequeñas montañas de basura que
comenzaban a parecer trincheras de combate.
Hacía tiempo que nadie recogía su basura,
una vez pisé una enorme mierda que había generado un pastor alemán y entré en
cólera, la gente ya no se preocupaba por recoger su basura y tirarla en los
lugares habilitados para ello. Ni siquiera si dignaban en enterrar en la arena
las heces de sus perros.
Me dirigí hacia el dueño del perro pero
cuando vi el estado lamentable en el que vivía aquel sujeto sentí lástima por
el animal y decidí no armar una trifulca. Aquel hombre dormía en una rulotte
descuartizada, que tenía tres de sus cuatro ruedas pinchadas y todas las
ventanas desquebrajadas como si le hubieran lanzado piedras o botellas en una
refriega sin precedentes.
El ambiente era hostil, la gente no se
bañaba y allá por donde andara me topaba con gente que olía mal. Hombre
barbudos de mirada perdida y en otras ocasiones de gesto desafiante. Mujeres
tripudas que escupían constantemente al suelo gargajos de gran tamaño mientras
se rascaban los sobacos en señal inequívoca de que la mugre comenzaba a ser
molesta.
Era
un lugar abrupto, de difícil acceso donde el agua escaseaba. Tan sólo había una
fuente en la que hacían cola multitud de personas para rellenar galones de
agua. En los últimos días éramos cada vez menos los que hacíamos cola en ese
lugar. Salía tan poca agua que la mayoría decidimos gastarla únicamente para
beber convirtiéndose en un bien preciado.
Unos días después la fuente se secó y la
única manera de poder beber agua era desplazándose hasta una montaña cercana
donde corría un arroyo de aguas turbias. El agua sabía mal pero no había otra
cosa. No eran tiempos para quejarse por cosas así.
Las
ciudades languidecían en una sempiterna decadencia que ya a nadie le asombraba
ni asustaba, sólo lo más viejos habían visto y disfrutado de una sociedad
mejor, las personas de mediana edad lo habían visto en las películas, los
adolescentes se quejaban de la generación de sus padres por haber sido los
verdaderos culpables de la decadencia tan atroz que se cernía sobre la Tierra,
y los más pequeños se quejaban de vivir en un mundo tan hostil y tan desprovisto
de cualquier tipo de expectativas.
-Mami, porque nos ha tocado vivir en un
país tan feo como este-fue uno de los últimos comentarios que escuché a mi
hermana antes de abandonar la ciudad.
-No digas esto hijo, vivimos en Estados
Unidos, somos el país más avanzado y civilizado, si vivieras en áfrica o en
Asia verías lo que es bueno.
-Pues vaya mierda de mundo, sólo hay
miseria y destrucción, miras esas casas con las paredes pintarrajeadas, y las
aceras quebradas, casi me tuerzo el tobillo madre.
-Esto es lo que nos ha tocado vivir, no le
des más vueltas al asunto, suerte que tenemos comida y un techo donde poder
sentarnos a ver televisión, donde poder cagar y dormir sin pasar
frío-contestaba mi madre mientras se tapaba la boca con una mascarilla para no
tragar el dióxido de carbono de los vehículos que esperaban a que el semáforo
se pusiera en verde.
La miseria, la codicia, el desarraigo, la
indolencia, la pereza y el abandono se podían apreciar en todas partes.
Daba lástima pasear por los parques donde
abundaban las jeringuillas, las colillas,
las bolsas de basura, cartones, plásticos y botellas de ron y de wisky entre otros múltiples
escombros que no podían ser limpiados por barrenderos porque los ayuntamientos
ya no contaban con fondos para pagar los servicios de limpieza.
Los hospitales estaban colapsados, muy
pocos médicos y enfermeros para tantos y tantos pacientes con enfermedades
anómalas producto de la creciente contaminación atmosférica.
Las escuelas comenzaban a vaciarse, pues
muchos padres no veían futuro en la educación, creían que estudiar no les iba
ayudar a conseguir un buen trabajo y más con esos maestros bolcheviques y
filocomunistas que estaban todos los días haciendo conatos de huelga.
Los cines, teatros y bares iban poco a poco
cerrando pues cada vez era menor el número de personas que tenía dinero para
poder gastar en ocio.
En este lamentable escenario era cada vez
más comprensible que multitud de personas abandonasen la monotonía de sus
aburridas vidas en la ciudad y se acercasen a nuestro campamento hediondo en
busca de ser transportados por el cometa Halle Bopp hasta el redentor planeta Sirus.
No hay comentarios:
Publicar un comentario